lunes, 16 de marzo de 2015

¿Pretendía Cayo Julio César instaurar su propia monarquía?


Cuando se contempla el conjunto de cargos, poderes, privilegios y honores que Julio César acumuló desde el comienzo de la guerra civil contra Pompeyo se observa, claramente, que la República poco a poco se había transformado a una autocracia, es decir, en una monarquía, aunque disfrazada con el nombre de dictadura y fundamentada jurídicamente en ella. El propio Apiano nos reconoce que la diferencia entre estos dos cargos, con respecto a César, era únicamente “una diferencia de nombre, pues, de hecho, ya dictador equivalía exactamente a rey”, y ya Cicerón, antes que él, admitió en sus Filípicas que a principios del año 44 a.C. la dictadura de César era ya “una especie de monarquía”. La pregunta, por tanto, no sería si Julio César llegó a poseer poderes de carácter monárquico, sino si pretendió alguna vez convertir esa monarquía de hecho en una monarquía también de derecho.
Los hechos son que César siempre rechazó públicamente la monarquia. Asi, a principios del 44 a.C., dos tribunos de la plebe, Epidio Marullo y Cesetio Flavio, retiraron de una estatua suya la diadema que un desconocido había colocado sobre su cabeza, deteniendo además a éste. César no hizo nada por evitar ninguna de las dos cosas.
Asimismo, varios días más tarde, cuando César regresaba a Roma de un sacrifico público, surgieron de entre los espectadores algunos gritos que lo saludaban como rex. César salió al paso comentando que él se llamaba Caesar, no Rex, “tratando de dar a entender que se habían equivocado de nombre” Pero el incidente se complicó cuando de nuevo los trubunos Marullo y Cesetio detuvieron entre los aplausos de los espectadores a uno de los que habían gritado y le llevaron ante los tribunales. César lo consideró como un insulto personal, acusando a los tribunos de difamación y “de conspirar contra él, con habilidad, para suscitar el odio del poder tiránico”, a lo que los tribunos respondieron con un edicto en el que proclamaban amenazada su libertad de competencia.
El edicto fue un golpe certero contra quién había invadido Italia y derrocado a un gobierno vigente, legalmente constituido, precisamente con el pretexto de defender la libertad amenazada de los tribunos. Para César el asunto debió de convertirse en una cuestión de reputación y de prestigio, por lo que incluso llegó a solicitar a los senadores que expulsasen a ambos triunos del Senado, con la justificación de que se encontraba en el aprieto de obrar contra su voluntad o aceptar la rebaja de su dignidad. El obediente Senado cumplió su deseo.
Tras el incidente con los tribunos se sucedieron sucesos de menor importancia también relativos a la supuesta aspiración de César a la monarquía, como el insulto de Poncio Aquila, el incidente con la delegación de senadores, o la extensión de ciertos rumeros, más o menos sin fundamente, como, por ejemplo, los relativos a la futura aprobación de un decreto del Senado para declararle monarca en el ámbito provincial pero no en Italia, o cierto oráculo sibilino, según el cual sólo un rey podría vencer a los partos... hasta culimar en la fiesta de los Lupercales, del 15 de febrero del año 44 a.C.
Durante la celebración, que César presidía desde un trono de oro en calidad de Pontifex Maximus, Marco Antonio, su colega en el consulado del 44, y que como magister de los luperci participaba en la tradicional carrera de los sacerdotes alrededor del monte Palatino, se adelantó hacia el dictador y se colocó una diadema, símbolo de la realeza, en su cabeza. La expectante actitud de la multitud se convirtió en un grito de aclamación tan pronto como el dictador, quitándose la diadema, la depositó en el templo de Júpiter Capitolino, con la aclaración de que sólo Júpiter era el rey de los romanos. Pero, simultáneamente, ordenó que se grabara en el calendario oficial que por una orden del pueblo el cónsul Marco Antonio le había ofrecido al dictador la realeza, y que César, sin embargo, había decidido rechazarla.
El episodio de los Lupercales acepta varias interpretaciones: o bien César ha pretendido la realeza y la ha rechazado al comprobar la reacción popular; o montó todo el acto a propósito, para demostrar públicamente, tras el incidente con los tribunos, su oposición a la monarquía; o bien Antonio por los motivos que fueran ha actuado sin el conocimiento previo de César. Cualquiera de las tres opciones es válida, pero ninguna segura. En el estado actual de la investigación, las teorías se dividen en dos:
-César, contento con la concentración de poder en sus manos y el título de dictador, no ha querido institucionalizar la monarquía y, por tanto, ha rechazdo todos sus símbolos, convencido de que no le aportarían ningún poder a su situación y si despertarían un recelo popular que identifica la monarquía con la tiranía.
-César ha intentado por todos los medios ser reconocido como rey y ha fracaso, en cuyo caso deberíamos plantearnos si lo que deseaba instaurar era una monarquía de corte helenístico, o bien una realiza basada en la tradición romana.
Personalmente, considero que la mejor explicación es ésta: al parecer, César “jugaba” con la idea de ceñirse la corona, pero sólo si el nombramiento se correspondía con los deseos del pueblo. Para ello obviamente había que averiguar cuál era la opinión general del pueblo. En los dos primeros intentos intervinieron siempre los tribunos de la plebe, por lo que el sentir del pueblo no pudo manifestarse plenamente. Por eso, César acabó por prescinder de los tribunos y puso en marcha el último intento: pero cuando Antonio le ofreció la corona, la propuesta no consiguió ningún éxito. El resultado, por tanto, estaba claro: el pueblo seguía sintiendo su tradicional animadversión por la realeza. Y por ello Julio César rechazó finalmente la corona.
Ello se debe a que César daba más importancia a la legalidad y al apoyo popular de lo que a simple vista de sus hechos podemos pensar. Una prueba de esto es su primera elección como dictador. Por los Comentarii del propio César sabemos que fue designado para ocupar el cargo entre los meses de agosto y septiembre del año 49 a.C., cuando se encontraba de camino a Roma después de derrotar al ejército pompeyano de Hispania.
Según las leyes vigentes, solamente un cónsul podía elegir al dictador, pero en el 49 ambos cónsules habían huido de Italia con Pompeyo, de ahí que se aprobara una nueva ley por la que se permitía al magistrado de más alto rango después de los cónsules, es decir, a un pretor, elegir a un dictador ante la ausencia de éstos. Dicha ley había sido propuesta por uno de los partidarios de César -obviamente a peticion de éste-, Marco Emilio Lépido, futuro triunviro, pretor de aquel año y quién “persuadió al pueblo para que eligiera a César como dictador”; o más concretamente sería quién convenció a la asamblea popular de que aprobara su proyecto de ley por el que él mismo, más tarde, pudo eligir a César como dictador. A cambio, fue premiado con el cargo de magister equitum.
Con ello César lograba al fin legalizar su situación, objetivo que había perseguido desde el inicio de la guerra, no sólo para darle una base jurídica a su poder, reforzarlo, o contar con el respaldo de las instituciones en la toma de decisiones, sino también para legalizar su causa, al identificarla con la del Estado.
Ahora bien, debemos tener en cuenta que, en el año 49 a.C., César, tras vencer a los pompeyanos de Hispania, era el único dueño del occidente romano; ya controlaba la península itálica y la ciudad de Roma desde el inicio de la guerra civil. Por tanto, César habría podido obligar fácilmente al Senado, a lo que quedaba de él en Roma, a nombrarle dictador. Pero, en vez de hacerlo, buscó la aprobación de una ley que legalizara su designación y recurrió al peublo para que lo aprobara, lo que nos puede demostrar la importancia que para César tenía ambas cosas -la legalidad y el apoyo popular-.
Por lo tanto, a la hora de dar forma definitiva a su poder absoluto, es posible que el dictador deseara que ambas volviesen a constituir la base donde asentar su posición, es decir, su monarquía, pues sin duda existen indicios que llegan a plantearse la aspiración de César a la corona:
-Aunque públicamente rechazó siempre la monarquía, adoptó, sin embargo, símbolos de la realeza, como el trono de oro usado en los lupercales, o el “vestido de púrpura” que, según Apiano, llevaba puesto el día de su asesinato.
-La monarquía, al fin y al cabo, era la única alterantiva concebible para la República en esos momentos y dentro de la mentalidad de la época.
Sin embargo, ¿por qué habría de arriesgarse César a perder su poder absoluto y provocar los recelos de los romanos contra él y el régimen que pretendía instaurar, solamente para obtener la monarquía de derecho que ya era prácticamente suya de hecho?
Es cierto que el cargo de dictador vitalicio le garantizaba el poder absoluto el resto de su vida, y es quizás ahí donde reside el problema, la respuesta a porqué César pretendió la corona, ya que ¿qué sucedería con su régimen, sus más allegados y Roma después de que él muriera?
César había sido testigo en su juventud de cómo el recuerdo de Cinna y Mario, parientes suyos, era destruido por Sila; de Mario se sabe, por ejemplo, que Sila ordenó desmantelar sus trofeos sobre los cimbrios y teutones y sobre Yugurta, que asesinó a sus descendientes, persiguió a sus parientes y sus partidarios e, incluso, llegó a arrojar las cenizas del general al río Tíber. El propio César fue uno de los proscritos de Sila, pese a que sólo era pariente de Mario y Cinna por matrimonio, sin compartir ningún vínculo de sangre con ellos. Asimismo, Sila también sufrió la damnatio memoriae y aquel régimen que instauró tras una guerra civil comenzó a descomponerse al morir él, generando nuevas luchas entre senadores que desembocaron en otro conflicto armado.
Sin duda César no deseaba correr la misma suerte personal de Cinna, Mario y Sila. Los libros que él mismo escribió -los Comentarii de la Guerra Civil y de las Galias- son posiblemente, a parte de uno de sus instrumentos de autopropaganda, un reflejo de la importancia que Julio César dada en primer lugar a ser recordado por generaciones futuras, siendo las grandes obras públicas que él realizó -el foro que lleva su nombre, por ejemplo- otro reflejo de ese deseo; y, en segundo lugar, también debió de ser importante para César que se le recordase tal y como él quería ser recordado: los Comentarii nos presentan la imagen que César quería dar y contienen su propia versión de los acontecimientos; el hecho de que ordenase escribir en el calendario oficial aquel mensaje después de los lupercales, es otro ejemplo de lo esencial que era para el dictador contar su propia versión de los hechos.
Por tanto, a una persona que tanta importancia le daba a ser recordado y a cómo serlo, la idea de la damnatio memoriae debía de horrorizarle, no solamente con respecto a sí mismo, sino también, con respecto a sus allegados. De ahí que reconstruyera los trofeos de Cayo Mario, su tío, o que levantara de nuevo-tras que el pueblo las derribara al conocer su victoria en Farsalia-las estatuas de Pompeyo, que había sido su aliado y también su yerno.
Por supuesto, ambos hechos responden también a motivos propagandísticos, como, por ejemplo, la clemencia de César con el vencido, su enemigo Pompeyo, a través de la restitución de sus retratos en su lugar habitual, pero, al mismo tiempo, como dijera Cicerón, César “volviendo a colocar las estatuas de Pompeyo, había asegurado las suyas”, evitando así esa forma de damnatio memoriae.
Pero la preocupación de César por sus familiares no se reducía a aspectos puramente sentimentales o simbólicos como la reconstrucción de los trofeos de Mario o la laudatio pronunciada en el funeral de su tía Julia, la esposa de Mario, y de Cornelia, su propia esposa y la madre de su única hija, Julia. Ni se restringía a sus familiares más allegados, sino que, como si se tratara del pater familias de una enorme gens, el dictador se hacia cargo de la vida de personas vinculadas familiarmente a él aunque fuera de forma remota, miembros de otras gens que no eran la Iulia.
Sabemos, por ejemplo, que al morir su hija Julia, César negoció una nueva alianza matrimonial, que nunca se llevaría a cabo, con Pompeyo, basada en la boda de éste con, nada menos, que su sobrina-nieta Octavia, sin que ni el abuelo o el padrastro de la posible novia, ni el hermano de ésta, el futuro Augusto, e, incluso, el marido de Octavia, Claudio Marcelo, pudiesen opinar sobre el matrimonio o intervenir en las negociaciones, que fueron realizadas, en exclusiva, por César. Asimismo, sabemos que promocionó a muchos de sus familiares en la carrera política o militar a partir de la constitución del “triunvirato”.
Uno de ellos fue, por ejemplo, Sexto Julio César, que fuera su primo o el hijo de su primo, y a quién algunos autores, como Luciano Canfora, consideran el heredero del dictador después de Pompeyo, y antes de Octaviano, Quinto Pedio y Lucio Pinario, tres sobrinos suyos. Sexto además fue nombrado por César, en su calidad de pontífice máximo, como flamen Quirinales ya en el año 57; en 49, actuó como tribuno militar de César en Hispania siendo él mismo quién recibió la capitulación de Varrón; de hecho, es muy posible que siguiera a su pariente durante toda la guerra civil, hasta que, enviado a Siria como nuevo gobernador, “con la perspectiva de la campaña contra los partos”-lo que da fe de su importancia-, murió asesinado por los amotinados de Cecilio Basso en el 46.
Otro ejemplo es Quinto Pedio, un hijo de la hermana mayor de César, a quién éste nombró como su legado en la Galia entre los años 58 y 55. Pedio luchó a las órdenes de su tío también en la guerra civil, durante la cual César le nombró pretor en el año 48, y en el 46 le entregó el mando del ejército cesariano en Hispania, junto a Quinto Fabio Máximo, lo que le llevó a participar, en el año 45, en la batalla de Munda, y a formar parte, como triunfador, junto a su tío, del desfile triunfal celebrado en Roma en honor a la victoria de César sobre Cneo Pompeyo, hijo, en Hispania. Por último, Q. Pedio heredó la octava parte de la fortuna de César al morir éste.
Asimismo una persona tan desconocida e tan irrelevante como es para nosotros Marco Acio Balbo, cuya única importancia reside en ser abuelo de Octavio, logró llegar hasta la pretura gracias a su matrimonio con una hermana de César. También, Marco Antonio debió parte de su buena estrella al hecho de que su madre fuera una Julia...y la lista continúa todavía más.
Dejando a parte este tema, otras cuestiones que debían de preocupar también a César eran en primer lugar el régimen que pretendía instaurar, de ahí que tomara ciertas medidas para protegerlo, como el juramento, impuesto a todos los magistrados, de respetar sus decretos; y en segundo lugar, la propia Roma, ya que “según algunos, (César) acostumbraba a decir que (...) la República si él pereciera no gozaría de tranquilidad, sino que caería en los males espantosos de la guerra civil”; es decir, quizás al dictador creía, con acierto, que, si fallecía él en las circunstancias en las que él mismo y Roma se encontraban, se sucederían nuevas luchas por el poder que desembocarían irremediablemente en un nuevo conflicto armado, tal y como había sucedido al deponer Sila la dictadura.
Por tanto, una vez consideradas todas estas cuestiones, es posible que tarde o temprano César quizás se planteara cómo podía garantizar que, una vez falleciera él, sus familiares y partidarios no serían perseguidos como había ocurrido con los de Mario; que no sufriría damnatio memoriae, al igual que su tío o que Cinna; que sus reformas no serían abolidas como había ocurrido con la constitución de Sila; ni que la República se vería sumida en nuevas luchas de poder y guerras civiles como pasó tras que el dictador anterior depusiera su cargo.
La respuesta más lógica a todas estas respuestas era sólo una: un heredero, un único heredero, de su propia familia, que se hiciese cargo de su poder absoluto una vez hubiera muerto, con lo que quizás podría evitarse una lucha por el poder entre los “candidatos a heredero de César” y sus partidarios, garantizarse la permanencia de su reforma y su recuerdo, así como la protección de su familia. Pero esta clase de heredero no podía dárselo una dictadura vitalicia no hereditaria, pero sí la monarquía, en cuyo caso la dictadura sería un cargo transitorio.
La preocupación de César por hallar un heredero adecuado y prepararlo se puede intentar rastrear en las fuentes de que disponemos. En el primer testamento designaba como único heredero a Pompeyo, su compañero en el “triunvirato”, así como su yerno. Esta designación se mantuvo vigente “desde el año de su primer consulado hasta el inicio de la guerra civil”, por tanto antes de que a César pudiera planteársele la posibilidad de un poder absoluto, siendo esa elección al parecer solamente un intento de mantener la alianza política con Pompeyo a toda costa, porque al iniciarse la guerra civil hacía ya años que su hija Julia había muerto y que Pompeyo se había vuelto a casar.
El siguiente testamento de César que conocemos es el redactado en el año 45 a.C., donde nombraba como herederos principales a Octavio, Quinto Pedio y Lucio Pinario. Ahora bien, de acuerdo con la ley romana, un testamento sólo puede ser anulado con la instauración de otro testamento posterior y válido. Por tanto, cuando César declaró nulo aquel testamento a favor de Pompeyo, tenía que existir ya otro testamento que anulara al anterior. Hay muchos autores que consideran que en ese hipotético segundo testamento se nombraba a Sexto Julio César como heredero, como ya se ha dicho.
Es poco lo que sabemos de Sexto Julio César, pero de ser cierto que el dictador deseaba un heredero al que legarle tarde o temprano su poder absoluto, y que Sexto era ese heredero, su preparación para ese hipotético futuro era sin duda la acertada: su designación como flamen Quirinales en el 57 a.C. por César, le permitió conocer el funcionamiento interno del aparato religioso estatal, preparándole, quizás, para suceder a César en su cargo de Pontifex Maximus; realizó, también, la carrera militar -pese a que sólo conocemos su actuación como tribuno militar en Hispania en 49 a.C.-,con lo que se le instruyó para suceder hipotéticamente a César en el futuro en el mando supremo del ejército; por último, aunque ninguna fuente nos informa de que Sexto ocupara una magistratura pública, el hecho de que se le nombrara gobernador de Siria en el año 46 a.C., cargo que sólo ocupaban propretores y procónsules, nos permite presuponer que también realizó la carrera política, con lo que debió de adquirir conocimientos suficientes para poder suceder teóricamente a César como cabeza del Estado romano.
El asesinato de Sexto Julio César en el año 46 a manos de los amotinados de Cecilio Basso debió de suponer, por tanto, para el dictador, una pérdida tanto personal como política. Un año después de su muerte, en el 45, César redactó un nuevo testamento, donde designaba como herederos principales a Octavio, Quinto Pedio, y Lucio Pinario-del que sólo sabemos que era sobrino del dictador-, junto a un número indeterminado de herederos de segundo rango-entre los que destaca Décimo Bruto-, “por que es costumbre entre los romanos inscribir en su testamento a otros herederos, por si los primeros no pueden heredarlos”.
Destaca, por tanto, la preocupación de César por tener siempre un heredero, aunque el anterior haya muerto, mediante el establecimiento de esta especie de sucesión entre ellos que a su vez podía evitar teóricamente las luchas de poder entre los herederos. Al fin y al cabo, en el momento de redactar su último testamento, César tenía ya cincuenta y cinco años. Era un anciano para su época. Es posible que estuviera enfermo, y preparaba una campaña contra el imperio parto, con el riesgo que la guerra entraña para la vida-tanto por la lucha en sí como por las duras condiciones de vida-, y más si, como César, se luchaba en primera fila para alentar a los soldados. Por tanto, era bastante probable que el dictador fuera consciente de que no viviría mucho tiempo más, lo que agudizó quizás en César esa necesidad de tener un heredero, o herederos, no tanto ya para continuar su obra como para acabarla, de ahí la posible preocupación de César porque siempre hubiera un heredero vivo.
Sin embargo, entre toda esta multitud de herederos, uno destaca por encima de los demás: Octavio, nieto de una hermana de César. A él, el dictador le legaba unas tres cuartas partes de su patrimonio, mientras que Quinto Pedio y Lucio Pinario sólo recibieron cada uno la octava parte de éste. Es más, Octavio fue el único de los herederos de César a quién éste adoptó, recibiendo los nombres de Cayo Julio César Octaviano. Sin embargo, el hecho de que Apiano nos diga que Décimo Bruto “figuraba inscrito como hijo adoptivo en segundo grado”, y ya no sólo como “heredero en segundo lugar”, tal y como aparece en Suetonio, ha hecho pensar a ciertos autores que la adopción, como el patrimonio, se transmitiría de un heredero a otro, cuando no pudiera heredarlos por defunción o incapacidad.
Sea como fuese, destaca el hecho de que, entre toda esta multitud de herederos, Octaviano-que en el momento de redactarse el testamento tenía sólo quince años y carecía por tanto de toda experiencia militar y política- haya sido elegido el primero, frente a otros candidatos más “lógicos” para ocupar este puesto, como, por ejemplo, el propio Quinto Pedio, de mayor edad y grado de parentesco con el dictador que Octaviano, y gran experiencia militar y política. Se desconocen los motivos exactos de esta elección, fuera de los argumentados por la propaganda augusta recogida en autores tales como, por ejemplo, Dión Casio, Veleyo Patérculo o Nicolás de Damasco. Quizás el dictador observase en el joven Octavio ciertas cualidades que no poseían sus otros herederos, y posiblemente creyese que poseía tiempo suficiente para prepararle, al igual que había hecho quizás con Sexto César. Sea como fuera, a la luz de los acontecimientos posteriores, está claro que la elección de César fue la correcta.

6 comentarios:

  1. Muy interesante, Laura. Un análisis muy completo. Saludos cordiales.

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  2. Por cierto, muy interesantes las fotos, especialmente la del coliseo con los restos de la meta sudans, y el grabado con la boca de la cloaca máxima. ¡Geniales!

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  3. Saludos, excelente y muy completo análisis. Éxitos!

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  4. Habría que saber lo que iban a tratar en el Senado el día de su asesinato

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  5. sin duda queria el poder absoluto de un emperador.

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  6. sin duda queria el poder absoluto de un emperador.

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