viernes, 11 de diciembre de 2015

El mito de Lucrecia

En nuestra revisión del papel de las mujeres en la obra de Tito Livio (ver artículo anterior Lavinia, las Sabinas, Tarpeya y Tulia: las mujeres en la obra de Tito Livio) había una ausencia destacada: el mito de Lucrecia. Su complejidad nos exigía un artículo aparte. Para comprender su desarrollo y la decisión final de la dama romana debemos remontarnos a una época anterior a ésta, al reinado del primer rey, Rómulo, e incluso cambiar de autor, centrándonos en Plutarco. Nos interesa, en concreto, una de las denominadas "leyes regias", que estipulaba las condiciones para la disolución del vínculo matrimonial. Aunque su autenticidad es dudosa, eso no nos impide entrever la mentalidad presente tras su concepción:
“Rómulo promulgó también algunas leyes, entre las cuales destaca por su severidad la que impedía a la mujer abandonar a su marido aunque por el contrario permitía al marido repudiar a la esposa por varios motivos como son el envenenamiento de niños, la sustracción de las llaves o bien el adulterio”1
Las razones que legitiman el divorcio, según esta ley, han intrigado durante mucho tiempo a los historiadores del derecho, que no han podido resistir la tentación de corregir arbitrariamente una parte del texto para eliminar aquello que les resulta más sorprendente2. Puesto que se consideraba absurdo que la “sustracción de llaves” pudiera ser motivo de repudio o divorcio, en ocasiones se ha estimado que Plutarco quiso decir “sustracción de niños”. En realidad, consideramos que no habría ninguna razón para modificar parte del texto, ya que cada una de las situaciones mencionadas debió de constituir -como expondremos ahora- la violación de algunos de los tabúes más característicos del matrimonio romano.
El “envenenamiento de niños” se referiría, de hecho, a una forma de aborto provocado por la utilización de drogas. Aunque la descendencia no era requisito esencial ni motivo principal para que se diera el matrimonio, producida la concepción ésta no debía de interrumpirse: la mujer hubiera así privado a Roma de un posible ciudadano sobre cuya vida, además, no tenía poder ni derecho alguno de decisión, puesto que los hijos pertenecían al linaje paterno, portaban su nomen y competía sólo al padre decidir sobre su inclusión o su exclusión de la familia tras el parto. Sin embargo el aborto casi se consideraba como una falta menor en comparación con el adulterio para el que no existía ninguna expiación posible, que continuaría siendo por excelencia la falta mayor los siglos siguientes3.
Queda todavía por discernir el significado de la “sustracción de llaves”. El verdadero sentido de esta prohibición estaría quizás relacionado con la imposibilidad de las mujeres de beber vino sin incurrir primero en penas graves y, posteriormente, en una grave censura. Si bien ellas tendrían a su disposición todas las llaves de la casa, las de la bodega en donde se guardaba el vino le estaban, por el contrario, vedadas. Cierta anécdota, contada por el historiador Fabio Víctor, quién viviera a fines del siglo III a.C. y que ha sido transmitido por Plinio el Viejo4, explica que cierta dama romana un día consiguió abrir el casillero donde se guardaban las llaves de la bodega; culpable de ese crimen, fue condenada por el consejo familiar a morir de hambre. Se desconoce en qué época se desarrolló el drama; es de suponer que, ya en tiempos de Fabio Víctor, se trataba de un pasado lejano. A inicios del siglo II a.C., una mujer que hubiera bebido vino se arriesgaba sin duda a ser repudiada, pero no se la condenaba a muerte5.
A menudo se ha intentado dilucidar el verdadero significado que encerraba la prohibición de beber vino: unas veces, siguiendo básicamente a Noailles, se ha considerado que el vino, el “líquido sacrifical y sustitutivo de la sangre, pasaba por contener cierto principio misterioso de la vida (...) al beberlo, la mujer quedaba sujeta a un principio de vida extraño y, por lo tanto, hostil. Introduciendo ese elemento externo dentro de sí, dentro de la sangre de la familia, destruye su integridad. Se trata de una forma de deshonrar la sangre6; en otras siguiendo esencialmente a Durry7se recuerda que el vino, para la medicina antigua, poseía virtudes anticonceptivas y abortivas, y por consiguiente, su uso podía ser asimilado a un intento de aborto equiparable al “envenenamiento de niños”. Ese hecho podía relacionarse con la costumbre de que las damas de buena familia recibieran de sus parientes masculinos, ya fueran políticos o consanguíneos, un beso en la boca: era lo que se conocía como el ius osculi, el derecho al beso8, un derecho que únicamente se explica relacionado con dicho tabú al vino. Los parientes de las damas verificaban así, mediante el beso, que sus alientos no contuviera la presencia de vino, puesto que habrían de ser ellos quienes, en caso de incumplimiento de esta regla, decidieran la suerte reservada a la infractora como parte del tribunal familiar, como en la anécdota antes referida de Fabio Víctor.
Esa falta relativa al consumo del vino sin duda se relaciona con la de adulterio, puesto que al mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio, la mujer no solamente destruía “la integridad de la sangre”, al admitir en su lecho a un hombre distinto a su marido, y por tanto “un principio de vida extraño” en su cuerpo, si no que además, al igual que el aborto o el vino, atenta también contra la descendencia que pudiera como esposa proporcionar al marido, ya que arrojaría sospechas sobre la legitimidad de los hijos, siendo indiferente si la relación adúltera ha sido o no consentida.
Esta “deshonra de la sangre”, que imposibilitaría a la mujer para ser madre, y, por extensión, también esposa, ya que el matrimonio es el único marco en que una mujer puede tener descendencia legítimamente, es el que subyace tras el episodio de Lucrecia. Tito Livio narra como Sexto, un hijo del rey Tarquinio el Soberbio, se hallaba con su ejército sitiando la villa de Ardea. Con otros jóvenes de la nobleza, discutía un tarde sobre la virtud de sus esposas, a las que habían dejado en sus hogares. Cada uno alardeaba sobre las bondades de la suya hasta que, de un común acuerdo, montaron en sus caballos decididos a regresar sin previo aviso para ver lo que ellas hacían en ese momento. Ya en la ciudad de Roma descubrieron a las mujeres de palacio divirtiéndose en un banquete con sus amigas. Después fueron a casa de Tarquinio Colatino, y encontraron un espectáculo muy diferente: su mujer, Lucrecia, sentada junto al fuego, hilaba la lana con sus sirvientas -la imagen por antonomasia de la matrona romana-. Al ver llegar a sus maridos y a sus compañeros, quiso ofrecerles un buen recibimiento y se levantó para prepararles la cena. Desde este mismo día, Sexto Tarquinio albergaría por Lucrecia una pasión secreta e inconfesable9 y para poder lograrla actuó con suma precaución.
Volvió al campamento al día siguiente con los compañeros con intención de regresar a Roma varios días después en solitario y presentarse de nuevo en la casa de Colatino. Lucrecia le recibió de nuevo; sin desconfiar de él, le dio su hospitalidad, ofreciéndole una habitación de los huéspedes. Sin embargo, una vez de noche y con la casa en silencio, Sexto se deslizó hasta la cama de Lucrecia con la espada en la mano y la despertó amenazándola con matarla si gritaba. Empezó entonces a jurarla su amor, pero la voluntad de la esposa de Colatino permaneció inquebrantable. En aquel instante, ya impaciente, Sexto recurrió finalmente a intimidarla con una muerte deshonrosa: si se resiste todavía más, la matara, degollará a un esclavo y expondrá ambos cadáveres juntos y desnudos, de tal modo que todo el mundo crea que ha sido descubierta en pleno adulterio y justamente castigada. Ante esa perspectiva, Lucrecia solo puede ceder y, tras lograr su propósito, Sexto abandona la casa. Solo en ese momento, ella envía mensajeros a su esposo y a su padre, a quienes una vez a su lado relata toda la historia y, si bien sus seres queridos intentan consolarla, afirmando que no tiene ninguna culpa, la noble Lucrecia opta sin dudar por el suicidio:
“Espurio Lucrecio llegaría con Publio Valerio el hijo de Voleso; Colatino, con Lucio Junio Bruto (…)Encontraron a Lucrecia sentada en su habitación y postrada por el dolor. Al entrar ellos estalló en lágrimas, y al preguntarla su marido si todo estaba bien, le respondió: “¡No! ¿Qué puede estar bien para la mujer cuando se ha perdido el honor?Las huellas de un extraño, Colatino, están en tu cama. Pero es solo el cuerpo lo que ha sido violado, el alma es puro; la muerte será el testigo de ello” (…) trataron de consolar el triste ánimo de la mujer, cambiando la culpa desde esa víctima al ultraje de su autor e insistiéndole en que es la mente la que peca, no el cuerpo, y que en donde no ha habido consentimiento no hay culpa. “Es por ti”, dijo ella, “al ver que él consigue su deseo, aunque a mí me absuelva el pecado, no me librará de la pena; ninguna mujer sin castidad alegará el ejemplo de Lucrecia” Ella tenía un cuchillo escondido en el vestido, lo hundió dentro de su corazón y cayó muerta en el suelo (…) Bruto sacó el cuchillo de la herida de Lucrecia (...)y dijo: “Por esta sangre, la más pura antes del indignante ultraje hecho por el hijo del rey,...” 10
Lucrecia se constituye de esta forma, a pesar de negarse a escuchar y a obedecer a su esposo y su padre, en un ejemplo de fidelidad conyugal y esposa. Su cuerpo, por la violación así su sufrida, ha sido mancillado y la sangre profanada; y aunque sus seres queridos traten sin duda de consolarla “insistiéndole que es la mente la que peca, no el cuerpo, y en donde no hay consentimiento, no hay culpa”, Lucrecia sabe bien que su sangre era “más pura antes del indignante ultraje hecho por el hijo del rey”; los consuelos de su padre y marido no son más que mentiras que no solo “no la librarán de la pena” si no que erróneamente, sin duda por el afecto que la tienen, tratan de apartarla de lo único que puede redimirla: como Dido (ver artículo anterior Creúsa y Dido: prototipos de mujer en la Eneida de Virgilio), solo la muerte la permitirá recuperar el pudor perdido y demostrar su fides y su castitas.
De nuevo, vemos como una “falta”, en este caso la violación y no el vino, aunque no sea un hecho consentido, produce una mancha material imborrable que el caso de Lucrecia la separa de su marido y la hace indigna de retomar su lugar como señora del hogar; es esa “mancha” la que impide a las prostitutas contraer matrimonio o los varones que ejercen un papel pasivo en la relación sexual desempeñar cargos públicos. El acto amoroso por tanto compromete, al menos en el caso femenino, cuerpo y alma y liga a los dos individuos implicados, de ahí que, la aceptación de un nuevo hombre por parte de la mujer, ya sea voluntaria o involuntariamente, se considere comprometía una relación primera y, durante mucho tiempo, motive que el instinto popular se negara a admitir que una mujer pudiera pertenecer a varios hombres sucesivamente, es decir, que no fuera matrona uniuira, aunque ella estuviera amparada por ley para contraer la nueva unión y fuera libre por divorcio, o muerte del cónyuge.

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Las fotografías ilustran diversas representaciones del suicidio de Lucrecia. De arriba a abajo: Rafael Sanzio, Eduardo Rosales, Henri Pinta, y Damià Campeny
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1 PLUTARCO, Romulo, 22
2 Uno de los primeros NOAILLES, P: “Les Tabous du Mariage dans le droit primitif des Romains”, Fais et Jus, París, 1948, 1-27
3 Prueba de ello es la legislación moral de Augusto. Ver nota 125
4 PLINIO, Historia Natural, XIV, 14, 2
5 AULO GELIO, X, 23, 1
6 NOAILLES, P: “Les Tabous du Mariage dans le droit primitif des Romains”, Fais et Jus, París, 1948, 21
7 DURRY, M: “Sur le mariage romaine”, Gymnasium, LXIII, 1956, 187-190
8 Aún en época imperial existía este “derecho al beso”, ya que Agripina la Menor solía invocarlo con el objetivo de hacerse besar por su tío, el emperador Claudio, y poder así seducirle. SUETONIO, Claudio, XXVI, 3
9 TITO LIVIO, Ab urbe condita, I, 57
10 TITO LIVIO, op.cit, I, 58-59

5 comentarios:

  1. Me ha encantado la entrada. Un besazo.

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  3. Qué interesante entrada. Hay tanto acerca del papel de la mujer en la historia, que aún se desconoce. Curiosamente en la Edad Media otra Lucrecia será simbolo de mujer indigna. Gracias por compartir tus investigaciones. Saludos.

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  4. muy buena la información,se ve que esta bien documentada,felicitaciones.

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