martes, 22 de noviembre de 2016

Los peligros del parto en Roma

En la antigua Roma y, en general, en todas las naciones de la Antigüedad, el deber de toda mujer libre era casarse y, sobre todo, tener la mayor cantidad posible de hijos legítimos -mejor si eran varones-, que aseguraran en un futuro muy cercano la defensa, la prosperidad y la supervivencia del Estado. Para lograrlo, las mujeres habrían de afrontar no una, sino varias veces, los múltiples peligros inherentes a todo embarazo y parto, sin más ayuda, en el caso de las más pudientes, que comadronas y parteras, incluso en algunos casos médicos que únicamente se presentarían cuando la situación ya fuera extrema, mientras que las más pobres habrían de contentarse con la ayuda de sus parientes femeninas, que no tenían más experiencia que la de haber sobrevivido a sus propios partos, cuando no debían dar a luz solas.

Con tan exigua e inexperta asistencia, muy escasos conocimientos del cuerpo femenino, reducido saber médico, facilidad para contraer infecciones y el increíble número de complicaciones -nacimiento prematuro, parto prolongado, desgarro vaginal, sufrimiento fetal por falta de oxígeno o de riego sanguíneo, problemas con el cordón umbilical, mala colocación del feto, malformaciones, alteraciones en la placenta...-  que pueden presentarse tanto en la gestación como durante el alumbramiento, no es de extrañar que existieran innumerables divinidades relacionadas con este momento tan delicado en la vida de la mujer: junto a Juno Lucina, la principal divinidad que guiaba el nacimiento, hallamos Picumno y Pilumno, hijos de Júpiter que presidían la tutela de los niños; a Vagitano, que abría la boca del recién nacido para que se produjera el primer llanto; Alemona, que alimentaba al feto durante el embarazo; Rumina, quién lo alimentaba una vez nacido; Antevorta, que asistía los partos cuando el niño venía de cabeza; Postverta, si el pequeño venía de pie: Vitumno, que le daba la vida en el momento de nacer; Cuba, que le llevaba a la cama; Cunina, quién le acunaba y lo protegía contra los malos presagios... No obstante, a pesar de toda la ayuda divina y humana que pudiera prestarse a la parturienta, la muerte como consecuencia del embarazo y el parto nunca dejó de ser la principal causa de fallecimiento entre las mujeres en edad adulta en la antigua Roma, algo de lo que ha quedado constancia en las fuentes epigráficas.

Hoy os traigo el que para mí es el testimonio más conmovedor y estremecedor de esta realidad: CIL III 9632. Hallado en Salona en el año 1884, en la provincia romana de Dalmatia (actual Solin, en la moderna Croacia), y en la actualidad en el Museo Arqueológico de Split, se trata de un sarcófago datado en el siglo IV y fragmentado en siete partes, en bastante mal estado de conservación. Desconocemos tanto el nombre de la fallecida como de aquellos que le dedicaron la inscripción -su marido, sus hijos y su yerno-, si bien la escena presentada a través de tan enternecedores versos es cuanto menos desoladora. La fallecida, madre de varios hijos adultos y casados -puede incluso que ya fuera abuela-, queda nuevamente embarazada a una edad avanzada para la época, cuarenta años, edad en la que incluso en la actualidad la gestación se considera de riesgo. Durante el parto, su último hijo muere dentro de su útero sin llegar nunca a nacer -o puede que ya hubiera muerto los meses precedentes durante la gestación- y, en consecuencia, la madre también muere.

[Heu q]uamquam las[si cunctuamur]
sca[lpere versus]
utpote qui [maesto funere con]-
[ficimur] idcircoque [omni luctus renovatur in]
ictu
audemus tamen haec [edere cum]
gemitu
ex iu[---]
[------]
[---g]e[n]itam
[huic placidam requiem tri]buat deus onmi-
[pote]ns rex
[insontique animae s]it bene post obitum
[multa tulit nimis adversi]s incommoda rebus
[infelix misero e]st fine perempta quoq(ue)
[quadraginta a]nnos postquam trans-
[egit in aevo]
[fu]nesto gravis heu triste puerperio
nequivit miserum partu depromete fetu(m)
hausta qui nondum luce peremptus abiit
adque ita tum geminas g[e]mino cum corpore
praeceps
letum ferali [transtu]lit hora an[imas]
at nos maerentes coniux natique
generque
carmen cum lacrim[is] hoc tib[i condidimus]

"¡Ay de nosotros! A pesar de que, exhaustos, dudamos de inscribir estos versos (pues, como nos ha conmovido este triste funeral, nuestra tristeza se renueva con cada golpe [¿de cincel?], todavía nos atrevemos a hacer público nuestro dolor, junto con nuestro lamento... [faltan varias palabras]... hija".
 "¡Qué Dios, rey todopoderoso, la conceda un descanso tranquilo, y esté bien dispuesto hacia su alma inocente tras su muerte!" 
"Desdichada, tuvo muchos inconvenientes en un mundo excesivamente duro, y murió también de una miserable muerte después de haber sobrevivido cuarenta años de su vida. Cuando estaba embarazada, ¡ay de nosotros! ¡la tristeza!, en un parto calamitoso fue incapaz de dar a luz, al dar a luz a su desdichada descendencia, quién se marchó, muerto, incluso antes de nacer, y así su muerte precipitó en una hora fúnebre dos almas en un solo cuerpo."
"Pero nosotros, su marido, sus hijos y su yerno, le entregamos este poema de luto junto a nuestras lágrimas"

Lo peor es lo que no nos cuenta la inscripción: en tales casos, en que el bebé fallece antes o durante el parto, el procedimiento médico a seguir era extraer el feto del interior del cuerpo de la madre cortándolo en pequeños pedazos que facilitaran su extirpación, para lo cual el cirujano contaba con forceps, espéculos tijeras y un gran número de cuchillas de diverso tamaño y forma. La decisión sobre llevar a cabo o no esta "operación" debía de tomarla el padre, quién debía por tanto elegir entre permitir que desmembraran a su hijo con la ténue esperanza de salvar a su esposa o bien dejar morir a ambos. En caso de elegir la primera opción, y en un momento en que no existían analgésicos, sedantes o calmantes, podemos imaginar el sufrimiento tanto psicológico como sobre todo físico que se causaba a la madre y la facilidad con la que se producían infecciones y hemorragias. Así pues, no es de extrañar que la familia de la fallecida en su inscripción funeraria calificara el parto como "calamitoso", su muerte como "miserable" y la desearan un "descanso tranquilo"

Por desgracia, la muerte de nuestra desconocida no fue el único caso de una mujer muerta durante el parto, si no que por toda la epigrafía del Imperio hallamos numerosos ejemplos. Como ya hice en la anterior entrada, En memoria del amigo más fiel, dedicada a los perros, aquí os dejo otros epitafios:

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También de Salona, en la provincia romana de Dalmatia (actual Solin, en la moderna Croacia), procede CIL III 2267, datada en el s. III


D(is) M(anibus)
Candidae coniugi bene me-
renti ann(orum) p(lus) m(inus) XXX qu(a)e me-
cum vixit ann(os) p(lus) m(inus) VII
qu(a)e est cruciata ut pari-
ret diebus IIII et non pe-
perit et est ita vita fu-
ncta Iustus conservus p(osuit)


"A los dioses Manes de Cándida, mi esposa benemérita, de más o menos treinta años, que vivió conmigo más o menos 7 años. Fue torturada por cuatro días de parto y no llegó a dar a luz. Así murió. Iustus, su compañero esclavó, colocó (esta lápida)"

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Nos trasladamos ahora a Sarnum, en la región de Latium et Campania, en la actual Italia, para leer CIL X 1112. Fue dedicada a Orestila, por su marido Evodio, quién menciona que lo hace en contra de lo prometido a los dioses en caso de no responder a sus oraciones (contra votum)

Felix Orestila qu(a)e
feliciter Crispino Evodio
nupsit puerperio vix
educta infeliciter obiit 
maritus pientiss(imus) ucsori s(uo)
b(ene) m(erenti) fecit
contra votum

"Afortunada Orestila que, en virtud de la buena suerte, estuvo casada con Crispino Evodio, murió por desgracia apenas salió del parto. Su marido piadosísimo dedica (esta lápida) a su esposa que bien lo merecía, a pesar de que sus oraciones no fueron contestadas"

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Otra inscripción de la región de Latium et Campania, pero esta vez procedente de Tusculum, es CIL X 2737

Rhanidi Sulpiciae l(ibertae)
delicio
nata brevi spatio, partu subiecta nec ante
testatur busto tristia fata Rhans
namque bis octonos nondum compleverat annos
et rapta est vitae, rapta puerperio
parentis tumulus duo funera corpore in uno
exequias geminas nunc cinis unus habet


"Para Rhanis, liberta de Sulpicia, nuestra delicio. Nacida hace poco tiempo, no acostumbrada a dar a luz antes, Rhanis da testimonio de un triste destino en su pira. Cuando aún no había completado dieciséis años, le fue arrebatada la vida en el parto. Esta tumba contiene dos almas en un solo cuerpo, esta pila alberga los restos y cenizas de dos personas"

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De nuevo viajamos, ahora a Ankara, en la provincia de Galatia (la actual Ancyra, en la moderna Turquía) para presentar nuestros respetos a CIL X 272, quién, al contrario que Rhanis, ni siquiera llegó a cumplir los dieciséis años.

D(is) M(anibus) (sa)c(rum)
Aeturniae Zotic(a)e
Annius Flavianus
dec(urialis) lictor Fufid(i)
Pollionis leg(ati) Gal(atiae)
coniugi b(ene) m(erenti) vixit
ann(is) XV mens(ibus) V
dieb(us) XVIII quae
   partu primo post 
diem XVI relicto
filio decessit


"A los dioses Manes de Aeturnia Zotica. Annio Flaviano, lictor de la decuria de Fufidio Pollio, legado de Galatia, a su esposa que bien lo merecía, quién vivió quince años, cinco meses y dieciocho días, y que murió dieciséis días después de su primer parto, dejando a su hijo atrás"

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De Mauritania Caesarensis, en concreto de Satafis (actual Ain el Kébira), procede CIL VIII 20288

D(is) M(anibus) s(acrum)
Rusticeia
Matrona
v(ixit) a(nnos) XXV
causa meae mortis partus fatu[mque malignum]
set tu desine flere mihi kariss[ime coniux]
[et] fil(ii) nostri serva com[munis amorem]
[--- ad caeli] transivit spi[ritus astra]
[---] maritae [---]

"Consagrado a los dioses Manes de Rusticeia, matrona, quién vivió 25 años. La causa de mi muerte fueron un parto y el destino rencoroso. Pero deja de llorar por mí, mi amadísimo marido, y presta atención al amor de nuestro mutuo hijo. Mi alma se ha ido a las estrellas en el cielo [faltan varias palabras, habiéndose conservado sólo "esposa"] "

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De Roma procede un nuevo poema funerario, CIL VI 28753, bastante curioso. En primer lugar, el nombre de la fallecida, Veturia Grata, no se halla en ninguna parte del texto, sino que puede formarse a partir de las primeras letras de cada línea, lo que no deja de ser un recurso muy ingenioso que nos hace pensar que el autor estaba más preocupado por la belleza del texto que por el dolor de la pérdida. Asi mismo, las dos primeras líneas pueden resultar en principio confusas ("Quizás sentarse ahora y descansar; ya que está a punto de hacer su viaje..."), hasta que se recuerda que las necrópolis romanas se ubican a lo largo de las principales vías de acceso a las ciudades; así pues, el autor se está dirigiendo a los posibles viadantes que se pararan ante el sepulcro, rogándoles lean la inscripción. Al contrario que los anteriores epitafios, Grata no murió durante el parto, sino en su octavo mes de embarazo, por causas que no se especifican



Vel nunc morando resta qui perges iter
Etiam dolentis casus adversos lege
Trebius Basileus coniux quae scripsi dolens
Vt scire possis infra scripta pectoris
Rerum bonarum (!) fuit haec ornata suis
Innocua simplex quae numquam serbabit dolum
Annos quae vixit XXI et mensibus VII
Genuitque ex me tres natos quos reliquit parbulos
Repleta quartum utero mense octavo obit
Attonitus capita nunc versorum inspice
Titulum merentis oro perlegas libens
Agnosces nomen coniugis Gratae meae

"Quizás sentarse ahora y descansar; ya que está a punto de hacer su viaje, lea de los giros adversos del destino de alguien que está en el dolor. Yo, Trebius Basileus, he escrito esto en el dolor, para que pueden aprender de los escrito abajo directamente desde mi corazón. Ella fue decorada con los dones de la bondad, la simplicidad y la inocencia, nunca planeó ningún engaño. Vivió 21 años y siete meses y dio a luz a tres hijos míos, que ahora deja atrás. Murió, con su útero de nuevo lleno por cuarta vez, en el octavo mes (de embarazo). Atónito contempla ahora el inicio de estas líneas, lee de buena gana, te lo pido, la inscripción de quién se lo merece; así aprenderás el nombre de mi amada esposa"

lunes, 14 de noviembre de 2016

En memoria del amigo más fiel

En un oscuro rincón de la pequeña iglesia de Santa Marina, en Amalfi (Salerno, Italia), se conserva una inscripción fragmentaria, tan sólo la esquina superior derecha (38 x 28 x 5 cm) de lo que debió ser, en el s. II d.C., una hermosa lápida de mármol blanco. Hoy hablamos de CIL X 659, dedicada a Patrice, muerto con 15 años. Podríamos creer que, como la pequeña niña Junia Prócula  -ver artículo anterior La maldición tras el epitafio-, Patrice murió muy joven, demasiado joven, pero, en realidad, era ya bastante viejo y había sin duda tenido una vida feliz y plena... porque Patrice no era un ser humano. Era simplemente un perro, "un buen perro", como lo califica su amo en la inscripción funeraria que le dedicara. Como nos recuerdan, entre otros, los coloridos mosaicos localizados en el umbral de entrada de las mansiones de Pompeya, con el conocido Cave Canem- "cuidado con el perro"-, la presencia de estos animales domésticos era relativamente frecuente en los hogares romanos. Pero no eran solamente guardianes y protectores, sino un miembro más de la familia, uno muy amado, y, a su muerte, eran llorados como a un fiel amigo. Sin duda, todos los que alguna vez hemos tenido un perro, podremos recordarlo en estas palabras y comprender sin problemas todo el dolor oculto detrás de cada uno de las líneas

Portavi lacrimis madidus te nostra catella
quod feci lustris laetior ante tribus
ergo mihi, Patrice, iam non dabis osculla mille
nec poteris collo grata cubare meo
tristis marmorea posui te sede merentem
et iunxi semper manib(us) ipse meis
morib(us) argutis hominem simulare paratam
perdidimus quales, hei mihi, delicias
tu dulcis, Patrice, nostras attingere mensas
consueras, gremio poscere blanda cibos
lambere tu calicem lingua rapiente solebas
quem tibi saepe meae sustinuere manus
accipere et lassum cauda gaudente frequenter

"Te he portado en mis brazos con lágrimas, nuestro pequeño perro, como en circunstancias más felices te llevé desde hace quince años. Pero ahora, Patrice, ya no me darás mil besos, ni serás capaz de echarte afectuosamente alrededor de mi cuello. Tu eras un buen perro, y con enorme pena he puesto para ti esta tumba de mármol, y te uniré para siempre a mí mismo cuando muera. Te acostumbraste fácilmente a un humano con tus hábitos inteligentes. ¡Ay, que animal doméstico hemos perdido! Tu, dulce Patrice, tenías la costumbre de unirte a la mesa y pedirnos dulcemente comida en nuestro regazo, estabas acostumbrado a lamer con tu lengua la copa que mis manos sostenían para ti y acoger con regularidad a tu cansado amo con meneos de tu cola... "

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No se trata de un caso aislado. Por todo el territorio del antiguo Imperio romano, hallamos numerosos ejemplos de la añoranza de los romanos por sus amigos de casi toda una vida. Aquí os dejo algunos casos representativos.

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El primer ejemplo sería AE 1994, 348. Hallado en la década de 1980 en Gallicano nel Lazio (Roma), una pequeña colina cerca de la iglesia de S.Rocco, mide 43 x 38,50 x 30 cm., fue elaborado en mármol y data del s. II d.C. aproximadamente.

Aeolidis tumulum festivae
cerne catellae
quam dolui inmodice
raptam mihi praepete
fato

"He aquí la tumba de Aeolis, la pequeña perra alegre, cuya pérdida por un destino fugaz me dolió más allá de toda medida"

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AE 1994, 699 fue hallado también en Italia, en concreto en Oderzo (Treviso, en la región del Véneto), en cuyo Museo Civico Archeologico se conserva en la actualidad. Datado en el siglo III d.C., no conocemos más características físicas del epitafio y por desgracia no hemos podido encontrar tampoco ninguna foto, así que os incluimos aquí la imagen de otra inscripción dedicada igualmente al amigo más fiel del hombre, en este caso Aminnaracus, quién un día recorrió las calles de la propia ciudad de Roma (CIL VI 29895)

Hac in sede iacet post reddita fata catellus (!)
corpus et eiusdem dulcia mella tegunt
nomine Fuscus erat, ter senos apstulit annos
membraque vix poterat iam sua ferre senex
[---] verit [---]

"En este lugar yace un pequeño perro después de una vida plena, y dulce miel cubre su cuerpo (¿para preservarlo?). Su nombre era Fuscus y tenía dieciocho años. Ya apenas podía mover sus miembros en la vejez..."

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De nuevo de Italia, ahora de Recina, en la región de Piceno, encontramos CIL IX 6785, conservada en la Biblioteca Comunale de Macerata. Datada en el s. II d.C. se encuentra en la actualidad en bastante mal estado, sin duda por alguna reutilización posterior 

Raeda[r]um custos
numquam latravit
inepte nunc
silet et cineres
vindicat um-
bra suos

"Este portero no ladró nunca inadecuadamente. Ahora él está en silencio y su sombra protege sus cenizas"

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De Auch, en Aquitania, procede CIL XIII 488, dedicada a un perro llamado Myia ("Mosquito")

Quam dulcis fuit ista quam benigna
quae cum viveret in sinu iacebat
somni conscia semper et cubilis
o factum male Myia quod peristi
latrares modo si quis adcubaret
rivalis dominae licentiosa
o factum male Myia quod peristi
altum iam tenet insciam sepulcrum
nec sevire potes nec insilire
nec blandis mihi morsib(us) renides

"¡Que dulce y amable eras! Mientras estaba viva solía acostarse en mi regazo, siempre compartiendo sueño y cama. ¡Qué pena, Myia, que hayas muerto! Sólo ladraba si algún enemigo se tomaba la libertad de mentir a su amo. ¡Qué pena, Myia, que hayas muerto! Las profundidades de la tumba ahora te protegen, aunque no sabes nada al respecto. No puedes correr salvaje ni saltar sobre mí, y no desnudas los dientes con mordisquitos que no duelen"

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En recuerdo de mi pequeña y cariñosa Hima,
que este mes de noviembre debería haber cumplido 14 años. 
Aún sigo esperando que asome tu hocico cuando abro la puerta




viernes, 4 de noviembre de 2016

La maldición tras el epitafio


Tras los epitafios de Allia Potestas, (quizás el único caso documentado en la antigüedad de poliandria o matrimonio de una mujer con dos hombres), y de Luceia Optata (en que Terentius Nicomedes recriminaba a su esposa fallecida todas las malas acciones cometidas en su vida), hoy os traigo la que es sin duda una de las inscripciones más interesantes y singulares de cuantas he visto en estos últimos años de máster y doctorado. Se trata de CIL VI 20905. Con unas dimensiones de 102 x 63 x 51 cm, y tallada en un mármol de muy buena calidad, la inscripción fue hallada en Roma en circunstancias desconocidas y en fecha indeterminada, pudiendo verse en la actualidad en la Galleria degli Uffizi, de Florencia, con el número de inventario 950. Datada entre los años 75 y 100 d.C gracias al peinado de la fallecida -que presenta el típico cardado con tirabuzones de moda durante la dinastía Flavia-, tiene un programa iconográfico complejo y de muy difícil interpretación.

Además del retrato de la fallecida, en la parte superior de la cara anterior, presenta elementos decorativos comunes a otros epígrafes funerarios -como las guirnaldas de flores o la pátera y el urceus en sus laterales-, así como elementos propios, tales como cabezas de sátiros en la parte anterior -aunque también podría tratarse de la deidad sincrética Zeus Ammón- y cabezas de carnero en la cara posterior, de cuyos cuernos cuelgan las guirnaldas florales; águilas imperiales en la cara anterior-quizás una nueva referencia a Júpiter-Zeus-, y esfinges en la cara posterior; y por último, diversas escenas de caza mitológicas, en las que participan desde pequeños cupidos a grifos, aunque también encontramos palomas, conejos y ciervos. Estas referencias a la cultura egipcia, como son Zeus-Ammón o las esfinges, han hecho que en ocasiones se atribuya un origen nilótico a la pequeña Junia Prócula, cuyo epitafio aquí reproducimos:


Dis Manibus
Iuniae M(arci f(iliae) Proculae vix(it) ann(os) VIII m(enses) XI d(ies) V miseros
patrem et matrem in luctu reliquid fecit M(arcus) Iuniu[s---?]
Euphrosynus sibi et [---] e tu sine filiae et parentium in u[no ossa]
requ(i)escant quidquid nobis feceris idem tibi speres mihi crede tu tibi testis [eris]



"A los dioses Manes de Iunia Procula, hija de Marco, que vivió ocho años, once meses y cinco días, dejando en luto a sus desventurados padre y madre. Lo hizo Marco Junio Euphrosynus para si y [---]. Dejad que los huesos de los padres y de la hija descansen siempre juntos. Aquello que has hecho por nosotros será también hecho para ti, créeme"

Sin embargo, lo más interesante de CIL VI 20905 se encuentra en realidad en su parte posterior. Únicamente excavada y sin pulir, los padres de la pequeña Junia Prócula no se preocuparon de esta parte del monumento en memoria de su hija, sin duda porque iba fijado a alguna pared; no obstante alguien, sin duda ajeno a la familia, reutilizó esta parte para escribir otra cosa muy distinta.


Hic stigmata aeterna Acte liberta scripta sunt vene-
nariae et perfidae dolosae duri pectoris clavom et restem
sparteam ut sibi collum alliget et picem candentem
pectus malum commurat suum manumissa grati(i)s
secuta adulterum patronum circumscripsit et
ministros ancilla et puerum lecto iacenti
patrono abduxit ut animo desponderet solus
relictus spoliatus senex e(t) Hymno feade(m) sti(g)m(a)ta
secutis
Zosimum


"Aquí tiene grabadas para siempre sus marcas de infamia la liberta Acte, bruja, pérfida, traidora, sin corazón: ¡clavo y cuerda para que se cuelgue, y pez candente para que queme su malvado corazón! Después de haber sido desinteresadamente manumitida, se fue con un amante, engañó a su patrono y, mientras éste yacía enfermo en su lecho, le robó sus sirvientes, unas esclava y un esclavo, de manera que el anciano murió solo, abandonado y desposeído. Tengan las mismas marcas de infamia Himno y quienes se fueron con Zósimo"

Para la mentalidad romana antigua, la pequeña Junia Prócula de ocho años, al haber muerto de forma tan prematura, era susceptible de transformarse en un espectro furioso y errante que permanecería para siempre en el mundo de los vivos con la única intención de atormentarlos; o lo que es lo mismo, se convertiría en parte de los lemures o larvas, muertos especialmente maléficos y dañinos entre los que se incluyen no solamente quienes han muerto demasiado pronto, sino también aquellos que han sido asesinados o no recibieron las honras fúnebres necesarias. Aunque sin duda los desventurados padres de Junia Prócula llevaron a cabo todos los rituales funerarios exigidos por la tradición para calmar el espíritu de su amada hija y permitirla descansar en paz, no era suficiente: la niña había muerto antes de la fecha fijada para ella por las Parcas y se incluiría entre los lemures y larvas hasta el día que había sido fijado por el destino para su muerte. Aquí es donde cobra sentido la inscripción de la parte posterior. Alguien, sin duda, quiso aprovecharse de esta trágica circunstancia e intentó valerse del espíritu atormentado de Junia Prócula como catalizador de la maldición contra la liberta Acte, y sus cómplices Himno y Zósimo, mediante la inclusión de la misma en la parte posterior del monumento funerario de la pequeña. Así pues, mediante este recurso, el desconocido causante de la inscripción en la parte posterior condenó al espíritu desgraciado de una niña de ocho años a perseguir y castigar a Acte, Himno y Zósimo durante el tiempo que durara su permanencia entre los lemures o larvas, antes de poder alcanzar por fin el descanso eterno.



lunes, 24 de octubre de 2016

¡¡Ahora también estamos en la radio!!

¡Al fin se desvela el secreto! Juan Ramón Ortega Aguilera, del blog Istopia Historia, nos entrevistó hace poco tiempo para su nuevo proyecto: un programa de radio semanal de Historia en la emisora local Radio Iznájar, el cual se emite todos los Martes a las 20:00 y los Miércoles a las 13:00. Tuvimos el enorme honor de formar parte del programa inaugural, donde hablamos, como no podía ser de otra forma, del culto a la diosa Vesta, de su fuego sagrado, y de nuestras amadísimas vestales, incluyendo a nuestras tres favoritas: Pinaria, la primera sacerdotisa en sufrir el castigo del entierro en vida por romper su voto de castidad; Aquilia Severa, quién se vio obligada a traicionar sus votos contrayendo matrimonio con el infame emperador Heliogábalo; y Celia Concordia, la última vestal, resignada a contemplar el cierre definitivo del templo. El programa se emitió los pasados días 11 y 12 de octubre, y por fortuna para aquellos que no pudieron escucharlo, se colgó a continuación en Ivoox para que podáis disfrutarlo cómo y cuándo queráis. Os recomiendo que os descarguéis el programa si no lo vais a escuchar en vuestro ordenador, porque a través del móvil o de otro dispositivo de pequeño formato puede quedarse "colgado" -no siempre pasa, pero ya sabéis, más vale prevenir que curar...-. Por lo demás, disculpad cualquier error a los nervios de la primera vez y tan solo desearos que disfrutéis tanto oyéndolo como yo grabándolo. ¡¡Sin más dilación, aquí lo tenéis!!: Istopia Historia nº1 (11-10-2016)

sábado, 15 de octubre de 2016

Fulvia y Marco Antonio

PRIMERA PARTE: Fulvia, ¿a la sombra de Clodio?
SEGUNDA PARTE: Fulvia y el prometedor Curio

Viuda por segunda vez, aún más rica, todavía más influyente, dueña desde hacia años de gran parte de las bandas callejeras de Roma y madre de al menos dos hijos -Clodia, con su primer marido, y Cayo Escribonio Curio, con el segundo-, Fulvia esperó algo más de tiempo que la vez anterior para casarse de nuevo. La guerra civil que enfrentaba a César y Pompeyo -ver nuestro artículo La Guerra Civil: César o Pompeyo-, y su propia situación personal, obligaban a actuar con suma cautela, y Fulvia se limitó a observar pacientemente desde la seguridad de su hogar en Roma el desarrollo caótico de los acontecimientos. Finalmente, vencedor César en la batalla de Farsalia y nombrado dictador ya en dos ocasiones por los restos de un Senado algo amedrentado, junto con el asesinato de Pompeyo Magno en Egipto -lo que dejó al partido senatorial descabezado y desmembrado, con únicamente dos focos de resistencia en Hispania y África-, todo parecía indicar que la balanza de la Fortuna se inclinaba a favor claramente del partido cesariano, y Fulvia no tardó mucho tiempo en casarse, en el año 47 a.C., con la figura más prominente dentro del mismo, sólo por detrás de César: Marco Antonio.

Perteneciente a una familia de origen plebeyo, Marco Antonio había nacido en Roma hacía el año 83 a.C. Su padre, Marco Antonio Crético, fue un político cuanto menos mediocre en el que todos los autores destacan su avaricia e incompetencia. Nombrado pretor en el 74 a.C. -la máxima magistratura que alcanzaría-, recibió la orden de limpiar el mar Mediterráneo de la amenaza de la piratería, como paso previo a apoyar sin riesgos las operaciones militares contra Mitrídates VI del Ponto; Crético no sólo fracasó, sino que además saqueó las provincias que se suponía debía proteger y en su ataque a los cretenses, aliados de los piratas, sufrió una gran derrota que le llevó a perder la mayoría de sus naves (Diodoro Sículo, 40, 1). Sólo él se salvó del desastre tas firmar un tratado por completo desfavorable para los intereses de Roma, lo que le valió el sobrenombre sarcástico de Creticus, o "vencedor de Creta". Su abuelo, en cambio, también del mismo nombre, fue uno de los oradores más destacados de su tiempo, ocupó el consulado y la censura, y recibió en 102 a.C., un triunfo naval. Fulvia y su tercer marido, por tanto, compartían un padre fracasado con una carrera política nula, cuando no vergonzosa, que les había valido un apodo ridículo y denigrante -ver articulo anterior Fulvia, ¿a la sombra de Clodio?-, hecho tan solo contrarrestado por la fama y gloria de su abuelo y antepasados. Sin embargo, no era lo único que ambos tenían en común: también en el caso de Marco Antonio, los errores e ineptitudes del padre eran compensados por la influencia, riqueza y conexiones familiares de la madre, y como Sempronia Graca para Fulvia, Julia Antonia fue el verdadero cauce del que partió la carrera política de su hijo. Prima carnal de Julio César, lo que convertía a Antonio en sobrino segundo del dictador, contrajo matrimonio a la muerte de su primer marido con Publio Cornelio Léntulo Sura, más tarde acusado de estar involucrado en la conspiración de Catilina -ver nuestro artículo La conjuración de Catilina- y ejecutado por ello por orden de Cicerón, lo que originó la enemistad permanente entre Antonio y el orador -otro punto en común con su nueva esposa, quién ya le guardaba odio por sus ataques contra su padre y su primer marido-.

Huérfano de padre hacia los once o doce años y privado de toda figura paterna con la ejecución de su padrastro a los veinte años, no es de extrañar quizás que Marco Antonio, cuyo carácter, ya de por sí, se asemejaba más al de su padre que al de su madre o su célebre abuelo, pasara su adolescencia y sus primeros años de edad adulta vagando por Roma en compañía de sus dos hermanos, Cayo y Lucio, y varios amigos, en una especie de vida rebelde en que se hizo frecuente su presencia en tabernas, casas de apuestas y prostíbulos. Plutarco, de hecho, en su Vida de Antonio, menciona el rumor de que ya antes de cumplir los veinte años de edad, Antonio ya estaba arruinado, debiendo aproximadamente 250 talentos (unos 6 millones de sestercios), que serían asumidos por su amigo Escribonio Curio, quien más tarde, curiosamente, se convertiría en segundo marido de Fulvia. A través de Curio, Marco Antonio entró además en contacto hacia el 59 a.C. con el círculo político de su primer marido, Publio Clodio Pulcro, y sus bandas callejeras, mostrando un rápido interés por ella. La pasión que su esposa despertaba en su nuevo amigo no pasó desapercibida para Clodio, y el asunto acabaría varios enfrentamientos entre ambos. Por fortuna, Antonio puso tierra de por medio, aunque no por que ya no se sintiera atraído por Fulvia, sino porque sus muchos acreedores le empujaron a huir a Grecia en 58 a.C. Allí, aprendería retórica en Atenas y pareció reconducir su vida, siendo convocado por Aulo Gabinio, procónsul de Siria, para participar en la campaña contra Aristóbulo de Judea y más tarde, en 55 a.C, también en la campaña de Egipto, ya como prefecto ecuestre, donde destacaría en la toma de Pelusio.

De regreso a Roma, la influencia de Curio y Clodio -quién sorprendentemente a pesar de la pasión que Antonio parecía sentir por su esposa nunca le negó su amistad- acercaron a Marco Antonio al círculo de su tío abuelo Julio César, quién, en 54 a.C., le concedió un mando militar en la Guerra de las Galias, donde destacó durante el doble asedio de Alesia. Su personalidad, sin embargo, no había cambiado y los conflictos a su alrededor eran más que frecuentes; el propio César reconocía que su conducta le irritaba enormemente, pero reconocía su genio militar. De ahí que le ayudará a obtener los cargos de cuestor (52 a.C.), augur (50 a.C.) -cargo que ocuparía hasta su muerte-, y tribuno de la plebe (49 a.C.). A cambio, Antonio permaneció leal a César cuando se desencadenó la guerra civil -ver nuestro artículo El primer triunvirato-, llegando a cruzar el río Rubicón a la derecha de su tío abuelo, y, en recompensa a su lealtad, fue nombrado por el nuevo dictador como su magister equitum y administrador de Roma e Italia en su ausencia, mientras combatía a los últimos focos de resistencia pompeyana. Un año más tarde, en 47 a.C. Marco Antonio conseguía por fin a la mujer que llevaba nada menos que doce años persiguiendo, y Fulvia encontraba un nuevo marido. Juntos, tendrían dos hijos: Marco Antonio Antilo (nacido el mismo año de su matrimonio) y Julo Antonio (nacido dos años más tarde)

Sin embargo, las habilidades como administrador de Antonio fueron bastante pobres en comparación con sus claras actitudes como militar. El uso tiránico que Antonio hizo de su nuevo cargo, así como sus excesos y extravagancias y los escándalos en los que se vio envuelto con su amante Cytheris, no tardaron en provocar numerosos disturbios, hasta el punto de que la ciudad se sumió en la anarquía más total y el Senado se vio obligado a declarar un nuevo estado de excepción, que Antonio convirtió en un auténtico régimen de terror, mientras que los veteranos del ejército de César, acantonados en Campania para la próxima campaña de África, se revelaban contra el magister equitum. El propio César se vería obligado a regresar a Italia para poder tranquilizar la situación, privando a Antonio de todas sus responsabilidades políticas, lo que generó un distanciamiento entre ambos que duraría dos años, si bien no fue constante. No podemos por menos que preguntarnos si Fulvia, que debió sentirse una especie de ama de Roma al casarse con Antonio, no se sintió decepcionada al darse cuenta de sus nulas habilidades en política y la situación desfavorable, para Roma y para ellos, que sus ahora obvias escasas aptitudes habían provocado. Si fue así, no lo demostró en ningún momento, si no que, en esta ocasión, y en otras aun peores que vendrían más tarde, siempre permaneció fiel a Antonio y a sus intereses, incluso cuando él acabó por olvidarla y traicionarla. Sin duda, la pasión que Fulvia sintió por su tercer marido fue más constante e intensa que la que él experimentó nunca por ella, si bien en un primer momento el afecto de Antonio por su nueva esposa fue claro y sincero, hasta el punto de renombrar la ciudad griega de Eunemia o Eunemeia como Fulvia en su honor, o acuñar moneda con su rostro para pagar a sus tropas -convirtiéndola en la primera mujer no mitológica en aparecer en las monedas romanas-.

A este respecto, Cicerón (Filípicas, II, 77) y Plutarco (Vida de Antonio, X, 5) recogen una anécdota sin duda reveladora. Marco Antonio había partido hacia Hispania con la intención de reunirse con César, por entonces ocupado en la campaña de Munda. Sin embargo, no termina el viaje y vuelve precipitadamente sin haber ni siquiera pasado más allá de Narbona. Sobre la manera en que entra en Roma, Cicerón refiere:

            “Llegando sobre la décima hora a las Rocas Rojas entra en posada y, ocultándose de las miradas, no deja de beber hasta bien entrada la noche. Después, tras ser llevado, de forma repentinamente, a Roma en un carro, llega a su casa con la cabeza cubierta. El portero le dice: “Y tú.. ¿quién eres?”; Antonio: “Un correo de Marco Antonio”. Tras esto, es introducido con enorme celeridad dentro de su morada a la que él ha ido a ver-es decir, su esposa Fulvia- y le da una carta. Ella la lee anegada en lágrimas, pues su tono es enternecedor; en concreto esta carta la decía que, desde el mismo instante, Antonio cortaba sus relaciones con la comediante -su amante Cytheris- y le retiraba su afecto, en beneficio de su mujer. Cuanto ésta comenzó a llorar aún más fuerte, este hombre tan sensible no pudo contenerse. Descubrió su rostro y se lanzó para besar el cuello de su esposa”

Para Cicerón, tanto un hecho -el abandono del deber para con la comunidad por un único individuo, aunque éste fuera su esposa-, como otro -el sentimiento amoroso por la cónyuge- son censurables y criticables, como clara prueba de debilidad moral y de carácter; de ahí que el famoso incluya esa anécdota en sus Filípicas, una dura y agresiva invectiva contra Antonio, y use contra él cierta mordaz ironía (“tono enternecedor”, “este hombre tan sensible”), que, sin duda, buscaba provocar risa y burla. Esto no evita, no obstante, que se pueda apreciar el amor romántico que Antonio y Fulvia sentían él uno por el otro al inicio de su matrimonio.


Imágenes: Retrato de Marco Antonio, "Promise of Spring de Alma-Tadema", y moneda acuñada en Eumea con el rostro de Fulvia

viernes, 12 de agosto de 2016

Fulvia y el prometedor Curio

PRIMERA PARTE: Fulvia, ¿a la sombra de Clodio?

La turba enfurecida que se hizo con el cuerpo de Clodio para incendiarlo en el mismo foro y prender a continuación fuego a la Curia no fue sino el preludio de lo que vendría después. Roma se sumió en el caos más absoluto y la violencia se apoderó de las calles. El Senado se vio obligado finalmente a decretar el estado de excepción mediante un senatusconsultum ultimum por el que Pompeyo, en su calidad de procónsul, fue nombrado cónsul único -lo que es una muestra clara de la anormalidad de la situación-, recibiendo como tal poderes para reclutar tropas en Italia con el único fin de restablecer el orden, lo que lograría en apenas en mes -ver nuestro artículo anterior El primer triunvirato-. Pompeyo, además, promovería una amplia legislación en la que atendió, sobre todo, a frenar la causa de los desórdenes recientes, es decir, los métodos anticonstitucionales de lucha electoral en los que Clodio había destacado tanto, mediante la promulgación de leyes contra la corrupción y la violencia. Tomó también medidas para atajar los motivos de la corrupción electoral: la carrera por las magistraturas y el enriquecimiento que su ejercicio posibilitaba. Entre otras cláusulas, establecía que el gobierno de una provincia sólo podía ser ejercido por ex cónsules y ex pretores durante los cinco siguientes años a la finalización del cargo. Esta cuestión perjudicaba claramente a César, pues en pocas semanas -en concreto, el 1 de marzo del año 50 -finalizaba su mando en las Galias y, gracias a la nueva legislación de Pompeyo, corría el peligro de ser destituido e, incluso, juzgado. Entre una más que posible condena y el exilio, César escogió la rebelión, desatando una nueva guerra civil -ver nuestro artículo anterior La Guerra Civil: César o Pompeyo-

Mientras, Fulvia no había permanecido inactiva. Viuda, rica, bastante influyente, querida por la plebe, idolatrada por la factio popular del Senado y dueña absoluta de las bandas callejeras de Clodio, era obvio que no tardaría mucho en situarse nuevamente en la escena política mediante un nuevo matrimonio con algún otro político emergente, y así fue. Al año siguiente al asesinato de su primer marido, Fulvia estaba nuevamente casada, esta vez con Cayo Escribonio Curio. Buen amigo de Clodio y de Marco Antonio, Curio sin embargo se había alistado desde el principio de su cursus honorum en las filas de la factio optimate conservadora del Senado, hasta el punto de intercambiar correspondencia con Cicerón -quién veía en él un claro defensor de las ideas más tradicionales de la política y la moral romana y le consideraba una de las grandes esperanzas de la factio-, y destacar por sus ataques encarnizados contra César, uno de los líderes de la factio popular. Con semejantes ideales y relaciones, cuesta entender porque Fulvia se interesaría por alguien como Curio, y porque Curio se interesaría en alguien como Fulvia. Sin duda, la influencia, riqueza y conexiones de ella debieron de pesar en la elección de él, y la prometedora carrera de él en la decisión de ella: destacado enemigo del triunvirato, pretor en 54 a.C., procuestor de Asia en 53 a.C., y pontífice el mismo año de su boda con Fulvia -51 a.C.-, Curio parecía destinado al éxito.... y Fulvia no tardaría mucho en ayudarle a lograrlo.

Al estallar la guerra civil, todo parecía indicar que Curio, quién se había mostrado siempre como "un furibundo anticesariano" (Aulo Hircio, libro VIII, cap.52.4) y había sido el único en plantar cara a César durante su consulado, permanecería por entero fiel a la factio optimate, por lo que Pompeyo le nombró tribuno. No obstante, apenas hubo César demostrado sus posibles intenciones, Curio cambió de bando. El cambio está documentado en las cartas entre Cicerón, entonces en Laodicea, y su protegido Marco Celio Rufo, quién será el que le dé la noticia en mayo (Cicerón, A los amigos, 8.6). Tradicionalmente se ha considerado que la decisión de Curio estaba motivada porque César, quién había obtenido considerables riquezas durante la Guerra de las Galias, había pagado las muchas deudas de un derrochador Curio (Casio Dio, XL, 30), pero ¿por qué Curio recurriría a la caridad de César cuando contaba con las enormes riquezas de su nueva esposa? Sin duda, fue Fulvia quién convenció a su nuevo marido de las ventajas de abandonar la factio optimate, liderada por Pompeyo, por la factio popular, encabezada por César, a la que ella siempre se había mostrado tan adepta. Curio además, como otros jóvenes aristócratas del momento, debió considerar a César no solo como la apuesta más segura, sino también como un medio para lograr un rápido ascenso.

Curio tuvo la suficiente habilidad para que el cambio no fuese totalmente descarado, de manera que se esforzó por dar una imagen de neutralidad en el conflicto, dejando paulatinamente de lado sus ataques contra César. Finalmente, para marcar la ruptura entre él y el partido pompeyano, propuso algunas leyes que sabía que no podrían ser llevadas a cabo. Al rechazar sus planes, le dieron la excusa que necesitaba para abandonar a sus antiguos aliados, por lo que no dudó en vetar, en calidad de tribuno, la posible destitución de César, propuesta en marzo del 50 a.C. Con todo, Curio sería uno de los últimos políticos en pedir a César y Pompeyo una reconciliación, así como que ambos, y no sólo César, destituyeran de sus mandos al frente de sus respectivas legiones. Semejante propuesta le hizo temer por su seguridad, por lo que marchó a Rávena, donde se reuniría con César, acampado con la Legio XIII, y le instaría a avanzar inmediatamente hacia Roma. César se negó, confiado aún en un fin pacífico al conflicto; no obstante, éste no podía tardar mucho en estallar. La carta que llevó Curio al Senado de parte de César, poco después del acceso de Marco Antonio al tribunado de la plebe, en que afirmaba que si Pompeyo conservaba su mando él no abandonaría el suyo, sino que iría rápido y vengaría los errores, fue considerada una declaración de guerra. Metelo Escipión, suegro de Pompeyo, no tardaría en proponer la declaración de enemigo público para César. Sólo Curio y Marco Celio Rufo se opusieron a ello, y Antonio, como tribuno, vetó la moción. La consecuencia inmediata fue la disolución del Senado ante la oposición de los cónsules al veto. Poco después, César fue depuesto y Pompeyo declarado protector de Roma. Los tribunos Casio y Marco Antonio, junto con Curio, huyeron de inmediato junto a César, otorgándole a éste la excusa perfecta para convencer a sus legiones de un golpe de Estado y de la necesidad de que él, César, reinstaurara la República con su ayuda.

A partir de ese momento, Curio pasó a actuar directamente a las órdenes de César, encargándose en un primer momento de reunir las tropas estacionadas en Umbría y Etruria. Con las tres cohortes acantonadas en Rimini y Pisauro bajo su mando, Curio recuperó Iguvio para César, lo que le valió su nombramiento como propretor de Sicilia y África. Marcharía de inmediato a Sicilia para sustituir en el mando al pompeyano Catón, cuyas fuerzas aplastaría rápidamente, obligándole a pasar a África. César envió entonces a Curio a África con el fin de detener al rey Juba I de Numidia, partidario de Pompeyo, y al general pompeyano Publio Atio Varo; para ello, le otorgó el mando de dos legiones, doce barcos de guerra y varios barcos de carga. Llegado a Útica, puso en fuga a un cuerpo de la caballería númida y alcanzó el éxito contra Atio Varo en la batalla de Útica, lo que le valió que sus tropas le saludaran como Imperator. Fulvia, sin duda, al conocer la noticia, debió creer sus ambiciones colmadas. Sin embargo, su alegría no duró mucho: la deserción minó poco a poco las fuerzas de Curio y su marido cayó en una trampa tendida para él por el rey Juba en las cercanías del río Bagradas. Derrotado, no tuvo más remedio que retirarse a una zona alta, acosado por la fatiga, el calor y la sed. El enemigo cruzó el río y Curio guió su ejército abajo, hacia la llanura. La caballería númida no tardó en rodearle. Gneo Domicio, prefecto de su caballería, instó a Curio a salvarse mediante una huida rápida al campamento, pero Curio se negó, alegando que no podría mirar a César a la cara si perdía el ejército que éste le confiara. Así, luchó junto a su ejército hasta la muerte (Cesar, Guerra Civil, libro II, cap. XLII). Su cabeza fue cortada y llevada al rey Juba (Apiano, Guerras Civiles, Libro II, cap.46)

Fulvia quedaba viuda de nuevo en 49 d.C. después de apenas dos años de matrimonio y un hijo en común de mismo nombre que su padre, Cayo Escribonio Curio -a quién Augusto ordenará ejecutar tras la victoria en Actium-. Más rica aún que antes de su segunda boda, Fulvia no tardaría en cotizarse de nuevo entre los cesarianos y populares, y esta vez, elegiría con mucho cuidado. Con su tercer marido, la carrera política de Fulvia alcanzaría por fin su punto álgido.


Fotografías: Retratos de Gneo Pompeyo Magno, Cayo Julio César y Juba I de Numidia

martes, 2 de agosto de 2016

Fulvia ¿a la sombra de Clodio?

Denostada por los historiadores de su época y olvidada por la posteridad, la imagen de Fulvia, tercera esposa de Marco Antonio, de quién Veleyo Patérculo (I, 74, 2) llegó a afirmar que "no tenía de mujer más que su sexo", fue construida en la literatura augústea por oposición a Octavia, cuarta esposa de Marco Antonio y hermana del propio Augusto, presentada en la propaganda y en la política moral del Principado, junto a su cuñada Livia, como la encarnación viviente de los mejores y más puros ideales de matrona romana  -ver nuestro artículo El arquetipo de esposa romana según la literatura latina-. Los diversos autores al servicio del régimen imperial elaboraron en sus escritos la contraposición Octavia/Fulvia, dos imágenes de la mujer romana incompatibles y mutuamente excluyentes, reflejo de dos realidades distintas y contemporáneas definidas mediante su completa y absoluta oposición a la contraria, sin que existiera una mínima posibilidad de un término medio entre ambas, un punto de unión o un nexo en común. De acuerdo con este deliberado sistema de opuestos, para que las virtudes de Octavia resultaran aún más extraordinarias y la distinguieran de la totalidad de las matronas, sirviendo de esta forma de ejemplo edificante para las mismas, la imagen de Fulvia hubo de adaptarse a todos y cada uno de los estereotipos negativos existentes sobre la mujer. Se convirtió, tras su muerte, en la manifestación tangible de la llamada impotentia muliebris: una mujer incapaz de controlarse, carente de todo sentido de la medida, desprovista de toda virtud, privada de la razón y dominada por entero por las pasiones; una mujer, en definitiva, débil moralmente e inclinada siempre hacia el mal, cuya naturaleza "incivilizada", similar a la de bárbaros y bacantes, no pudo ser sometida ante la ausencia de un padre o de un marido con auténtica autoridad -ver nuestro artículo Vicios y defectos de la mujer romana en la literatura latina: la "impotentia muliebris"-.

Sin embargo, ¿QUIÉN FUE REALMENTE FULVIA?

Nacida como Fulvia Flacca Bambalia a finales de la década de los 80 o inicios de la década de los 70 del siglo I a.C., era la única descendiente de Marco Fulvio Flacco Bambalio y Sempronia Graca. Aunque procedente de familia plebeya, contaba con varios cónsules entre sus antepasados. Su propio abuelo, Marco Fulvio Flaco, había ocupado la máxima magistratura en 125 a.C., siendo conocido por su apoyo incondicional a Tiberio y Cayo Sempronio Graco -ver nuestro artículo Las reformas de los hermanos Graco-. Su padre, no obstante, nunca destacó en el Senado debido a su tartamudez o como mínimo cierta vacilación al hablar, un defecto que provocaría que Cicerón le apodara "Bambalio", del griego bambulein ("tartamudez"); ello generó en la pequeña Fulvia cierto odio hacia el orador que no haría más que incrementarse con el paso de los años y los hechos posteriores. Por parte de su madre, Sempronia, era nieta de Cayo Graco, sobrino-nieta de Tiberio Graco, descendiente de la gens Licinia y la gens Claudia, del gran Publio Cornelio Escipión Africano y del general Lucio Emilio Paulo Macedónico. Gozaba Fulvia, por lo tanto, de una célebre, reputada e idolatrada ascendencia, de estupendas conexiones familiares con los más prominentes y antiguos linajes de la aristocracia romana, además del cariño incondicional de la plebe y el favor perpetuo de la factio popular del Senado -ver nuestro artículo Cayo Mario y los populares-, en su calidad de última descendiente viva de los hermanos Graco, los cuales habían alcanzado ya, para estos grupos, la categoría de héroes y mártires por la causa. A esta influencia y prestigio evidentes se añadiría, en el año 63 a.C. con la muerte de su madre, la enorme fortuna de los Graco. Todo ello convirtió a Fulvia en un partido muy solicitado y no pasó mucho tiempo antes de contraer su primer matrimonio, con Publio Clodio Pulcro

Perteneciente a la rica familia patricia de los Claudii Pulchrii, su marido había adoptado la pronunciación en latín vulgar de su nomen, Clodius, en un intento de ganarse a las clases bajas y de acercarse a la factio popular del Senado. Su carrera política, sin embargo, había comenzado de forma bastante mediocre. Había luchado a las órdenes de su cuñado Lucio Licinio Lúculo en la Tercera Guerra Mitridática contra Mitrídates VI del Ponto hasta que, considerándose tratado con poco respeto, instigó una revuelta entre los soldados. Otro cuñado, Quinto Marcio Rex, gobernador de Cilicia, le otorgaría el mando de su flota, hasta que acabó siendo capturado por los piratas. Tras su liberación marchó a Siria, donde estuvo a punto de perder la vida en un motín del que posiblemente fuera instigador. A su regreso a Roma en 65 a.C., procesó a Catilina por extorsión, pero sobornado por éste, le obtuvo la absolución -ver nuestro artículo La conjuración de Catilina-. En diciembre del año 62 a.C., menos de un año después de su boda con Fulvia, Clodio estaría también implicado en el gran escándalo de los Misterios de Bona Dea, en los que vestido como mujer -puesto que estaba prohibida la presencia de los hombres- entró en la Regia, hogar de Julio César en su calidad de pontifex maximus y lugar de la celebración de los misterios, con la intención, al parecer, de encontrarse en secreto con Pompeya Sila, esposa de César. Fue descubierto por una esclava y llevado rápidamente a juicio, pero evitaría la condena sobornando al jurado (Cicerón, Cartas a Ático, 1, 16). Las violentas declaraciones públicas que hiciera Cicerón contra él durante su juicio originaron en Clodio el enconado odio que sentiría el resto de su vida hacia el orador, y no hicieron más que reafirmar y acrecentar el rencor que Fulvia ya sintiera hacia él desde la infancia.

No obstante, a partir del año 61 a.C., todo comenzó a cambiar y la carrera hasta entonces mediocre de Clodio de repente inició un ascenso imparable. A su regreso de Sicilia, donde había sido designado cuestor, Clodio renunció a su rango patricial. Tras lograr el consentimiento del Senado fue adoptado por un tal Publio Fonteyo, miembro de una rama plebeya de su propia familia en 59 a.C. De esta forma, pudo optar y conseguir el cargo de tribuno de la plebe, al que no hubiera podido acceder siendo patricio. Con el apoyo de César, Pompeyo y Craso, que sin duda le consideraban un simple instrumento de sus intereses -ver nuestro artículo El primer triunvirato-, su primera acción como tribuno fue llevar a cabo una serie de leyes para ganarse el apoyo popular: distribuyó grano de forma gratuita durante un mes, aprobó medidas para aumentar el poder de las asambleas populares, prohibió a los censores excluir a cualquier ciudadano para el Senado, y a los senadores infligir cualquier castigo a un sospechoso hasta que hubiera sido acusado públicamente y condenado -lo que llevó a Cicerón al exilio-, y, sobre todo, restableció los collegia, en los que basaría su poder.  Se trataba de bandas armadas, dirigidas por un cabecilla, que, bajo la máscara de asociaciones de carácter religioso, profesional o político, ofrecían sus servicios para controlar las reuniones políticas o provocar disturbios en las asambleas, o en la calle, con el único objetivo de controlar la política mediante la coerción, la violencia y el miedo; ello refleja claramente el deterioro de la política interior romana y la creciente importancia de las masas. Los collegia habían sido prohibidos en el año 64, pero Clodio no sólo aprobó la ley que condujo a su restablecimiento, sino que además se convirtió en el organizador de los mismos, a los que distribuyó armas y dotó de un sistema paramilitar. Así pues, mientras los miembros del triunvirato consideraban a Clodio un medio para lograr sus fines desde el tribunado de la plebe, Clodio utilizaba su magistratura para crearse un poder personal e independiente de los triunviros, mediante la manipulación de la plebe.

La marcha de César a las Galias, convirtió a Clodio en el dueño absoluto de Roma. No contento con su nueva situación y buscando quizás minar los cimientos del primer triunvirato, como paso previo para aumentar aún más su propio poder, Clodio enfrentó a Craso y Pompeyo en ausencia de César y atacó la imagen pública de este último. Para defenderse de Clodio y intentar restablecer su autoridad y popularidad, bastante minadas por su asociación con César y Craso, Pompeyo recurrió de nuevo a otro tribuno de la plebe, Tito Anio Milón, que se enfrentará a él formando sus propias bandas callejeras, no con la plebe urbana, como Clodio, si no reclutando a los veteranos de Pompeyo y contratando a escuelas de gladiadores enteras. Así mismo, hizo regresar del exilio a Cicerón, el cual, agradecido, actuó como mediador a partir de entonces entre Pompeyo y el Senado. La nueva situación no favorecía a Clodio, quién reaccionó con un inesperado giro político a fin de conservar su poder. Confiando en la lealtad de las clases bajas y la factio popular, decidió ofrecer a la factio optimate del Senado, dividida en su fidelidad a Pompeyo, Catón y otros, un nuevo líder: él mismo. Para ello, se declaró dispuesto a invalidar la legislación de César, y arrastró con él a Craso, cansado de su papel en la sombra

Es imposible no preguntarse por el papel de Fulvia en la fulgurante carrera de su marido, la cual se inició, sin duda no casualmente, tras su matrimonio. Es obvio que a Clodio le fueron más que útiles las conexiones familiares de su esposa y el favor del que gozaba ésta entre las clases bajas y la factio popular como única descendiente de los Graco, así como su inmensa fortuna. Sin embargo, la actuación de Fulvia no debió limitarse a una aportación tan pasiva, puesto que, como afirmó Plutarco (Antonio, X, 3), "era una mujer que no había nacido para hilar ni hacer las tareas domésticas". Valerio Máximo declaró al respecto: "Clodio Pulcro tenía el favor de la plebe, pero este hombre duro llegó a estar obsesionado con Fulvia, y su gloria pasó a estar bajo el mando de una mujer". Así pues, dejando de lado el ataque contra Clodio -la acusación de estar sometido a la esposa como una clara muestra de debilidad y causa de mofa se repetirá nuevamente con Marco Antonio-, es claro que lo que, en inicio, fue un matrimonio concertado se había convertido en algo más: una asociación política y económica muy productiva para ambas partes y, aún así, impregnada de auténtico afecto sino amor, en la que Fulvia jugó un papel bastante activo como aliada, tesorera y consejera de Clodio -hasta el punto de que Valerio Máximo la considera el verdadero poder en la sombra-.

Sin embargo, la violencia creada por Clodio acabó por pasar factura. En el año 53 a.C., mientras Milón era candidato al consulado y Clodio aspiraba a la pretura, ambos rivales reunieron sus collegia enfrentándose en las calles de Roma, retrasando así las elecciones. Finalmente, el 18 de enero de 52 a.C., Clodio fue asesinado en un enfrentamiento con los hombres de Milón en la Vía Apia. Con la muerte de su marido, Fulvia se muestra, por primera vez, de forma pública, como el animal político que en verdad es en lo que fue, sin duda, una brillante puesta en escena, equiparable tan sólo a la que años más tarde llevará a cabo Marco Antonio con ocasión del funeral de César. Inconsolable y llorosa, emitiendo grandes alaridos y lamentos mientras se aferraba a las manos de sus hijos pequeños, ahora huérfanos, Fulvia paseó el cuerpo acuchillado de su marido por las calles de Roma sublevando a la plebe, la cual, conmovida por la imagen y furiosa por la muerte del que fuera su lider, formó una turba incontrolable e imparable que tomó el cuerpo de Clodio y lo incineró frente al Senado, quemando también la Curia Hostilia en represalias. Milón tampoco tardó mucho en caer; llevado a juicio por dos de los hermanos de Clodio, Apio Claudio Pulcro el Mayor y Apio Claudio Pulcro el Menor, fue torpemente defendido por Cicerón y acabó por perder sus bienes y partir al exilio. Aquellas serían las primeras demostraciones de fuerza de Fulvia, quién, en calidad de viuda de Clodio y madre de sus hijos, heredó su liderazgo de los collegia y aumentó su influencia y poder sobre la plebe urbana.

LA ESTRELLA DE CLODIO SE HABÍA APAGADO, LA DE FULVIA COMENZABA A ALZARSE



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Imágenes:

1-Moneda acuñada con Fulvia como la diosa Victoria.
2-"Los Graco", de Eugene Guillame
3-Ruinas de la Regia, en el Foro Romano, donde Clodio fue sorprendido durante los Misterios de la Bona Dea
4-Retrato de Marco Tulio Cicerón
5-Retrato de Gneo Pompeyo Magno
6-Representación de sepelio romano en un sarcófago del s.III

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Bibliografía a consultar:

BABCOCK, C.L: “The early career of Fulvia”, American Journal of Philology, 86, 1965, 1-32 DELIA, D: “Fulvia reconsidered”, en Pomeroy, S. (ed.): Women´s History and Ancient Historiay, North Carolina, 197-217
FISCHER, R.A: Fulvia und Octavia. Die beiden Ehefrauen des Marcus Antonius in der politischen Kämpfen des Umbruchzeit zwischen Republick un Prinzipat, Berlin, 1999
GARCÍA VIVAS, G.A: “Apiano, BC, 4, 32: Octavia como exemplum del papel de la mujer en la propaganda política del Segundo Triunvirato (44-30 a.C.)”, Fortunatae, nº 15, 2004, 103-112; IDEM: Octavia contra Cleopatra: el papel de la mujer en la propaganda del Triunvirato (44-30 a.C.),Madrid, 2013
VIRLOUVET, C: “Fulvia la pasionaria”, en Fraschetti, A (ed.): Roma al femminile, Roma-Bari, 1994