"Galba se veía llevado de aquí para allá por el vario empuje de la fluctuante turba, mientras por doquier se llenaban las basílicas y los templos, proporcionando un lúgubre espectáculo. Y no es escuchaba voz alguna del pueblo o de la plebe, sino que los rostros estaban atónitos y los oídos atentos a todo; no había alboroto, pero tampoco tranquilidad, cual suele ser el silencio que acompaña a los grandes miedos y a las grandes iras. Sin embargo, a Otón se le anunciaba que se estaba armando a la plebe. Manda que vayan a toda prisa y que se anticipen a los peligros. Y así, unos soldados romanos, como si fueran a arrojar a Vologeses o a Pácoro de su trono ancestral de los Arsácidas, y no marcharan a degollar a un emperador inerme y anciano, tras dispersar a la plebe y pisotear al Senado, irrumpen en el Foro al galope de sus caballos"
Tácito, Libro I, 40
Así narra la magistral pluma de Tácito, en sus Historias, el asesinato del emperador Galba como consecuencia de la hábil conspiración urdida por Marco Salvio Otón, uno de sus sucesores, en el mes de enero del 69 d.C., más conocido hoy como el Año de los Cuatro Emperadores. El anciano César, desprevenido e indolente, intenta cruzar en su litera el cada vez más atestado foro de Roma; la gente, que quizás haya escuchado rumores de lo que va a suceder a continuación, acude a contemplar el fin de su nuevo emperador con la misma disposición con la que acudiría a contemplar los juegos en el anfiteatro; quizás, incluso, muchos de ellos, descontentos con el nuevo gobierno, estén implicados en el inminente regicidio. De pronto, unos soldados, elegidos por Otón como brazo ejecutor, irrumpen sin ningún miramiento en medio de la creciente turba y la plebe, espantada, huye sin mirar atrás.
Ésta es la forma habitual de describir a los habitantes de la Urbe entre los escritores de la Antigüedad: una muchedumbre siempre ociosa, sin oficio ni beneficio alguno, que, actuando como un único ser egoísta, irracional, manipulable, corruptible y propenso a la violencia, al tiempo que se despreocupa por el bienestar del Estado y el destino de Roma, tan sólo se interesa por su propia integridad, por su diversión y por su insignificante supervivencia. Sin embargo, en una ciudad habitada por más de un millón de habitantes, como es lógico, era imposible que todos pensaran de la misma forma, que todos actuaran de la misma forma y que, por tanto, todos estuvieran a un mismo tiempo implicados en los numerosos disturbios y revueltas que conoció Roma a lo largo de su azarosa Historia. Por desgracia, sus pensamientos individuales, sus puntos de vista contrapuestos, sus diversas vivencias y hasta sus nombres se han diluido en el olvido con el paso inexorable del tiempo, y aquellas personas dispares han quedado reducidas finalmente a lo que nunca fueron, esa muchedumbre anónima, sin rostro, que Tácito tan magistralmente describió en sus obras... O no siempre. Eso es lo maravilloso de la Epigrafía.
Cuando paseamos por el Museo Arqueológico de Nápoles y contemplamos, abstraídos y -¿por qué negarlo?- embobados, las restos siempre impresionantes de las ciudades sepultadas por el Vesubio, es fácil pasar por alto piezas arqueológicas en principio menos llamativas. Es el caso de la inscripción que nos ocupa, CIL VI 29436. Se trata de una tabla de mármol hallada en algún lugar desconocido de la ciudad de Roma que contiene la breve historia de Ummidia Ge y de su esclavo o coliberto Publio Ummidio Primigenio.
Ummidiae Manes tumulus tegit
iste simulque Primigeni vernae
quos tulit una dies nam Capitolinae
compressi examine turbae
supremum fati competire
diem
Ummidia(e) Ge et P(ublio) Ummidio Primigenio
vix(it) an(nos) XIII P(ublius) Ummidius Anoptes lib(ertus) fecit
"Este túmulo contiene el espíritu de Ummidia, así como el de Primigenio, esclavo nacido en casa, quienes nos fueron arrebatados el mismo día;
cuando ambos fueron aplastados por una turba enfurecida en la colina del Capitolio, ambos llegaron al día marcado por su destino. Para Ummidia Ge y Publio Ummidio Primigenio, quién vivió trece años. Su liberto, Publio Ummidio Anoptes, hizo (esta inscripción)"
Datada entre los años 51 y el 170 d.C. en función del tipo de letra, Ummidia y Primigenio pudieron haber contemplado la muerte de Galba en el año 69 a.C. y morir aplastados por la muchedumbre que huía del foro invadido repentinamente por soldados a caballo; pudieron caer durante los disturbios posteriores a la muerte de Nerón, durante el asalto al Capitolio por las tropas de Vitelio, al fallecer también asesinado Domiciano, o en las protestas contrarias a Cómodo. Pudieron perecer en alguna protesta por el alto precio del trigo, por algún impuesto abusivo, por alguna guerra impopular, por algún político desprestigiado, o por algún otro conflicto que nunca conoceremos... Ambos son parte de los infinitos protagonistas desconocidos de la Historia. Pero, al menos, gracias a esta inscripción tan humilde, podemos distinguirlos con algo de esfuerzo entre la densa multitud desconocida, y puesto que en la Antigüedad decir el nombre de los muertos era traerlos de nuevo a la vida, si alguna vez pasáis por Nápoles...
te rogo praeteriens dicas
"te ruego, paseante, digas (su nombre)"
Excelente página. Contrasta con la versión de Suetonio, claramente aristocrática.
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