viernes, 10 de octubre de 2014

Yo, Claudia Livila (XX)

Germánico se olvidó de cuidar a los vivos ocupado en honrar a los muertos y ni siquiera eso... Antes que las almas de miles de insignificantes soldados que las raíces y hojas de Teotoburgo junto a sus nombres, poco a poco, devoraron, debió de haber cuidado el legado y el recuerdo de nuestro padre, el buen Druso, enaltecer con una actuación digna de la preciada sangre de sus venas aquellas nobles cenizas, los tan amados huesos, los escasos momentos compartidos atesorados por siempre dentro, esa añorada figura borrosa que todavía permanecía en lo profundo de nuestras memorias... reconquistando aquella infame, desagradecida, provincia que él, el mejor de los romanos, forjara con su sufrimiento y su vida, con el sacrificio de su familia, su gloria, su felicidad y su fama, y que únicamente la estupidez y la arrogancia de Publio Quintilio Varo perdiera, como si nuestro progenitor y los años invertidos en ella de nada valieran. Todavía hoy, quince años después de lo sucedido, me cuesta admitirlo, por el enorme y auténtico cariño que, casi en exclusiva, por mi hermano y mis hijos he sentido. No obstante, no hay motivo para seguir engañándome cuando mis últimas horas se agotan. Sincera y pura en los postreros momentos, libre de pesos, así deseo descender a los Infiernos. Destruir a la falsa Livila con mis palabras, eso quiero; que ella permanezca en los libros de Historia y en las memorias, no me importa, mientras me tenga a mí misma como única compañía en tan vertiginoso descenso. Así pues, lo reconozco, y tú ¡desgraciada! que siempre le amaste mucho más que al resto de tus hijos, también deberías hacerlo, como forma de purgar tus culpas, que también son muchas -¿acaso no me engendraste? ¿acaso no me pariste? ¿en verdad no me educaste? Aquello que en mi infancia forjaste será siempre causa de lo que yo después me he convertido, de los crímenes que he cometido-. Digámoslo pues alto: Germánico demostró en tal ocasión, en la mejor ocasión, en la única ocasión, en la que la justa venganza y la necesaria reconquista se le confió, no ser digno hijo de tu marido, ese sucesor que el buen Druso tantísimo se merecía, ese adecuado sucesor de nuestra muy ilustre y antigua dinastía... y lo peor y más grave es que sólo a mi hermano para ello teníamos...de haberlo sido, jamás habría dividido sus fuerzas estando en bosques extraños, en la inmensidad del territorio enemigo rodeado de germanos entre los árboles en vigilante silencio acechando. Que una mujer ajena a la guerra y a las armas, protegida y a salvo lejos de las fronteras, comprendiera aquello antes que un soldado entrenado en la batalla presente en el terreno en que la acción se estaba sucediendo, demuestra más que ninguna otra cosa la estrechez de miras de mi hermano, la escasa planificación, la nula visión, su carencia de perspectiva, su falta de estrategia, su incapacidad para la previsión...¡Madre, tú que solo pariste varones, ¿por qué entre todos tus hijos me entregaste sólo a mí este sexo condenado desde el inicio de los tiempos a la sumisión, la desdicha, el olvido y la postergación?! ¡A mí más que a ninguno debiste hacerme hombre!... ¡Roma perdió por culpa de tu error la oportunidad de gozar del mejor de los César! ¡Yo hubiera podido ser más grande que el divino Augusto, que el buen Druso, qué Germánico...! ¡¡No te atrevas a negármelo!! Veo bajo la puerta moverse tu pie izquierdo inquieto, indignado: ¿Acaso nos devolvió mi hermano la provincia de Germania, la gran obra perdida de mi padre? La batalla de los Puentes Largos pudo además convertirse en un nuevo Teotoburgo... ¡Si yo hubiera nacido hombre...! ¿Acaso no he demostrado con mi ambición, con mi capacidad de manipulación, mi habilidad política, mis conocimientos, mi diplomacia, mi tacto, mis contactos, ser con mucho la más digna de mis antepasados? Si te niegas a reconocer ésto al menos no te mientas más de nuevo con respecto a mi hermano, concédeme eso puesto que tantas cosas en mi existencia me negaras, y dilo, ¡dilo, maldita sea!: la campaña de Germania fue una decepción, ¡un grave fracaso!, una nueva afrenta contra un César no propenso al perdón ni la paciencia.
Culminadas las inútiles honras fúnebres a los anónimos esqueletos y restos de los bosques de Teotoburgo, que apenas tuvieron tiempo de gozar de descanso antes de ser desenterrados de nuevo por los germanos, mi hermano, temeroso de verse rodeado y acercándose ya el invierno -extraña mezcla de gran cobardía y relativa prudencia-, decidió replegarse hacia las fronteras de las Galias sin haber logrado nada más en esos meses que algunas escaramuzas aisladas sin transcendencia ni importancia y manipular enterneciendo a la plebe romana con aquella desorbitada muestra de piedad innecesaria ante la acuciante necesidad de Estado de hazañas, conquista y venganza. En su regreso, dividió Germánico sus fuerzas en dos, embarcando él con cuatro legiones y 10.000 auxiliares y ordenando al resto, comandados por Cecina Severo, regresar por el camino más rápido, a través de un peligroso pantano aprovechando que en él había varios pasos elevados para cruzarlo... ¿qué fue eso? Debieron invertirse esos mandos, ¿desde cuando es el capitán el primero en abandonar el barco? ¿Cómo pudo ponerse a salvo mi hermano dejando desamparados y en aquel territorio extraño a tan numeroso número de hombres a su cargo? Pues Arminio y sus tropas se encontraban mucho más cerca de lo que los nuestros pensaban y al ver a mi hermano dividir imprudente en dos sus legiones y entrar en el pantano el mayor número de los hombres, decidió atacar. Cecina, con más de veinticinco años de experiencia, se mostró al contrario que mi hermano cauto y optó por acampar; sabía o al menos intuía que los germanos le estaban vigilando. Por desgracia, no pudo salir del atolladero ni buscar un adecuado terreno donde planear batalla, pues el avance se desarrollaba en gran exceso lento por el mal estado de los puentes, con algunos tramos deshechos, viéndose obligados los nuestros a reparar continuamente los pasos para facilitar el paso de los carruajes, que para desesperación de quienes los tenían a su cargo no cesaban de hundirse y de trabarse en el barro -¿no enviaron previamente una avanzadilla que reconociera el terreno y preparara el avance de nuestro ejército? Tiberio, furioso, no daba crédito-. La noche llegaría antes de que los nuestros salieran de la laguna; fue en ese momento que Arminio ordenó el ataque, cuando, al igual que en el infame Teotoburgo, una larga columna de hombres indefensos y desprevenidos en medio de un inmenso terreno desconocido avanzaba trabajosamente flanqueado por bosques repletos de enemigos. De nuevo, pues, Arminio preparaba un ataque innoble, indigno, mezquino, despreciable, vil, ¡cobarde!... Pero Cecina, por Fortuna, no era Quintilio Varo, y en ningún momento perdió los nervios, afrontando con entereza digna de admiración las dificultades: puesto que había que seguir adelante, la única opción era disponer una parte de las tropas como barrera entre nuestros zapadores, que trabajaban sobre los caminos y los puentes, y los germanos que desde todos los lados trataban de entorpecer la labor de sus hombres y exterminarlos. La lucha no tardaría en generalizarse en un infecto terreno, cenagoso, de alimañas repleto, que impedía por completo a nuestros ateridos soldados, hundidos en el agua por el peso de escudos y corazas, clavados hasta las ingles o las rodillas en el espeso barro, sin posibilidad de movilidad o defensa, cualquier maniobra de combate que en tiempos pasados dio la gloria a sus antepasados, mientras en tan difíciles condiciones soportaban como podían los indiscriminados ataques de los ágiles germanos, para quienes, al contrario que para los nuestros, aquel era el más ideal de los terrenos: frente a la alargada framea germana, que permitía a nuestros enemigos lancear a distancia, como si animales fueran, a los legionarios, los nuestros no podían recurrir a sus armas arrojadizas, estando inutilizadas además la artillería.
Solo la noche puso fin a los penosos combates cuando los germanos, riendo y celebrando, se retiraron. Sin embargo, las calamidades romanas no habían acabado: Arminio había enviado a parte de sus hombres a trabajar en los cursos de agua cercano con el propósito de desviar las corrientes hacia la laguna donde los nuestros se encontraban. Si Cecina creía que esa noche disponía de algún tiempo de respiro se equivocaba: de repente, el nivel de agua del pantano en que se encontraban comenzó velozmente a elevarse anegando parte de los puentes, inutilizando otros y, en definitiva, multiplicando las dificultades a las que tenían que hacer frente. Una profunda desmoralización se abatió sobre el ejército romano; mientras Cecina y su estado mayor sopesaron las alternativas, decidiendo que, dado que los hombres estaban terriblemente cansados y asustados, incapaces de soportar un día más de acoso, la única opción era adelantarse de madrugada al ataque e ir a esperar a los germanos a los confines de los bosques. De esta forma, mientras parte de nuestro ejército contenía a los enemigos en las fronteras del pantano, los heridos, enfermos y la impedimenta capaz de ser soportada en los carros, atravesarían los puentes que los zapadores se encargarían de ir terminando; una vez fuera de los pantanos, existía una llanura, un lugar seco capaz de albergar al ejército y de suficiente extensión como para permitir un despliegue de batalla, o al menos eso revelaba la avanzadilla. No obstante, los germanos estaban preparados para ese orden de repliegue y tal como esperaban, mientras las cohortes acudían a los flancos, la parte más pesada de la columna comenzó a través de las ciénagas a abrirse paso; cuando las tropas enviadas a los lados renunciaron de improviso a cumplir con su cometido y abandonaron a su suerte a la columna central, Arminio vio llegada la gran ocasión que tanto esperara, ya que las filas de las dos legiones que la escoltaban se desordenaron por completo por el terror y su lento avance. El querusco dio orden entonces de arremeter contra el centro de la columna, atravesándola y dividiéndola en mitades. Pronto pudo verse una larga fila de carromatos cargados de hombres heridos, armas y suministros atascados aquí y allá en el cieno, protegidos por una amalgama desordenada de legionarios y auxiliares acosados por ingentes oleadas de germanos, cuya furia iba dirigida no tanto a los hombres como a los animales, pues sin las bestias de tiro y monta la movilidad romana quedaría, si no exterminada, si al menos peligrosamente muy reducida. Solo un oportuno contraataque de los hombres de la I Legión junto a la habitual indisciplina de los germanos, demasiado ocupados en saquear los carros como para impedir la huida de los romanos espada en mano hasta el lugar en que las legiones V y XX estaban aguardando, conservó una parte de los nuestros para el próximo día. Mi padre nunca hubiera permitido lo que en aquellos pantanos estaba sucediendo... y mi hermano ni siquiera estaba presente para hacer a los germanos frente, ¿entiendes ahora cuanto antes te estaba diciendo? Con el buen Druso jamás se hubiera llegado a esos extremos, ¿eso no demuestra que mi hermano no era su heredero?...
Profundamente desmoralizados, con tiendas, azadas y medicinas perdidas, los nuestros comenzaron a preparar para pasar la noche, como pudieron, un campamento, más eran un ejército roto, deshecho, sin apenas fuerzas para levantar una empalizada o cavar como pudieran algo parecido a un foso; dentro del perímetro, unos 30.000 hombres esperaban asustados lo que les deparaba el destino. Ateridos de frío y tumbados en el húmedo suelo, heridos, enfermos, civiles, escuchaban aterrados los gritos y cánticos que a lo lejos escuchan los germanos, dejándose dominar poco al poco por el pánico que amenazó con derrumbar el campamento; solo la actuación y disciplina de Cecina Severo evitó que lo que quedaba de nuestro ejército echara literalmente a correr por los bosques...¡pero era a Germánico al que le competía hacerlo! ¿Pero donde estaba mi hermano en ese momento? ¡A salvo junto a Agripina mientras sus hombres se creían ya muertos! La situación era realmente desesperada: las tropas estaban al borde del colapso y se hacía inútil todo intento de proseguir la retirada; la única opción que quedaba era pues plantar cara a los germanos en desfavorable terreno. Cecina, veterano bregado en mil combates, consciente de que era morir o vencer, sabía que una de las pocas opciones de que disponían era realizar una salida en masa cuando lo germanos asaltasen el campamento y sobre ello aleccionó concienzudamente a soldados, tribunos y resto de mandos. Pero Arminio, a quién nosotros mismos instruimos en nuestras tácticas de batalla, dio la orden no de atacar si no de sitiar, a la espera paciente de que la falta de víveres entre nuestras filas obligara a la rendición o una desesperada salida. Pero por suerte para los nuestros, el querusco fue apartado por los demás líderes germanos que, impacientes, celosos de los éxitos de Arminio y creyendo podrían vencer en la batalla sin seguir sus órdenes, se lanzaron ignorantes contra la empalizada, enloquecidos por la visión de los numerosos botines que creían les esperaban, y comenzaron a rellenar el foso como pudieron. Los nuestros, siguiendo el plan preestablecido, realizaron una tímida defensa para enredarlos en el convencimiento de que habían perdido toda capacidad de combate; solo cuando los germanos llegaron a lo alto de las defensas, las legiones se dispusieron al fin para el contraataque. Decenas de trompetas y cuernos marcaron el inicio de la carga, dejando clavados en el terreno a los desconcertados asaltantes. La totalidad de las puertas a la vez se abrieron y largas y compactas columnas de soldados salieron. Pronto los sorprendidos germanos perdieron su cohesión y el pánico se propagó. No hubo ni siquiera resistencia organizada. Al final de la jornada, los antes victoriosos germanos habían sido muertos o dispersados... sin embargo, el daño previo había sido más que considerable y nunca olvides que fue así como, divina ironía, la campaña para vengar las muchas faltas de Varo casi se convierte en un nuevo Teotoburgo.

* Fotografía 1: "En el balcón", de John William Godward
* Fotografía 2, 3 y 4: Imágenes de pantanos

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