viernes, 24 de febrero de 2017

La pasión por las carreras

En nuestro anterior artículo, Gladiatores in Corduba, hablamos del que es, sin lugar a dudas, uno de los hallazgos más excepcionales y, a pesar de ello, más olvidados, de la historia de Hispania romana: una necrópolis dedicada exclusivamente a gladiadores, localizada en la antigua capital de la provincia de Baetica, un caso único en la península ibérica del que existen muy escasos ejemplos en el resto del Imperio romano, destacando Éfeso y Stratonikeia, en la actual Turquía, y quizás también en lo que una vez fue Eboracum, hoy York, en las islas británicas. Sin embargo, cuando nos referimos a los antiguos espectáculos romanos, hay otro caso bastante interesante a tener en cuenta, también en la antigua Hispania, y que, como el ya citado de Corduba, es prácticamente desconocido. En esta ocasión, nos trasladamos a otra capital de provincia, Tarraco, para conocer a Eutyches y Fuscus, dos aurigas recordados en sendas inscripciones funerarias en verso.



La primera de ellas, CIL II 4314, se encuentra grabada sobre un bloque de caliza de color amarillento de 26 x 72 x 55 cm. En la parte superior, entre las líneas 1 y 4 de la inscripción, sería cincelado un auriga vencedor con la palma de la victoria en la mano izquierda y el brazo derecho extendido, según una iconografía conocida en el mundo romano; la figura, cuya cabeza por desgracia se ha perdido, fue tallada en bajorrelieve, estando quizás pintada originalmente, y representa al joven fallecido. Realizada con mucho cuidado y cariño, los datos del fallecido, en las cinco primeras líneas, están escritos en letras mucho más grandes que el resto, en verso. Conocida desde el siglo XVI, pasó a formar parte de la edificación del palacio arzobispal de Tarragona en el momento de su construcción, encastrándose en sus muros junto con otras ocho inscripciones, momento en que quizás fue recortada. No sería extraída de allí hasta 1992 con motivo de la exposición Roma a Catalunya.




D(is) M(anibus)
Euty{aurigae imago}cheti
aurig(ae) {aurigae imago}ann(orum) · XXII
Fl(avius) · Rufi{aurigae imago}nus · et
 Semp(ronia) · Diofanis servo · b(ene) · m(erenti) · f(ecerunt)
Hoc rudis aurigae requiescunt ossa sepulchro
nec tamen ignari flectere lora manu
Iam qui quadriiugos auderem scandere currus
et tamen a biiugis non removerer equis.
Invidere meis annis crudelia fata,
fata quibus nequeas opposuisse manus
Nec mihi concessa est morituro gloria circi,
donaret lacrimas ne pia turba mihi.
Ussere ardentes intus mea viscera morbi
 vincere quos medicae non potuere manus
Sparge, precor, flores supra mea busta, viator;
favisti vivo forsitam ipse mihi.

"Al auriga Eutyches, de 22 años. Flavio Rufino y Sempronia Diofanis a su siervo que bien lo merecía. Descansan en este sepulcro los restos de un auriga principiante bastante diestro, sin embargo, en el manejo de las riendas" 
Texto puesto en boca del auriga"Yo, que montaba ya sin miedo los carros tirados por cuatro caballos, no obtuve permiso, con todo, para conducir más que los de dos. Los hados, los crueles hados, a los que no es posible oponer resistencia, tuvieron celos de mi juventud. Y, al morir, no me fue concedida la gloria del circo, para evitar que me llorara la fiel afición. Abrasaron mis entrañas malignos ardores, que los médicos no lograron vencer. Te ruego caminante, derrames flores sobre mis cenizas: tal vez tu me aplaudiste mientras vivía"

Eutyches, pues, aunque "bastante diestro en el manejo de las riendas", era sólo un principiante y posiblemente corrió muy pocas veces en el gran circo de Tarraco sin alcanzar la fama por sus victorias, ya que señala que no conoció jamás la gloria -puede que incluso no llegara a ganar nunca ninguna carrera- y que, a su muerte, no le llora "la fiel afición"; de hecho, quién le dedica la lápida son sus dos amos, Flavius Rufinus y Sempronia Diofanis, y no sus posibles admiradores, al contrario que a Fuscus, nuestro siguiente protagonista. Es más, su afirmación de que "montaba ya sin miedo los carros tirados por cuatro caballos", nos indica que no hacia mucho tiempo que había comenzado a conducirlas, de ahí que únicamente obtuviera permiso para conducir bigas, no llegando posiblemente a correr en público sobre una cuadriga. Eutyches, fallecido a los 22 años de algún tipo de dolencia estomacal cuando comenzaba a destacar en la arena, únicamente pudo soñar por tanto con la gran fama de Fuscus.





La inscripción de este gran auriga, CIL II 4315, consiste en un altar de piedra caliza local de Santa Tecla de 168 x 71 x (45) cm. La decoración de la parte superior está prácticamente destruida, pero no las molduras superior e inferior que enmarcan el campo epigráfico; en la zona central, presenta de igual forma una fractura de gran tamaño. Como en la inscripción de Eutyches, el epígrafe de Fuscus fue grabado con mucho cuidado, llegando a dejar el lapicida espacios en blanco al final de palabra para indicar la frontera del verso. Conocida desde el s. XVI, los diversos autores indican lugares de hallazgo muy diversos; por desgracia, en el siglo XVIII, el altar fue regalado por el Ayuntamiento de Tarragona al general inglés James Stanhope, quien la transladó a Chevening (Sevenoaks, Condado de Kent, al sur de Londres), donde se haya actualmente. 






D(is) M(anibus)
Factionis Venetae Fusco sacra-
vimus aram de nostro, certi stu-
diosi et bene amantes; ut sci-
 rent cuncti monimentum
et pignus amoris. Integra
fama tibi, laudem cur-
sus meruisti · certasti
multis, nullum pauper timu-
 isti · invidiam passus sem-
per fortis tacuisti; pul-
chre vixisti, fato morta-
lis obisti. Quisquis homo
es · quares talem. Subsiste
viator, perlege, si memor
es. Si nosti, quis fuerit vir,
fortunam metuant omnes,
dices tamen unum. Fus-
cus habet titulos mor-
 tis, habet tumulum · Con-
tegit ossa lapis, bene habet
fortuna, valebis. Fudimus
insonti lacrimas · nunc vi-
na. Precamur, ut iaceas pla-
 cide. Nemo tui similis
τοὺς σοὺς ἀγῶνας αἰὼν λαλήσει

"Hemos consagrado un altar a Fusco, del equipo azul, de nuestros recursos, aficionados como éramos y devotos suyos, con tal de que todos lo reconozcan como un recuerdo suyo y prenda de amor. La fama la mantienes completa, por tus carreras has merecido alabanza, has competido con muchos, incluso sin dinero, no has temido a nadie, a pesar de sufrir envidias, siempre has callado, íntegro, has vivido honradamente, pero como un mortal has muerto cuando te ha encontrado el destino. Cualquiera que seas y leas esto, intenta ser como él. Detente caminante, lee con calma, si recuerdas quién era, si has conocido cómo era este hombre. Teman todos a Fortuna; tú, sin embargo, dirás sólo esto: "Fusco tiene ya las letras de la muerte, tiene una tumba. La piedra cubre los huesos, ¡ya está bien! Fortuna, ya puedes marchar" Hemos vertido lágrimas por este inocente, y ahora verteremos vino. Rogamos que reposes plácidamente. ¡Ninguno comparable a ti! Por siempre jamás se hablará de tus carreras"

La suerte de Fuscus no pudo ser más distinta a la de Eutyches. Estrella del equipo azul, una de las factiones presentes en todo circo romano, de su gran fama habla claramente el hecho de que su inscripción funeraria le fuera dedicada por sus admiradores, quienes solo tienen para su recuerdo palabras de admiración y amor, llegando a definirse a sí mismo como "devotos suyos" y a erigirle como ejemplo a seguir ("cualquiera que seas y leas esto, intenta ser como él"); de hecho, enumeran alguna de sus virtudes más destacadas, como no haber temido a alguien, haber sido indiferente a las envidias, ser íntegro, vivir honrado, saber guardar silencio en el momento adecuado... La influencia de Fuscus, pues, transcendía el ámbito del circo e iba más allá de su habilidad para las carreras, un ejemplo claro de la pasión de los romanos por los espectáculos

viernes, 10 de febrero de 2017

Tras las revueltas de Roma

"Galba se veía llevado de aquí para allá por el vario empuje de la fluctuante turba, mientras por doquier se llenaban las basílicas y los templos, proporcionando un lúgubre espectáculo. Y no es escuchaba voz alguna del pueblo o de la plebe, sino que los rostros estaban atónitos y los oídos atentos a todo; no había alboroto, pero tampoco tranquilidad, cual suele ser el silencio que acompaña a los grandes miedos y a las grandes iras. Sin embargo, a Otón se le anunciaba que se estaba armando a la plebe. Manda que vayan a toda prisa y que se anticipen a los peligros. Y así, unos soldados romanos, como si fueran a arrojar a Vologeses o a Pácoro de su trono ancestral de los Arsácidas, y no marcharan a degollar a un emperador inerme y anciano, tras dispersar a la plebe y pisotear al Senado, irrumpen en el Foro al galope de sus caballos" 
Tácito, Libro I, 40

Así narra la magistral pluma de Tácito, en sus Historias, el asesinato del emperador Galba como consecuencia de la hábil conspiración urdida por Marco Salvio Otón, uno de sus sucesores, en el mes de enero del 69 d.C., más conocido hoy como el Año de los Cuatro Emperadores. El anciano César, desprevenido e indolente, intenta cruzar en su litera el cada vez más atestado foro de Roma; la gente, que quizás haya escuchado rumores de lo que va a suceder a continuación, acude a contemplar el fin de su nuevo emperador con la misma disposición con la que acudiría a contemplar los juegos en el anfiteatro; quizás, incluso, muchos de ellos, descontentos con el nuevo gobierno, estén implicados en el inminente regicidio. De pronto, unos soldados, elegidos por Otón como brazo ejecutor, irrumpen sin ningún miramiento en medio de la creciente turba y la plebe, espantada, huye sin mirar atrás.

Ésta es la forma habitual de describir a los habitantes de la Urbe entre los escritores de la Antigüedad: una muchedumbre siempre ociosa, sin oficio ni beneficio alguno, que, actuando como un único ser egoísta, irracional, manipulable, corruptible y propenso a la violencia, al tiempo que se despreocupa por el bienestar del Estado y el destino de Roma, tan sólo se interesa por su propia integridad, por su diversión y por su insignificante supervivencia. Sin embargo, en una ciudad habitada por más de un millón de habitantes, como es lógico, era imposible que todos pensaran de la misma forma, que todos actuaran de la misma forma y que, por tanto, todos estuvieran a un mismo tiempo implicados en los numerosos disturbios y revueltas que conoció Roma a lo largo de su azarosa Historia. Por desgracia, sus pensamientos individuales, sus puntos de vista contrapuestos, sus diversas vivencias y hasta sus nombres se han diluido en el olvido con el paso inexorable del tiempo, y aquellas personas dispares han quedado reducidas finalmente a lo que nunca fueron, esa muchedumbre anónima, sin rostro, que Tácito tan magistralmente describió en sus obras... O no siempre. Eso es lo maravilloso de la Epigrafía.

Cuando paseamos por el Museo Arqueológico de Nápoles y contemplamos, abstraídos y -¿por qué negarlo?- embobados, las restos siempre impresionantes de las ciudades sepultadas por el Vesubio, es fácil pasar por alto piezas arqueológicas en principio menos llamativas. Es el caso de la inscripción que nos ocupa, CIL VI 29436. Se trata de una tabla de mármol hallada en algún lugar desconocido de la ciudad de Roma que contiene la breve historia de Ummidia Ge y de su esclavo o coliberto Publio Ummidio Primigenio.



Ummidiae Manes tumulus tegit 
iste simulque Primigeni vernae
quos tulit una dies nam Capitolinae
compressi examine turbae
supremum fati competire
diem

Ummidia(e) Ge et P(ublio) Ummidio Primigenio
vix(it) an(nos) XIII P(ublius) Ummidius Anoptes lib(ertus) fecit




"Este túmulo contiene el espíritu de Ummidia, así como el de Primigenio, esclavo nacido en casa, quienes nos fueron arrebatados el mismo día;
cuando ambos fueron aplastados por una turba enfurecida en la colina del Capitolio, ambos llegaron al día marcado por su destino. Para Ummidia Ge y Publio Ummidio Primigenio, quién vivió trece años. Su liberto, Publio Ummidio Anoptes, hizo (esta inscripción)"


Datada entre los años 51 y el 170 d.C. en función del tipo de letra, Ummidia y Primigenio pudieron haber contemplado la muerte de Galba en el año 69 a.C. y morir aplastados por la muchedumbre que huía del foro invadido repentinamente por soldados a caballo; pudieron caer durante los disturbios posteriores a la muerte de Nerón, durante el asalto al Capitolio por las tropas de Vitelio, al fallecer también asesinado Domiciano, o en las protestas contrarias a Cómodo. Pudieron perecer en alguna protesta por el alto precio del trigo, por algún impuesto abusivo, por alguna guerra impopular, por algún político desprestigiado, o por algún otro conflicto que nunca conoceremos... Ambos son parte de los infinitos protagonistas desconocidos de la Historia. Pero, al menos, gracias a esta inscripción tan humilde, podemos distinguirlos con algo de esfuerzo entre la densa multitud desconocida, y puesto que en la Antigüedad decir el nombre de los muertos era traerlos de nuevo a la vida, si alguna vez pasáis por Nápoles...

te rogo praeteriens dicas 
"te ruego, paseante, digas (su nombre)"