En nuestro artículo anterior Sulpicia la poetisa olvidada afirmamos que ésta era la única autora latina cuyos textos se habían conservado para la posteridad. Esto no es del todo cierto y debe ser matizado. La obra de Sulpicia es, realmente, la única escrita por una mujer romana que nos ha llegado de forma directa, es decir, procedente de la propia autora tal como ella la concibió originalmente, y no a través de comentarios cortos o versiones más o menos fieles de la misma, realizadas por autores masculinos uno o varios siglos después del fallecimiento de la autora partiendo de su obra primigenia, perdida en la actualidad. Tal es por desgracia el caso de la escritora que nos ocupa hoy, Hortensia. Su famoso discurso, pronunciado en la tribuna de los oradores del foro de Roma en el año 42 a.C. se conserva en la obra del historiador griego Apiano, escrita casi dos siglos más tarde.
Sabemos poco sobre la vida de Hortensia. Hija de Quinto Hortensio Hórtalo (114-50 a.C.), y quizás también de su primera esposa, Lutatia, su padre destacó rápidamente en los campos del derecho y la oratoria, donde se convertiría en el mayor rival de Marco Tulio Cicerón. Hortensia, por lo tanto, puede ser considerada, como Sulpicia, una docta puella: hija de una de las familias más poderosas e influyentes del momento en Roma, en previsión de la labor que en un futuro habría de acometer en la instrucción de sus hijos, futuros ciudadanos al servicio de la República romana, para quienes tendría que ejercer de modelo de educación moral, fue preparada concienzudamente desde niña y educada, en compañía de los varones, en los ambientes más cultos y refinados, donde se les transmitía el conocimiento a través de la enseñanza del ejemplo. Sin embargo, mientras Sulpicia se inclinó hacia la poesía, quizás por influencia de su padre y abuelo materno, Hortensia al parecer se dedicó al estudio de la oratoria mediante la lectura de los discursos de su padre y de prominentes oradores griegos. Ello no impidió que contrajera matrimonio, posiblemente a una edad temprana, con su primo segundo Quinto Servilio Cepión, hijo de Quinto Servilio Cepión el Joven y hermano de Catón de Útica y Servilia, madre del cesaricida Marco Junio Bruto -ver artículo anterior El asesinato de Julio César-. De este matrimonio solo nació una única hija, también llamada Servilia, quedando Hortensia viuda en el año 67 a.C. Con anterioridad, y ante la ausencia de herederos masculinos, su marido había adoptado a su sobrino M. Junio Bruto, que se convirtió así durante un breve período de tiempo -después repudió el nombre por razones políticas- en Quinto Servilio Cepión Juniano, con Hortensia como madre adoptiva.
La vida de Hortensia se habría resumido en estos pocos datos biográficas si no hubiera sido por los acontecimientos ocurridos 25 años después de la muerte de su marido, en el año 42 a.C. Asesinado el dictador Julio César en los idus de marzo del año 44 a.C. y desencadenada una nueva guerra civil entre sus asesinos, los denominados cesaricidas -uno de cuyos líderes era, precisamente, Bruto, hijo adoptivo de Hortensia-, y sus partidarios, los cesarianos -ver artículo anterior El Segundo Triunvirato: la Batalla de Filipos- se decreta por parte de ambos bandos nuevos impuestos con los que hacer frente a los gastos siempre crecientes del conflicto. Mientras que son las provincias orientales quienes deben mantener los ejércitos cesaricidas, son las occidentales, entre las que se encuentran Italia y, por tanto, Roma, las que sostienen a las tropas cesarianas, a cuyo frente se hayan Marco Antonio, Octaviano y Lépido, unidos ya en el denominado Segundo Triunvirato. Entre los nuevos impuestos aprobados por éstos, se hallaba aquel que gravaba las fortunas de las 1.400 mujeres más ricas de la ciudad de Roma, lo que desencadenó de inmediato un nuevo levantamiento femenino similar al ocurrido con ocasión de la Lex Oppia en el año 215 a.C, que limitaba el lujo femenino. Las mujeres afectadas -todas ellas pertenecientes a familias destacadas-, indignadas, lograron que la intervención a su favor de
Octavia y Atia, la hermana y la madre de Octaviano, y de Julia, madre
de Marco Antonio1, pero no satisfechas con los resultados obtenidos, dieron un paso más con respecto a las protestas femininas del
año 215 a.C. a las restricciones en contra del lujo femenino, defendieron públicamente su postura a través del apasionado
discurso pronunciado por la propia Hortensia2, en la propia tribuna de los
oradores, ubicada en el foro3:
“Nos habéis privado de nuestros padres,
de nuestros hijos, de nuestros maridos y nuestros hermanos con el
pretexto que os traicionaron, pero si además nos quitáis ahora
nuestras propiedades, nos reducís a una condición más que
inaceptable para nuestro origen, nuestra forma de vivir y nuestra
naturaleza. Si nosotras os hemos hecho cualquier mal -como afirmáis
que nuestros maridos os han hecho-, castigadnos también como a
ellos. Pero si nosotras, todas las mujeres, no hemos votado a ninguno
de vuestros enemigos públicos, ni derribado vuestra casa, ni
destruido vuestro ejército, ni dirigido a nadie contra vosotros; si
no os hemos impedido obtener los cargos ni honores ¿por qué
compartimos los castigos si no participamos de los crímenes? ¿Por
qué pagamos tributos, si no compartimos la responsabilidad en los
cargos, los honores, mandos militares, ni, en suma, en el gobierno,
por el que lucháis entre vosotros mismos con tan nocivos resultados?
Decís “por que es tiempo de guerra” ¿Y cuando no ha habido
guerra? ¿Cuándo se han impuesto tributos a las mujeres, cuya
naturaleza las aparta de todos los hombres? Una vez nuestras madres
hicieron lo que es natural y contribuyeron a la guerra contra los
cartagineses; cuando el peligro sacudía nuestro imperio entero y a
la misma Roma. Pero entonces lo hicieron voluntariamente; no con sus
bienes raíces, ni sus campos, ni sus dotes o sus casas, sin las
cuales es imposible que las mujeres libres vivan, si no solo con sus
joyas”
Las mujeres no solo no deben ser tratadas como
hombres, si no que tampoco lo merecen, ya que ellas al contrario que
todos sus parientes masculinos han respetado la fides (“si
os hemos hecho cualquier mal como afirmáis que nuestros hombres han
hecho...nosotras no hemos votado a ninguno de vuestros enemigos
públicos, ni derribado vuestra casa, ni destruido vuestro ejército,
ni dirigido a nadie contra vosotros”) y el mos maiorum, para
lo cual invocan el recuerdo y el ejemplo edificante no de los patres,
como harían los hombres, si no de las matres (“una vez
nuestras madres hicieron lo que es natural y contribuyeron a la
guerra contra los cartagineses”). Sin embargo, los triunviros, en
lugar de recompensarlas por una actuación correcta, no solo alteran
su naturaleza sino que, además, amenazan insensibles su dignitas,
lo último que, perdidos sus seres queridos y amenazado el Estado
por una guerra interna, ya les queda: si además nos quitáis
nuestras propiedades, nos reducís a una condición más que
inaceptable para nuestro origen, nuestra forma de vivir y nuestra
naturaleza(...) sus bienes raíces ni sus campos ni sus dotes o sus
casas, sin las cuales es imposible que las mujeres libres vivan. La dignitas, que podría entenderse
como “el prestigio, honor, reputación o buen nombre, que se
adquiere a lo largo de toda una vida”, quedaría por lo tanto aquí
ligada, al menos en el caso de las mujeres, a la posesión de
“propiedades, bienes raíces, campos, dotes, casas”... puesto
que, en el caso de carecer de ellos, la esposa habría de contribuir
activamente al mantenimiento de la familia y de la casa trabajando
con sus propias manos fuera de sus hogares, siendo pues “imposible
que las mujeres libres vivan”, es decir, quedando las ciudadanas
romanas equiparadas a libertas y esclavas4.
Se trata pues de un discurso perfectamente construido, muy cuidado tanto en el aspecto formal como en el contenido, con una redacción impecable y unos supuestos bien defendidos y expresados en el momento justo y forma exactos, que logró además gran parte de su objetivo: al día siguiente, los tres triunviros se vieron obligados a rebajar a sólo 400 las mujeres afectadas por el impuesto. No es de extrañar por tanto que Apiano, Bellum Civile, IV, 34, afirmara:
Quinto Hortensio vivió aquel día de nuevo en la línea femenina de su familia
y respiraba a través de las palabras de su hija
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*Fotografía 1: Retrato del panadero Paquio Próculo y su esposa en su casa de Pompeya
*Fotografía 2: Reconstrucción de los Rostra, la tribuna de oradores desde la que Hortensia se dirigió a la multitud
*Fotografía 3: Imagen de Hortensia ante los triunviros en copia medieval de la obra de Apiano
*Fotografía 4: Detalle de "Mi poeta favorito", de Lawrence Alma-Tadema
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*Fotografía 1: Retrato del panadero Paquio Próculo y su esposa en su casa de Pompeya
*Fotografía 2: Reconstrucción de los Rostra, la tribuna de oradores desde la que Hortensia se dirigió a la multitud
*Fotografía 3: Imagen de Hortensia ante los triunviros en copia medieval de la obra de Apiano
*Fotografía 4: Detalle de "Mi poeta favorito", de Lawrence Alma-Tadema
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1
Aunque no de Fulvia, esposa en esos momentos de Marco Antonio. Sobre
la intervención concreta de Octavia, Atia y Julia, ver GARCÍA
VIVAS, G.A: “Octavia como exemplum de
la mujer en la propaganda política del Segundo Triunvirato (44-30
a.C.)”, Fortunatae, nº
15, 2004, 103-112; IDEM: “Una matrona romana y un escritor
conciso: Octavia y Veleyo Patérculo (Vell. 2, 78, 1)”,
Fortunatae, nº17,
2006, 33-40
2
LÓPEZ LÓPEZ, A: “Hortensia, primera oradora romana”,
Florentina Ileberritana, 3,
1992, 317-332
3
APIANO, Bellum Civile, IV,
33
4
Quedaría descartado como “trabajo manual degradante”, que
supone una merma en la dignitas de la mujer, toda actividad
relacionada con la producción de tejido siempre que sea para
consumo interno del hogar, imagen esta, la de lanifica, que
se relaciona en las fuentes escritas estrechamente con la de matrona
uniuira.
quien dijo que la mujer es el sexo debil,con semejante habilidad para hablar esta mujer fuera sido una política exitosa en otra época.
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