martes, 20 de octubre de 2015

El fin de Marco Antonio y Cleopatra

A pesar de que las llamadas Donaciones de Alejandría -ver artículo anterior Marco Antonio en Oriente- parecían otorgar a Octaviano la excusa precisa para declarar la guerra a su rival y antiguo aliado Marco Antonio, necesitaba con todo una prueba precisa y fehaciente de su traición, puesto que ni los rumores que sobre él corrían, ni las acusaciones orales de testigos sospechosos, bastaban para hacer creíble la deslealtad de Marco Antonio y para convencer al pueblo de asumir nuevos impuestos para otra guerra civil. Esta prueba auténtica no tardó en presentarse: Munancio Planco, antiguo gobernador de Siria, y su sobrino M.Tizzio, que había acompañado a Antonio en la expedición fallida contra los partos -ver artículo anterior Marco Antonio en Oriente-, entregaron a Octaviano el testamento del antiguo triunviro, que había sido depositado por su autor en el templo de Vesta. Antonio atestiguaba en este testamento que Ptolomeo Cesarión era hijo natural del divinizado Julio César y, renunciando a su patria, ordenaba se le sepultara en Alejandría junto a su amante Cleopatra incluso si moría en la propia ciudad de Roma. Cuando todo esto se hizo público, la ira del pueblo estalló contra el traidor: los cónsules Ahenobarbo y Sosio, que intentaron defender a Antonio, tuvieron que huir ocultamente de Roma para salvarse; el Senado, siguiendo el sentimiento público, excluyó a Antonio del consulado del año siguiente, 31 a.C. y despojándole de la potestad tribunicia, y para no dar a la inevitable lucha subsiguiente la apariencia de una guerra civil, a pesar de que eso era en verdad, la contienda le fue declarada a Cleopatra como usurpadora de las provincias romanas, limitándose respecto a Antonio a llamar beneméritos a quienes le abandonasen y entregándole a él la opción de decidir por que bando decantarse en la próxima guerra, opción que no era más que una trampa: alinearse a favor de Cleopatra suponía confirmar definitivamente todas las acusaciones que Octaviano y el Senado le hacían, y decantarse por Roma era el abandono de sus aliados y posición de fuerza para quedar reducido a poco más que en proscrito para su patria. A esta provocación respondió Antonio llamando a su lado a todos los príncipes orientales y jurando a sus soldados que haría la guerra hasta las últimas consecuencias, sin prestar oídos a los negociadores, hasta alcanzar la victoria, restableciendo la república en solo seis meses, después de lo cual renunciaría al poder.

Sin embargo, Antonio dejó escapar también esta vez la ocasión propicia que se le presentó contra su rival: Octaviano había sido sorprendido en medio de sus preparativos para la guerra por una sublevación popular; los nuevos tributos impuestos a los propietarios para sufragar la contienda habían suscitado un enorme descontento, principalmente entre los libertos, que era la clase a la que más se castigaba con estas cargas fiscales, siendo el hijo de Lépido quién más fomentaba el descontento. Si Antonio se hubiera apresurado a marchar sobre Italia habría obtenido un fácil triunfo; pero, en vez de ello, decidió invernar en Patrás y dio a su rival tiempo suficiente para reprimir la rebelión, cobrar los impuestos, ordenar las tropas y recibir el juramento de fidelidad de Italia y de las provincias de Galia, Hispania, África, Sicilia y Cerdeña. El 1 de enero del 31 a.C., además, con arreglo al pacto de Miseno -ver artículo anterior El Segundo Triunvirato (III Parte): La Guerra contra Sexto Pompeyo-, Octaviano obtuvo su tercer consulado, con M. Valerio Mesala por colega en lugar de Marco Antonio. Para complacer al pueblo, que hasta el último momento intentó evitar la guerra, mandó a Grecia comisionados proponiendo a Antonio una conferencia, pero la respuesta fue una negativa; sólo entonces envió a Oriente parte de la flota, al mando de Agripa, para que le abriese el camino. Las fuerzas de ambos adversarios eran desiguales: Antonio mandaba 100.000 infantes, y Octaviano sólo 80.000; aquel contaba con 800 naves, más del doble de las de Octaviano; Antonio tenía en sus manos también las riquezas de las que se había apoderado en Oriente, mientras Octaviano tenía escasez de dinero, a pesar del producto de los nuevos impuestos.

Octaviano, sin embargo, contaba con ventajas que compensaban su escasez de tropas: componían la columna vertebral de sus fuerzas veteranos disciplinas y experimentados, muy superiores a las turbas orientales, desobedientes y sin formación, de Antonio. El jefe de la armada de Octaviano, además, era el gran estratega Agripa, mientras que los capitanes de Antonio apenas lograban ponerse de acuerdo sobre las tácticas a seguir. Por último, había una gran diferencia en la condición moral de ambos ejércitos, toda a favor de Octaviano, quién ya se había ocupado de ello a través de una muy estudiada campaña de propaganda: con él, el heredero de César, estaba el alma de la patria, su honor y su grandeza, y hasta de su libertad frente a la tiranía oriental, mientras que con Antonio estaban la traición y el vasallaje a una mujer bárbara de costumbres corruptas, con la sumisión de Italia a la africana Alejandría. Esto nos explica las numerosas deserciones que hubo en el campo de Antonio hasta la víspera misma del combate. Cuando Octaviano, en la primavera de 31 a.C., zarpó de Brindisi para Oriente, su capitán Agripa, desembarcado sin problemas en Epiro, llegaba hasta el Peloponeso y quitaba a Antonio las importantes ciudades de Metón y de Corinto, obligándole también a dejar Patrás, y viniendo más tarde a reunirse con Octaviano, que había acampado junto a Cornaro después de apoderarse de Corcira, sorprendió a una escuadra enemiga, mandada por Sosio, cuando iba en persecución de algunas naves octavianas, y la desbarató. Más graves que estas pérdidas fue la inmediata desmoralización de las tropas de Antonio: no sólo los soldados y auxiliares se pasaron al campo de Octaviano, sino también sus capitanes y hasta sus amigos más íntimos, entre ellos Ahenobarbo y Delio, los cuales, después de haber sido cómplices obedientes de sus caprichos y haberle defendido públicamente, le volvieron la espalda al presentir la derrota

Antonio no tendría más remedio que presentar batalla ante una situación que tan solo podía empeorar. Contra el consejo de sus mejores jefes, que querían un combate terrestre, prefirió el naval, que deseaba Cleopatra, bien fuera para atribuir a su tropa el máximo protagonismo en la victoria o para tener una vía de huida rápida en caso de desastre. El 2 de septiembre del año 31 a.C. los dos ejércitos estaban acampados frente a frente en las playas opuestas del golfo de Ambracia: el de Octaviano en Epiro, el de Antonio en la Acarnania, cerca de Anzio; ante ellos estaban también las dos flotas: la de Antonio a la entrada del golfo, y la de Octaviano a una distancia de ocho estados -para saber más sobre el combate, recomendamos el artículo La ¿decisiva? batalla de Actium-. Ambas permanecieron quietas durante algunas horas, hasta que, al mediodía, Sosio, que mandaba el ala izquierda de Antonio, avanzó con sus naves; Octaviano retrocedió hasta alta mar, y sólo entonces lanzó sobre Sosio sus buques ligeros. Entre tanto, Agripa atacó el ala derecha, obligando al comandante Publícola a extender su línea para no verla cercada, y a dejar así al descubierto su centro. Esta maniobra pareció anunciar el desarrollo y resultado de la batalla, por lo que sesenta naves egipcias, que habían permanecido fuera del orden de combate, volvieron la proa y huyeron hacia el Peloponeso. En medio de ellas se destacaba la nave real, con sus velas de púrpura. Antonio, al verla, olvidó por completo cuanto se decidía aquel día y quienes por él morían, y corrió tras Cleopatra. Su flota se defendería aún algunas horas más; luego, desmoralizada por la huida de su jefe, y acobardada por el incendio que se extendía por varios buques, se rindió a Octaviano.

En el cabo Tenario supo Antonio de la rendición de su flota. Sin embargo, aún quedaba el ejército de tierra intacto y deseoso de combatir; Antonio le envió la orden de retirarse por Macedonia a Asia; pero esta orden y la fuga de su jefe P.Canidio Craso acabaron de desmoralizar a las tropas, que no tardaron en rendirse a Octaviano; era el séptimo día después del combate naval. Éste, con el fin de atraer a los vencidos, tomó ejemplo de Julio César y recurrió a la clemencia, perdonando al mismo Sosio a pesar de haber sido quién inició el combate en Anzio; retuvo a su lado a los soldados nuevos y licenció a los veteranos, enviándolos a Italia; luego ordenó los asuntos griegos y asiáticos, sustituyendo a los gobernadores de Antonio, y al empezar en Asia, el 1 de enero de 30 a.C., su cuarto consulado, fue a Samos a esperar la primavera antes de marchar a Egipto. Sería allí donde le llegaría la noticia de que los veteranos de Antonio se habían revelado en Italia, y envió contra ellos a Agripa con plenos poderes; poco después marchó él mismo a Brindisi, donde senadores y magistrados se reunieron con él para rendirle homenaje. Calmados los rebeldes mediante repartos de dinero y promesas de tierras, volvió a sus cuarteles para preparar la campaña egipcia. Allí, antes de ponerse en marcha, recibiría mensajeros de Antonio y Cleopatra; aquel le pedía permiso de retirarse a Atenas a una vida privada; la reina le suplicaba que dejara la corona de Egipto a sus hijos. Octaviano se negó a contestar a su antiguo rival; a Cleopatra en cambio le hizo multitud de promesas, siempre que se comprometiera a acabar con Antonio y no hiciera ningún daño ni a su tesoro ni a su propia persona. Mientras, avanzaba hacia Egipto. Cornelio Galo, a quién mandó a la Cirenaica, se apoderó de Paretonio, llave del Egipto occidental, y él mismo, llegado a Asia, conquistó Pelusio, de tal forma que el reino quedó invadido al mismo tiempo por el este y el oeste.

Por fin, a última hora, Antonio se decidió a moverse tras un período prolongado de depresión e inactividad. Al saber que el enemigo se acercaba a la misma Alejandría, el antiguo triunviro, desesperado, reunió a sus ya escasas y esparcidas tropas y se preparó para la defensa. Un pequeño triunfo obtenido por su caballería le infundió nuevo valor y el propósito de combatir a Octaviano por tierra y mar, pero en el día del combate la flota y la caballería egipcias se pasaron a Octaviano, y la infantería, mermada, no tardó en ser derrotada. Tras la derrota y la deserción, Antonio recibió además la noticia, quizás intencionada, de que Cleopatra, encerrándose en su mausoleo con sus tesoros, había tomado veneno y había muerto. Conmovido por su ejemplo, Antonio se suicidó arrojándose sobre su espada. Mientras aún estaba en agonía, supo que la reina vivía y pidió ser llevado a su lado, muriendo en sus brazos. Al mismo tiempo, Octaviano entraba en Alejandría aquel 1 de agosto. Queriendo capturar a Cleopatra viva, le renovó las promesas de Samos hasta convencerla de abandonar su mausoleo y regresar a palacio. Cuando acudió a visitarla, la halló rodeada de recuerdos de Julio César, y la oyó hablar con entusiasmo de la gloria de éste y de cuánto la había amado; esperaba quizás conmover o fascinar al joven conquistador. Pero no obtuvo de Octaviano más que respuestas frías e indiferentes. Así pues, cuando Dolabella la anunció que en tres días debería ser conducida a Roma, Cleopatra decidió suicidarse. Fue hallada una mañana en su lecho, vestida de reina, con dos esclavas a sus pies, también muertas. Circularon muchos rumores sobre la causa de su muerte, desde la mordedura de un áspid a que el propio Octaviano la hizo ejecutar. El vencedor ordenó enterrar a los dos amantes juntos, en Alejandría. Antes, Ptolomeo Cesarión, supuesto hijo de Cleopatra y de Julio César, y Antilo, hijo primogénito de Antonio con Fulvia, fueron ejecutados. Los hijos supervivientes de la reina -Cleopatra Selene, Alejandro Helios y Ptolomeo Filadelfo- serían criados por la viuda romana de Antonio, Octavia, la hermana del conquistador de Egipto.

*Fotografía 1: Tetradracma con Cleopatra en el anverso y Marco Antonio en el reverso.
*Fotografía 2: La batalla de Actium según Lorenzo A.Castro
*Fotografía 3: Retrato de Marco Vispanio Agripa, el gran artífice de Actium, en el Museo del Louvre, en París.
*Fotografía 4: Denario acuñado por el futuro Augusto que celebra la conquista de Egipto.
*Fotografía 5: "Cleopatra sostiene a Marco Antonio mientras muere", de Alexander Bida. Ilustración de finales del siglo XIX para el acto IV, escena 15, de Antonio y Cleopatra, en una colección recopilatoria de la obra de Shakespeare
*Fotografía 5: "La muerte de Cleopatra", de Juan Luna, 1881



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