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Actium, en 31 a.C., constituyó uno
de los episodios finales de la República romana, en un tiempo en que
-de mano de Octavio Augusto-despuntaba ya el incipiente proyecto
imperial. Desde un punto de vista militar y naval, dicha batalla
supondría el enfrentamiento de dos importantes escuadras en un
combate en el que no solo se dilucidaría el destino de los dos
hombres más poderosos del momento -Marco Antonio y Cayo Julio César
Octaviano-, sino también el de la propia Roma.
Las relaciones entre ambos, aunque
aliados en inicio para vengar el asesinato de Julio César, fueron
difíciles desde que, con diecinueve años, Octaviano llegara a Roma
como principal beneficiario del testamento de su difunto tío abuelo.
Heredero y también sucesor del mismo en términos económicos y
políticos, el joven supo ganarse pronto el favor de las legiones y
los veteranos de César en Etruria y Campania, al tiempo que
aumentaba su fama entre el pueblo.
La constitución del triunvirato con
Marco Emilio Lépido1,
magister equitum y sucesor de
César al frente del ejército en Hispania y Galia, incentivó las
ansias de gloria y fama de Octaviano y Marco Antonio, dispuestos a
concentrar los poderes del Estado mediante la institución de una
estructura de gobierno unipersonal. La Paz de Brindisi en 40 a.C.
permitió reconducir temporalmente el complejo panorama político
gestado tras morir César, en un escenario en que el choque de
intereses entre los hombres fuertes de la República parecía capaz
de desencadenar otra guerra civil Las conversaciones sucedidas en
Brindisi finalizaron con un reparto territorial que delimitaría las
zonas geográficas de influencia de cada triunviro: Marco Antonio
recibió Oriente, ámbito en el que venía actuando desde la batalla
de Filipos de 42 a.C., que supuso la derrota de Marco Junio Bruto y
Cayo Casio Longino, responsables del asesinato de César; Occidente
quedó bajo dominio de Octaviano; y África pasó a depender de
Lépido.
A partir del 36
a.C., Antonio comenzó a afianzar su posición hegemónica en Oriente
mediante un conjunto de conquistas territoriales y expediciones
militares que el granjearon gran prestigio como militar. En una de
estas campañas, en Antioquía, conocería a Cleopatra VII Filópator,
reina faraón de la dinastía ptolemaica de Egipto. Desde entonces,
Antonio inició una transformación ideológica. Tras su matrimonio
sagrado con la reina -de impopularidad creciente en Roma- hizo suyos
una serie de rasgos propios de los gobernantes helenísticos,
presentándose a sus súbditos, aliados y enemigos como “dios
viviente”. Apelando a su condición divina logró la sumisión de
diversos reyes orientales con los que formalizó pactos de vasallaje.
Mediante éstos y siempre conservando autonomía política respecto a
un poder superior, esos monarcas adquirían el compromiso de poner
sus armas al servicio de Roma en caso de guerra con un tercero. Uno
de los vasallos de Antonio, citando un caso bastante significativo,
fue Herodes el Grande, rey de Judea.
El
creciente poder de su homólogo y rival, quién comenzó a gestionar
Oriente como una propiedad personal -los criterios sucesorios del
triunviro son prueba evidente de ello2-,
fue visto por Octaviano como amenaza a su posición política y sus
aspiraciones de poder único. El despilfarro de recursos humanos y
materiales en la campaña de Antonio en Armenia y Atropatene3,
su descuido de la guerra contra los partos, principales adversarios
de Roma en el limes oriental,
unido al hecho de que todas sus actuaciones parecían ir dirigidas
únicamente a la configuración de un imperio propio a costa de las
conquistas romanas con capital en Alejandría, generó descontento en
la población, y facilitaría a Octaviano la condena por traición de
Antonio en el Senado y su desposesión del cargo de triunviro.
No
obstante, intentando evitar lo que significaría el inicio de otra
guerra civil, si bien con apariencia de enfrentamiento
Oriente-Occidente, Roma envió representantes a Patrae (Grecia) donde
Antonio, lejos de mostrarse dispuesto a la solución pacífica, había
concentrado su ejército. Comandados por Marco Vipsanio Agripa, su
hombre de confianza, Octaviano disponía de 80.000 soldados y 400
naves frente a los 100.000 efectivos y 800 barcos que acumulaba
Antonio, entre ellos 200 galeras cedidas por Cleopatra. Asimismo, el
ejército oriental también superaba al occidental en cuanto a
disponibilidad de recursos. A pesar de las desventajas Octaviano
contaba con un punto a su favor: la disciplina de sus hombres,
veteranos, y la experiencia de sus oficiales.
Agripa, en
primavera de 31 a.C., zarpó con sus naves desde Apulia, adentrándose
en el Adriático y arribando en Epiro; ya en Grecia asestaría un
duro golpe al enemigo conquistando Metón, Corinto y Corcira, que
permitiría a Octaviano levantar su campamento en la estratégica
posición de Cornaro y al mismo tiempo aislar a Antonio en el
Peloponeso, quebrando su línea de comunicación con Egipto El rápido
avance del ejército octaviano hizo cundir el desánimo entre la
milicia antoniana, integrada por mercenarios orientales de diversas
nacionalidades, lo que se tradujo en deserciones entre tropa y
oficiales. Fueron muchísimos los que, temerosos de las victorias de
Octaviano en esta primera fase, optaron por cambiar de bando; fue el
caso de Quinto Delio y Domicio Enobarbo, dos de los mejores capitanes
de Antonio.
Contraviniendo la
opinión de uno de sus más brillantes generales, Publio Canidio
Craso, partidario de una batalla terrestre, Marco Antonio prefirió
llevar la lucha al mar, decisión difícil de explicar: hay
historiadores que ven aquí la influencia de Cleopatra, deseosa de
tomar parte activa en la lucha contra Octaviano-aportaba a la flota
antoniana sus propios barcos-; otros, sin embargo, atendiendo a
cuestiones estratégicas, defienden que el triunviro y la reina, al
convenir una batalla naval, pensaban que, de ser derrotados -algo
probable dado los acontecimientos previos y la fuerza demostrada por
Octaviano en Grecia-, reducirían el impacto de la victoria enemiga y
verían facilitada su retirada a nuevas posiciones desde donde seguir
combatiendo.
En septiembre del
31 a.C., ambos ejércitos, con sus respectivas flotas, se prepararon
para la batalla. Octaviano ordenó a sus hombres acampar en el golfo
de Ambracia (Epiro), y Antonio concentró sus fuerzas más al sur, en
la región de Acarnania, próxima a Actium. El día 2 la flota de
Antonio salió al encuentro de Octaviano, disponiendo sus naves en
posición de combate, en una única línea con ala derecha, centro y
ala izquierda. El control de ala derecha y sus 170 barcos, fue
asumido por Antonio asignándose el centro a Marco Octavio y el ala
izquierda a Cayo Sosio; en la retaguardia quedaron las galeras de
Cleopatra. Frente al contingente de Marco Antonio, Octaviano
establecería su eje de batalal, situándose él en el ala derecha y
emplazando a Lucio Arruncio y Agripa en el centro y el ala izquierda,
respectivamente. Quedaría así un hueco entre las naves del centro
de la línea octaviana y las del ala izquierda; esta vacío sería
cubierto por las galeras de Cleopatra, que debía avanzar desde
retaguardia partiendo en dos la flotra rival. Por su parte, Octaviano
buscaría hace rlo propio con el ala derecha de la armada antoniana.
No
obstante, el éxito de esas maniobras dependía de las condiciones
meteorológicas, principalmente a la existencia de vientos favorables
que-según los historiadores-no hicieron acto de presencia hasta bien
entrada la mañana. Así pues, conscientes de las ventajas que
reportaría la anulación del flanco estratégico del adversario,
Agripa y Antonio entraron en acción, asumiendo el mando de la
batalla e interviendo personalmente en el desarrollo de los combates.
El choque inicial, en el que el harpax4
del que estaban dotadas las embarcaciones fue el protagonista, se
decantó del lado de Octaviano; de forma paulatina, las fuerzas
orientales se vieron desbordadas por la maniobrabilidad de las naves
de Agripa cuyos hombres se mostraron letales en combate cuerpo a
cuerpo. Precididos por intercambio de proyectiles, estos choques
dejaron patente la superioridad de los veteranos de Octaviano, frente
a los hombres de Antonio, mercenarios orienales en su mayoría ajenos
al sistema de combate romano.
El
progresivo desgaste del ala antoniana, eje vertebrados de su línea,
hizo que Antonio y Cayo Sosio -tras lanzar por la borda sus torretas
de artillería para aligerar carga-decidieran retirarse de la batalla
y poner rumbo a tierra. Mientras, los barcos de Cleopatra izaron
velas, y aprovechando un punto de ruptura en la formación enemiga,
atravesaron la zona de combate con rumbo suroeste, adentrándose en
alta mar y desembarcando finalmente en Taenarus, en el cabo Matapán.
Viendo a la reina alejarse y valorando la victoria como ya
inalcanzable, Antonio dejaria atrás los restos de su maltrecha tropa
y empendrió la huida en la misma dirección.
Abandonados a su
suerte quedaron gran número de soldados, ascendiendo al final del
día las bajas del ejército derrotado a unos 5.000 efectivos.
Octaviano, careciendo de velas en sus embarcaciones, no pudo
perseguir a su enemigo. Craso, aún leal a Antonio, y con órdenes de
emprender la retirada a Asia, quedó al frente de un ejército
fragmentado que, contrario a sus disposiciones de su general, no dudó
en rebelarse contra él, obligándole a huir a Egipto para salvar la
vida. A continuación, dichos sublevados se incorporaron a las filas
de Octaviano.
Sin embargo, a
pesar de las bajas y deserciones, Antonio aún conservaba la lealtad
de once legiones repartidas por Oriente, logró ponerse a salvo en
Alejandría conservando un tercio de sus barcos y la totalidad del
tesoro y no sufrió pérdida de territorios ni aliados. Desde esta
perspectiva, la batalla no puede considerarse decisiva, ya que no
supondría una victoria completa para ningún contendiente y ambos
continuarían tras ella en una práctica igualdad de fuerzas y
condiciones, si bien la fama y la imagen pública de Antonio se
vieron afectadas, influyendo en los acontecimientos posteriores.
Profundamente
afectado y avergonzado por lo sucedido en Actium, Antonio se sume en
la depresión desentendiéndose de los asuntos políticos y bélicos,
al tiempo que las tropas de Octaviano avanzan por los territorios
orientales de su enemigo atrayendo a sus filas a aliados y legiones
del extriunviro a cambio de una amnistía. Solo la inminente llegada
a Alejandría de su rival en la primavera del 30 a.C. saca a Antonio
por fin de su apatía, empujándole a organizar la defensa de la
capital, y a buscar el enfrentamiento con Octaviano por tierra y mar
al este de la ciudad. Sin embargo, el mismo día de la batalla, la
flota egipcia y la caballería antoniana se rinden a Octaviano,
restando sólo a Antonio la infantería, con la que, sin llegar a
producirse ningún enfrentamiento, regresa a Alejandría.
Allí, el
extriunviro recibe la falsa noticia-se desconoce si accidental o
intencionada, con la intención de deshacerse de un aliado ya inútil
y propiciar un acercamiento con Octaviano-de que Cleopatra se ha
encerrado en su tumba y se ha suicidado; Antonio, ante la derrota,
decide seguir su ejemplo. Tras su muerte, la reina se reunirá varias
veces con Octaviano para negociar los términos de la rendición,
pero su captura, la de sus hijos y la del tesoro real, así como el
asesinato de su heredero Cesarión, la obligarán finalmente a
capitular sin condiciones; sin embargo, antes de aceptarlo, Cleopatra
también se suicida.
Egipto se
convierte oficialmente en nueva provincia romana con capital en
Alejandría, si bien en la práctica será el dominio personal del
emperador, hasta el extremo de que ningún ciudadano romano podrá
viajar el territorio sin permiso expreso de éste. Además, frente a
otras provincias imperiales así como senatoriales, a cargo de un
miembro del orden senatorial, el gobierno de Egipto recaerá por el
contrario en un Praefectus Egypti, escogido entre el orden
ecuestre e incluso liberto imperial, hombre de confianza del César
directamente designado por éste.
1En
virtud de la Lex Titia de 43 a.C.
2A
Cleopatra y Ptolomeo Cesarión, supuesto hijo de César, les cedió
Egipto, Celesiria, Cilicia, Creta y Cirenaica; mientras que Ptolomeo
Filadelfo y Alejandro Helios, nacidos de su relación con Cleopatra,
recibieron Siria, Asia Menor y Armenia. Son las llamadas “donaciones
de Alejandría”
3Actuales
Azerbaiyán y Kurdistán iraníes
4
Situado en cubierta, el harpax permitía
a los barcos atacantes propulsar cuerdas con garfios en uno de los
extremos que, clavados en el casco del enemigo hacia posible iniciar
una maniobra de acercamiento, reduciendo la distancia entre naves y
permitiendo acometer el abordaje de manera efectiva y segura.
Fotografía 1: Tetradracma de Cleopatra y Marco Antonio que conmemora la conquista de Armenia
Fotografía 2: Disposición de las tropas de ambos bandos durante la batalla de Actium
Fotografía 3: Denario acuñado por Augusto que conmemora la conquista de Egipto
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