sábado, 31 de agosto de 2013

Yo, Claudia Livila (XXV)

Oscuros días se sucedieron en las altas mansiones del Palatino aguardando una muerte que nunca llegaba. Los recelos, las conspiraciones, las rivalidades, las discusiones, las envidias, las desconfianzas, las alianzas, las sospechas, las promesas, los sobornos, los odios, las venganzas... se fueron acumulando en las paredes destruyendo lo poco de nuestra familia que quedaba. Cubiertos de cadenas, ambiciones y temores, todos y cada uno de nosotros debíamos medir cada acto, cada palabra; desentrañar los misterios ocultos en un silencio o una mirada; convertirnos en maestros del susurro, la adulación y la calumnia; seducir a caballeros, soldados y senadores sin que nuestro juego se revelara; atemorizar a esclavos para que a sus respectivos amos traicionaran; conocer con exactitud la naturaleza humana e intentar entrever cada plan que se ocultaba. Os equivocabais quienes creíais que Tiberio sucedería a Augusto con la facilidad con que la noche llega tras el día; cierto es que mi tío había recibido poderes tribunicios y parte del maius imperium del César, algo con lo que ni siquiera se recompensó en su día al gran Agripa, pero quienes le conocíamos sabíamos que lo hacía obligado por las ausencias y las circunstancias, no de buen grado, pues jamás había apreciado a quién era primogénito de su esposa Livia, el cual tampoco contaba con simpatías en el interior del Senado. Así pues, eran muchos los que hablaban de nuevos y posibles herederos: Germánico crecía, Póstumo aún vivía aunque fuera en una diminuta isla, y también estaba Emilio Paulo, el marido de Julila. Sin duda, de haber Augusto perecido antes, en ese preciso instante, se hubiera evitado tanta desgracia que sin remedio mutiló a nuestra dinastía, más él, lúcido en tantas cosas, parecía no comprender lo que pasaba, la tragedia que él mismo sembraba, e inconsciente y ciego de continuo la fomentaba a falta de quién pudiera y se atreviera a darle el golpe definitivo de gracia. Se obsesionó no tan solo con la seguridad y la desconfianza, si no también con ver cumplidas sus leyes contra el lujo y sobre la moral tan contrarias a los tiempos y los sentimientos, como si su estricto cumplimiento hubiera podido evitar que su hija y su nieto incurrieran en los supuestos delitos que los llevaron al exilio... Julila, la alegre Julila, por ser su nieta fue escogida para dar ejemplo.
Sin duda lo recuerdas; con tan poco criterio como el viejo estuviste de acuerdo con aquello, incapaces los dos de comprender lo que la villa significaba realmente para mi única amiga y para la estabilidad de nuestra familia. Consumida por los celos y el odio hacia Agripina, la pena y la indignación por el destierro del buen Póstumo Agripa, se había volcado en su construcción para intentar contener como fuera el torrente de rabia y envidia que pugnaba de continuo por enloquecerla. Consumidas sus fuerzas en supervisar la edificación, ocupados sus pensamientos en la decoración, evitó durante muchos meses que la lealtad debida a un abuelo que despreciaba se tambaleara y pudo soportar mejor cada mentira que se vertió sobre la memoria dejada por su hermano y su madre o cada nuevo honor que Agripina recibió. Sin embargo, Augusto decidió sin ni siquiera consultarla demoler aquella casa alejando que era un descarado ejemplo de lujo y ostentación. Al tiempo que le anunciaba los hechos ya consumados, Livia a su lado sonrió. Como yo era consciente de que el último hilo que unía al César con su nieta y le protegía acababa él mismo de romperlo con violencia. Emilio Paulo, como un vulgar esclavo, asintió y se resignó, en cambio vi a Julila temblar, sacudida al fin por todas las emociones que intentó contener; a duras penas logré sacarla de la sala antes de que pudiera decir o hacer algo de lo que después se lamentara. Contuve sus malas palabras hasta llegar a la Farnesina, dónde por fin se derrumbó y lloró en mis brazos hasta quedar dormida. No me sentí capaz de pronunciar una sola palabra de consuelo, que desesperada e inconsciente buscaba en quién obligada se lo provocó: la obligada marcha de Póstumo había colmado el vaso de su odio y su dolor y si bien por orden de Augusto, que buscaba así guardar mi reputación y la de su nieto, Julila y el resto siempre desconoció mi triste participación para lograr aquel exilio, no era yo menos culpable de él por ello. Velé su sueño atormentada por la añoranza y los remordimientos, y cuando despertó vi en sus ojos una determinación que me asustó. 

*Fotografía 1: "Thisbe", de Waterhouse
*Fotografía 2: "Rivales inconscientes", de Alma-Tadema 

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