Cuando se contempla el
conjunto de cargos, poderes, privilegios y honores que Julio César
acumuló desde el comienzo de la guerra civil contra Pompeyo se
observa, claramente, que la República poco a poco se había
transformado a una autocracia, es decir, en una monarquía, aunque
disfrazada con el nombre de dictadura y fundamentada jurídicamente
en ella. El propio Apiano nos reconoce que la diferencia entre estos
dos cargos, con respecto a César, era únicamente “una diferencia
de nombre, pues, de hecho, ya dictador equivalía exactamente a rey”,
y ya Cicerón, antes que él, admitió en sus Filípicas que a
principios del año 44 a.C. la dictadura de César era ya “una
especie de monarquía”. La pregunta, por tanto, no sería si Julio
César llegó a poseer poderes de carácter monárquico, sino si
pretendió alguna vez convertir esa monarquía de hecho en una
monarquía también de derecho.
Los hechos son que César
siempre rechazó públicamente la monarquia. Asi, a principios del 44
a.C., dos tribunos de la plebe, Epidio Marullo y Cesetio Flavio,
retiraron de una estatua suya la diadema que un desconocido había
colocado sobre su cabeza, deteniendo además a éste. César no hizo
nada por evitar ninguna de las dos cosas.
Asimismo, varios días más
tarde, cuando César regresaba a Roma de un sacrifico público,
surgieron de entre los espectadores algunos gritos que lo saludaban
como rex. César salió al paso comentando que él se llamaba
Caesar, no Rex, “tratando de dar a entender que se habían
equivocado de nombre” Pero el incidente se complicó cuando de
nuevo los trubunos Marullo y Cesetio detuvieron entre los aplausos de
los espectadores a uno de los que habían gritado y le llevaron ante
los tribunales. César lo consideró como un insulto personal,
acusando a los tribunos de difamación y “de conspirar contra él,
con habilidad, para suscitar el odio del poder tiránico”, a lo que
los tribunos respondieron con un edicto en el que proclamaban
amenazada su libertad de competencia.
El edicto fue un golpe
certero contra quién había invadido Italia y derrocado a un
gobierno vigente, legalmente constituido, precisamente con el
pretexto de defender la libertad amenazada de los tribunos. Para
César el asunto debió de convertirse en una cuestión de reputación
y de prestigio, por lo que incluso llegó a solicitar a los senadores
que expulsasen a ambos triunos del Senado, con la justificación de
que se encontraba en el aprieto de obrar contra su voluntad o aceptar
la rebaja de su dignidad. El obediente Senado cumplió su deseo.
Tras el incidente con los
tribunos se sucedieron sucesos de menor importancia también
relativos a la supuesta aspiración de César a la monarquía, como
el insulto de Poncio Aquila, el incidente con la delegación de
senadores, o la extensión de ciertos rumeros, más o menos sin
fundamente, como, por ejemplo, los relativos a la futura aprobación
de un decreto del Senado para declararle monarca en el ámbito
provincial pero no en Italia, o cierto oráculo sibilino, según el
cual sólo un rey podría vencer a los partos... hasta culimar en la
fiesta de los Lupercales, del 15 de febrero del año 44 a.C.
Durante la celebración,
que César presidía desde un trono de oro en calidad de Pontifex
Maximus, Marco Antonio, su colega en el consulado del 44, y que
como magister de los luperci participaba en la
tradicional carrera de los sacerdotes alrededor del monte Palatino,
se adelantó hacia el dictador y se colocó una diadema, símbolo de
la realeza, en su cabeza. La expectante actitud de la multitud se
convirtió en un grito de aclamación tan pronto como el dictador,
quitándose la diadema, la depositó en el templo de Júpiter
Capitolino, con la aclaración de que sólo Júpiter era el rey de
los romanos. Pero, simultáneamente, ordenó que se grabara en el
calendario oficial que por una orden del pueblo el cónsul Marco
Antonio le había ofrecido al dictador la realeza, y que César, sin
embargo, había decidido rechazarla.
El episodio de los
Lupercales acepta varias interpretaciones: o bien César ha
pretendido la realeza y la ha rechazado al comprobar la reacción
popular; o montó todo el acto a propósito, para demostrar
públicamente, tras el incidente con los tribunos, su oposición a la
monarquía; o bien Antonio por los motivos que fueran ha actuado sin
el conocimiento previo de César. Cualquiera de las tres opciones es
válida, pero ninguna segura. En el estado actual de la
investigación, las teorías se dividen en dos:
-César, contento con la
concentración de poder en sus manos y el título de dictador, no ha
querido institucionalizar la monarquía y, por tanto, ha rechazdo
todos sus símbolos, convencido de que no le aportarían ningún
poder a su situación y si despertarían un recelo popular que
identifica la monarquía con la tiranía.
-César ha intentado por
todos los medios ser reconocido como rey y ha fracaso, en cuyo caso
deberíamos plantearnos si lo que deseaba instaurar era una monarquía
de corte helenístico, o bien una realiza basada en la tradición
romana.
Personalmente, considero
que la mejor explicación es ésta: al parecer, César “jugaba”
con la idea de ceñirse la corona, pero sólo si el nombramiento se
correspondía con los deseos del pueblo. Para ello obviamente había
que averiguar cuál era la opinión general del pueblo. En los dos
primeros intentos intervinieron siempre los tribunos de la plebe, por
lo que el sentir del pueblo no pudo manifestarse plenamente. Por eso,
César acabó por prescinder de los tribunos y puso en marcha el
último intento: pero cuando Antonio le ofreció la corona, la
propuesta no consiguió ningún éxito. El resultado, por tanto,
estaba claro: el pueblo seguía sintiendo su tradicional
animadversión por la realeza. Y por ello Julio César rechazó
finalmente la corona.
Ello se debe a que César
daba más importancia a la legalidad y al apoyo popular de lo que a
simple vista de sus hechos podemos pensar. Una prueba de esto es su
primera elección como dictador. Por los Comentarii del propio
César sabemos que fue designado para ocupar el cargo entre los meses
de agosto y septiembre del año 49 a.C., cuando se encontraba de
camino a Roma después de derrotar al ejército pompeyano de
Hispania.
Según las leyes vigentes,
solamente un cónsul podía elegir al dictador, pero en el 49 ambos
cónsules habían huido de Italia con Pompeyo, de ahí que se
aprobara una nueva ley por la que se permitía al magistrado de más
alto rango después de los cónsules, es decir, a un pretor, elegir a
un dictador ante la ausencia de éstos. Dicha ley había sido
propuesta por uno de los partidarios de César -obviamente a peticion
de éste-, Marco Emilio Lépido, futuro triunviro, pretor de aquel
año y quién “persuadió al pueblo para que eligiera a César como
dictador”; o más concretamente sería quién convenció a la
asamblea popular de que aprobara su proyecto de ley por el que él
mismo, más tarde, pudo eligir a César como dictador. A cambio, fue
premiado con el cargo de magister equitum.
Con
ello César lograba al fin legalizar su situación, objetivo que
había perseguido desde el inicio de la guerra, no sólo para darle
una base jurídica a su poder, reforzarlo, o contar con el respaldo
de las instituciones en la toma de decisiones, sino también para
legalizar su causa, al identificarla con la del Estado.
Ahora
bien, debemos tener en cuenta que, en el año 49 a.C., César, tras
vencer a los pompeyanos de Hispania, era el único dueño del
occidente romano; ya controlaba la península itálica y la ciudad de
Roma desde el inicio de la guerra civil. Por tanto, César habría
podido obligar fácilmente al Senado, a lo que quedaba de él en
Roma, a nombrarle dictador. Pero, en vez de hacerlo, buscó la
aprobación de una ley que legalizara su designación y recurrió al
peublo para que lo aprobara, lo que nos puede demostrar la
importancia que para César tenía ambas cosas -la legalidad y el
apoyo popular-.
Por lo
tanto, a la hora de dar forma definitiva a su poder absoluto, es
posible que el dictador deseara que ambas volviesen a constituir la
base donde asentar su posición, es decir, su monarquía, pues sin
duda existen indicios que llegan a plantearse la aspiración de César
a la corona:
-Aunque
públicamente rechazó siempre la monarquía, adoptó, sin embargo,
símbolos de la realeza, como el trono de oro usado en los
lupercales, o el “vestido de púrpura” que, según Apiano,
llevaba puesto el día de su asesinato.
-La
monarquía, al fin y al cabo, era la única alterantiva concebible
para la República en esos momentos y dentro de la mentalidad de la
época.
Sin
embargo, ¿por qué habría de arriesgarse César a perder su poder
absoluto y provocar los recelos de los romanos contra él y el
régimen que pretendía instaurar, solamente para obtener la
monarquía de derecho que ya era prácticamente suya de hecho?
Es
cierto que el cargo de dictador vitalicio le garantizaba el poder
absoluto el resto de su vida, y es quizás ahí donde reside el
problema, la respuesta a porqué César pretendió la corona, ya que
¿qué sucedería con su régimen, sus más allegados y Roma después
de que él muriera?
César
había sido testigo en su juventud de cómo el recuerdo de Cinna y
Mario, parientes suyos, era destruido por Sila; de Mario se sabe, por
ejemplo, que Sila ordenó desmantelar sus trofeos sobre los cimbrios
y teutones y sobre Yugurta, que asesinó a sus descendientes,
persiguió a sus parientes y sus partidarios e, incluso, llegó a
arrojar las cenizas del general al río Tíber. El propio César fue
uno de los proscritos de Sila, pese a que sólo era pariente de Mario
y Cinna por matrimonio, sin compartir ningún vínculo de sangre con
ellos. Asimismo, Sila también sufrió la damnatio memoriae y
aquel régimen que instauró tras una guerra civil comenzó a
descomponerse al morir él, generando nuevas luchas entre senadores
que desembocaron en otro conflicto armado.
Sin
duda César no deseaba correr la misma suerte personal de Cinna,
Mario y Sila. Los libros que él mismo escribió -los Comentarii
de la Guerra Civil y de las Galias- son posiblemente, a parte de
uno de sus instrumentos de autopropaganda, un reflejo de la
importancia que Julio César dada en primer lugar a ser recordado por
generaciones futuras, siendo las grandes obras públicas que él
realizó -el foro que lleva su nombre, por ejemplo- otro reflejo de
ese deseo; y, en segundo lugar, también debió de ser importante
para César que se le recordase tal y como él quería ser recordado:
los Comentarii nos presentan la imagen que César quería dar
y contienen su propia versión de los acontecimientos; el hecho de
que ordenase escribir en el calendario oficial aquel mensaje después
de los lupercales, es otro ejemplo de lo esencial que era para el
dictador contar su propia versión de los hechos.
Por
tanto, a una persona que tanta importancia le daba a ser recordado y
a cómo serlo, la idea de la damnatio memoriae debía de
horrorizarle, no solamente con respecto a sí mismo, sino también,
con respecto a sus allegados. De ahí que reconstruyera los trofeos
de Cayo Mario, su tío, o que levantara de nuevo-tras que el pueblo
las derribara al conocer su victoria en Farsalia-las estatuas de
Pompeyo, que había sido su aliado y también su yerno.
Por
supuesto, ambos hechos responden también a motivos propagandísticos,
como, por ejemplo, la clemencia de César con el vencido, su enemigo
Pompeyo, a través de la restitución de sus retratos en su lugar
habitual, pero, al mismo tiempo, como dijera Cicerón, César
“volviendo a colocar las estatuas de Pompeyo, había asegurado las
suyas”, evitando así esa forma de damnatio
memoriae.
Pero
la preocupación de César por sus familiares no se reducía a
aspectos puramente sentimentales o simbólicos como la reconstrucción
de los trofeos de Mario o la laudatio
pronunciada
en el funeral de su tía Julia, la esposa de Mario, y de Cornelia, su
propia esposa y la madre de su única hija, Julia. Ni se restringía
a sus familiares más allegados, sino que, como si se tratara del
pater familias
de
una enorme gens,
el
dictador se hacia cargo de la vida de personas vinculadas
familiarmente a él aunque fuera de forma remota, miembros de otras
gens que
no eran la Iulia.
Sabemos, por ejemplo, que
al morir su hija Julia, César negoció una nueva alianza
matrimonial, que nunca se llevaría a cabo, con Pompeyo, basada en la
boda de éste con, nada menos, que su sobrina-nieta Octavia, sin que
ni el abuelo o el padrastro de la posible novia, ni el hermano de
ésta, el futuro Augusto, e, incluso, el marido de Octavia, Claudio
Marcelo, pudiesen opinar sobre el matrimonio o intervenir en las
negociaciones, que fueron realizadas, en exclusiva, por César.
Asimismo, sabemos que promocionó a muchos de sus familiares en la
carrera política o militar a partir de la constitución del
“triunvirato”.
Uno de ellos fue, por
ejemplo, Sexto Julio César, que fuera su primo o el hijo de su
primo, y a quién algunos autores, como Luciano Canfora, consideran
el heredero del dictador después de Pompeyo, y antes de Octaviano,
Quinto Pedio y Lucio Pinario, tres sobrinos suyos. Sexto además fue
nombrado por César, en su calidad de pontífice máximo, como flamen
Quirinales ya en el año 57; en 49, actuó como tribuno
militar de César en Hispania siendo él mismo quién recibió la
capitulación de Varrón; de hecho, es muy posible que siguiera a su
pariente durante toda la guerra civil, hasta que, enviado a Siria
como nuevo gobernador, “con la perspectiva de la campaña contra
los partos”-lo que da fe de su importancia-, murió asesinado por
los amotinados de Cecilio Basso en el 46.
Otro ejemplo es Quinto
Pedio, un hijo de la hermana mayor de César, a quién éste nombró
como su legado en la Galia entre los años 58 y 55. Pedio luchó a
las órdenes de su tío también en la guerra civil, durante la cual
César le nombró pretor en el año 48, y en el 46 le entregó el
mando del ejército cesariano en Hispania, junto a Quinto Fabio
Máximo, lo que le llevó a participar, en el año 45, en la batalla
de Munda, y a formar parte, como triunfador, junto a su tío, del
desfile triunfal celebrado en Roma en honor a la victoria de César
sobre Cneo Pompeyo, hijo, en Hispania. Por último, Q. Pedio heredó
la octava parte de la fortuna de César al morir éste.
Asimismo una persona tan
desconocida e tan irrelevante como es para nosotros Marco Acio Balbo,
cuya única importancia reside en ser abuelo de Octavio, logró
llegar hasta la pretura gracias a su matrimonio con una hermana de
César. También, Marco Antonio debió parte de su buena estrella al
hecho de que su madre fuera una Julia...y la lista continúa todavía
más.
Dejando a parte este tema,
otras cuestiones que debían de preocupar también a César eran en
primer lugar el régimen que pretendía instaurar, de ahí que tomara
ciertas medidas para protegerlo, como el juramento, impuesto a todos
los magistrados, de respetar sus decretos; y en segundo lugar, la
propia Roma, ya que “según algunos, (César) acostumbraba a decir
que (...) la República si él pereciera no gozaría de tranquilidad,
sino que caería en los males espantosos de la guerra civil”; es
decir, quizás al dictador creía, con acierto, que, si fallecía él
en las circunstancias en las que él mismo y Roma se encontraban, se
sucederían nuevas luchas por el poder que desembocarían
irremediablemente en un nuevo conflicto armado, tal y como había
sucedido al deponer Sila la dictadura.
Por tanto, una vez
consideradas todas estas cuestiones, es posible que tarde o temprano
César quizás se planteara cómo podía garantizar que, una vez
falleciera él, sus familiares y partidarios no serían perseguidos
como había ocurrido con los de Mario; que no sufriría damnatio
memoriae, al igual que su tío o que Cinna; que sus reformas
no serían abolidas como había ocurrido con la constitución de
Sila; ni que la República se vería sumida en nuevas luchas de poder
y guerras civiles como pasó tras que el dictador anterior depusiera
su cargo.
La respuesta más lógica
a todas estas respuestas era sólo una: un heredero, un único
heredero, de su propia familia, que se hiciese cargo de su poder
absoluto una vez hubiera muerto, con lo que quizás podría evitarse
una lucha por el poder entre los “candidatos a heredero de César”
y sus partidarios, garantizarse la permanencia de su reforma y su
recuerdo, así como la protección de su familia. Pero esta clase de
heredero no podía dárselo una dictadura vitalicia no hereditaria,
pero sí la monarquía, en cuyo caso la dictadura sería un cargo
transitorio.
La preocupación de César
por hallar un heredero adecuado y prepararlo se puede intentar
rastrear en las fuentes de que disponemos. En el primer testamento
designaba como único heredero a Pompeyo, su compañero en el
“triunvirato”, así como su yerno. Esta designación se mantuvo
vigente “desde el año de su primer consulado hasta el inicio de la
guerra civil”, por tanto antes de que a César pudiera planteársele
la posibilidad de un poder absoluto, siendo esa elección al parecer
solamente un intento de mantener la alianza política con Pompeyo a
toda costa, porque al iniciarse la guerra civil hacía ya años que
su hija Julia había muerto y que Pompeyo se había vuelto a casar.
El siguiente testamento de
César que conocemos es el redactado en el año 45 a.C., donde
nombraba como herederos principales a Octavio, Quinto Pedio y Lucio
Pinario. Ahora bien, de acuerdo con la ley romana, un testamento sólo
puede ser anulado con la instauración de otro testamento posterior y
válido. Por tanto, cuando César declaró nulo aquel testamento a
favor de Pompeyo, tenía que existir ya otro testamento que anulara
al anterior. Hay muchos autores que consideran que en ese hipotético
segundo testamento se nombraba a Sexto Julio César como heredero,
como ya se ha dicho.
Es poco lo que sabemos de
Sexto Julio César, pero de ser cierto que el dictador deseaba un
heredero al que legarle tarde o temprano su poder absoluto, y que
Sexto era ese heredero, su preparación para ese hipotético futuro
era sin duda la acertada: su designación como flamen
Quirinales en el 57 a.C. por César, le permitió conocer el
funcionamiento interno del aparato religioso estatal, preparándole,
quizás, para suceder a César en su cargo de Pontifex Maximus;
realizó, también, la carrera militar -pese a que sólo conocemos su
actuación como tribuno militar en Hispania en 49 a.C.-,con lo que se
le instruyó para suceder hipotéticamente a César en el futuro en
el mando supremo del ejército; por último, aunque ninguna fuente
nos informa de que Sexto ocupara una magistratura pública, el hecho
de que se le nombrara gobernador de Siria en el año 46 a.C., cargo
que sólo ocupaban propretores y procónsules, nos permite presuponer
que también realizó la carrera política, con lo que debió de
adquirir conocimientos suficientes para poder suceder teóricamente a
César como cabeza del Estado romano.
El asesinato de Sexto
Julio César en el año 46 a manos de los amotinados de Cecilio Basso
debió de suponer, por tanto, para el dictador, una pérdida tanto
personal como política. Un año después de su muerte, en el 45,
César redactó un nuevo testamento, donde designaba como herederos
principales a Octavio, Quinto Pedio, y Lucio Pinario-del que sólo
sabemos que era sobrino del dictador-, junto a un número
indeterminado de herederos de segundo rango-entre los que destaca
Décimo Bruto-, “por que es costumbre entre los romanos inscribir
en su testamento a otros herederos, por si los primeros no pueden
heredarlos”.
Destaca, por tanto, la
preocupación de César por tener siempre un heredero, aunque el
anterior haya muerto, mediante el establecimiento de esta especie de
sucesión entre ellos que a su vez podía evitar teóricamente las
luchas de poder entre los herederos. Al fin y al cabo, en el momento
de redactar su último testamento, César tenía ya cincuenta y cinco
años. Era un anciano para su época. Es posible que estuviera
enfermo, y preparaba una campaña contra el imperio parto, con el
riesgo que la guerra entraña para la vida-tanto por la lucha en sí
como por las duras condiciones de vida-, y más si, como César, se
luchaba en primera fila para alentar a los soldados. Por tanto, era
bastante probable que el dictador fuera consciente de que no viviría
mucho tiempo más, lo que agudizó quizás en César esa necesidad de
tener un heredero, o herederos, no tanto ya para continuar su obra
como para acabarla, de ahí la posible preocupación de César porque
siempre hubiera un heredero vivo.
Sin embargo, entre toda
esta multitud de herederos, uno destaca por encima de los demás:
Octavio, nieto de una hermana de César. A él, el dictador le legaba
unas tres cuartas partes de su patrimonio, mientras que Quinto Pedio
y Lucio Pinario sólo recibieron cada uno la octava parte de éste.
Es más, Octavio fue el único de los herederos de César a quién
éste adoptó, recibiendo los nombres de Cayo Julio César Octaviano.
Sin embargo, el hecho de que Apiano nos diga que Décimo Bruto
“figuraba inscrito como hijo adoptivo en segundo grado”, y ya no
sólo como “heredero en segundo lugar”, tal y como aparece en
Suetonio, ha hecho pensar a ciertos autores que la adopción, como el
patrimonio, se transmitiría de un heredero a otro, cuando no pudiera
heredarlos por defunción o incapacidad.
Sea como fuese, destaca el
hecho de que, entre toda esta multitud de herederos, Octaviano-que en
el momento de redactarse el testamento tenía sólo quince años y
carecía por tanto de toda experiencia militar y política- haya
sido elegido el primero, frente a otros candidatos más “lógicos”
para ocupar este puesto, como, por ejemplo, el propio Quinto Pedio,
de mayor edad y grado de parentesco con el dictador que Octaviano, y
gran experiencia militar y política. Se desconocen los motivos
exactos de esta elección, fuera de los argumentados por la
propaganda augusta recogida en autores tales como, por ejemplo, Dión
Casio, Veleyo Patérculo o Nicolás de Damasco. Quizás el dictador
observase en el joven Octavio ciertas cualidades que no poseían sus
otros herederos, y posiblemente creyese que poseía tiempo suficiente
para prepararle, al igual que había hecho quizás con Sexto César. Sea como fuera, a la luz
de los acontecimientos posteriores, está claro que la elección de
César fue la correcta.
Muy interesante, Laura. Un análisis muy completo. Saludos cordiales.
ResponderEliminarPor cierto, muy interesantes las fotos, especialmente la del coliseo con los restos de la meta sudans, y el grabado con la boca de la cloaca máxima. ¡Geniales!
ResponderEliminarSaludos, excelente y muy completo análisis. Éxitos!
ResponderEliminarHabría que saber lo que iban a tratar en el Senado el día de su asesinato
ResponderEliminarsin duda queria el poder absoluto de un emperador.
ResponderEliminarsin duda queria el poder absoluto de un emperador.
ResponderEliminar