PRIMERA PARTE: Fulvia, ¿a la sombra de Clodio?
La turba enfurecida que se hizo con el cuerpo de Clodio para incendiarlo en el mismo foro y prender a continuación fuego a la Curia no fue sino el preludio de lo que vendría después. Roma se sumió en el caos más absoluto y la violencia se apoderó de las calles. El Senado se vio obligado finalmente a decretar el estado de excepción mediante un senatusconsultum ultimum por el que Pompeyo, en su calidad de procónsul, fue nombrado cónsul único -lo que es una muestra clara de la anormalidad de la situación-, recibiendo como tal poderes para reclutar tropas en Italia con el único fin de restablecer el orden, lo que lograría en apenas en mes -ver nuestro artículo anterior El primer triunvirato-. Pompeyo, además, promovería una amplia legislación en la que atendió, sobre todo, a frenar la causa de los desórdenes recientes, es decir, los métodos anticonstitucionales de lucha electoral en los que Clodio había destacado tanto, mediante la promulgación de leyes contra la corrupción y la violencia. Tomó también medidas para atajar los motivos de la corrupción electoral: la carrera por las magistraturas y el enriquecimiento que su ejercicio posibilitaba. Entre otras cláusulas, establecía que el gobierno de una provincia sólo podía ser ejercido por ex cónsules y ex pretores durante los cinco siguientes años a la finalización del cargo. Esta cuestión perjudicaba claramente a César, pues en pocas semanas -en concreto, el 1 de marzo del año 50 -finalizaba su mando en las Galias y, gracias a la nueva legislación de Pompeyo, corría el peligro de ser destituido e, incluso, juzgado. Entre una más que posible condena y el exilio, César escogió la rebelión, desatando una nueva guerra civil -ver nuestro artículo anterior La Guerra Civil: César o Pompeyo-
La turba enfurecida que se hizo con el cuerpo de Clodio para incendiarlo en el mismo foro y prender a continuación fuego a la Curia no fue sino el preludio de lo que vendría después. Roma se sumió en el caos más absoluto y la violencia se apoderó de las calles. El Senado se vio obligado finalmente a decretar el estado de excepción mediante un senatusconsultum ultimum por el que Pompeyo, en su calidad de procónsul, fue nombrado cónsul único -lo que es una muestra clara de la anormalidad de la situación-, recibiendo como tal poderes para reclutar tropas en Italia con el único fin de restablecer el orden, lo que lograría en apenas en mes -ver nuestro artículo anterior El primer triunvirato-. Pompeyo, además, promovería una amplia legislación en la que atendió, sobre todo, a frenar la causa de los desórdenes recientes, es decir, los métodos anticonstitucionales de lucha electoral en los que Clodio había destacado tanto, mediante la promulgación de leyes contra la corrupción y la violencia. Tomó también medidas para atajar los motivos de la corrupción electoral: la carrera por las magistraturas y el enriquecimiento que su ejercicio posibilitaba. Entre otras cláusulas, establecía que el gobierno de una provincia sólo podía ser ejercido por ex cónsules y ex pretores durante los cinco siguientes años a la finalización del cargo. Esta cuestión perjudicaba claramente a César, pues en pocas semanas -en concreto, el 1 de marzo del año 50 -finalizaba su mando en las Galias y, gracias a la nueva legislación de Pompeyo, corría el peligro de ser destituido e, incluso, juzgado. Entre una más que posible condena y el exilio, César escogió la rebelión, desatando una nueva guerra civil -ver nuestro artículo anterior La Guerra Civil: César o Pompeyo-
Mientras, Fulvia no había permanecido inactiva. Viuda, rica, bastante influyente, querida por la plebe, idolatrada por la factio popular del Senado y dueña absoluta de las bandas callejeras de Clodio, era obvio que no tardaría mucho en situarse nuevamente en la escena política mediante un nuevo matrimonio con algún otro político emergente, y así fue. Al año siguiente al asesinato de su primer marido, Fulvia estaba nuevamente casada, esta vez con Cayo Escribonio Curio. Buen amigo de Clodio y de Marco Antonio, Curio sin embargo se había alistado desde el principio de su cursus honorum en las filas de la factio optimate conservadora del Senado, hasta el punto de intercambiar correspondencia con Cicerón -quién veía en él un claro defensor de las ideas más tradicionales de la política y la moral romana y le consideraba una de las grandes esperanzas de la factio-, y destacar por sus ataques encarnizados contra César, uno de los líderes de la factio popular. Con semejantes ideales y relaciones, cuesta entender porque Fulvia se interesaría por alguien como Curio, y porque Curio se interesaría en alguien como Fulvia. Sin duda, la influencia, riqueza y conexiones de ella debieron de pesar en la elección de él, y la prometedora carrera de él en la decisión de ella: destacado enemigo del triunvirato, pretor en 54 a.C., procuestor de Asia en 53 a.C., y pontífice el mismo año de su boda con Fulvia -51 a.C.-, Curio parecía destinado al éxito.... y Fulvia no tardaría mucho en ayudarle a lograrlo.
Al estallar la guerra civil, todo parecía indicar que Curio, quién se había mostrado siempre como "un furibundo anticesariano" (Aulo Hircio, libro VIII, cap.52.4) y había sido el único en plantar cara a César durante su consulado, permanecería por entero fiel a la factio optimate, por lo que Pompeyo le nombró tribuno. No obstante, apenas hubo César demostrado sus posibles intenciones, Curio cambió de bando. El cambio está documentado en las cartas entre Cicerón, entonces en Laodicea, y su protegido Marco Celio Rufo, quién será el que le dé la noticia en mayo (Cicerón, A los amigos, 8.6). Tradicionalmente se ha considerado que la decisión de Curio estaba motivada porque César, quién había obtenido considerables riquezas durante la Guerra de las Galias, había pagado las muchas deudas de un derrochador Curio (Casio Dio, XL, 30), pero ¿por qué Curio recurriría a la caridad de César cuando contaba con las enormes riquezas de su nueva esposa? Sin duda, fue Fulvia quién convenció a su nuevo marido de las ventajas de abandonar la factio optimate, liderada por Pompeyo, por la factio popular, encabezada por César, a la que ella siempre se había mostrado tan adepta. Curio además, como otros jóvenes aristócratas del momento, debió considerar a César no solo como la apuesta más segura, sino también como un medio para lograr un rápido ascenso.
Curio tuvo la suficiente habilidad para que el cambio no fuese totalmente descarado, de manera que se esforzó por dar una imagen de neutralidad en el conflicto, dejando paulatinamente de lado sus ataques contra César. Finalmente, para marcar la ruptura entre él y el partido pompeyano, propuso algunas leyes que sabía que no podrían ser llevadas a cabo. Al rechazar sus planes, le dieron la excusa que necesitaba para abandonar a sus antiguos aliados, por lo que no dudó en vetar, en calidad de tribuno, la posible destitución de César, propuesta en marzo del 50 a.C. Con todo, Curio sería uno de los últimos políticos en pedir a César y Pompeyo una reconciliación, así como que ambos, y no sólo César, destituyeran de sus mandos al frente de sus respectivas legiones. Semejante propuesta le hizo temer por su seguridad, por lo que marchó a Rávena, donde se reuniría con César, acampado con la Legio XIII, y le instaría a avanzar inmediatamente hacia Roma. César se negó, confiado aún en un fin pacífico al conflicto; no obstante, éste no podía tardar mucho en estallar. La carta que llevó Curio al Senado de parte de César, poco después del acceso de Marco Antonio al tribunado de la plebe, en que afirmaba que si Pompeyo conservaba su mando él no abandonaría el suyo, sino que iría rápido y vengaría los errores, fue considerada una declaración de guerra. Metelo Escipión, suegro de Pompeyo, no tardaría en proponer la declaración de enemigo público para César. Sólo Curio y Marco Celio Rufo se opusieron a ello, y Antonio, como tribuno, vetó la moción. La consecuencia inmediata fue la disolución del Senado ante la oposición de los cónsules al veto. Poco después, César fue depuesto y Pompeyo declarado protector de Roma. Los tribunos Casio y Marco Antonio, junto con Curio, huyeron de inmediato junto a César, otorgándole a éste la excusa perfecta para convencer a sus legiones de un golpe de Estado y de la necesidad de que él, César, reinstaurara la República con su ayuda.
A partir de ese momento, Curio pasó a actuar directamente a las órdenes de César, encargándose en un primer momento de reunir las tropas estacionadas en Umbría y Etruria. Con las tres cohortes acantonadas en Rimini y Pisauro bajo su mando, Curio recuperó Iguvio para César, lo que le valió su nombramiento como propretor de Sicilia y África. Marcharía de inmediato a Sicilia para sustituir en el mando al pompeyano Catón, cuyas fuerzas aplastaría rápidamente, obligándole a pasar a África. César envió entonces a Curio a África con el fin de detener al rey Juba I de Numidia, partidario de Pompeyo, y al general pompeyano Publio Atio Varo; para ello, le otorgó el mando de dos legiones, doce barcos de guerra y varios barcos de carga. Llegado a Útica, puso en fuga a un cuerpo de la caballería númida y alcanzó el éxito contra Atio Varo en la batalla de Útica, lo que le valió que sus tropas le saludaran como Imperator. Fulvia, sin duda, al conocer la noticia, debió creer sus ambiciones colmadas. Sin embargo, su alegría no duró mucho: la deserción minó poco a poco las fuerzas de Curio y su marido cayó en una trampa tendida para él por el rey Juba en las cercanías del río Bagradas. Derrotado, no tuvo más remedio que retirarse a una zona alta, acosado por la fatiga, el calor y la sed. El enemigo cruzó el río y Curio guió su ejército abajo, hacia la llanura. La caballería númida no tardó en rodearle. Gneo Domicio, prefecto de su caballería, instó a Curio a salvarse mediante una huida rápida al campamento, pero Curio se negó, alegando que no podría mirar a César a la cara si perdía el ejército que éste le confiara. Así, luchó junto a su ejército hasta la muerte (Cesar, Guerra Civil, libro II, cap. XLII). Su cabeza fue cortada y llevada al rey Juba (Apiano, Guerras Civiles, Libro II, cap.46)
Fulvia quedaba viuda de nuevo en 49 d.C. después de apenas dos años de matrimonio y un hijo en común de mismo nombre que su padre, Cayo Escribonio Curio -a quién Augusto ordenará ejecutar tras la victoria en Actium-. Más rica aún que antes de su segunda boda, Fulvia no tardaría en cotizarse de nuevo entre los cesarianos y populares, y esta vez, elegiría con mucho cuidado. Con su tercer marido, la carrera política de Fulvia alcanzaría por fin su punto álgido.
Fotografías: Retratos de Gneo Pompeyo Magno, Cayo Julio César y Juba I de Numidia
Al estallar la guerra civil, todo parecía indicar que Curio, quién se había mostrado siempre como "un furibundo anticesariano" (Aulo Hircio, libro VIII, cap.52.4) y había sido el único en plantar cara a César durante su consulado, permanecería por entero fiel a la factio optimate, por lo que Pompeyo le nombró tribuno. No obstante, apenas hubo César demostrado sus posibles intenciones, Curio cambió de bando. El cambio está documentado en las cartas entre Cicerón, entonces en Laodicea, y su protegido Marco Celio Rufo, quién será el que le dé la noticia en mayo (Cicerón, A los amigos, 8.6). Tradicionalmente se ha considerado que la decisión de Curio estaba motivada porque César, quién había obtenido considerables riquezas durante la Guerra de las Galias, había pagado las muchas deudas de un derrochador Curio (Casio Dio, XL, 30), pero ¿por qué Curio recurriría a la caridad de César cuando contaba con las enormes riquezas de su nueva esposa? Sin duda, fue Fulvia quién convenció a su nuevo marido de las ventajas de abandonar la factio optimate, liderada por Pompeyo, por la factio popular, encabezada por César, a la que ella siempre se había mostrado tan adepta. Curio además, como otros jóvenes aristócratas del momento, debió considerar a César no solo como la apuesta más segura, sino también como un medio para lograr un rápido ascenso.
Curio tuvo la suficiente habilidad para que el cambio no fuese totalmente descarado, de manera que se esforzó por dar una imagen de neutralidad en el conflicto, dejando paulatinamente de lado sus ataques contra César. Finalmente, para marcar la ruptura entre él y el partido pompeyano, propuso algunas leyes que sabía que no podrían ser llevadas a cabo. Al rechazar sus planes, le dieron la excusa que necesitaba para abandonar a sus antiguos aliados, por lo que no dudó en vetar, en calidad de tribuno, la posible destitución de César, propuesta en marzo del 50 a.C. Con todo, Curio sería uno de los últimos políticos en pedir a César y Pompeyo una reconciliación, así como que ambos, y no sólo César, destituyeran de sus mandos al frente de sus respectivas legiones. Semejante propuesta le hizo temer por su seguridad, por lo que marchó a Rávena, donde se reuniría con César, acampado con la Legio XIII, y le instaría a avanzar inmediatamente hacia Roma. César se negó, confiado aún en un fin pacífico al conflicto; no obstante, éste no podía tardar mucho en estallar. La carta que llevó Curio al Senado de parte de César, poco después del acceso de Marco Antonio al tribunado de la plebe, en que afirmaba que si Pompeyo conservaba su mando él no abandonaría el suyo, sino que iría rápido y vengaría los errores, fue considerada una declaración de guerra. Metelo Escipión, suegro de Pompeyo, no tardaría en proponer la declaración de enemigo público para César. Sólo Curio y Marco Celio Rufo se opusieron a ello, y Antonio, como tribuno, vetó la moción. La consecuencia inmediata fue la disolución del Senado ante la oposición de los cónsules al veto. Poco después, César fue depuesto y Pompeyo declarado protector de Roma. Los tribunos Casio y Marco Antonio, junto con Curio, huyeron de inmediato junto a César, otorgándole a éste la excusa perfecta para convencer a sus legiones de un golpe de Estado y de la necesidad de que él, César, reinstaurara la República con su ayuda.
A partir de ese momento, Curio pasó a actuar directamente a las órdenes de César, encargándose en un primer momento de reunir las tropas estacionadas en Umbría y Etruria. Con las tres cohortes acantonadas en Rimini y Pisauro bajo su mando, Curio recuperó Iguvio para César, lo que le valió su nombramiento como propretor de Sicilia y África. Marcharía de inmediato a Sicilia para sustituir en el mando al pompeyano Catón, cuyas fuerzas aplastaría rápidamente, obligándole a pasar a África. César envió entonces a Curio a África con el fin de detener al rey Juba I de Numidia, partidario de Pompeyo, y al general pompeyano Publio Atio Varo; para ello, le otorgó el mando de dos legiones, doce barcos de guerra y varios barcos de carga. Llegado a Útica, puso en fuga a un cuerpo de la caballería númida y alcanzó el éxito contra Atio Varo en la batalla de Útica, lo que le valió que sus tropas le saludaran como Imperator. Fulvia, sin duda, al conocer la noticia, debió creer sus ambiciones colmadas. Sin embargo, su alegría no duró mucho: la deserción minó poco a poco las fuerzas de Curio y su marido cayó en una trampa tendida para él por el rey Juba en las cercanías del río Bagradas. Derrotado, no tuvo más remedio que retirarse a una zona alta, acosado por la fatiga, el calor y la sed. El enemigo cruzó el río y Curio guió su ejército abajo, hacia la llanura. La caballería númida no tardó en rodearle. Gneo Domicio, prefecto de su caballería, instó a Curio a salvarse mediante una huida rápida al campamento, pero Curio se negó, alegando que no podría mirar a César a la cara si perdía el ejército que éste le confiara. Así, luchó junto a su ejército hasta la muerte (Cesar, Guerra Civil, libro II, cap. XLII). Su cabeza fue cortada y llevada al rey Juba (Apiano, Guerras Civiles, Libro II, cap.46)
Fulvia quedaba viuda de nuevo en 49 d.C. después de apenas dos años de matrimonio y un hijo en común de mismo nombre que su padre, Cayo Escribonio Curio -a quién Augusto ordenará ejecutar tras la victoria en Actium-. Más rica aún que antes de su segunda boda, Fulvia no tardaría en cotizarse de nuevo entre los cesarianos y populares, y esta vez, elegiría con mucho cuidado. Con su tercer marido, la carrera política de Fulvia alcanzaría por fin su punto álgido.
Fotografías: Retratos de Gneo Pompeyo Magno, Cayo Julio César y Juba I de Numidia
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