Las dos factiones
así creadas como consecuencia de la acción política de los hermanos Tiberio y Sempronio Graco (ver el artículo anterior Las reformas de los hermanos Graco), la de los optimates y la de los populares, dominarían por completo la escena política romana
durante casi un siglo, pero ¿en qué consistían exactamente?
En lo referente a los
medios y a la composición eran prácticamente iguales: ambas
factiones habían nacido del orden senatorial y utilizarían
las alianzas familiares, la demagogia, y la manipulación del pueblo
como medio para alcanzar sus propósitos. Sólo en dichos propósitos
se diferenciaban. Por un lado, los optimates -la oligarquía
senatorial y sus defensores- practicaban una política conservadora,
dirigida a reprimir las fuerzas políticas hostiles y a devolver su
autoridad al Senado. Los populares- los políticos
reformadores y sus seguidores-, por su parte, pretendían reformar el
Estado y defendían una serie de reivindicaciones sociales1
encaminadas a introducir en la política activa por los motivos que
fueran, a estamentos que, por lo general, quedaban al margen,
especialmente, al orden ecuestre. Los populares
“fueron personajes que encontraron en los fracasos de la política
exterior y en la falta de cohesión del orden senatorial, un pretexto
para afirmar sus posiciones personales, utilizando para ello las
exigencias y las frustraciones de grupos políticos y sociales
heterogéneos, ajenos al Senado, como el orden ecuestre, la plebe
urbana, y, sobre todo, los veteranos del ejército”2 Por último, cabe destacar que tanto el movimiento popular como optimate de finales del siglo II a.C. se encontraban divididos, a su vez, en otras numerosas factiones propias con intereses diferentes y a veces opuestos, por lo que nunca se creó lo que podríamos llamar un "sistema bipartidista". La existencia de todas estas múltiples factiones supondría por tanto un nuevo factor de desestabilización social y complicó aún más la escena política, unida a la pérdida del control absoluto por parte del Senado, los cada vez más numerosos individualismos, las crecientes intervenciones del orden
ecuestre en la política, el despertar de las masas y después el
ejército, como factores políticos.
El primer personaje
importante en ser considerado popular es, sin duda, Cayo
Mario. Mario fue un homo novus, es decir, el primero de su
familia en formar parte del Senado. Ligado por clientela a la familia
Metela, inició con su apoyo una carrera política que le condujo
hasta la pretura en el 115, al gobierno de la Hispania Ulterior en el
114, y a su incursión como legado en el ejército de África en el
109, a las órdenes de Quinto Cecilio Metelo. Las relaciones entre
Cayo Mario y la familia Metela se deterioraron pronto, pues mientras
Metelo lograba buenos resultados en su acción militar contra Yugurta
en África, Mario utilizaba en su propio provecho la impaciencia y
frustración de los grupos que, en Roma, consideraban que la guerra
era ya demasiado larga. Con una gran popularidad entre la plebe y los
soldados, el creciente desprestigio de la gestión de Metelo y la
promesa de una rápida conclusión de la guerra, Mario logró su
primer nombramiento como cónsul en el año 107. Aún más, un
decreto emitido por la asamblea popular, en clara intromisión con la
tradicional prerrogativa del Senado en política exterior, asignó a
Mario la dirección de la guerra africana contra Yugurta.
Aunque Mario tardó
tres años para vencer a Yugurta, y la resolución de la guerra no se
debió tanto a su genio militar, como a la diplomacia de un
subordinado suyo, el cuestor Lucio Cornelio Sila, esto no impidió
que la obtención de la victoria le fuera atribuida completamente.
Como consecuencia, su popularidad creció aún más si cabe, como
demuestra el hecho de que se le concediera un triunfo en el 104 -el
ingreso solemne del vencedor en Roma con los mayores honores
militares-, fuera elegido cónsul por segunda vez para este mismo
año, y se le asignara el mando de las tropas contra cimbrios y
teutones, cuya emigración al sur desde la península de Jutlandia
amenazaba la Galia Narbonense e Italia tras que derrotaran a los
ejércitos romanos en Noreia (113 a.C.), y Arausio
(105). Las derrotas hicieron cundir el pánico, logrando así para
Mario se reelección como cónsul cuatro veces seguidas, desde 104
hasta 101 a.C., hasta que destruyó el peligro bárbaro, derrotando a
los teutones en 102 en los alrededores de Aquae Sextiae,
y a los cimbrios en el año 101 en los Campii Raudii.
Pero más que por sus
victorias, Cayo Mario destaca por la reforma del ejército que llevó
a cabo, que supuso el nacimiento del ejército profesional. Dicha
reforma se basaba no sólo en la introducción de una serie de
reformas tácticas3,
sino también, y sobre todo, en el reclutamiento como voluntarios de
ciudadanos romanos sin recursos económicos mínimos para poder ser
considerados propietarios, y, por tanto, no aptos para el servicio
militar. Con ello quería finalizar los problemas de reclutamiento. A
partir de entonces, fueron desapareciendo del ejército los
propietarios, sustituidos por proletarios, individuos sin una
ocupación fija para quienes la milicia representaba una salida para
sus problemas económicos; su máxima aspiración era conseguir, tras
su licenciamiento, una parcela cultivable, que les permitiera
reintegrarse en la vida civil como propietarios. Y, de este modo,
surgió, de nuevo, el problema agrario, pendiente de resolución
desde la época de los Graco; pero, además, esa exigencia tendría
también una consecuencia política de enorme importancia, pues para
lograr sus aspiraciones, el ejército necesitaba de su caudillo, que,
como si se tratara de cualquier patronus -así se llamaba al
aristócrata en relación a su clientela-, consiguiera del Estado los
deseados repartos de tierra.
Esas relaciones de
dependencia recíproca entre el general y sus soldados conducirían a
la formación de los ejércitos personales, que tanta importancia
tendrían tras Mario: si los soldados contaban con su general para
resolver el problema de la asignación de tierras, éste podía
utilizar para sus propios intereses personales el potencial político
de sus soldados y sus veteranos, ya fuera a través del voto en las
asambleas o incluso con la fuerza de las armas.
Así pues la mayor
preocupación de Mario, cuando regresó a Roma, fue el porvenir de
sus veteranos. No podía esperar la colaboración de la nobilitas4,
que siempre lo despreció por ser un homo novus y que
recelaba de él por el poder personal y la popularidad que había
alcanzado, las buenas relaciones que mantenía con importantes grupos
ecuestres, y por el apoyo incondicional de sus veteranos. Pero
finalmente fueron estos mismos factores los que permitieron a Mario
encontrar aliados entre varios políticos populares, en
concreto, le granjearon el apoyo del tribuno Apuleyo Saturnino y, más
tarde, de Servilio Glaucia, que estuvieron dispuestos a incluir entre
sus exigencias la concesión de tierras a los veteranos, a cambio de
contar, para sus fines, con la popularidad y el poder del viejo
general.
¿Cuáles eran estos
fines? “(Saturnino y Glaucia) aspiraban a la ampliación de sus
bases personales de poder, mediante el debilitamiento de la
oligarquía y la manipulación de las asambleas populares, pero sin
la alternativa válida de un programa conscientemente
revolucionario”5,
es más, podríamos decir que no realizaron ningún tipo de programa,
pues la actividad de ambos se redujo a un intento fallido de rebajar
drásticamente los precios del trigo, y, como respuesta a esto, a la
entrega al orden ecuestre del control total de los tribunales
criminales y al desencadenamiento de procesos políticos contra
importantes miembros de la oligarquía. De hecho, tanto Saturnino
como Glaucia únicamente son considerados políticos populares por la
mayoría de los autores por el uso de diversas técnicas de agitación
y manipulación del pueblo ya que “todo el caudal de poder
acumulado, concentrado como consecuencia del descontento de varios
grupos sociales, no fue invertido en un programa coherente de
remodelación del Estado y de la sociedad sino malgastado en
contentar egoísmos”6:
a cambio de presentar la legislación agraria deseada por Mario, sólo
le pidieron su apoyo para lograr en 100 a.C., año en que el viejo
general se presentaba a su sexto consulado, un segundo tribunado para
Saturnino y la pretura para Glaucia. Aunque con medios violentos, los
tres lograron sus objetivos.
A cambio, satisficieron
los deseos de Mario en dos ocasiones: al finalizar la guerra de
África contra Yugurta lograron parcelas de tierra cultivable en
territorio africano para los veteranos, y al acabar el conflicto
contra cimbrios y teutones, que se les concedieran tierras en la
Galia. Se fundarían además colonias donde asentar a los veteranos,
y Mario recibió el derecho de otorgar la ciudadanía a tres de sus
colonias, lo que indica que entre los beneficiarios de la ley,
debieron incluirse aliados itálicos. Se resolvía así, por fin, el
problema de distribución de tierras, al no pretender ubicar las
parcelas en la península itálica, donde ya no había ager
publicus disponible, sino en territorios fuera de Italia.
El proyecto, sin
embargo, se encontró con la oposición de diversos grupos sociales,
que se sintieron discriminados En primer lugar enfrentó a la plebe
rústica, la principal beneficiaria de la distribución de
tierras-pues el nuevo ejército de proletarios se nutría de ella-,
con la plebe urbana, que no ganaba nada. Además, la extensión de
los beneficios de la legislación agraria a los aliados itálicos
“levantó la inmediata oposición del cuerpo ciudadano,
monopolizador egoísta de sus privilegios”7.
De ahí que la ley fuera aprobada mediante el terror de las bandas
armadas, organizadas por los populares.
Conseguido en cualquier
caso su propósito, a Mario ya no le quedaba ningún interés común
con los populares, y se desentendió del problema que él
mismo había causado; su postura empeoró aún más la situación.
Sin su apoyo, la candidatura popular en las elecciones del 99 a.C.,
en las que Saturnino deseaba su segunda reelección como tribuno, y
Glaucia el consulado, solamente podía salir adelante con una nueva
utilización de la violencia y el terrorismo, que desembocaron en el
asesinato de Cayo Memmio, otro de los candidatos, por partidarios de
Glaucia. Los optimates, cuyas distintas factiones se
habían unido momentáneamente ante el peligro común, no
desaprovecharon la oportunidad que los propios Saturnino y Glaucia
les habían puesto en bandeja, y obligaron a Mario, como cónsul del
año 100 a.C., a restablecer el orden declarando el Estado de
excepción (senatusconsultum ultimum).
Mario, por tanto, se
vio obligado a elegir entre traicionar a la nobilitas o cargar
contra sus antiguos aliados; optó por la segunda opción, y no pudo
impedir el linchamiento popular de ambos. Al fin y al cabo, la
aspiración última de Mario, como homo novus de
orígenes humildes que era, había sido siempre el reconocimiento de
sus méritos y la integración en la nobilitas; pero, puesto
que ésta no lo aceptaba voluntariamente, se vio obligado a imponerse
por medios políticos, sin tener en cuenta que éstos tendían a
debilitar precisamente la institución en la que quizás deseaba
integrarse como cabeza
1
Las peticiones más recurrentes de la política popular eran
los relacionados con el tema agrario, las condiciones para la
distribución de trigo y las disposiciones legislativas para los
aliados itálicos.
2
Roldán, Historia de Roma, página 192.
3
La legión continuó siendo la unidad táctica, pero articulada en
diez cohortes de 600 hombres cada una, con la mejora resultante de
la capacidad de maniobra y el poder combativo. Otras innovaciones
fueron la unificación y modernización del armamento, el cultivo
entre la tropa del espíritu de cuerpo y la introducción de una
rígida disciplina.
4
La nobilitas era el conjunto de familias más poderosas de
Roma, al que solamente se accedía si un miembro de la propia
familia lograba el consulado.
5
Tom Holland, Rubicón, página 96.
6
Roldán, Historia de Roma, página 194.
7
Roldán, Historia de Roma, página 195.
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*Fotografía 1: "Cicerón pronuncia su discurso contra Catalina", de Cesare Maccari
*Fotografía 2: Supuesto retrato de Cayo Mario, en los Museos Vaticanos
*Fotografía 3: Representación de legionarios en la Columna de Maguncia
*Fotografía 4: "Yugurta encadenado", litografía de una traducción de "La Conjuración de Catilina y la Guerra de Yugurta", de Cayo Salustio Crispo, datada en 1772
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