Tanto
el gran Senado de Roma como un pequeño consejo municipal de
decuriones, ubicado en cualquier civitas
y provincia del Imperio, constituían en sus respectivas áreas de
poder el orden o grupo político-social donde se trataban los asuntos
de relevancia y se decidían las carreras políticas, estando
integrado por varios conjuntos diferenciados de personas,
relacionadas entre sí por lazos de tipo familiar, económico, de
interés o de dependencia que rivalizaban entre sí en influencia. No
eran los principios y las normas de gobierno las que
marcaban las diferencias, sino mucho más a menudo las simples
rivalidades entre personalidades y también entre familias.
Cada
alto personaje a su vez atraía a su alrededor a un grupo de personas
ya de menor rango que le halagaban constantemente, intentado
asegurarse con aquello su apoyo para llegar luego a las
magistraturas, aprovechándose de su prestigio entre el pueblo y
creciendo en la sombra de su gloria. Así mismo, la fuerza social,
económica y hasta política de los cabeza de familia o de facción
en los diferentes senados se medía por el número de amigos y
clientes que formaban su cortejo en el foro y en las ceremonias
municipales, oficiales o religiosas. Y el vínculo principal dentro
de estos grupos, que les daba cohesión mediante el establecimiento
de relaciones duraderas entre sus miembros, eran las alianzas
familiares mediante el
matrimonio y como resultado del mismo la común descendencia.
De
este punto de vista, el matrimonio se entendería, ante todo, como un
acto político, ya que habría de servir para establecer entre
familias no solo relaciones duraderas sino también, basadas en las
mismas, un contrato no escrito, un pacto de asistencia mutua con
validez en los ámbitos privados y públicos. Así, para un joven,
ser aceptado como yerno en una noble familia le garantizaba tanto la
manutención como la posibilidad de recibir determinados cargos
honoríficos, así como su apoyo, ya fuera político, social o
económico, para poder medrar. A su vez para un padre dar su hija a
cualquier varón destacado aseguraba a su clan un aliado cuyo
prestigio, algún día, podía resultar decisivo.
Los
autores antiguos nos han legado numerosos ejemplos de matrimonios “de
conveniencia” que celebraban o se rompían cuando las alianzas
entre familias y hombres se convertían, de repente, en rivalidades.
Así, cuando César trató de ganarse el favor de Pompeyo, casó a su
hija, Julia, con él; Julia había estado prometida anteriormente a
Servilio Caepio, quizás Marco Junio Bruto. Como una compensación,
Pompeyo ofreció a su hija a Servilio, aunque todavía no era libre,
puesto que había sido ya desposada por Fausto Cornelio, hijo de
Sila. Ya durante el denominado segundo triunvirato, Octaviano rompió
su compromiso con Servilia para casarse con una hijastra de Marco
Antonio, de nombre Clodia; pero pronto rompió toda relación con
ésta para contraer matrimonio con Escribonia, buscando atraerse el
favor de un pariente suyo, Sexto Pompeyo, de quién le separaba una
rivalidad política; cuando la guerra con éste último era ya más
que inminente, Octaviano también se divorció de Escribonia para
casarse con Livia, matrimonio con el que pretendía conseguir el
apoyo de la más vieja aristocracia. Octaviano, así mismo,
arreglaría el matrimonio de su hermana Octavia con Marco Antonio, su
compañero de triunvirato, con el fin de sellar un tratado de paz
establecido por ambos en Brindisi, pero ello no impediría a Antonio
entablar una relación con Cleopatra que favorecía sus intereses en
Oriente y finalmente separarse de su esposa Octavia.
Ahora
bien, aunque el objetivo último de todas estas uniones y
separaciones no dejaba de ser -como ya dijimos- el de establecer
alianzas entre familias en las que la esposa, como único miembro
común de ambas -pues se consideraba a los hijos como “propiedad”
de su padre y no de su madre, y por tanto pertenecientes
exclusivamente a la familia paterna y no materna-, ejercía como un
nexo de unión destacado entre las mismas, se esperaba igualmente que
la mujer hiciera honor a esta posición intermedia -hija de un grupo
familiar, y esposa y madre de otro- garantizando el buen
entendimiento entre los dos clanes, ejerciendo para ello como
mediadora y consejera. Por eso Lucano1atribuye
en su Farsalia a Julia, la hija de César y la cuarta esposa
de Pompeyo Magno, las excelentes relaciones mantenidas entre su padre
y su marido, hasta el extremo de considerarla capaz -en caso de no
haber con 22 o 23 años- de evitar la guerra civil que tras su
fallecimiento habría de enfrentarlos:
“Si
el destino te hubiera dejado permanecer más tiempo en la luz-dice
en su poema, Lucano a Julia -tú sola hubieras podido
contener la demencia desencadenada, aquí por un padre y allá por un
esposo, arrancar el hierro de sus manos y reconciliarles, como las
Sabinas mediadoras en su día supieron unir a suegros y yernos”
Buen
ejemplo de esa concepción de la esposa como mediadora y nexo de
unión entre las dos familias a las que pertenece por nacimiento y
por matrimonio, son igualmente las Cartas
de Aurelio Símaco, datadas a finales del siglo IV. En las mismas
observamos cómo el senador desea y pretende reforzar su posición
dentro de la clase nobiliar y cómo acaba por comprender que la única
manera de conseguirlo pasa forzosamente por fortalecer su familia
mediante alianzas económicas, políticas, y familiares, que, en
realidad, no dejan de responder a una misma realidad o pacto. Los
móviles de tipo socio-económico de Símaco le obligaban también a
consolidar su poder dentro de unas siempre cambiantes relaciones de
fuerza del grupo familiar, jugando en este entorno un papel
fundamental la capacidad de imponer una determinada forma de relación
en el seno de su clase a través de vínculos estables, en los que
inevitablemente juega un papel destacado la mujer2.
Son
varios los ejemplos femeninos que aparecen en la obra de Símaco; su
madre, una hija de Fabio Tiziano; su esposa, de nombre Rusticiana,
hija de Vitrasio Orfito, miembro influyente dentro del orden
senatorial3;
si bien el caso más destacado sería su hija, que casaría con un
miembro de la importante familia de los Nicómacos, cuyo máximo
representante, Virio Nicómaco Flaviano, sería a su vez primo
hermano de Símaco, ya que el padre de éste y la madre de Flaviano
eran hermanos4.
La
historia y prosperidad de ambas familias, la de los Símacos y los
Nicómacos, fueron de la mano de forma estrecha durante un período
de tiempo en el que la suerte sonreiría a unos y otros de forma
desigual. Teniendo en cuenta este hecho se percibe en las Cartas
la necesidad que su escritor siente de mantener una actitud de
continua diplomacia, en función de la creencia de la conveniencia de
crear y mantener estables uniones familiares.
Esta
diplomacia se pone por ejemplo de manifiesto en una de las Cartas
de Símaco en la que se refiere al matrimonio cum manu,
no tanto como un cultismo, como defendiera Arjava5,
sino más bien como “la manera de refrendar a través del
halago ímplicito en el uso de la tradición una unión que se
deseaba duradera entre dos familias determinadas (…), a través del
uso de al terminología se pretendía que el pacto entre una serie de
domus diera pie a entender, de una forma simbólica, que se trataba
de una sola, la cual unificaba tanto propiedades como personas e
incluso ideales”6.
En este sentido resulta significativo que Símaco escriba a su primo
y además consuegro comunicándole que se encuentra en Campania junto
a la madre de ambos, en realidad tía suya y hermana de su padre7.
Pero
no cesan aquí las muestras de preocupación y solidaridad del
senador romano: éste no cejará hasta lograr rehabilitar la figura
de sus aliados y parientes, objetivo que alcanzará finalmente con el
nombramiento de Flaviano el Joven como Prefecto de Roma, un cargo en
el que repetirá más tarde y al que se añadirán los de Prefecto
por Italia, Ilírico y África en los años 431 y 4329.
Símaco además se declara continuador de su consuegro tras la muerte
de éste, al afirmar que ahora estaba desempeñando el oficio de
padre10,
extendiendo así el papel paterno, reservado hasta entonces a su
hija, al marido de ésta. Su interés último es el mantenimiento de
los vínculos familiares, como pone de relieve esta asunción de la
paternidad del hijo huérfano, como síntoma claro de solidaridad y
de afán de cohesión el grupo político-familiar.
De
nuevo es el matrimonio el que mejor ejemplifica esta unión familiar
y intereses: el autor se dirige a su hija y su yerno a lo largo de
unas ochenta cartas como los Nicómacos, dando una clara preeminencia
a la familia. La caída en desgracia de un determinado miembro
relevante de la familia no supone por lo tanto la inmediata ruptura
de la relación preexistente, si no que esta se mantiene y se asienta
en el matrimonio entre dos de sus miembros. Así pues, la mujer -hija
de Símaco y esposa de Flaviano el Joven- vuelve a jugar un papel
fundamental de intervención y cohesión en su calidad de principal
punto de unión entre dos mitades que aspiran desde el primer momento
a ser una sola y como tal se comportan. En este contexto, se entiende
el interés de Símaco de situar a la mujer como depositaria de una
serie de virtudes, de las que hemos hablado con anterioridad11 -ver artículo El arquetipo de esposa romana según la literatura latina- con el propósito de consolidar y afirmar el pacto entre familias: el
comportamiento de la esposa se convierte así en una garantía de la
perdurabilidad de las alianzas políticas -ver artículos anteriores Las mujeres en la obra de Tito Livio y Creúsa y Dido: prototipos de mujer en la Eneida de Virgilio-.
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1
LUCANO, Farsalia, I,
114-118
2
Ver PÉREZ SÁNCHEZ, D. y RODRÍGUEZ GERVÁS, M.J.: “Imagen y
realidad de la mujer en un aristócrata del siglo IV: Símaco”,
Studia historica. Hª Antigua, nº
18, 2000, 315-330
3
Fabio Tiziano, PLRE, I,
917; Titianus, 1 y 2; Vitrasio Orfito, PLRE,
I; Orfitus, 3, 651
4
PLRE, II, 474
5
ARJAVA, A: Women and Law in Late Antiquity, Oxford,
1996, 74
6
PÉREZ SÁNCHEZ, D. y RODRÍGUEZ GERVÁS, M.J.: “Imagen y
realidad de la mujer en un aristócrata del siglo IV: Símaco”,
Studia historica. Hª Antigua, nº
18, 2000, 324
7
SIMACO, Ep. II, 32
8
SIMACO, op.cit. IV, 19
9
Recomendamos CECCONI, G.A: Commento storico al libro IV
dell´Epistolario de Q.Aurelio Simmaco, Pisa,
2002
10
SIMACO, Ep. IV, 4
11
SIMACO, Ep. IV, 67
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