Una colaboración para Arraona Romana
Introducción.
Es Gimnasia, uno de los
personajes de la Cistellaria, quién establece en esta obra la
diferencia más básica entre los tipos existentes de prostitutas en
el mundo romano al decir que va a meterse dentro de su casa ya que
“estar en la calle es más de puta barata”, por que ella, como
cortesana, o prostituta de lujo, trabaja en su casa. Pero hay también
un tercer tipo, como bien establece José Luis Ramírez Sadaba1:
las que trabajan como prostitutas a cuenta de locales tales como
termas, tabernas o posadas ya sea por ser esclavas, dueñas del
negocio, o cobrar un sueldo por su oficio.
Son tres tipos diferentes
de prostitutas, pero en latín no existe un único termino para
designarlas, como en español-independientemente de sus variantes
peyorativas-, ni siquiera tres, uno para cada grupo, sino que, en
latín, hay decenas de términos para referirse a una prostituta
dependiendo de cuánto cobre, cuál sea su especialidad, donde
trabaje, quienes sean sus clientes, su belleza…Entre otros, podemos
citar:
-Aelicarae: chicas que
trabajan en panaderías y ofrecían allí sus servicios sexuales.
-Copae: camareras que
ejercían la prostitución en las tabernas.
-Blitidiae: recibían su
nombre de una de las bebidas más baratas de las tabernas.
-Diobolaris: término
que alude a los dos míseros óbolos (moneda griega) que cobraban.
-Forariae: ejercían a
los alrededores de las ciudades para atraer a los viajeros.
-Gallicanae: prostitutas
que robaban a sus clientes.
-Noctivae: ejercían de
noche.
-Schanicullae: las que
alquilaban su cuerpo a soldados y esclavos.
-Ambulatarae: trabajaban
en la calle o el circo.
-Bustuariae: trabajaban
en los cementerios.
-Cymbalistriae,
ambubiae, mimae o citharistriae: designadas por sus habilidades
artísticas.
-Dorae: iban desnudas y
pintadas.
-Delicatae: de la más
alta categoría, con clientes entre senadores, negociantes,
generales…
-Prostibulae: ejercían
su profesión donde podían, librándose del impuesto.
-Meretrices: registradas
en las listas públicas.
-Fellatrix: experta en
felaciones.
Otra gran diferencia
entre los romanos y nosotros con respecto a la prostitución, es que
ésta estaba no sólo legalizada, sino también perfectamente
integrada en la vida social. Los romanos, al igual que los griegos,
consideraban la prostitución como una necesidad, un remedio para la
seguridad de las matronas, ya que al existir la posibilidad de acudir
a una profesional, no era necesario seducir a las esposas de otros
hombres.
“Nada te impide ir
a casa del proxeneta ni comprar lo que allí está en venta...
Siempre que no te aventures por un territorio privado, siempre que no
toques a una mujer casada, a una viuda, una virgen, a un joven o a
niños que son libres de nacimiento ¡ama a quién quieras!”2
El propio Horacio3,
en una de sus primeras Sátiras, también predica las bondades de
esta práctica:
“¿El
cuerpo de una princesa es acaso más hermoso, más deseable, que el
de una cortesana? ¿Por qué arriesgarse a recibir un terrible
castigo atacando a matronas cuyos encantos están siempre ocultos por
un traje largo?...Resulta más satisfactorio y menos peligroso para
el patrimonio y para el honor ir a buscar fortuna en los callejones
donde una belleza poco huraña ofrece a todo el que llega sus
encantos”
En este sentido, se veía
la prostitución como una forma de preservar tanto la moralidad como
la fidelidad de las matronas, así como una de las mayores garantías
para el honor y la familia. Es por este motivo por el que un padre
-según una anécdota recogida por Valerio Máximo4-
recomienda a su hijo, enamorado de una mujer casada, que antes de
visitar a su amante acuda a un prostíbulo; el joven obedece, y este
remedio parece surtir efecto: el primer día el joven llega a casa de
su amante muy cansado. Al cabo de varios días, satisfecho de sus
visitas al lupanar, acaba por abandonar definitivamente a su
amante casada.
Incluso el propio Catón
felicita a un muchacho por visitar a las prostitutas y no molestar a
las casadas5,
y Terencio llega a declarar que “no es vergonzante para un
adolescente beber y frecuentar a las prostitutas”6
Pero, aunque a los
jóvenes se les recomendaba las prostitutas, no es éste el caso de
los ancianos:
“Será
preciso que a tu edad te abstuvieras de esta clase de desorden...
Como cada estación, cada edad tiene sus ocupaciones. Si se permite a
los viejos perseguir a las muchachas… ¡donde irá el Estado! ¡Son
los jóvenes los que deben entregarse a los placeres!”7
Es obvio, por tanto, que
la prostitución se consideraba en Roma con gran tolerancia. Ahora
bien, aunque la prostitución era aceptada, las mujeres que la
ejercían eran despreciadas como parte de los infames, junto a
actores, gladiadores, proxenetas, condenados…, personas que
constituían el paradigma del deshonor, que atentaban contra la
dignitas propia de un ciudadano, contra la gravitas que
debe adornar a todo romano, y por lo tanto eran excluidas de la
sociedad. Reflejo de esta discriminación son la serie de
prohibiciones que el Estado romano impuso a la prostituta: en primer
lugar, y a fin de que nunca pudiera ser confundida con una matrona,
no podía vestir la stola ni recogerse el cabello sino que
debía llevar una túnica corta a la vez que oscura y el pelo suelto;
así mismo, se prohibió el matrimonio de un ciudadano romano con
cualquier prostituta o con los parientes y descendientes de ésta; de
hecho sus hijos eran considerados como infames, careciendo por
ello de derechos cívicos, y la inmensa mayoría de ellos estaba
abocada a la prostitución.
También tenían
prohibido el uso de carros, carrozas o literas, para obligarlas a
desplazarse siempre a pie, y, aunque podían participar en la vida
religiosa, no se les permitió mezclarse con el resto de los
creyentes; tampoco con las mujeres honestas y, al contrario que
éstas, podían ser juzgadas en los tribunales públicos.
Por último, en el
Imperio, se las obligó a registrarse en un registro especificando el
nombre, la edad, lugar de nacimiento, pseudónimo si iban a usarlo y
su tarifa, tras lo cual recibían la licentia stupri. Pero una
vez inscritas, debían pagar un impuesto diario equivalente a lo que
cobraban por uno de sus servicios y nunca podrían robarse, por lo
que quedaban inhabilitadas, ellas y sus descendientes, para el
matrimonio y para llevar en el futuro una vida honesta.
El
reclutamiento de las prostitutas.
Encontramos entre las
prostitutas romanas a adolescentes abandonadas al nacer, a las
esclavas, huérfanas, mujeres pobres e hijas de prostitutas. Los
proxenetas recogen a los niños abandonados-especialmente del sexo
femenino, pero también del masculino-para dedicarlos a la
prostitución hasta el siglo IV d.C., fecha en la que se prohíbe
definitivamente en Roma el abandono y la exhibición de niños.
Así mismo-al contrario
de lo que sucedía en Grecia-apenas había prostitutas menores de
catorce años, con la excepción de las niñas que sus propios padres
prostituían para alimentar al resto de la familia, ya que su
condición social les había privado ya de sus derechos cívicos Esa
práctica será cada vez más frecuente, en especial a finales de la
República, para intensificarse con los primeros emperadores. Un
diálogo de Plauto muestra lo orgullosas que se sentían las madres
al convertir a sus hijas en prostitutas:
-Nos hemos convertido
en prostitutas, tu madre y yo, porque somos ambas mujeres
emancipadas. Nosotras mismas hemos educado a las hijas que hemos
tenido de padres de ocasión. Si yo he convertido a mi hija en
prostituta, no es por indiferencia, sino para evitar morir de hambre.
-¿No hubiera sido
mejor casarla?
-¿Por qué? ¡Mi
hija tiene un marido a diario! Tuvo uno ayer; tendrá otro esta
noche. ¡Jamás he permitido que pasara una noche como viuda, ya que,
sin marido, nos haría morir de hambre en casa!1
También se podían
encontrar entre las prostitutas a mujeres “honradas” cuyo único
recurso era vender su cuerpo-este caso se produce sobre todo cuando
fallece el marido-, así como emancipadas que escogían la
prostitución como forma de independencia, y a las esclavas, ya fuera
por obligación o con la esperanza de poder así comprar algún día
su libertad.
La
vestimenta.
Las cortesanas están
obligadas a vestir con elegancia, y por ello dedican infinidad de
tiempo a su aseo. La joven Adelfasia cuenta a su hermana sus
preparativos la mañana de la fiesta de Venus:
“Desde el alba, tú
y yo solamente hemos tenido una ocupación: bañarnos, frotarnos,
equiparnos, secarnos, pulirnos, repulirnos, pintarnos, componernos;
y, además, ellos nos habían dado a cada una dos criadas que se han
dedicado todo el tiempo a lavarnos, a relavarnos; sin contar los dos
hombros que se han derrengado llevándonos agua”2
Sin embargo, a todas las
prostitutas se las reconoce por su forma de vestirse, obligatoria por
ley con el fin de diferenciarlas de las matronas: la matrona viste
túnica larga, o stola, mientras a las prostitutas sólo se
las permiten llevar una túnica corta y oscura, el cabello sin
recoger, e, incluso, se las obligó a ir descalzas en algunas épocas.
Con todo, las prostitutas pronto desafiaron la prohibición y comenzó
a imponerse cada año una moda nueva, llevándose la palma el vestido
más excéntrico: se inventaban “camisas a la reina, a la pobreza,
o al impluvium, una túnica ligera, un túnica tupida, el lino
blanco, la camisola con cenefas, el vestido amarillo caléndula o
azafrán, el vestido real o exótico, verde agua o recamado, color
cáscara de la nuez, miel o paja”3.
Pero el vestido no es
suficiente. Se completa con joyas o con un maquillaje de dudoso
gusto, se perfuman cada parte del cuerpo con aromas distintos, y
pronto se pone de moda el cabello teñido, especialmente el color
rubio. Obtienen el tinte con el sapo galo, compuesto a base de
cenizas de haya y de sebo de cabra, o con la ayuda de una infusión
de nogalina, de vinagre de heces de vino y de aceite de lentisco. Si
quieren recuperar el color oscuro de un día para otro, a fin de
complacer a un cliente, utilizan un licor extraído de semillas de
saúco, vino negro y una decocción de sanguijuelas. Aunque todas se
cuidan mucho el cabello, ya que su pérdida supone una ignominia,
esto suele sucede a menudo dado los productos que usaban, por lo que
las pelucas están a la orden del día. En cuanto a los peinados, son
muy sencillos:
Colorean con carmín la
punta de los senos y se sujetan el pecho con unas redecillas de hilos
dorados. Así mismo, se depilan todas las partes del cuerpo. Para
disimular su edad, las más mayores se fijan en la boca dientes de
oro o de marfil con hilos de oro, o se esmaltaban los dientes con un
compuesto del asta molida. Se lavan varias veces al día las manos,
las orejas y los dientes, pues temen que les invada el sarro, y hacen
gárgaras con agua aromatizada, ligeramente perfumada, que sirve para
conservar el frescor del aliento, o bien, chupan pastillas de mirto y
de lentisco amasadas con vino rancio, mastican perejil o raíces de
iris…
Las prostitutas se
aclaraban el rostro con linimento extraído de excrementos de
cocodrilo, con albayalde o con un residuo de plomo preparado en forma
de pasta y que se produce en Rodas. A veces utilizan como alternativa
tiza, disuelta en un ácido. Colorean las mejillas con minio,
producto muy tóxico que provoca estragos en la piel o con un tono
rojo obtenido de espuma de salitre rojo. Subrayan la forma del
párpado y de la ceja con carbón, o con pasta de hollín y sebo, que
se aplican sirviéndose de una aguja. Disimulan los granos y verrugas
con lunares postizos.
Así mismo, abusan de las
cremas y los polvos: polvo astringente para evitar contre la
exudación, pomada depilatoria y pasta de alubia para teñir la piel
y borrar las arrugas.
Todas las noches, así
mismo, se aplican en el rostro una mascarilla a base de flor de
harina y de miga de pan diluida, de huevos secos y de harina de
cebada que machacan en el mortero con asta de ciervo, bulbos de
narciso triturados, arenilla de vino, harina de trigo candeal y miel,
para evitar la vejez. Otras optan por un ungüento de sebo extraído
de la lana de un gran cordero seboso y que, aún derretido por dos
ocasiones y blanqueado al sol, despide un fuerte olor. Pero nada es
mejor que la leche de burra.
Las cortesanas, las
únicas que pueden permitirse todos estos productos y cuya clientela
se encuentra entre la nobleza más alta de Roma, no se pueden
permitir ni un grano ni una erupción. La harina de cebada con
mantequilla borra las manchas rojizas; los excrementos de bueyes, el
aceite y la goma, el mal aliento, y la grasa de oca, las grietas4
En cuanto a las joyas, el
diamante se utiliza poco, ya que se desconoce como tallarlo; las
perlas, el ópalo, la aguamarina y la esmeralda son los más
utilizados y se utilizan para adornarlo todo, hasta las sandalias.
Los brazaletes de oro macizo y con forma de serpiente son muy
utilizados y los anillos-ligeros en verano, recargados en
invierno-pueden llegar adornar todas las falanges.
1
José Luis Ramírez Sadaba: La prostitución, ¿un medio de vida
bien retribuido?, Estudios sobre la mujer en el mundo antiguo,
Universidad Autónoma de Madrid.
2
Plauto, El gorgojo, versos 33-38
3
Cf. Violaine Vayoneke, La prostitución en Grecia y Roma,
pags. 99-100
4
Cf. Violaine Vayoneke, La prostitución en Grecia y Roma,
pag. 101
5
Cf. Catón, Schol. Ad horat.serm, 1, 2, 31 en Violaine
Vayoneke, La prostitución en Grecia y Roma, pag. 100
6
Cf. Terencio, Las Adelfas, 101 en Violaine Vayoneke,
La prostitución en Grecia y Roma, pag. 101
7
Plauto, El mercader, versos 983-967
Desde el blog de Arqueología e Historia del sexo les devuelvo la visita! Así que esta tarde me la pasaré contemplando los fuegos de vesta! Y añado este estupendo blog a la lista de mis favoritos ;)
ResponderEliminarSaludos!
Ella quiso ser una mujer honrada, pero la sociedad no se lo permitía; y la señalaron como a una prostituta..
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