jueves, 29 de octubre de 2015

Premios Bitácoras 2015, ¿me ayudáis?

Desde 2003, la red social para bloggers Bitacoras.com entrega los Premios Bitácoras a los mejores blogs en español. Tras sus 11 años de existencia, el certamen, se ha consolidado como la gran cita anual de los bloggers españoles -15.827 blogs nominados y 162.315 votos emitidos en la última edición-. El galardón representa, en muchos casos, un antes y un después en la carrera profesional de sus ganadores, ya que suponen el reconocimiento a toda una trayectoria y el comienzo de un camino nuevo...Así pues, ¿nos ayudáis a conseguirlo?
Por segundo año consecutivo, una buena amiga y antigua jefa, Marta S.Castell -¡¡muchas gracias, guapa!!-, ha propuesta a Los Fuegos de Vesta como página candidata a los premios "Bitácoras" en la categoría de "Mejor Blog de Arte y Cultura", patrocinado por La Casa Encendida. 
El nombre del ganador será anunciado el día 27 de noviembre, así pues, si aún queréis, estáis a tiempo de emitir vuestro voto. ¿CÓMO VOTAR? Es muy sencillo:
2-Entrar bien creándoos una cuenta o como he hecho yo, identificándome mediante facebook.
3-Buscar la categoría: "Mejor blog de Arte y Cultura"
4-Poner la dirección de este blog: losfuegosdevesta.blogspot.com
5-Buscar en la parte inferior el Botón "Votar", IMPORTANTE!!
6-Y ya está!!!

Muchas gracias por vuestra atención (y espero que también por vuestro voto)

martes, 20 de octubre de 2015

El fin de Marco Antonio y Cleopatra

A pesar de que las llamadas Donaciones de Alejandría -ver artículo anterior Marco Antonio en Oriente- parecían otorgar a Octaviano la excusa precisa para declarar la guerra a su rival y antiguo aliado Marco Antonio, necesitaba con todo una prueba precisa y fehaciente de su traición, puesto que ni los rumores que sobre él corrían, ni las acusaciones orales de testigos sospechosos, bastaban para hacer creíble la deslealtad de Marco Antonio y para convencer al pueblo de asumir nuevos impuestos para otra guerra civil. Esta prueba auténtica no tardó en presentarse: Munancio Planco, antiguo gobernador de Siria, y su sobrino M.Tizzio, que había acompañado a Antonio en la expedición fallida contra los partos -ver artículo anterior Marco Antonio en Oriente-, entregaron a Octaviano el testamento del antiguo triunviro, que había sido depositado por su autor en el templo de Vesta. Antonio atestiguaba en este testamento que Ptolomeo Cesarión era hijo natural del divinizado Julio César y, renunciando a su patria, ordenaba se le sepultara en Alejandría junto a su amante Cleopatra incluso si moría en la propia ciudad de Roma. Cuando todo esto se hizo público, la ira del pueblo estalló contra el traidor: los cónsules Ahenobarbo y Sosio, que intentaron defender a Antonio, tuvieron que huir ocultamente de Roma para salvarse; el Senado, siguiendo el sentimiento público, excluyó a Antonio del consulado del año siguiente, 31 a.C. y despojándole de la potestad tribunicia, y para no dar a la inevitable lucha subsiguiente la apariencia de una guerra civil, a pesar de que eso era en verdad, la contienda le fue declarada a Cleopatra como usurpadora de las provincias romanas, limitándose respecto a Antonio a llamar beneméritos a quienes le abandonasen y entregándole a él la opción de decidir por que bando decantarse en la próxima guerra, opción que no era más que una trampa: alinearse a favor de Cleopatra suponía confirmar definitivamente todas las acusaciones que Octaviano y el Senado le hacían, y decantarse por Roma era el abandono de sus aliados y posición de fuerza para quedar reducido a poco más que en proscrito para su patria. A esta provocación respondió Antonio llamando a su lado a todos los príncipes orientales y jurando a sus soldados que haría la guerra hasta las últimas consecuencias, sin prestar oídos a los negociadores, hasta alcanzar la victoria, restableciendo la república en solo seis meses, después de lo cual renunciaría al poder.

Sin embargo, Antonio dejó escapar también esta vez la ocasión propicia que se le presentó contra su rival: Octaviano había sido sorprendido en medio de sus preparativos para la guerra por una sublevación popular; los nuevos tributos impuestos a los propietarios para sufragar la contienda habían suscitado un enorme descontento, principalmente entre los libertos, que era la clase a la que más se castigaba con estas cargas fiscales, siendo el hijo de Lépido quién más fomentaba el descontento. Si Antonio se hubiera apresurado a marchar sobre Italia habría obtenido un fácil triunfo; pero, en vez de ello, decidió invernar en Patrás y dio a su rival tiempo suficiente para reprimir la rebelión, cobrar los impuestos, ordenar las tropas y recibir el juramento de fidelidad de Italia y de las provincias de Galia, Hispania, África, Sicilia y Cerdeña. El 1 de enero del 31 a.C., además, con arreglo al pacto de Miseno -ver artículo anterior El Segundo Triunvirato (III Parte): La Guerra contra Sexto Pompeyo-, Octaviano obtuvo su tercer consulado, con M. Valerio Mesala por colega en lugar de Marco Antonio. Para complacer al pueblo, que hasta el último momento intentó evitar la guerra, mandó a Grecia comisionados proponiendo a Antonio una conferencia, pero la respuesta fue una negativa; sólo entonces envió a Oriente parte de la flota, al mando de Agripa, para que le abriese el camino. Las fuerzas de ambos adversarios eran desiguales: Antonio mandaba 100.000 infantes, y Octaviano sólo 80.000; aquel contaba con 800 naves, más del doble de las de Octaviano; Antonio tenía en sus manos también las riquezas de las que se había apoderado en Oriente, mientras Octaviano tenía escasez de dinero, a pesar del producto de los nuevos impuestos.

Octaviano, sin embargo, contaba con ventajas que compensaban su escasez de tropas: componían la columna vertebral de sus fuerzas veteranos disciplinas y experimentados, muy superiores a las turbas orientales, desobedientes y sin formación, de Antonio. El jefe de la armada de Octaviano, además, era el gran estratega Agripa, mientras que los capitanes de Antonio apenas lograban ponerse de acuerdo sobre las tácticas a seguir. Por último, había una gran diferencia en la condición moral de ambos ejércitos, toda a favor de Octaviano, quién ya se había ocupado de ello a través de una muy estudiada campaña de propaganda: con él, el heredero de César, estaba el alma de la patria, su honor y su grandeza, y hasta de su libertad frente a la tiranía oriental, mientras que con Antonio estaban la traición y el vasallaje a una mujer bárbara de costumbres corruptas, con la sumisión de Italia a la africana Alejandría. Esto nos explica las numerosas deserciones que hubo en el campo de Antonio hasta la víspera misma del combate. Cuando Octaviano, en la primavera de 31 a.C., zarpó de Brindisi para Oriente, su capitán Agripa, desembarcado sin problemas en Epiro, llegaba hasta el Peloponeso y quitaba a Antonio las importantes ciudades de Metón y de Corinto, obligándole también a dejar Patrás, y viniendo más tarde a reunirse con Octaviano, que había acampado junto a Cornaro después de apoderarse de Corcira, sorprendió a una escuadra enemiga, mandada por Sosio, cuando iba en persecución de algunas naves octavianas, y la desbarató. Más graves que estas pérdidas fue la inmediata desmoralización de las tropas de Antonio: no sólo los soldados y auxiliares se pasaron al campo de Octaviano, sino también sus capitanes y hasta sus amigos más íntimos, entre ellos Ahenobarbo y Delio, los cuales, después de haber sido cómplices obedientes de sus caprichos y haberle defendido públicamente, le volvieron la espalda al presentir la derrota

Antonio no tendría más remedio que presentar batalla ante una situación que tan solo podía empeorar. Contra el consejo de sus mejores jefes, que querían un combate terrestre, prefirió el naval, que deseaba Cleopatra, bien fuera para atribuir a su tropa el máximo protagonismo en la victoria o para tener una vía de huida rápida en caso de desastre. El 2 de septiembre del año 31 a.C. los dos ejércitos estaban acampados frente a frente en las playas opuestas del golfo de Ambracia: el de Octaviano en Epiro, el de Antonio en la Acarnania, cerca de Anzio; ante ellos estaban también las dos flotas: la de Antonio a la entrada del golfo, y la de Octaviano a una distancia de ocho estados -para saber más sobre el combate, recomendamos el artículo La ¿decisiva? batalla de Actium-. Ambas permanecieron quietas durante algunas horas, hasta que, al mediodía, Sosio, que mandaba el ala izquierda de Antonio, avanzó con sus naves; Octaviano retrocedió hasta alta mar, y sólo entonces lanzó sobre Sosio sus buques ligeros. Entre tanto, Agripa atacó el ala derecha, obligando al comandante Publícola a extender su línea para no verla cercada, y a dejar así al descubierto su centro. Esta maniobra pareció anunciar el desarrollo y resultado de la batalla, por lo que sesenta naves egipcias, que habían permanecido fuera del orden de combate, volvieron la proa y huyeron hacia el Peloponeso. En medio de ellas se destacaba la nave real, con sus velas de púrpura. Antonio, al verla, olvidó por completo cuanto se decidía aquel día y quienes por él morían, y corrió tras Cleopatra. Su flota se defendería aún algunas horas más; luego, desmoralizada por la huida de su jefe, y acobardada por el incendio que se extendía por varios buques, se rindió a Octaviano.

En el cabo Tenario supo Antonio de la rendición de su flota. Sin embargo, aún quedaba el ejército de tierra intacto y deseoso de combatir; Antonio le envió la orden de retirarse por Macedonia a Asia; pero esta orden y la fuga de su jefe P.Canidio Craso acabaron de desmoralizar a las tropas, que no tardaron en rendirse a Octaviano; era el séptimo día después del combate naval. Éste, con el fin de atraer a los vencidos, tomó ejemplo de Julio César y recurrió a la clemencia, perdonando al mismo Sosio a pesar de haber sido quién inició el combate en Anzio; retuvo a su lado a los soldados nuevos y licenció a los veteranos, enviándolos a Italia; luego ordenó los asuntos griegos y asiáticos, sustituyendo a los gobernadores de Antonio, y al empezar en Asia, el 1 de enero de 30 a.C., su cuarto consulado, fue a Samos a esperar la primavera antes de marchar a Egipto. Sería allí donde le llegaría la noticia de que los veteranos de Antonio se habían revelado en Italia, y envió contra ellos a Agripa con plenos poderes; poco después marchó él mismo a Brindisi, donde senadores y magistrados se reunieron con él para rendirle homenaje. Calmados los rebeldes mediante repartos de dinero y promesas de tierras, volvió a sus cuarteles para preparar la campaña egipcia. Allí, antes de ponerse en marcha, recibiría mensajeros de Antonio y Cleopatra; aquel le pedía permiso de retirarse a Atenas a una vida privada; la reina le suplicaba que dejara la corona de Egipto a sus hijos. Octaviano se negó a contestar a su antiguo rival; a Cleopatra en cambio le hizo multitud de promesas, siempre que se comprometiera a acabar con Antonio y no hiciera ningún daño ni a su tesoro ni a su propia persona. Mientras, avanzaba hacia Egipto. Cornelio Galo, a quién mandó a la Cirenaica, se apoderó de Paretonio, llave del Egipto occidental, y él mismo, llegado a Asia, conquistó Pelusio, de tal forma que el reino quedó invadido al mismo tiempo por el este y el oeste.

Por fin, a última hora, Antonio se decidió a moverse tras un período prolongado de depresión e inactividad. Al saber que el enemigo se acercaba a la misma Alejandría, el antiguo triunviro, desesperado, reunió a sus ya escasas y esparcidas tropas y se preparó para la defensa. Un pequeño triunfo obtenido por su caballería le infundió nuevo valor y el propósito de combatir a Octaviano por tierra y mar, pero en el día del combate la flota y la caballería egipcias se pasaron a Octaviano, y la infantería, mermada, no tardó en ser derrotada. Tras la derrota y la deserción, Antonio recibió además la noticia, quizás intencionada, de que Cleopatra, encerrándose en su mausoleo con sus tesoros, había tomado veneno y había muerto. Conmovido por su ejemplo, Antonio se suicidó arrojándose sobre su espada. Mientras aún estaba en agonía, supo que la reina vivía y pidió ser llevado a su lado, muriendo en sus brazos. Al mismo tiempo, Octaviano entraba en Alejandría aquel 1 de agosto. Queriendo capturar a Cleopatra viva, le renovó las promesas de Samos hasta convencerla de abandonar su mausoleo y regresar a palacio. Cuando acudió a visitarla, la halló rodeada de recuerdos de Julio César, y la oyó hablar con entusiasmo de la gloria de éste y de cuánto la había amado; esperaba quizás conmover o fascinar al joven conquistador. Pero no obtuvo de Octaviano más que respuestas frías e indiferentes. Así pues, cuando Dolabella la anunció que en tres días debería ser conducida a Roma, Cleopatra decidió suicidarse. Fue hallada una mañana en su lecho, vestida de reina, con dos esclavas a sus pies, también muertas. Circularon muchos rumores sobre la causa de su muerte, desde la mordedura de un áspid a que el propio Octaviano la hizo ejecutar. El vencedor ordenó enterrar a los dos amantes juntos, en Alejandría. Antes, Ptolomeo Cesarión, supuesto hijo de Cleopatra y de Julio César, y Antilo, hijo primogénito de Antonio con Fulvia, fueron ejecutados. Los hijos supervivientes de la reina -Cleopatra Selene, Alejandro Helios y Ptolomeo Filadelfo- serían criados por la viuda romana de Antonio, Octavia, la hermana del conquistador de Egipto.

*Fotografía 1: Tetradracma con Cleopatra en el anverso y Marco Antonio en el reverso.
*Fotografía 2: La batalla de Actium según Lorenzo A.Castro
*Fotografía 3: Retrato de Marco Vispanio Agripa, el gran artífice de Actium, en el Museo del Louvre, en París.
*Fotografía 4: Denario acuñado por el futuro Augusto que celebra la conquista de Egipto.
*Fotografía 5: "Cleopatra sostiene a Marco Antonio mientras muere", de Alexander Bida. Ilustración de finales del siglo XIX para el acto IV, escena 15, de Antonio y Cleopatra, en una colección recopilatoria de la obra de Shakespeare
*Fotografía 5: "La muerte de Cleopatra", de Juan Luna, 1881



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jueves, 15 de octubre de 2015

Marco Antonio en Oriente

Depuesto Lépido y disuelto el Segundo Triunvirato -ver artículo anterior Segundo Triunvirato (III Parte): La Guerra contra Sexto Pompeyose encontró Octaviano al frente de 45 legiones, la fuerza militar más grande de la República romana. Sin embargo, apenas tuvo tiempo de celebrar nada: sus soldados no tardaron en pedir recompensas iguales a las que se entregaron a los veteranos después de la batalla de Filipos -ver artículo anterior Segundo Triunvirato (I Parte): La Batalla de Filipos-: Octaviano les ofreció honores, que rehusaron de inmediato para declararse en rebelión, obligando al heredero de César a dar a cada individuo 2.000 sestercios. Sofocado así el tumulto, hizo Octaviano salir de las filas a los esclavos tránsfugas del ejército de Pompeyo, esparcidos entre las legiones, y los restituyó a sus antiguos amos: eran 3.000. Los que no quisieron declarar el nombre de sus amos, fueron mandados a las poblaciones de la que habían huido, siendo ejecutados en ellas: fueron más de 6.000 los que padecieron este destino. Arregladas las cosas en Sicilia tras la victoria sobre Sexto Pompeyo, y enviado Statilio Tauro a tomar posesión de las provincias de África arrebatadas a Lépido, Octaviano regresó a Roma. El Senado lo recibió en las puertas de la ciudad; antes de pasarlas quiso el vencedor hacer oír su palabra imperial a los senadores y el pueblo, sin duda para acostumbrar a ambos a recibir sus mandatos. No escatimó promesas y regalos: prometió al pueblo la paz y la clemencia para el futuro, y consolidó el presente condonando el resto de los tributos impuestos para los gastos de las últimas guerras. No aceptó sin embargo nada más que los más modestos de los honores que el Senado le decretaba, ni permitió que al pie de la estatua que se le había erigido en el Foro se pusiera otra inscripción que no fuera: "A César, restaurador de la paz por tierra y por mar". Asimismo, sabiendo que la seguridad pública es elemento necesario a la estabilidad de un nuevo orden de cosas, procuró el exterminio de las bandas de criminales que infestaban Italia, creando para la protección de las propiedades las cohortes vigiles; lo que le dio en breve gran popularidad, a la cual contribuyó él también anunciando que, al volver Antonio de la guerra contra los partos, ambos depondrían el triunvirato. Halagado el pueblo con esta promesa, saludó a Octaviano como su protector, le confirió la inviolabilidad tribunicia y le regaló un edificio público.

Mientras Octaviano ganaba así las simpatías populares, Marco Antonio, por sus derrotas militares y aún más por su escandalosa vida privada, se acarreaba el público desprecio y ofrecía a su antiguo aliado y cuñado la forma propicia de conseguir su ruina. Tras la firma del Tratado de Tarento, Antonio volvió a Oriente para acabar de forma definitiva con los partos -ver artículo anterior Segundo Triunvirato (III Parte): La Guerra contra Sexto Pompeyo-, en una campaña que hasta ese momento sus legados habían llevado a cabo con bastante éxito: C.Sosio arrojó a los partos de Siria y se apoderó de Jerusalén; Craso venció a los albanos y a los iberos, sus aliados; pero los mayores triunfos fueron los obtenidos por P.Ventidio, que en el año 39 a.C. derrotó, en la falda del monte Tauro, a un ejército parto, cuyo jefe, Labrino, caído en manos del gobernador de Chipre, fue ejecutado por éste. Asia quedó libre con esta victoria, que determinó también la posesión de Cilicia y del camino de Siria. Al año siguiente Ventidio derrotó por segunda vez a los partos y mató a su nuevo jefe, Pacoro, hijo del rey Orodes; después de esta segunda derrota, los partos cruzaron de regreso el Éufrates, dejando libre toda el Asia Menor. En Atenas, entregado por completo al ocio más desenfrenado, Antonio supo de los grandes triunfos de su legado, y los celebró con juegos públicos en los que apareció vestido de Hércules. Los atenienses secundaron la vanidad del triunviro celebrando su matrimonio místico con la mismísima diosa Minerva; pero pronto tuvieron que lamentar su actitud servil, ya que Antonio pidió que a su consorte divina la acompañase una dote de 1.000 talentos. Después marchó a Asia a compartir con los suyos los beneficios de la victoria: mandó a Ventidio a Roma para que celebrase su triunfo sobre los partos y él tomó la dirección del asedio de Samosata en Armenia.

Sin embargo, frente a las victorias de Ventidio, Antonio no logró más que derrotas: Antíoco le había ofrecido 1.000 talentos para que le dejase libre aquella ciudad, y al cabo Antonio hubo de contentarse con tomar sólo 300 talentos para alejarse de ella; volvió a Atenas dejando a Sosio la dirección de Siria, perdiendo así su mejor oportunidad de conquistar Partia, la cual, tras la marcha de Ventidio, quedó por algún tiempo en la anarquía: Fraate, otro hijo del rey Orodes, había asesinado a su padre y sus hermanos para poder sentarse en el trono. Esta inusitada maldad suscitó contra el parricida tumultos y rebeliones en muchas partes del reino. Pidieron, por fin, el auxilio de Antonio contra el tirano, y Artavasde, rey armenio y tributario de los partos, fue a su campo para solicitar su alianza; pero Antonio no se entusiasmó demasiado con las invitaciones, y prefirió permanecer gran parte del año en la ciudad de Laodicea con la reina egipcia Cleopatra en medio de constantes festines. Esto permitió al nuevo rey parto Fraate restablecer el orden en su Estado y Artavasde, viendo que nada lograba de Antonio, se alió con su enemigo en secreto. De modo que, cuando Antonio salió al fin de su inanición se encontró con un enemigo formidable, mucho más que aquel al que enfrentara Ventidio. A la inferioridad de las fuerzas se añadió la traición: Artavasde consiguió llevarlo a Media donde Fraate le había preparado una trampa. Mientras Antonio se dirigía a Fraata, capital de Media, los partos derrotaron a su legado Opio Stratiano, que le seguía a cierta distancia con el bagaje y las máquinas de asedio. Emprendió Antonio entonces la retirada, y acosado constantemente por el enemigo, pisó al fin, después de veintisiete días de desastrosa marcha, la orilla del Arase. La expedición le había costado, además del bagaje y las máquinas de asedio, 20.000 infantes y 4.000 caballos. Pero estas perdidas ni le preocuparon ni le acobardaron: envió a Roma mensajeros con falsas noticias de victoria y distribuyó entre las tropas supervivientes, para contentarlas, dinero que afirmaba enviaba Cleopatra. Después, regresó a Egipto con su amante, donde permanecería, casi ininterrumpidamente, hasta el 32 a.C.

En uno de esos intervalos, Antonio emprendió una expedición a Armenia para vengarse de la traición de Artavasde. Su esposa Octavia, aún abandonada en Roma desde hacia mucho tiempo, se esforzó con todo por lograr de su hermano un auxilio de 2.000 soldados escogidos para aquella expedición, y quiso llevárselos ella misma. Sin embargo, al llegar a Atenas recibió la orden de Antonio de detenerse allí y de mandarle las tropas, con lo que Octavia volvió a Roma junto a su hermano sin volver a ver jamás a su marido. La guerra armenia acabó con la derrota, la captura y ejecución de Artavasde. Su hijo Artaxias, colocado en el trono por los contrarios al dominio romano, fue también vencido. Antonio destinaría el reino armenio a uno de sus hijos habido con la reina Cleopatra. No obstante, no dispuso sólo de los países por él conquistados, como si fueses de su propiedad personal: en las llamadas Donaciones de Alejandria, del año 32 a.C. entregó a Cleopatra y a su primogénito Ptolomeo Cesarión -que reconoció oficialmente como hijo de Julio César-, Egipto, Celesiria, Cilicia con Chipre y Creta, y la Cirenaica; a los dos hijos varones que tuvo con Cleopatra, Ptolomeo Filadelfo y Alejandro Helios, señaló los dominios asiáticos, dando al primero el reino de Siria y el Asia Menor y al segundo Armenia y los países de más allá del Éufrates. Fuera del reparto, sólo quedaba la hija habida con la reina, Cleopatra Selene. Cesarión, Filadelfo y Alejandro deberían llevar el título regio y reconocer la alta soberanía de su madre, puesta así al frente de un gran imperio oriental, cuya metrópoli, Alejandría, debría eclipsar a Roma y sucederla en el dominio del mundo.

*Fotografía 1: Áureo acuñado en Éfeso hacia el año 41 a.C. por el cuestor provincial de Marco Antonio, Marcus Barbatius Pollio, que muestra en el anverso el retrato de Marco Antonio y en el reverso el rostro de César Octaviano.
*Fotografía 2: Moneda de Fraate IV, rey de Partia, al que Marco Antonio hizo frente con tan poca fortuna
*Fotografía 3: Moneda de Artavasde II, rey de Armenia, quién traicionó a M.Antonio.
*Fotografía 4: Moneda con el retrato de Marco Antonio en el anverso y el de Cleopatra en el reverso donde celebran la conquista de Armenia y las donaciones de Alejandría.

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lunes, 12 de octubre de 2015

Premio Blogguer House 2015

Hoy me he despertado sorprendida con la noticia de que Olaya García Nos y su blog Rincón del Pasado ha otorgado a mi blog Los Fuegos de Vesta el premio Blogguer House. Lo cierto es que hasta el momento no tenía constancia de su existencia, pero al investigar un poco y descubrir de qué se trataba me he sentido muy halagada. Es una completa alegría que otros bloggeros se hayan fijado en mi trabajo y lo hayan tenido en consideración, aunque por supuesto ello no habría sido posible sin todos vosotros que habéis dedicado, aunque solo fuera un minuto de vuestro tiempo, a este blog. A esas personas, anónimas y no tan anónimas, muchas gracias por hacer posible éste y otros tantos buenos momentos que me recuerdan toda la ilusión con la que hace ya más de tres años empecé a escribir este blog y me dan fuerza y sobre todo motivos para continuar una semana más. Un abrazo enorme!!! Y larga vida a la diosa Vesta!!!

¿Qué es el Premio Blogguer House?

El Premio Blogguer House se otorga a todos aquellos que han contribuido positivamente a la blogosfera con al menos un blog actualizado regularmente y con contenido de calidad. Premia, por lo tanto, a la constancia en la publicación y a la pasión por lo que se publica.

Las normas de aceptación del Premio son las siguientes:

1-Agradecimiento público al bloguero del que se ha recibido el premio.
2-Nominación en una entrada de tu blog personal a los 10 blogueros que a tu juicio más contribuyen a la blogosfera.
3-Notificación pública a los blogueros nominados.
4-Exhibir el logotipo del premio en tu blog.

Son muchos los amigos que se esfuerzan en ofrecernos buenos contenidos en sus blogs y que me ayudan además a construir con sus geniales aportaciones el grupo de facebook Los Fuegos Romanos de Vesta, pero sólo puedo nominar a 10 y éstos son los elegidos:


Aprovecho la ocasión para anunciaros que, en la columna de la derecha, tenéis ya la posibilidad de inscribiros para recibir por email todas las novedades del blog según se publiquen.


martes, 6 de octubre de 2015

Segundo Triunvirato (III Parte): La Guerra contra Sexto Pompeyo

Roma recibió con gran alegría la firma del Tratado de Brindisi que suponía el inicio de una nueva paz entre los triunviros -ver artículo anterior El Segundo Triunvirato (II Parte): Guerra de Perugia y Paz de Brindisi-: el Senado decretó una ovación a Octaviano y otra a Antonio por haber conjurado el peligro de una nueva guerra civil, y dispensó a Octavia de su luto obligatorio de un año por la muerte reciente de su primer marido C.Claudio Marcelo para que pudiera contraer matrimonio cuanto antes con Marco Antonio. Sin embargo, la felicidad por aquella paz duró poco: Sexto Pompeyo se negó a aceptar los términos del tratado de Brindisi y abandonar Cerdeña. Octaviano, decidido a combatirlo y en cumplimiento de lo acordado en Brindisi, tuvo que imponer para lograr medios nuevos impuestos: el impuesto sobre los esclavos, creado para la guerra contra Bruto y Casio, y dejado hasta allí sin efecto, fue puesto en ejecución; se estableció también otro impuesto sobre las sucesiones. El pueblo, que ya murmuraba descontento por la carestía que la flota a las órdenes de Sexto Pompeyo había sumido a la capital, se enfureció al conocer los nuevos impuestos, llegando a poner en peligro la vida del propio Octaviano. Esta precaria situación obligó consecuentemente a buscar no la guerra, sino un nuevo acercamiento con el enemigo, para lo cual medió L.Scribonio Libón, pariente al mismo tiempo de Sexto Pompeyo y Octaviano, de quienes era suegro y cuñado respectivamente. En el Pacto del cabo Miseno, se acordó que Pompeyo retendría Sicilia, Córcega y Cerdeña, con Acaya por cinco años, a cuyo término obtendría el consulado y sería admitido en el colegio de los augures: en recompensa por el patrimonio que Antonio le había arrebatado, recibiría diecisiete millones y medio de dracmas, y todos sus amigos y aliados prófugos y proscritos, excepto los comprendidos en la ley Pedia -ver artículo anterior El Segundo Triunvirato (Primera Parte): La Batalla de Filipos-, quedaban libres para volver a Roma, devolviéndose a los primeros todos sus bienes y una cuarta parte a los segundos. Pompeyo por su parte se obligaba a retirar todas sus guarniciones de las costas de Italia, a no dar refugio a los fugitivos y a proveer de trigo a Roma. Para una mayor garantía de este tratado, su texto fue remitido a las Vestales, que debían custodiarlo, y la paz se confirmó, como ya sucediera en Bolonia y Brindisi, con un matrimonio: la hija de Pompeyo habría de casarse con M.Claudio Marcelo, sobrino de Octaviano e hijastro de Antonio.

Sin embargo, a pesar de las garantías y protestas, cada uno de los tres contratantes impidió por su parte su cumplimiento: Antonio, desde Atenas, donde se había establecido con su nueva esposa para pasar el invierno entre fiestas, escribió a Pompeyo que no le entregaría la Acaya hasta que se le pagaran ciertas sumas que aseguraba le debían los del Peloponeso. Pompeyo continuaba atacando las costas de Italia y Octaviano acabó por repudiar a su esposa Escribonia, el mismo día que daba a luz a su única hija Julia, único nexo de unión y parentesco con Pompeyo, para casarse con Livia Drusilla, cedida por su esposo T. Claudio Nerón con el consentimiento de los pontífices, a pesar de estar embarazada de seis meses de su primer marido en el momento de la boda. Octaviano fue aún más lejos: intentó ganarse al almirante de Pompeyo, el liberto Mena, quién le entregó traidoramente Córcega y Cerdeña junto a tres legiones y una escuadra. Pompeyo, enfurecido, entró en Campania, saqueando y devastando ciudades y tierras. Octaviano llamó a Brindisi a los otros dos triunviros para conferenciar y decidir con ellos, pero Lépido no acudió y Antonio no llegó el día fijado, notificando por carta a Octaviano que no aprobaba la guerra y exhortándole a permanecer fiel al pacto de Miseno: extraño consejo por parte de quién había sido el primero en no seguirlo. Debió por tanto Octaviano hacer frente sólo a la amenaza: organizó dos flotas, dando el mando de una de ellas a L.Cornificio, y el de la otra a Calvisio Sabino y al traidor Mena, con orden de reunirse en Regio, para marchar desde allí a Sicilia; pero Pompeyo impidió la reunión enviando sin tardanza al liberto Menecrates a las costas de Tirreno con una fuerte flota. En el golfo de Cumas encontró éste a Calvisio y Mena, presentándoles batalla, cuyo resultado hubiera sido apoderarse de la flota enemiga sino hubiera muerto. Octaviano supo en la ciudad de Regio el desastre de Cumas, y se lanzó al mar con las naves de Cornificio para socorrer a sus generales: encontró en el cabo Scileo la escuadra conducida por Democrates, legado del difunto Menecrates, y obligado a aceptar el combate, fue nuevamente derrotado: al día siguiente, una tempestad acabó con el resto de sus naves.

Hundido por tantos desastres, Octaviano sintió la necesidad de pedir ayuda y envió al hábil Mecenas a Grecia para hacer regresar a Antonio. Al mismo tiempo, hizo volver de la Galia a Vipsanio Agripa para confiarle la dirección de la guerra. Agripa, valiente y modesto, rehusó el triunfo que se le ofreció como premio de su victoria sobre los rebeldes de Aquitania, pero aceptó el consulado en 37 a.C. y la dirección de la guerra contra Pompeyo. Comenzó edificando un nuevo puerto en el Mediterráneo, poniendo con comunicación el mar de Baya con los lagos Lucrino y Averno; construyó una nueva flota, y adiestró a remeros y soldados, entre los cuales se encontraban 20.000 esclavos libertados por Octaviano. Mientras en Baya se llevaban a cabo todo estos preparativos, apareció Antonio en Tarento con 300 naves, y Octaviano, recelando de su conducta y de una posible intriga con Lépido, no se mostró muy dispuesto a aceptar aquel auxilio tan inesperado como oportunamente sospechoso. No obstante, acabó aceptando, negociándose un nuevo acuerdo en Tarento con mediación de Agripa y Mecenas: Antonio pondría a su disposición 120 de sus naves para su guerra con Pompeyo, a cambio de lo cual Octaviano le entregaría cuatro legiones para la guerra contra los partos. Se renovó por otros cinco años el triunvirato, que había terminado en enero de aquel año, y Octaviano se encargó de hacer legalizar la prórroga por un plebiscito en virtud de la ley Tizia. Tampoco faltó esta vez una boda para sellar el nuevo pacto: la pequeña hija de Octaviano, Julia, de dos años de edad, fue prometida con Antilo, el hijo mayor de Antonio y su anterior esposa Fulvia. Después de aquello, y con la excusa de evitar a su esposa e hijos las molestias de seguirlo en su expedición contra los partos, pero en verdad para que no estorbaran un nuevo acercamiento con Cleopatra, envió Antonio a su familia a Roma y se separó de Octaviano, con el que no volvería a encontrarse hasta Actium.  

La guerra contra Pompeyo se emprendió con mayor vigor, aún más cuando Lépido dio noticias por fin de su persona y entró con 12 legiones y 5000 caballos en Sicilia. Tras diversos incidentes, en septiembre del 36 a.C. se llegó, entre Mile y Nauloco, a una jornada decisiva. Las fuerzas de las dos armadas se equilibraban: eran 300 naves por una y otra parte, y a su vista en la costa estaban en orden de batalla los dos ejércitos. El encuentro fue terrible, y el éxito estuvo largo tiempo incierto: al fin, la batalla se decantó por el bando de los triunviros. Pompeyo, más pirata que estratega, apenas vio asomarse la derrota, apagó el fanal de la nave almirante y, dejando sin guía a sus tropas y a los buques que tenía en Lilibea y Nauloco, se hizo a la vela con sólo 17 naves en dirección a Asia, deseoso de ganarse el favor de Antonio. Éste no desdeñó la oferta, y mandó a Mitilena, donde Pompeyo desembarcara, un oficial suyo para estipular las condiciones del pacto. Pero el enviado no tardó en darse cuenta del doble juego de Pompeyo, quién trataba al mismo tiempo con Antonio y con los partos para apoderarse con su ayuda de Asia Menor. Esta traición causó finalmente la ruina de su autor: sus amigos, hasta entonces fieles, le abandonaron, y el legado de Antonio dio muerte a Pompeyo en Mileto en 35 a.C. Acabada así la guerra pompeyana, amenazaba iniciarse otra entre Lépido y Octaviano. Pretendía Lépido que se le diera Sicilia, porque era a él a quién se habían rendido las ocho legiones que Sexto Pompeyo dejara en Mesina, con las cuales ya eran veinte las que tendría bajo su mando; pero Octaviano sabía que aquellos soldados ni amaban ni respetaban a Lépido, y pudo fácilmente sobornarlos y atraérselos. Lépido se vio de pronto sin ejército, y fue relegado a Circeo, conservando sin embargo la dignidad de pontífice máximo por la generosidad de Octaviano, que le perdonó la vida. Se puso así fin al Segundo Triunvirato.


*Fotografía 1: Áureo de Sexto Pompeyo emitido en Sicilia entre 42 a.C. y 40 a.C., en el que se titula hijo de Magno imperator y Prefecto de las costas y los mares, en un claro desafío al poder de los triunviros
*Fotografía 2: Nave romana representada en un fresco del s.I
*Fotografía 3: Nave romana representada en un fresco del Templo de Isis de Pompeya. Hoy en el Museo Archeologico di Napoli.
*Fotografía 4: Denario acuñado con la efigie de Marco Emilio Lépido como póntifice máximo