Yo le escuchaba fascinada y deseaba con todas mis fuerzas seguirlo a donde fuera, ver junto a mi marido otras tierras, otras gentes, salir de los confines de esta Roma que me oprimía y conocer todos los lugares de este Imperio tan cosmopolita por algo mas que vagas referencias en olvidados libros o un comentario casual caído de la mesa entre la narración de grandes batallas y propias gestas. Por fin pude entender tu largo y penoso peregrinar por campamentos y heladas tierras, donde la civilización romana no llega; emprendí tu devoción, tu entrega, y pude sentirte mas humana, mas cerca; supongo que muchas veces bastó con que tuviera un poco de paciencia, esperara a alcanzar el momento en que el tiempo me pusiera en el lugar que tu ocuparas y me permitiera vez con los mismos ojos que tu vieras. Y sin embargo aquella fue insuficiente para que la reconciliación se produjera; el orgullo todo lo pisa y el resentimiento lo envenena. El abismo, incluso, creció entre nosotras y ni tu pisabas mi casa ni yo hollaba la tuya, apenas si cruzábamos una palabra, una simple mirada. Al fin nos habíamos revelado como lo que eramos: dos extrañas...y aunque tu indiferencia me desgarraba el alma yo no estaba dispuesta a exponerme a tus continuas reprimendas, tiñendo de gris amargura los momentos mas dichosos e intensos de mi existencia, cuando Cayo y yo dejamos de lado toda educación recibida sobre la moral romana y nos arrojamos a ciegas a un frenesí enloquecida y salvaje que solo busca y ansia disfrutar de la vida en todas su facetas, con mayor intensidad y fuerza debido a que ambos habíamos sentido la muerte cerca. Organizabamos largas cenas con nuestros amigos íntimos donde se servían manjares exóticos y corría el vino, amenizadas por músicos de todos los rincones del mundo conocido, muchachas gaditanas con sus lascivas danzas, egipcias tostadas con sensual vaivén de caderas, equilibristas sobre frágiles cuerdas sobre nuestras cabezas, encantadores de serpientes, acróbatas, poetas, cantantes de voz melodiosa, gladiadores, filósofos, amaestradas fieras, una lluvia de pétalos y perfume cayendo sobre nuestras cabezas, amenas charlas sobre los mas insustanciales temas, algún atleta, y, cuando nos retiramos a Bayas con el calor estival, largas celebraciones en las playas a la luz de las hogueras, bajo un cielo cuajado de estrellas, entregados al frenético baile de la música y las olas y el espectáculo del amanecer en un horizonte infinito. Un festival continuo para los sentidos donde todo era posible y también falso, con el corazón latiendo a ritmo enfervorecido y la razón embotada por los sentimientos. ¡Aquellos días, madre! ¡Aquellos días! ¿Es que acaso no lo veías? Yo no podía ser mas feliz ni estar mas enamorada. ¿Por que eso te hacia tan desgraciada?
¡¿Como pude estar tan equivocada?! Debí suponerlo, siendo como era la nieta favorita del Cesar...¡Maldita sea! Me confié demasiado, la inflavaloré en exceso, debí darme cuenta que esa sucia alimaña también tenia sus propias tácticas para confundir a sus presas y engañar al enemigo cuando le acechaba. ¡Estupida! La felicidad me hizo bajar la guardia, y ¡no debí!...¡No debí ¿Acaso no había mas hombres en Roma que Germánico? Cuando mi hermano me pregunto por primera vez por Agripina debí haberlo sospechado; lo achaque a que sus continuas atenciones comenzaban a asfixiarlo y reí en mis adentros pensando que el momento de recoger su llanto había llegado, sin pensar, sin imaginar...¡Aj! ¡Y tu consentiste en ello! ¡Tu! ¡¡Tu!! Claro, como no iba a aceptarlo, por fin podrías recibirla en nuestra casa como la hija que de verdad querías. No te basto, madre, con sembrar durante tantos años la semilla de mi odio por Agripina, madre, ¡oh, no!, tuviste que ahondar en la tragedia que se cernía sobre nuestras cabezas aceptando aquella aberración...¡que alguien tan bueno, dulce y noble como mi hermano hubiera de compartir su vida con esa ramera! Debí haber sido sincera aquella primera vez que me preguntó por ella. Ante el riesgo de descubrir mi doble juego -¡que importaba, maldita sea!-y dañar la tupida red que había entretejido entorno a Agripina, destaque sus supuestas virtudes, pero no oculte ninguno de sus defectos -¡¿Por que no hice mas incapié en ellos?!- Le interrogué sobre la causa de su repentino interés. Se ruborizó-nunca entenderé porque, cada vez que sus mejillas se tenían de color me asaltaba súbito el recuerdo de mi padre, el buen Druso-y respondió que Augusto le había propuesto a Agripina como esposa, que tu, madre, ¡tu!, estabas de acuerdo con el casamiento y que el, finalmente, había dado su consentimiento-¿como no ibas a estarlo? ¡Recibiste a mi sustituta con los brazos abiertos cuando a mi ni siquiera me hablabas!-. Le abrace de inmediato, para que no viera el horror, la ira y la rabia deformando mi rostro por la noticia. El confundió mis sentimientos con emoción y alegría, y riendo me confeso que sabia que la noticia me encantaría, ya que eramos tan amigas. Contuve mi necesidad de gritarle y abofetearle, de arañar su rostro, y ni siquiera hoy se como pude sonreirle y felicitarle. Cayo estaba encantado. Yo únicamente soñaba con destruirla y fantasee semanas enteras la mejor formula de torturarla mientras como buena cuñada asistía horrorizada a los preparativos de la ceremonia y su casa.
*Fotografia 1: "Juventud y Tiempo" de Godward
*Fotografias 2, 3 y 4: "Las rosas de Heliogabalo", "Confidencias" y "Rogando", de Alma-Tadema
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