viernes, 4 de diciembre de 2015

Lavinia, las Sabinias, Tarpeya y Tulia: las mujeres en la obra de Tito Livio

Tito Livio, junto al autor de la Eneida (ver artículo anterior Creúsa y Dido: prototipos de mujer en la Eneida de Virgilio), es el responsable de legarnos el mayor número de los arquetipos literarios femeninos. Como Virgilio, el escritor de Desde la fundación de Roma pretendía sin duda proporcionar a la mujer romana de su época un modelo edificante de matrona asentado con firmeza en dichos arquetipos cuidadosamente trazados con el objetivo de impulsarlas a recuperar las antiquas mores o el mos maiorum, es decir, la costumbre de los ancestros -de ahí que la mayoría de modelos se ubiquen en la mitología, la monarquía y primeros años de la República-, que bajo el gobierno de Augusto, tal y como revela su legislación moral, se consideraba, sino por completo perdidas, si al menos olvidadas1. Prueba de esto es la desproporción evidente, en cuanto a la presencia femenina, entre los dos primeros libros -en los que se dan la gran mayoría de las menciones- y los restantes, puesto que esa primera parte de la obra estaba conformada por los siglos esenciales que a la propaganda augústea le interesaba más destacar sobre todos los demás por constituir la exposición detallada del origen del pueblo romano en el que la matrona podía ser representada en toda su integridad, honestidad, austeridad y laboriosidad. 
Sin embargo, los dos primeros personajes femeninos mencionados en esta obra de Tito Livio no dejan de tener una intervención que podríamos considerar insignificante y mediocre, al menos en relación al propósito aleccionador con el que parte Desde la fundación de Roma, pero que debemos de relacionar con el ideal de silencio que debía rodear a la esposa. Así Lavinia es mencionada únicamente en ocasión de su matrimonio y la fundación de Lavinium, como causa de la guerra entre los troyanos y rútulos, y mucho después en el momento de transmitir el reino a Ascanio tras la muerte de Eneas2. Mucha mejor suerte no correrá tampoco Rea Silvia, la madre de los gemelos Remo y Rómulo, de quién Livio comenta únicamente: “La vestal (Rea Silvia) fue violada por la fuerza y dio a luz gemelos. Declaró a Marte como el padre (…)Pero ni los dioses ni los hombres la protegieron a ella o a sus hijos de la crueldad del rey (su tío Amulio); la sacerdotisa sería enviada a prisión3. El papel de Rea Silvia, como ya antes que ella el de Lavinia, se reduce por tanto a la mera transmisión del linaje, tras lo cual no vuelve a ser citada, si bien en esta ocasión la alianza que se establece no es entre dos familias, si no entre la divinidad y el pueblo romano.

La leyenda del rapto de las Sabinas es reveladora a este respecto: los primeros habitantes de una Roma recién fundada precisaban de mujeres a fin de garantizar el porvenir de la ciudad a través de la descendencia por lo que, ante la constante negativa de los padres a entregárselas de buen grado como esposas, optaron por tomarlas como tales mediante un acto violento como es sin duda el rapto. Dicho acto, en sí mismo, parecía indicar que serían tratadas únicamente como prisioneras de guerra, produciéndose la consiguiente merma de su valor y consideración, así como el completo exterminio de su pudor, pudicitia o castitas, pero el propio Rómulo las tranquilizó:

“Las muchachas secuestradas estaban desesperadas e indignadas. El mismo Rómulo les dirigió en persona, y les señaló que (…) vivirían en honroso matrimonio, compartirían todos sus bienes y derechos civiles y (lo más amado a la naturaleza humana) serían madres de hombres libres. Les rogó que dejasen a un lado sus sentimientos de resentimiento y dieran el afecto a quienes ahora la Fortuna había hecho dueños de sus personas. Una ofensa había llevado, a menudo, al amor y la reconciliación; encontrarían a sus maridos mucho más afectuosos, porque cada uno haría todo lo posible, por lo que a él tocaba, para compensarlas por la pérdida de sus padres y de su país. Estos argumentos fueron reforzados por la ternura de sus maridos, quienes excusaron su mala conducta invocando la fuerza irresistible de su pasión (una declaración más efectiva que las demás al apelar así a la naturaleza femenina)” 4
Así pues, frente al frío raciocinio masculino, que busca contraer matrimonio con el propósito firme de obtener descendencia que perpetue su ciudad y linaje, y establece por ello unilateralmente los términos del contrato matrimonial (“vivirían en un honroso matrimonio, compartirían sus bienes y sus derechos civiles, serían madres de hombres libres”, “pérdida de sus padres y de su patria”), se halla la débil naturaleza femenina, que desoyendo los argumentos racionales, se inclina solo ante la mención del ámbito afectivo, propio de una “naturaleza femenina”. Así mismo, al espíritu activo del varón que, ante la negativa de concederles esposas, lleva a cabo la acción del secuestro, se opone la pasividad de la mujer, que sufre las consecuencias, y que, finalmente, como se espera de ella, acaba por resignarse y someterse a su nueva situación y a la obediencia debida a sus maridos “a quienes la Fortuna había hecho dueños de sus personas”.
Sin embargo, a pesar de la aceptación última de las Sabinas de las propuestas de los romanos la acción violenta que éstos realizaron motivará, a pesar de todo, la guerra con los Sabinos, locos de dolor y de rabia, y deseosos de recuperar y vengar a sus hijas. Capitaneados por Tito Tacio, rey de la región sabina, se enfrentan en batalla a los hombres de Rómulo en una lucha encarnizada e igualada que, por momento, amenazó la propia supervivencia de Roma5: sólo la intervención de las sabinas en calidad de intermediarias y conciliadoras-un cometido propio de la esposa, que más tarde ejercerían a la perfección Volumnia, Veturia, Cornelia, Terencia u Octavia- convertiría al fin en alianza entre familias y, sobre todo, en unión entre dos pueblos, lo que en principio era un conflicto armado que quizás se hubiera saldado con la destrucción, o el sometimiento, de uno de ellos, lo que permitió a ambos crecer, fortalecerse y expandirse como parte integrante con la misma importancia de un nuevo Estado6

No obstante, dicho Estado no hubiera sido posible si las Sabinas no hubieran dado, al final, su conformidad al rapto, proporcionado a los romanos abundante descendencia que continuara y así hiciera perdurar la obra de sus padres y detenido la batalla que amenazaba con destruir lo que, antes de su llegada, sus maridos romanos construyeran. La acción de las Sabinas adquiere, de esta forma, el significado de una segunda fundación de Roma tras la llevada a cabo por Rómulo y los hombres, convirtiendo a las Sabinas en iguales con sus maridos dentro del matrimonio, si bien con funciones muy diferenciadas dentro del mismo, puesto que la relación se basa en supuestos distintos para los dos: en la obediencia de la esposa y en el respeto del marido.
No obstante, dejando de lado estos tres ejemplos -Lavinia, Rea Silvia y las Sabinas-, son más frecuentes en Livio los relatos que destacan los errores y defectos de la mujer y de la esposa que los que ensalzan sus cualidades positivas; con esto, el autor de Desde la fundación de Roma pretendía dar a las mujeres de la época augústea no sólo unos modelos ideales de matrona que poder imitar, si no también ejemplos de las consecuencias nefastas que podía acarrear una actuación en contra de un solo precepto moral. Uno de los más antiguos y destacados habla de Tarpeya7, quién, en sí misma, constituye la antítesis de todos los modelos femeninos arriba expuestos.
En los momentos que los sabinos al mando del rey Tito Tacio atacaban a los romanos bajo el liderazgo de Rómulo, culpables de raptar a sus hijas, defendía el Capitolio Espurio Tarpeyo, el cual tenía una única hija, Tarpeya, quién, en la distancia, mientras observaba desde lo alto de la colina a los soldados enemigos acampados en el llano, se enamoró de Tacio. Olvidando la lealtad a su patria y la obediencia y sumisión debidas a su padre, descendió en secreto hasta las líneas enemigas, y, ya en el campamento, se dirigió al rey y le ofreció no solo entregarle la ciudadela a través de un oculto sendero desconocido, si no también abrirles a sus hombres la poterna, a cambio únicamente de que se la concediera aquello que los soldados sabinos llevaban en el brazo izquierdo, refiriéndose a sus brazaletes y anillos. Puede que Tarpeya se imaginara que el rey, como señal de agradecimiento y admirado por su acción, la tomaría también por esposa, pero los pensamientos de Tacio discurrían en otra dirección, fingiendo aceptar los términos de su trato. Tarpeya, fiel a su promesa, conduce a los sabinos hasta la ciudadela, pero, en el momento de pagar los acordado, los soldados, en lugar de entregarla todas sus joyas, la arrojan sus pesados escudos, que portaban igualmente en sus brazos izquierdos, y Tarpeya perece en el acto asfixiada por el peso.
Por Propercio, sabemos que la leyenda de Tarpeya es el resultado de una larga evolución con numerosas aportaciones y embellecimientos literarios. El poeta de hecho convierte a Tarpeya en una heroína de tragedia, otra Dido en guerra contra una pasión que sabe es culpable y frente a la que, al final, cede. Tarpeya es ante todo una muchacha que elige con libertad a quién amar, que no escucha ni obedece a su padre y tampoco mide las consecuencias de sus actos y de una posible unión para su linaje y su patria haciendo prevalecer sus sentimientos por encima del respeto al orden establecido y a las leyes divinas y de la supervivencia de la ciudad. Recibe, en consecuencia, un justo castigo por haber alterado la jerarquía natural de las cosas. Su historia no deja de ser una una advertencia a los romanos: a pesar de que algunas mujeres -como Creúsa, Lavinia, las Sabinas- puedan subordinar sus intereses a las necesidades del Estado, sólo los hombres son capaces de permanecer completamente fieles a los intereses de la patria y servirla correctamente.

Propercio, en cambio, proporciona a Tarpeya una serie de argumentos sofísticos que ante sus ojos la justifican. Imagina a la muchacha diciéndose que su unión con el rey sabino pondrá fin a esa guerra entre sabinos y romanos, y que su matrimonio será por si mismo la mejor prueba de la paz ya que el matrimonio constituye una alianza socio-económica y política entre dos partes, dos linajes, o dos pueblos, como en el caso de Lavinia. Sin embargo, Propercio nos oculta un hecho: la hazaña que, poco más tarde, llevarán a cabo las Sabinas está vedada a Tarpeya. Esa pasión que la domina y a la que obedece en exclusiva la roba el derecho de convertirse en esposa, de hecho dificulta su percepción y realización como esposa, tal como sucedió con Dido Su pasión, destructiva en su finalidad y sus efectos, no podría dar un resultado constructivo y acertado como es alcanzar la unión y la paz; es más, se encuentra en total oposición al amor de una esposa legítima, cuyo poder benéfico proviene precisamente de su subordinación completa a las leyes propias de la naturaleza y su aceptación de la existencia de un poder superior, sea la divinidad o el Estado, ante el cual todos los intereses particulares carecen de todo valor, como demuestran Creúsa.
Con Tarpeya, una pasión ilegítima ha amenazado con alterar y hasta con destruir el orden de las cosas, establecido, con anterioridad, precisamente mediante una unión legítima como es aquella de Lavinia. No obstante, no será Tarpeya quién constituya el ejemplo por antonomasia de un poder destructor inherente a la naturaleza femenina cuando no es refrendada mediante las prácticas de las virtudes y valores que se esperan, y se desean, de la mujer y de la esposa, sino Tulia la Menor8.
Hija del monarca Servio Tulio, y esposa, en primeras nupcias, de Arrunte Tarquinio, hijo del rey Tarquinio Prisco, era una mujer cercana al poder pero excluida por su sexo de todo ejercicio del mismo, lo que no la impide vivir sometida por la ambición, que no puede, por el pasivo y débil carácter de su marido, canalizar a través de éste. Dominada por la impotentia muliebris, y en cierta medida encarnación de la misma, la consecuente inclinación a la maldad de Tulia la impulsa a actuar a través de la cobardía, la astucia, la mentira, la ambigüedad, el crimen, y el engaño: en lugar de ejercer como mediadora entre su familia de origen y aquella a la que pertenece por el matrimonio así como consejera de su marido, revierte esta posición natural de la esposa y siembra la discodia en ambos linaje al seducir a su doble cuñado, Lucio Tarquinio, hermano de su marido Arrunte y marido de su hermana Tulia la Mayor, al que además incita por ambición a cometer fratricidio, al asesinar a su hermano Arrunte, y doble asesinato, al ejecutar también a su primera esposa. Su fin último era el contraer matrimonio con él como paso previo para apoderarse ambos del trono: ello conduce de una forma inevitable a cometer un nuevo asesinato, el de su padre y monarca Servio Tulio sobre cuyo cadáver llegará, incluso, a pasar Tulia con su carro, como culminación de su impiedad, inmoralidad, crueldad, iniquidad, vileza...metáfora perfecta de cómo con sus actos ha arrasado con todas aquellas uirtutes que son consideradas como propias de la mujer y de la esposa.

La no sometida “animalidad femenina” de Tulia, su incapacidad de control de la impotentia, y su naturaleza incivilizada, características todas ellas de la mujer que ha renunciado o no ha podido ser subyugada a la autoridad, la protección y la sabiduría de la férrea tutela masculina, atenta contra el mos maiorum, las leyes divinas y humanas, y la jerarquía natural, que impone respeto, obediencia y sumisión al padre. Tulia se constituye así en un ejemplo magistralmente ejecutado por Tito Livio de los extremos a los que la conducta de una mujer puede llegar como consecuencia de su creciente protagonismo en la vida pública y progresiva emancipación.
Tulia supone, igualmente, la quiebra de los afectos naturales, corrompe y pervierte su justa y primigenia condición de esposa e hija, y trastoca y perturba el orden propio y el curso natural de los acontecimientos, lo que a su vez repercute de nuevo directa y negativamente, como en los casos de Dido y Tarpeya, en la buena marcha del Estado, que con Tulia y su segundo marido ve desaparecer una monarquía legítima por la única ambición de una mujer, para dar paso a un gobierno ilegítimo, cruel y tiránico, como más tarde, según Tácito, sucede también con Livia. La idea tradicional de la mujer como la protectora del matrimonio y de la familia queda aquí invertido, convirtiéndose Tulia en agente de la discordia y la destrucción.
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Fotografía 1: "Marte y Rea Silvia", de William Blake. Ilustración de "A New and Improved Roman History", de Charles Allen, 1798
Fotografía 2: "El rapto de las Sabinas", de Francisco Pradilla
Fotografía 3: "La intervención de las Sabinas", de Jacques-Louis David
Fotografía 4 y 5: "El suplicio de Tarpeya", de autores desconocidos
Fotografía 6: "Tulia hace pasar su carro sobre el cuerpo de su padre, el rey Servio Tulio", Jean Bardin
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1 Si bien la reproducción de los ciudadanos fue siempre un tema de preocupación para el Estado romano, éste no intervino en la vida privada de manera activa hasta la promulgación de dos leyes de Augusto: Lex Iulia de maritandis ordinibus y Lex Papia Poppea (18 a.C.), las cuales exigían el matrimonio y la fecundidad de los miembros de los estratos superiores de la sociedad y sancionaban su resistencia con incapacidades para heredar. Una tercera ley, Lex Iulia de adulteriis coercendis (9 d.C.), estimulaba a contraer uniones legítimas y obligaba al Estado a que se hiciera cargo del control de la fidelidad de las matronas. Para este tema, ver McGIN, T: Prostitution, Sexuality and the Law in Ancient Rome, Oxford, 1998, cap. 5 y 6; y EDWARDS, C: The politics of Inmorality in Ancient Rome, Cambridge, 1993, cap. 1
2 TITO LIVIO, Ab Urbe condita, I, 1-3
3 TITO LIVIO, op.cit., I, 4
4 TITO LIVIO, op.cit., I, 9
5 TITO LIVIO, op.cit. I, 10-12
6 TITO LIVIO, op.cit. I, 13
7 TITO LIVIO, Ab Urbe condita, 11; PLUTARCO, Romulo, 17; y en especial, PROPERCIO, Elegías, IV, 4

8 TITO LIVIO, Ab Urbe condita, I, 46-48

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