En nuestra revisión del papel de las mujeres en la obra de Tito Livio (ver artículo anterior Lavinia, las Sabinas, Tarpeya y Tulia: las mujeres en la obra de Tito Livio) había una ausencia destacada: el mito de Lucrecia. Su complejidad nos exigía un artículo aparte. Para comprender su desarrollo y la decisión final de la dama romana debemos remontarnos a una época anterior a ésta, al reinado del primer rey, Rómulo, e incluso cambiar de autor, centrándonos en Plutarco. Nos interesa, en concreto, una de las denominadas "leyes regias", que estipulaba las condiciones para la disolución del vínculo matrimonial. Aunque su autenticidad es dudosa, eso no nos impide entrever la mentalidad presente tras su concepción:
“Rómulo
promulgó también algunas leyes, entre las cuales destaca por su
severidad la que impedía a la mujer abandonar a su marido aunque por
el contrario permitía al marido repudiar a la esposa por varios
motivos como son el envenenamiento de niños, la sustracción de las
llaves o bien el adulterio”1
Las razones que
legitiman el divorcio, según esta ley, han intrigado durante mucho
tiempo a los historiadores del derecho, que no han podido resistir la
tentación de corregir arbitrariamente una parte del texto para
eliminar aquello que les resulta más sorprendente2.
Puesto que se consideraba absurdo que la “sustracción de llaves”
pudiera ser motivo de repudio o divorcio, en ocasiones se ha estimado
que Plutarco quiso decir “sustracción de niños”. En realidad,
consideramos que no habría ninguna razón para modificar parte del
texto, ya que cada una de las situaciones mencionadas debió de
constituir -como expondremos ahora- la violación de algunos de los
tabúes más característicos del matrimonio romano.
El “envenenamiento
de niños” se referiría, de hecho, a una forma de aborto provocado
por la utilización de drogas. Aunque la descendencia no era
requisito esencial ni motivo principal para que se diera el
matrimonio, producida la concepción ésta no debía de
interrumpirse: la mujer hubiera así privado a Roma de un posible
ciudadano sobre cuya vida, además, no tenía poder ni derecho alguno
de decisión, puesto que los hijos pertenecían al linaje paterno,
portaban su nomen y competía
sólo al padre decidir sobre su inclusión o su exclusión de la
familia tras el parto. Sin embargo el aborto casi se consideraba como
una falta menor en comparación con el adulterio para el que no
existía ninguna expiación posible, que continuaría siendo por
excelencia la falta mayor los siglos siguientes3.
Queda
todavía por discernir el significado de la “sustracción de
llaves”. El verdadero sentido de esta prohibición estaría quizás
relacionado con la imposibilidad de las mujeres de beber vino sin
incurrir primero en penas graves y, posteriormente, en una grave
censura. Si bien ellas tendrían a su disposición todas las llaves
de la casa, las de la bodega en donde se guardaba el vino le estaban,
por el contrario, vedadas. Cierta anécdota, contada por el
historiador Fabio Víctor, quién viviera a fines del siglo III a.C.
y que ha sido transmitido por Plinio el Viejo4,
explica que cierta dama romana un día consiguió abrir el casillero
donde se guardaban las llaves de la bodega; culpable de ese crimen,
fue condenada por el consejo familiar a morir de hambre. Se desconoce
en qué época se desarrolló el drama; es de suponer que, ya en
tiempos de Fabio Víctor, se trataba de un pasado lejano. A inicios
del siglo II a.C., una mujer que hubiera bebido vino se arriesgaba
sin duda a ser repudiada, pero no se la condenaba a muerte5.
A
menudo se ha intentado dilucidar el verdadero significado que
encerraba la prohibición de beber vino: unas veces, siguiendo
básicamente a Noailles, se ha considerado que el vino, el “líquido
sacrifical y sustitutivo de la sangre, pasaba por contener cierto
principio misterioso de la vida (...) al beberlo, la mujer quedaba
sujeta a un principio de vida extraño y, por lo tanto, hostil.
Introduciendo ese elemento externo dentro de sí, dentro de la sangre
de la familia, destruye su integridad. Se trata de una forma de
deshonrar la sangre”6;
en otras siguiendo esencialmente a Durry7se
recuerda que el vino, para la medicina antigua, poseía virtudes
anticonceptivas y abortivas, y por consiguiente, su uso podía ser
asimilado a un intento de aborto equiparable al “envenenamiento de
niños”. Ese hecho podía relacionarse con la costumbre de que las
damas de buena familia recibieran de sus parientes masculinos, ya
fueran políticos o consanguíneos, un beso en la boca: era lo que se
conocía como el ius osculi, el
derecho al beso8,
un derecho que únicamente se explica relacionado con dicho tabú al
vino. Los parientes de las damas verificaban así, mediante el beso,
que sus alientos no contuviera la presencia de vino, puesto que
habrían de ser ellos quienes, en caso de incumplimiento de esta
regla, decidieran la suerte reservada a la infractora como parte del
tribunal familiar, como en la anécdota antes referida de Fabio
Víctor.
Esa
falta relativa al consumo del vino sin duda se relaciona con la de
adulterio, puesto que al mantener relaciones sexuales fuera del
matrimonio, la mujer no solamente destruía “la integridad de la
sangre”, al admitir en su lecho a un hombre distinto a su marido, y
por tanto “un principio de vida extraño” en su cuerpo, si no que además,
al igual que el aborto o el vino, atenta también contra la
descendencia que pudiera como esposa proporcionar al marido, ya que
arrojaría sospechas sobre la legitimidad de los hijos, siendo
indiferente si la relación adúltera ha sido o no consentida.
Esta
“deshonra de la sangre”, que imposibilitaría a la mujer para ser
madre, y, por extensión, también esposa, ya que el matrimonio es el
único marco en que una mujer puede tener descendencia legítimamente, es el que subyace tras el episodio de Lucrecia. Tito Livio narra como
Sexto, un hijo del rey Tarquinio el Soberbio, se hallaba con su
ejército sitiando la villa de Ardea. Con otros jóvenes de la
nobleza, discutía un tarde sobre la virtud de sus esposas, a las que
habían dejado en sus hogares. Cada uno alardeaba sobre las bondades
de la suya hasta que, de un común acuerdo, montaron en sus caballos
decididos a regresar sin previo aviso para ver lo que ellas hacían
en ese momento. Ya en la ciudad de Roma descubrieron a las mujeres de
palacio divirtiéndose en un banquete con sus amigas. Después fueron
a casa de Tarquinio Colatino, y encontraron un espectáculo muy
diferente: su mujer, Lucrecia, sentada junto al fuego, hilaba la lana
con sus sirvientas -la imagen por antonomasia de la matrona romana-. Al ver llegar a sus maridos y a sus compañeros,
quiso ofrecerles un buen recibimiento y se levantó para prepararles
la cena. Desde este mismo día, Sexto Tarquinio albergaría por
Lucrecia una pasión secreta e inconfesable9 y
para poder lograrla actuó con suma precaución.
Volvió
al campamento al día siguiente con los compañeros con intención de
regresar a Roma varios días después en solitario y presentarse de
nuevo en la casa de Colatino. Lucrecia le recibió de nuevo; sin
desconfiar de él, le dio su hospitalidad, ofreciéndole una
habitación de los huéspedes. Sin embargo, una vez de noche y con la
casa en silencio, Sexto se deslizó hasta la cama de Lucrecia con la
espada en la mano y la despertó amenazándola con matarla si
gritaba. Empezó entonces a jurarla su amor, pero la voluntad de la
esposa de Colatino permaneció inquebrantable. En aquel instante, ya
impaciente, Sexto recurrió finalmente a intimidarla con una muerte
deshonrosa: si se resiste todavía más, la matara, degollará a un
esclavo y expondrá ambos cadáveres juntos y desnudos, de tal modo
que todo el mundo crea que ha sido descubierta en pleno adulterio y
justamente castigada. Ante esa perspectiva, Lucrecia solo puede ceder
y, tras lograr su propósito, Sexto abandona la casa. Solo en ese
momento, ella envía mensajeros a su esposo y a su padre, a quienes
una vez a su lado relata toda la historia y, si bien sus seres
queridos intentan consolarla, afirmando que no tiene ninguna culpa,
la noble Lucrecia opta sin dudar por el suicidio:
“Espurio
Lucrecio llegaría con Publio Valerio el hijo de Voleso; Colatino,
con Lucio Junio Bruto (…)Encontraron a Lucrecia sentada en su
habitación y postrada por el dolor. Al entrar ellos estalló en
lágrimas, y al preguntarla su marido si todo estaba bien, le
respondió: “¡No! ¿Qué puede estar bien para la mujer cuando se
ha perdido el honor?Las huellas de un extraño, Colatino, están en
tu cama. Pero es solo el cuerpo lo que ha sido violado, el alma es
puro; la muerte será el testigo de ello” (…) trataron de
consolar el triste ánimo de la mujer, cambiando la culpa desde esa
víctima al ultraje de su autor e insistiéndole en que es la mente
la que peca, no el cuerpo, y que en donde no ha habido consentimiento
no hay culpa. “Es por ti”, dijo ella, “al ver que él consigue
su deseo, aunque a mí me absuelva el pecado, no me librará de la
pena; ninguna mujer sin castidad alegará el ejemplo de Lucrecia”
Ella tenía un cuchillo escondido en el vestido, lo hundió dentro de
su corazón y cayó muerta en el suelo (…) Bruto sacó el cuchillo
de la herida de Lucrecia (...)y dijo: “Por esta sangre, la más
pura antes del indignante ultraje hecho por el hijo del rey,...” 10
Lucrecia
se constituye de esta forma, a pesar de negarse a escuchar y a
obedecer a su esposo y su padre, en un ejemplo de fidelidad conyugal
y esposa. Su cuerpo, por la violación así su sufrida, ha sido
mancillado y la sangre profanada; y aunque sus seres queridos traten
sin duda de consolarla “insistiéndole que es la mente la que peca,
no el cuerpo, y en donde no hay consentimiento, no hay culpa”,
Lucrecia sabe bien que su sangre era “más pura antes del
indignante ultraje hecho por el hijo del rey”; los consuelos de su
padre y marido no son más que mentiras que no solo “no la librarán
de la pena” si no que erróneamente, sin duda por el afecto que la
tienen, tratan de apartarla de lo único que puede redimirla: como
Dido (ver artículo anterior Creúsa y Dido: prototipos de mujer en la Eneida de Virgilio), solo la muerte la permitirá recuperar el pudor
perdido y demostrar su fides y
su castitas.
De
nuevo, vemos como una “falta”, en este caso la violación y no el
vino, aunque no sea un hecho consentido, produce una mancha material
imborrable que el caso de Lucrecia la separa de su marido y la hace
indigna de retomar su lugar como señora del hogar; es esa “mancha”
la que impide a las prostitutas contraer matrimonio o los varones que
ejercen un papel pasivo en la relación sexual desempeñar cargos
públicos. El acto amoroso por tanto compromete, al menos en el caso
femenino, cuerpo y alma y liga a los dos individuos implicados, de
ahí que, la aceptación de un nuevo hombre por parte de la mujer, ya
sea voluntaria o involuntariamente, se considere comprometía una
relación primera y, durante mucho tiempo, motive que el instinto
popular se negara a admitir que una mujer pudiera pertenecer a varios
hombres sucesivamente, es decir, que no fuera matrona uniuira,
aunque ella estuviera amparada por ley para contraer la nueva unión
y fuera libre por divorcio, o muerte del cónyuge.
*****
Las fotografías ilustran diversas representaciones del suicidio de Lucrecia. De arriba a abajo: Rafael Sanzio, Eduardo Rosales, Henri Pinta, y Damià Campeny
*****
1
PLUTARCO, Romulo, 22
2
Uno de los primeros NOAILLES, P: “Les Tabous du Mariage dans le
droit primitif des Romains”, Fais et Jus, París,
1948, 1-27
3
Prueba de ello es la legislación moral de Augusto. Ver nota 125
4
PLINIO, Historia Natural, XIV,
14, 2
5
AULO GELIO, X, 23, 1
6
NOAILLES, P: “Les Tabous du Mariage dans le droit primitif des
Romains”, Fais et Jus, París,
1948, 21
7
DURRY, M: “Sur le mariage romaine”, Gymnasium, LXIII,
1956, 187-190
8
Aún en época imperial existía este “derecho al beso”, ya que
Agripina la Menor solía invocarlo con el objetivo de hacerse besar
por su tío, el emperador Claudio, y poder así seducirle. SUETONIO,
Claudio, XXVI, 3
9
TITO LIVIO, Ab urbe condita, I, 57
Me ha encantado la entrada. Un besazo.
ResponderEliminarGracias!!!. Me alegro que te haya gustado. Un abrazo enorme!!!
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarQué interesante entrada. Hay tanto acerca del papel de la mujer en la historia, que aún se desconoce. Curiosamente en la Edad Media otra Lucrecia será simbolo de mujer indigna. Gracias por compartir tus investigaciones. Saludos.
ResponderEliminarmuy buena la información,se ve que esta bien documentada,felicitaciones.
ResponderEliminar