jueves, 17 de marzo de 2016

La reina Teuta de Iliria, la piratería como arma contra Roma


Publicado previamente en Tempora Magazine

Tras la derrota de Cartago en la Primera Guerra Púnica, en el año 241 a.C., la República romana se lanzó al dominio naval del Mediterráneo. No obstante, su control de los mares distaba mucho de ser absoluto. Al este de Italia, el reino de los ilirios, gobernado por la tribu de los ardiaei, comenzaba a amenazar las rutas comerciales romanas sobre la totalidad del mar Adriático. Al frente de este reino se encontraba, desde 250 a.C., Agrón, rey de los ardiaei. Bajo su liderazgo, Iliria amplió su dominio terrestre a costa de sus vecinos, sobre todo del reino de Épiro, al sur, así como mediante la conquista y el saqueo de ciudades costeras estratégicas como Faros, Apolonia o bien Epidamno. Sus dominios llegarían a abarcar de esta forma el territorio de la actual Albania y parte de los estados modernos de Croacia, Bosnia y Montenegro. Dado que el terreno del reino creado por Agrón era pobre y rocoso, su pueblo se dedicó de forma mayoritaria al sector naval, y, más concretamente, a la piratería, hasta conformar la flota más temida de todo el Adriático.
Sin embargo, en 231 a.C., en la cima de su gloria, Agrón moriría de forma imprevista tras conseguir una aplastante victoria sobre los Etolios. Según el historiador griego Polibio (II, 4, 6), nuestra fuente histórica principal, “el rey Agrón, cuando su flota regresó y escuchó de sus generales el relato de la batalla, se llenó de alegría en su mente por haber derrotado a los etolios, por aquel entonces el más orgulloso de los pueblos: se dio a la bebida, a diversas celebraciones, y apasionados excesos, por los cayó en una pleuritis que, en pocos días, le produjo la muerte”
Como el heredero de Agrón, Pinnes, hijo de su primera esposa Triteuta, era todavía un niño al morir su padre, el reino ilirio de los ardiaei pasó a ser gobernado por su segunda esposa, Teuta, en calidad de reina regente. Teuta continuaría la política expansionista de su esposo con igual e, incluso, mayor éxito, entendiendo sus territorios desde Dalmacia, al norte del Vjöse, hasta el sur, con Sködra como capital, si bien la armada iliria estableció su base de operaciones en Shkodër, en la costa de Sarandë.
No obstante, sus acciones, al contrario que con el rey Agrón, fueron descritas de forma negativa por Polibio, debido no tanto a su sexo, como a la falta de objetividad del historiador griego, favorable al expansionismo romano, con el que Teuta, y no Agrón, entró en conflicto. Según Polibio II, 4, 7-8: la reina “confió la dirección del gobierno, al menos en buena parte, a sus amigos”, poseía la “cortedad natural de miras de una mujer”, y añadió que “con cálculo muy propio de mujeres, no veía otra cosa que no fueran sus éxitos más recientes, así que no podía darse cuenta de lo que estaba ocurriendo a su alrededor, ni tuvo en cuenta para nada los intereses extranjeros”
Polibio, II, 4, 9, también menciona que Teuta apoyó la práctica iliria de la piratería, saqueando a sus vecinos sin criterio y ordenando a sus generales a tratar a toda ciudad conquistada o barco capturado como enemigos. Sus operaciones se extendieron rápidamente hacia el sur, entre el Mar Jónico y las costas occidentales italianas, hasta otorgar a la armada iliria el práctico control del mar Adriático. Al parecer, las ciudades del sur de Italia y Sicilia, por su riqueza, fueron sus principales puntos de mira, si bien el hito más destacado de su reinado fue la conquista y saqueo de Fenice, la capital de Caonia y considerada, hasta ese momento, la ciudad más fuerte e inaccesible de Epiro. El evento infundiría “un terror y un pánico no pequeños a los habitantes de las costas griegas” (Polibio, II, 6, 7), que los propios epirotas, tras pagar un fuerte rescate por recuperar Fenice y tras acceder a que gran parte de sus habitantes fueran vendidos como esclavos por los ilirios, llegarían a enviar varias embajadas a la reina para establecer una alianza de colaboración con ella, en la que prometían ayudarla y socorrerla en todas las ocasiones que ella exigiera. Otros eventos destacables de su regencia serían los ataques y posterior conquista de Elea, Isa y Mesina, la expulsión de los comerciantes griegos de la costa de Iliria y el ataque constante a los navíos romanos que cruzaban el Adriático.
Serían estas incursiones piratas las que acabarían obligando a los romanos a declararle la guerra a la reina Teuta. En un principio, el Senado romano obviaría las quejas contra los navíos de Iliria que los comerciantes que navegaban por el Adriático le iban presentando. Sin embargo, como el número de quejas tan solo aumentaba, y el asalto a los comerciantes italianos se convertía en algo endémico, el Senado se vio forzado a intervenir.
En un primer momento se intentó hacer uso de una vía diplomática, enviando como emisarios a dos hermanos, Cayo y Lucio Coruncanio. Llegados a Sködra, en la actual Albania, y de acuerdo con las instrucciones recibidas, exigieron a la reina compensaciones por las perdidas, y el cese inmediato de las expediciones. Teuta, “les escuchó de modo desdeñoso y altanero” (Polibio, II, 8, 7); en respuesta les indicó que “de nación a nación procuraría que los romanos no les sucediera nada injusto de parte de los ilirios, pero que, en lo que se refería a los ciudadanos particulares, no era legal que sus reyes impidieran a los ilirios sacar provecho del mar”, es decir, según las leyes ilirias, la piratería era una actividad legal en su país y que, por lo tanto, no podía interferir en su práctica y, mucho menos aún, impedirla. La respuesta de Lucio sería a un mismo tiempo jactanciosa e imprudente: “Los romanos, oh Teuta, tienen la bella costumbre de castigar de forma pública los crímenes privados y de socorrer a víctimas de injusticia. De manera que, si un dios lo quiere, intentaremos rápida e inexorablemente obligarte a enderezar las normas relaes respecto a los ilirios” (Polibio, II, 8, 10)
Como es lógico, la amenaza no gustó a la regente iliria. Según Polibio, ordenó dar muerte a Lucio y embarcar de inmediato al otro emisario con el cadáver de su hermano de regreso a Roma. Casio Dio por su parte menciona que, en efecto, un emisario fue asesinado, pero el otro, lejos de regresar, sería encarcelado. Roma, que muy posiblemente buscaba desde hacia tiempo una excusa para declarar la guerra a Iliria, aprovechó el incidente para iniciar la llamada Primera Guerra Ilírica en año 229 a.C., declarando que Teuta había violado la inmunidad diplomática, y no se había mostrado razonable en las negociaciones.
Mientras Teuta continuaba sus ataques sobre Grecia, en concreto sobre Corcira, Epidamno y Paxos, una flota de 200 barcos romanos se preparaba para la invasión de Iliria, apoyada por un ejército de tierra. La dirección de la ofensiva fue confiada por el Senado romano a los cónsules de aquel año, es decir, a Lucio Postumio Albino, a quién se entregó el mando de las fuerzas terrestres, y Cneo Fulvio Centumalo, quién recibió la dirección de la flota. El primer objetivo de la flota romano fue Corcira, gobernada por Demetrio, quién era, además, gobernador de Faros.
Tanto en el relato de Apiano como en el de Polibio, se afirma que Demetrio, “víctima de calumnias” y “quién recelaba de Teuta” (Polibio, II, 14, 4), no tardó en traicionar a los ilirios, rindiendo Faros y Corcira a los romanos. Sin embargo, según Casio Dio, fue la propia Teuta quién ordenó a Demetrio entregar Corcira a Roma a cambio de una tregua temporal. Sea como fuera, su deserción motivaría a otros muchos generales de Teuta a rendirse sin presentar batalla, cayendo con facilidad en las manos romanas las ciudades de Epidamno, Isa, Apolonia y diversos enclaves ilirios anónimos a lo largo de la costa; otras muchas urbes enviarían delegaciones a los cónsules aceptando de forma voluntaria su protectorado. En muchos de esos casos, se nos menciona que ante el avance de las legiones romanas los ilirios levantaban de inmediato el sitio o la ocupación y huían, lo que invita a pensar que, a pesar de contar con una formidable flota, no poseían, por el contrario, un ejército terrestre igual de eficaz. Teuta se vio obligada a huir hacia Rizon, actual Risano, en la bahía de Cattano.
La victoria había sido tan aplastante, que el cónsul Fulvio pudo regresar a Roma con la mayor parte de las fuerzas marítimas y de tierra, dejando a Postumio con solamente cuarenta naves y una legión, reclutada entre las ciudades sometidas. La reina, con las fuerzas bastante mermadas, y golpeada por la deslealtad de sus generales, se vio obligada a rendirse en 227 a.C. Según Polibio (II,12,3) la reina Teuta “consistió en pagar cualquier tributo que la impusieran, ceder Iliria entera a excepción de muy pocos enclaves y, en lo que concernía a los griegos, se comprometió a no navegar más allá de Lissus -actual Alessio, en la desembocadura del río Drin- con más de dos naves desarmadas”.
Solo una pequeña porción del antiguo reino ilirio de Agrón-en torno a la ciudad de Sködra-quedó en manos de su hijo Pinnes, si bien en calidad de protectorado romano, y bajo la regencia de Demetrio-quién recibía así el trono de Iliria en pago a su traición- mientras la mayor parte del mismo pasaba a convertirse en otro territorio de la República. Demetrio sin embargo no tardó en iniciar hostilidades contra Roma, y, tras nueve años de paz, dio inicio a la denominada Segunda Guerra Ilírica, en la que fue derrotado por Lucio Emilio Paulo. En cuanto a Teuta se desconoce su destino; las informaciones son bastante contradictorias: un retiro de algunas décadas, el matrimonio con el propio Demetrio, y el suicidio, desde una roca en Risan, en la bahía de Koto -la actual Montenegro-, son los finales que se le atribuyen a esta reina.

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Fotografías:
Fotografía 1: Retrato idealizado de la reina Teuta de Iliria en la fachada principal del Banco Nacional de Albania
Fotografía 2: Vista de Skodra hacia el NE junto al lago homónimo, lugar de operaciones de la flota iliria y capital del reino bajo la regencia de Teuta
Fotografía 3: Bahía de Kotor, en Risan (Montenegro), lugar del supuesto suicidio de la reina Teuta
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Bibliografía:
Ćurčija Prodanović, N. y Ristić, D.: Teuta, Queen of Illyria, 1973
Evans, A.: Ancient Illyria: An Archaeological Exploration, 2006
Wilkes, J.J: The Illyrians, 1992, 151-162
Polibio, Historias, II, 4-12



viernes, 4 de marzo de 2016

La esposa romana, mediadora entre familias y consejera del marido

Tanto el gran Senado de Roma como un pequeño consejo municipal de decuriones, ubicado en cualquier civitas y provincia del Imperio, constituían en sus respectivas áreas de poder el orden o grupo político-social donde se trataban los asuntos de relevancia y se decidían las carreras políticas, estando integrado por varios conjuntos diferenciados de personas, relacionadas entre sí por lazos de tipo familiar, económico, de interés o de dependencia que rivalizaban entre sí en influencia. No eran los principios y las normas de gobierno las que marcaban las diferencias, sino mucho más a menudo las simples rivalidades entre personalidades y también entre familias.
Cada alto personaje a su vez atraía a su alrededor a un grupo de personas ya de menor rango que le halagaban constantemente, intentado asegurarse con aquello su apoyo para llegar luego a las magistraturas, aprovechándose de su prestigio entre el pueblo y creciendo en la sombra de su gloria. Así mismo, la fuerza social, económica y hasta política de los cabeza de familia o de facción en los diferentes senados se medía por el número de amigos y clientes que formaban su cortejo en el foro y en las ceremonias municipales, oficiales o religiosas. Y el vínculo principal dentro de estos grupos, que les daba cohesión mediante el establecimiento de relaciones duraderas entre sus miembros, eran las alianzas familiares mediante el matrimonio y como resultado del mismo la común descendencia.
De este punto de vista, el matrimonio se entendería, ante todo, como un acto político, ya que habría de servir para establecer entre familias no solo relaciones duraderas sino también, basadas en las mismas, un contrato no escrito, un pacto de asistencia mutua con validez en los ámbitos privados y públicos. Así, para un joven, ser aceptado como yerno en una noble familia le garantizaba tanto la manutención como la posibilidad de recibir determinados cargos honoríficos, así como su apoyo, ya fuera político, social o económico, para poder medrar. A su vez para un padre dar su hija a cualquier varón destacado aseguraba a su clan un aliado cuyo prestigio, algún día, podía resultar decisivo.
Los autores antiguos nos han legado numerosos ejemplos de matrimonios “de conveniencia” que celebraban o se rompían cuando las alianzas entre familias y hombres se convertían, de repente, en rivalidades. Así, cuando César trató de ganarse el favor de Pompeyo, casó a su hija, Julia, con él; Julia había estado prometida anteriormente a Servilio Caepio, quizás Marco Junio Bruto. Como una compensación, Pompeyo ofreció a su hija a Servilio, aunque todavía no era libre, puesto que había sido ya desposada por Fausto Cornelio, hijo de Sila. Ya durante el denominado segundo triunvirato, Octaviano rompió su compromiso con Servilia para casarse con una hijastra de Marco Antonio, de nombre Clodia; pero pronto rompió toda relación con ésta para contraer matrimonio con Escribonia, buscando atraerse el favor de un pariente suyo, Sexto Pompeyo, de quién le separaba una rivalidad política; cuando la guerra con éste último era ya más que inminente, Octaviano también se divorció de Escribonia para casarse con Livia, matrimonio con el que pretendía conseguir el apoyo de la más vieja aristocracia. Octaviano, así mismo, arreglaría el matrimonio de su hermana Octavia con Marco Antonio, su compañero de triunvirato, con el fin de sellar un tratado de paz establecido por ambos en Brindisi, pero ello no impediría a Antonio entablar una relación con Cleopatra que favorecía sus intereses en Oriente y finalmente separarse de su esposa Octavia.
Ahora bien, aunque el objetivo último de todas estas uniones y separaciones no dejaba de ser -como ya dijimos- el de establecer alianzas entre familias en las que la esposa, como único miembro común de ambas -pues se consideraba a los hijos como “propiedad” de su padre y no de su madre, y por tanto pertenecientes exclusivamente a la familia paterna y no materna-, ejercía como un nexo de unión destacado entre las mismas, se esperaba igualmente que la mujer hiciera honor a esta posición intermedia -hija de un grupo familiar, y esposa y madre de otro- garantizando el buen entendimiento entre los dos clanes, ejerciendo para ello como mediadora y consejera. Por eso Lucano1atribuye en su Farsalia a Julia, la hija de César y la cuarta esposa de Pompeyo Magno, las excelentes relaciones mantenidas entre su padre y su marido, hasta el extremo de considerarla capaz -en caso de no haber con 22 o 23 años- de evitar la guerra civil que tras su fallecimiento habría de enfrentarlos:
“Si el destino te hubiera dejado permanecer más tiempo en la luz-dice en su poema, Lucano a Julia -tú sola hubieras podido contener la demencia desencadenada, aquí por un padre y allá por un esposo, arrancar el hierro de sus manos y reconciliarles, como las Sabinas mediadoras en su día supieron unir a suegros y yernos”
Buen ejemplo de esa concepción de la esposa como mediadora y nexo de unión entre las dos familias a las que pertenece por nacimiento y por matrimonio, son igualmente las Cartas de Aurelio Símaco, datadas a finales del siglo IV. En las mismas observamos cómo el senador desea y pretende reforzar su posición dentro de la clase nobiliar y cómo acaba por comprender que la única manera de conseguirlo pasa forzosamente por fortalecer su familia mediante alianzas económicas, políticas, y familiares, que, en realidad, no dejan de responder a una misma realidad o pacto. Los móviles de tipo socio-económico de Símaco le obligaban también a consolidar su poder dentro de unas siempre cambiantes relaciones de fuerza del grupo familiar, jugando en este entorno un papel fundamental la capacidad de imponer una determinada forma de relación en el seno de su clase a través de vínculos estables, en los que inevitablemente juega un papel destacado la mujer2.
Son varios los ejemplos femeninos que aparecen en la obra de Símaco; su madre, una hija de Fabio Tiziano; su esposa, de nombre Rusticiana, hija de Vitrasio Orfito, miembro influyente dentro del orden senatorial3; si bien el caso más destacado sería su hija, que casaría con un miembro de la importante familia de los Nicómacos, cuyo máximo representante, Virio Nicómaco Flaviano, sería a su vez primo hermano de Símaco, ya que el padre de éste y la madre de Flaviano eran hermanos4.
La historia y prosperidad de ambas familias, la de los Símacos y los Nicómacos, fueron de la mano de forma estrecha durante un período de tiempo en el que la suerte sonreiría a unos y otros de forma desigual. Teniendo en cuenta este hecho se percibe en las Cartas la necesidad que su escritor siente de mantener una actitud de continua diplomacia, en función de la creencia de la conveniencia de crear y mantener estables uniones familiares.
Esta diplomacia se pone por ejemplo de manifiesto en una de las Cartas de Símaco en la que se refiere al matrimonio cum manu, no tanto como un cultismo, como defendiera Arjava5, sino más bien como “la manera de refrendar a través del halago ímplicito en el uso de la tradición una unión que se deseaba duradera entre dos familias determinadas (…), a través del uso de al terminología se pretendía que el pacto entre una serie de domus diera pie a entender, de una forma simbólica, que se trataba de una sola, la cual unificaba tanto propiedades como personas e incluso ideales”6. En este sentido resulta significativo que Símaco escriba a su primo y además consuegro comunicándole que se encuentra en Campania junto a la madre de ambos, en realidad tía suya y hermana de su padre7.
Ambas familias dieron nuevas muestras de cohesión en relación con la caída en desgracia y posterior suicidio de Nicómaco Flaviano, como consecuencia de su apoyo a Eugenio en su lucha en contra de Teodosio. Mediante una larga serie de cartas sabemos de los muchos esfuerzos de Símaco por preservar a su yerno de los perjuicios económicos que conllevaban el ser el hijo del Prefecto del Pretorio del usurpador Eugenio, lo que le obligaba a devolver los pagos recibidos por su padre en el desempeño de sus funciones8. Símaco le prestará su ayuda en todo momento hasta conseguir poner fin a su problemas económicas.
Pero no cesan aquí las muestras de preocupación y solidaridad del senador romano: éste no cejará hasta lograr rehabilitar la figura de sus aliados y parientes, objetivo que alcanzará finalmente con el nombramiento de Flaviano el Joven como Prefecto de Roma, un cargo en el que repetirá más tarde y al que se añadirán los de Prefecto por Italia, Ilírico y África en los años 431 y 4329. Símaco además se declara continuador de su consuegro tras la muerte de éste, al afirmar que ahora estaba desempeñando el oficio de padre10, extendiendo así el papel paterno, reservado hasta entonces a su hija, al marido de ésta. Su interés último es el mantenimiento de los vínculos familiares, como pone de relieve esta asunción de la paternidad del hijo huérfano, como síntoma claro de solidaridad y de afán de cohesión el grupo político-familiar.
De nuevo es el matrimonio el que mejor ejemplifica esta unión familiar y intereses: el autor se dirige a su hija y su yerno a lo largo de unas ochenta cartas como los Nicómacos, dando una clara preeminencia a la familia. La caída en desgracia de un determinado miembro relevante de la familia no supone por lo tanto la inmediata ruptura de la relación preexistente, si no que esta se mantiene y se asienta en el matrimonio entre dos de sus miembros. Así pues, la mujer -hija de Símaco y esposa de Flaviano el Joven- vuelve a jugar un papel fundamental de intervención y cohesión en su calidad de principal punto de unión entre dos mitades que aspiran desde el primer momento a ser una sola y como tal se comportan. En este contexto, se entiende el interés de Símaco de situar a la mujer como depositaria de una serie de virtudes, de las que hemos hablado con anterioridad11 -ver artículo El arquetipo de esposa romana según la literatura latina- con el propósito de consolidar y afirmar el pacto entre familias: el comportamiento de la esposa se convierte así en una garantía de la perdurabilidad de las alianzas políticas -ver artículos anteriores Las mujeres en la obra de Tito Livio y Creúsa y Dido: prototipos de mujer en la Eneida de Virgilio-.

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1 LUCANO, Farsalia, I, 114-118 
2 Ver PÉREZ SÁNCHEZ, D. y RODRÍGUEZ GERVÁS, M.J.: “Imagen y realidad de la mujer en un aristócrata del siglo IV: Símaco”, Studia historica. Hª Antigua, nº 18, 2000, 315-330
3 Fabio Tiziano, PLRE, I, 917; Titianus, 1 y 2; Vitrasio Orfito, PLRE, I; Orfitus, 3, 651
4 PLRE, II, 474
5 ARJAVA, A: Women and Law in Late Antiquity, Oxford, 1996, 74
6 PÉREZ SÁNCHEZ, D. y RODRÍGUEZ GERVÁS, M.J.: “Imagen y realidad de la mujer en un aristócrata del siglo IV: Símaco”, Studia historica. Hª Antigua, nº 18, 2000, 324
7 SIMACO, Ep. II, 32
8 SIMACO, op.cit. IV, 19
9 Recomendamos CECCONI, G.A: Commento storico al libro IV dell´Epistolario de Q.Aurelio Simmaco, Pisa, 2002
10 SIMACO, Ep. IV, 4
11 SIMACO, Ep. IV, 67