El guerrero herido se sentó en la roca musgosa, apoyó la espalda cansada en la rugosidad callosa del árbol anciano. A su alrededor, desolación y muerte. El bosque enterraba a sus caídos bajo un llanto interminable de hojas marchitas y pronto a su lamento se unió la lluvia, monótona, constante, fría -como la vida misma-, colándose con dificultad manifiesta entre el tejido prieto de las ramas altiva con los rayos de una luna envejecida. Llegaría también el viento, cuyo susurro sonoro, a veces triste, a veces furioso, calmó con el tiempo su corazón desolado. Puede que Roma hubiera vencido y los hubiera conquistado -pensó el guerrero herido-, puede que Roma ahora les impusiera sus leyes, sus costumbres, su
lengua; otros llegarían tras ella que harían lo mismo, o, quizás, con
los años recuperarían la libertad perdida…puede que la libertad no fuera más que sueño y quimera…Pero mientras les quedara su tierra, sus bosques, aquel cielo, aquella luna, el mar embravecido que ruge y llora, jamás perderían
su esencia, su carácter, sus tradiciones. Su origen. Si…sin duda ellos
renacerían, como los árboles, cada primavera.
* Fotografía: Detalle de "Gálata moribundo", Museos Vaticanos
Queridos lectores de Los Fuegos de Vesta:
Los problemas en mi ordenador se agudizan y es hora de dejarlo en manos de un experto.
No sé cuando podré volver a escribir en el blog, pero espero que sea pronto.
No me olvido de vosotros.
Precioso texto, laura. Perder siempre es duro. Y, sin embargo, el ser humano, incluso en las derrotas más aplastantes, confiamos en renacer de las cenizas.
ResponderEliminarEspero que los problemas del ordenador se solucionen bien. Besazos.
Por favor, torna presto!!!
ResponderEliminar:-)
Hermoso!
ResponderEliminar