Desde la época de los
Graco, el problema de los aliados, aunque adormecido, podía llegar a
ser una amenaza. En la década de los 90 a.C., la mayoría de los aliados
itálicos era consciente de que obtener la ciudadanía romana era el
único modo de alcanzar la igualdad con los romanos dentro de su
sistema político. Las clases dirigentes aliadas itálicas, además,
veían en la ciudadanía romana un paso previo para lograr cierto
control sobre la política exterior romana, objetivo que les
interesaba lograr debido a que muchos de sus miembros eran hombres de
negocios, que conseguían grandes beneficios con la explotación de
las provincias de Roma. Así mismo, dichos dirigentes aliados
itálicos mantenían relaciones de amicitia o clientela
con las familias romanas más poderosas e influyentes. Esperaban, por
todo ello, poder introducirse en la vida política, y no sólo
obtener el control sobre las provincias sino, además, ejercer el
poder. Las restantes clases sociales itálicas, por su parte, veían
en el logro de la ciudadanía romana una serie de ventajas tanto en
el ejército- soldada, reparto de tierras, botín… -, como en el
civil-liberación del tributo y mayores posibilidades de aumentar
su nivel de vida-.
Por el contrario, los
puntos de vista romanos sobre el problema itálico no habían
cambiado: la plebe urbana y rústica seguía sin estar dispuesta a
compartir sus privilegios, que creía exclusivos; el orden ecuestre
temía la competencia de los hombres de negocios itálicos; y el
orden senatorial no deseaba poner en peligro su control sobre las
asambleas con el incremento del número de las mismas.
En este estado de
cosas, Livio Druso -abuelo adoptivo de la futura emperatriz Livia-, perteneciente a la factio optimate, logró el tribunado de la
plebe en el año 91 a.C. Livio que, al parecer, mantenía estrechas
relaciones con ciertos dirigentes itálicos, posibles clientes suyos,
debía conocer bien cuáles eran los problemas y aspiraciones de los
aliados. Consciente de que, tarde o temprano, la única solución
sería otorgar el derecho de ciudadanía a los itálicos, quiso
arrebatar a los populares, adelantándose al ofrecimiento, los
beneficios políticos que se lograrían si por fin esta propuesta era
aprobada, para utilizarlos a favor de sí mismo y del Senado. Pero
cuando su proyecto de ley fue conocido, incluso los optimates
más moderados decidieron abandonarle, y todas sus leyes fueron
invalidadas. Poco después, Livio Druso era asesinado por un desconocido en la puerta de
su casa1.
La muerte de Druso hizo
comprender a los dirigentes itálicos lo inútil que era el diálogo;
y estalló la guerra. El núcleo de la insurrección se encontraba en
las regiones montañosas de la Italia central y meridional,
en torno a marsos y a samnitas; los rebeldes eligieron como cuartel
general la ciudad de Confinium, que cambió su nombre por el de
Italia, y se dieron una serie de instituciones claramente
copiadas de la organización estatal romana. La violencia de la
sublevación queda bien reflejada en las monedas acuñadas por los
rebeldes, donde se ve al toro samnita corneando a la loba romana.
Por su parte, oscos,
umbros, los etruscos, latinos y las colonias del sur de la península
continuaron siendo fieles a Roma, cuyos recursos, además, eran
superiores a los de los sublevados. Sin embargo, se sucedieron las
victorias de los rebeldes, a consecuencia de las cuales otras
regiones amenazaron o se unieron a la insurrección, como umbros y
etruscos, o el sur de Italia, respectivamente.
A Roma no le quedaba
otra salida que aceptar las demandas de los aliados: en el 90, el
cónsul Lucio Julio César ofreció la ciudadanía a todos los
latinos y aquellas comunidades itálicas que todavía no se hubiesen
alzado en armas; al año siguiente se acordó la ciudadanía romana
para todos los itálicos con domicilio estable en Italia que lo
solicitasen ante el pretor urbano de su ciudad antes de sesenta días;
y, por último, una ley de Pompeyo Estrabón, cónsul en el año 89,
otorgaba el paso previo a la ciudadanía, el derecho latino, a las
comunidades de la Galia cisalpina. Con todas estas concesiones, la
insurrección se desmoronó inmediatamente, aunque aún quedaron
varios focos de resistencia, que serían sometidos más tarde por
Sila y por Pompeyo Estrabón.
Cabe destacar que, en
varios aspectos, la llamada “guerra social” (de socii
aliados) había presentado las características de un enfrentamiento
civil, de italianos contra italianos, que, durante muchísimo tiempo,
habían convivido y luchado bajo las mismas enseñas. Era, por tanto,
una innovación que ya nadie se asustaría de repetir; de hecho, de
la guerra social, Roma pasaría rápidamente a la guerra civil.
En cuanto a las
concesiones ya mencionadas, que en la práctica significaban la
conversión de todos los itálicos en ciudadanos, no eran tan
generosas como a primera vista nos pueden parecer. Sin un sistema de
representación adecuado para la nueva situación, dado que para
ejercer el derecho a voto se debía seguir acudiendo a Roma, los
municipios italianos no tuvieron ninguna posibilidad real de
participar en las decisiones del Estado romano, que, como antes del
conflicto, quedaron limitadas a los ciudadanos que vivían en Roma,
la plebe urbana, o en sus alrededores, la rústica. La diferencia
entre tener derechos ciudadanos y poder ejercerlos agudizaría la
crisis de la República, debido a que “la mayor parte del cuerpo
ciudadano se desinteresó de los problemas del Estado para atender
sólo al beneficio económico y social derivado de su nueva condición
jurídica”2.
La aplicación práctica
de las leyes de ciudadanía resucitó la lucha de factiones en
un momento muy delicado, tanto por las malas consecuencias económicas
y sociales de la rebelión itálica como por la política exterior,
donde Mitrídates VI, el rey del Ponto, pretendía extenderse por el
Asia Menor. Las elecciones al 88 no estuvieron libres de violencia,
como las del 99, lo que demuestra lo grave de la situación.
Finalmente fueron elegidos como cónsules los optimates
Pompeyo Rufo y Lucio Cornelio Sila, a quién le tocó en suerte la
provincia de Asia y la dirección de la guerra contra Mitrídates.
También fue elegido
como tribuno de la plebe el optimate Publio Sulpicio Rufo.
Sulpicio había sido partidario de Livio Druso, y, al igual que éste,
intentó resolver definitivamente los problemas de los aliados desde
una posición conservadora. Pero, ante las dificultades de lograr su
propósito, Sulpicio tuvo que establecer alianzas con los grupos
ajenos al Senado, lo que le arrojó sin remedio a las filas de los
populares. Estos grupos estaban vinculados a Mario, que deseaba la
dirección de la guerra en Asia como forma de recuperar la
popularidad y el poder perdidos: eran el orden ecuestre, grupos de
comerciantes itálicos con grandes intereses en la provincia de Asia,
y los veteranos del general. Por ello, para poder sacar adelante su
proyecto de ley, por el que distribuía a los nuevos ciudadanos en
las tribus ya existentes3,
Sulpicio Rufo tuvo que incluir otro más, por el que se transfería
al general Mario la dirección de la guerra contra Mitrídates en
detrimento de Sila.
Dado que ambas
propuestas no contaban con el apoyo de los dos cónsules ni de la
mayor parte de la oligarquía, Sulpicio recurrió, como hicieran
Saturnino y Glaucia en su época, a las bandas callejeras que se
apoderaron de las calles de Roma. Tras una violenta revuelta, en la
que uno de los hijos del cónsul Pompeyo Rufo perdió la vida, las
leyes fueron aprobadas. Como respuesta, Sila abandonó de inmediato
la ciudad de Roma para ponerse al frente de su ejército.
1
Cf. Apiano, Guerra Civil, volumen 1, 34-36.
2
Kovaliov, Historia de Roma, página 513.
3
Lo que les permitía participar en los comitia tributa, desde
donde podrían ejercer el voto.
*Fotografía 1: Reconstrucción digital del entorno de la Curia Julia, sede del Senado, y la Basílica Emilia. La Curia Julia sería reconstruida sobre la Curia Silana y la anterior Curia Hostilia, ambas destruidas en sendos incendios, por lo que no existía en la época de la Guerra Social.
*Fotografía 2: Moneda acuñada por los aliados itálicos durante la Guerra Social
*Fotografía 3: Maqueta de Pompeya en corcho, conservada en el Museo Arqueológico de Nápoles. Pompeya, ciudad osca aliada, apostó por la causa rebelde durante la Guerra Social, por lo que fue asediada y conquistada por las fuerzas de Lucio Cornelio Sila. La conquista supuso la conversión de Pompeya desde ciudad libre a colonia romana
*Fotografía 1: Reconstrucción digital del entorno de la Curia Julia, sede del Senado, y la Basílica Emilia. La Curia Julia sería reconstruida sobre la Curia Silana y la anterior Curia Hostilia, ambas destruidas en sendos incendios, por lo que no existía en la época de la Guerra Social.
*Fotografía 2: Moneda acuñada por los aliados itálicos durante la Guerra Social
*Fotografía 3: Maqueta de Pompeya en corcho, conservada en el Museo Arqueológico de Nápoles. Pompeya, ciudad osca aliada, apostó por la causa rebelde durante la Guerra Social, por lo que fue asediada y conquistada por las fuerzas de Lucio Cornelio Sila. La conquista supuso la conversión de Pompeya desde ciudad libre a colonia romana
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