Tras el artículo dedicado a la poetisa Sulpicia y su obra, la única escrita por una mujer romana que se ha conservado desde la Antigüedad (ver Sulpicia, la poetisa olvidada), en Los Fuegos de Vesta queremos seguir estudiando la relación entre mujer y literatura latina, y para ello nada mejor que uno de sus autores más representativos, Virgilio, y su gran epopeya del pueblo romano, la Eneida. Con la llegada de las reformas morales promovidas por Augusto1, la Eneida2, concebida en el inicio para legitimar la lenta pero inexorable
acumulación de poder por parte de la familia Julia, se convirtió,
al mismo tiempo, en el vehículo perfecto para la instrucción moral
y la propaganda del nuevo régimen mediante el empleo de las leyendas
relacionadas con la fundación de Roma y su perfecta adecuación a los
principios morales que propugnaba Augusto; de ellos, nos interesa los aplicados a la matrona
romana, que podemos rastrear en dos de los personajes femeninos del
poema, ambos relacionados con un mismo hombre, Eneas: Creúsa y Dido.
En Creusa3 se constata el sacrificio de la esposa, y la supeditación de sus intereses
individuales a las necesidades colectivas de la ciudad y el Estado.
En la desesperada huida de una Troya conquistada, saqueada e
incendiada por los aqueos, Eneas, la encarnación de la uirtus
y de la pietas, enfrascado
en la salvación de su padre, los dioses del hogar y su hijo Ascanio
de la destrucción y la muerte, pierde, sin embargo, a su esposa
Creúsa en medio del caos4.
La escena es, sin duda, una clara manifestación de las preferencias
de Eneas: mientras que se muestra incapaz de renunciar a sus
antepasados, dioses y descendencia, puede prescindir en cambio,
aunque inconscientemente, de su esposa, un elemento ajeno a su
familia incorporada solamente a la misma mediante el matrimonio.
Con
todo Virgilio, a pesar del “descuido” del héroe, introduce
ciertas emociones en Eneas en el relato-tales como su dolor o los
riesgos que corre para intentar encontrarla5-pero
no dejan de ser una nueva manifestación de la pietas
del héroe, no de sus sentimientos por Creúsa. Al haber salvado a su
padre Anquises, a su hijo Ascanio y todos los dioses del hogar, Eneas
ha demostrado su respeto y su devoción por la familia, la religión
y el Estado, cuya salvaguarda reside, de hecho, en el culto y la
salvación de las imágenes rituales y en la perpetuación, a través
de su hijo, de una estirpe sagrada llamada a fundar Roma. Y Creúsa
lo sabe:
“Mientras
yo la buscaba -relata Eneas a
Dido-, registrando sin cesar las casas de la ciudad,
apareció ante mis ojos un desventurado fantasma, la sombra de la
propia Creúsa (…); me dirigió entonces estas palabras,
desvaneciendo con ellas mis afanes: “¿Por qué te entregas a este
insensato dolor, mi dulce esposo? Dispuesto estaba ya por la voluntad
de los dioses lo que hoy nos sucede: ellos no desean que te lleves de
Troya a Creúsa de compañera; no lo consiente el Soberano del
Supremo Olimpo. Largos destierros te están destinados y largas
navegaciones por el vasto mar; llegarán, en fin, a la región
Hesperia, donde el lido Tíber fluye (…)Allí te estarán
reservados reinos prósperos, un reino y una regia consorte; no
llores más a tu amada Creúsa”6
Creúsa
no se entrega a la impotentia muliebris, no
muestra en consecuencia falta de fortaleza para soportar sus
desgracias -su muerte, la destrucción de Troya, la próxima boda de
Eneas-cayendo en reacciones tan “femeninas” como el lamento o las
lágrimas. Al contrario, cuando se aparece ante el héroe, domina y
subordina sus sentimientos a esa alta misión a la que Eneas está
llamado, incluso le amonesta por olvidar su dignitas
y
su gravitas
ante el dolor de su repentina pérdida, pues, aunque Creúsa no
interpreta en ningún momento un papel activo en la toma de
decisiones, experimenta esos mismos
sentimientos patrióticos que Eneas y el resto de los troyanos.
Encarna
Creúsa así, en su breve aparición en el Libro II de la Eneida,
muchos de las virtudes que se esperan en una matrona romana-tales
como la sumisión, la obediencia, la pietas, la
pasividad o la pudicitia-,
favorecida sin duda por su condición de esposa uniuira, que solo ha estado casada en una ocasión. De
hecho, es muy frecuente que los personajes literarios que encarnaban
los ideales femeninos solamente hubieran contraído un único
matrimonio, como por ejemplo, Lucrecia o las Sabinas. Caso
paradigmático de la importancia dada a esta situación, lo
constituye, continuando con Virgilio, el caso de Dido7.
8.
El nuevo asentamiento fenicio se encuentra aún en febril
construcción cuando una terrible tormenta arroja a las costas
africanas las naves troyanas en las que viajaban Eneas, su hijo y sus
compañeros, los cuales serán acogidos sin reservas por el pueblo
cartaginés y una cordial y atenta reina Dido.
Esta reina, de origen
fenicio, ha huido de su patria temiendo por su vida tras que su
hermano Pigmalión, rey de Tiro, asesinara a su amado marido Siqueo,
a quién ella ha jurado fidelidad incluso después de su muerte;
ahora, en las costas de Numidia, ha fundado una nueva ciudad,
Cartago, para dar acogida, y un nuevo hogar, a cuantos escaparon con
ella de la crueldad y tiranía de Pigmalión
Dido y Eneas por tanto
han conocido un destino similar: la pérdida del ser amado, la huida
y nostalgia de la patria, el liderazgo de un pueblo perseguido y
desesperado en búsqueda de una tierra nueva, el peligroso viaje
hacia Occidente, y al final la fundación precaria de una ciudad en
medio de una región hostil, extranjera y bárbara. Esa situación
unida a la notoria función gobernante de Dido, para la cual debe
adquirir actitudes y comportamientos masculinos, los convierte en
iguales, situación que, en lugar de favorecer la relación, la perturba, pues el dominio y la superioridad le deberían corresponder a Eneas, mientras la pasividad y sumisión habrían de haber sido para Dido:
“(...) llega al
templo la reina Dido, hermosa y rodeada de una numerosa comitiva de
los jóvenes(…)circulaba satisfecha por medio de los suyos,
alentando las obras, la grandeza futura del reino. Entonces, en los
umbrales de la diosa, rodeada de sus guerreros se sentó en un alto
solio, desde donde dictaba sentencias y leyes a su pueblo, y ajustaba
por partes iguales o bien sacaba en suerte las tareas de las obras”9
Sin embargo, aunque la
reina deba “masculinizarse” para poder participar en la vida
pública, típica del varón, en la intimidad, amparada en el
interior de su esfera privada, típicamente femenina, no deja de ser
Dido, es decir, una simple mujer, y como tal está sujeta, al
contrario que un hombre, a los vaivenes propios de su impotentia
muliebris: la debilidad moral y de carácter, la incapacidad de
controlar sus pasiones, la inconstancia en los afectos, y la
impotencia para discernir entre lo bueno y lo malo. Dido, sin duda,
sabe que la pasión que comienza a experimentar por Eneas es
consecuencia de dicha impotentia, que la misma es contraria a
su condición de viuda y uniuira,
y que, de rendirse a ella, violenta la fides, la
castitas y la pietas
debidas al marido asesinado,
perdiendo así, además, el pudor que
le es propio como matrona, por lo que trata ferozmente de resistirse:
“¡Ana,
hermana mía!, ¿qué pesadillas son las que me angustian y me
aterran? ¡Qué distinto es a todos este huésped que entró a
nuestra casa! (…) Si no permaneciera siempre clavado en mi corazón
el firme e inquebrantable propósito de no unirme a hombre alguno con
un conyugal lazo desde que mi primer amor me dejó frustrada, al
burlarse de mí con su cruel muerte, si no me inspirasen un
invencible hastío el tálamo y las telas nupciales, acaso sucumbiría
a esta flaqueza. Te lo confieso, hermana: desde la muerte de mi
desventurado esposo Siqueo (...)éste es el único que ha alterado
mis sentimientos y hecho perturbar mi conturbado espíritu; reconozco
los síntomas de una antigua pasión; pero prefiero que las
profundidades de la tierra se abran debajo de mis pies, o que el
Padre omnipotente me lance con sus rayos a la mansión de las sombras
(…)antes de que yo, ¡oh, Pudor!, te viole o infrinja tus leyes.
Aquel que me unió a sí el primero, aquel que se llevó mi amor:
téngalo siempre consigo y guárdelo en el sepulcro”10
Con
todo, a pesar de su papel público como gobernante, Dido no es un
hombre y se halla por lo tanto desprovista de uirtus con lo
que, arrastrada finalmente por la impotentia, cede por
completo a sus deseos, y se une a Eneas dentro de una cueva, en el
transcurso de una cacería interrumpida por una repentina tormenta11.
Las circunstancias de este encuentro -la cueva, la cacería
interrumpida, la tormenta súbita, insospechada-remiten claramente a
esa concepción de “animalidad femenina” que percibía a la mujer como un “animal indómito”,
no sometido, desbocado, enloquecido, desvergonzado, dominado
por sus pasiones e incapaz del más leve de los raciocinios, lo que
convierte a la mujer en propensa al desenfreno y libertinaje, y poco
inclinada a la contención, la virtud, la moderación y la moralidad.
El mismo Virgilio reconocerá que, en Dido, “el cuidado de su
reputación no bastaba para contener su loca pasión”12,
y que enamorada de Eneas “en nada le importaban las apariencias y
su buen nombre”13.
Dido se ha despojado por tanto de todas las cualidades y virtudes propias de su condición de reina y matrona uniuira y se ha rendido ante su verdadera naturaleza, la cual únicamente hubiera podido ser reducida y reprimida “por la costumbre o las leyes” Ahora bien, la preeminencia de Dido en Cartago se debe, precisamente, a la ausencia de un pariente masculino que hubiera podido servirle de contención y de freno, ya que su hermano Pigmalión aún permanece en Tiro y su padre y su marido han muerto. Es esta falta de “tutela masculina”, lo que ha abocado a Dido, en última instancia, al “origen de su muerte (…)y el principio de sus desgracias”14
El
encuentro en la cueva tiene un significado distinto para ambos: Dido,
incapaz de dominar sus sentimientos por su doble condición de mujer
y enamorada, juzga su unión como matrimonio ya que “con ese nombre
pretende disfrazar su culpa”15;
en el caso del héroe Eneas no está tan claro: en ningún momento
hace promesas de boda16, ni parece experimentar por la reina otro sentimiento que no sea
gratitud17:
simplemente parece que se deja querer. Con su actitud Eneas trata a
Dido como si fuera una cortesana y, al hacerlo,
degrada, envilece y humilla irremediablemente la condición de la
reina, lo que, unido a su condición de extranjera, impide la boda
que ella espera. Esa incapacidad de Dido para convertirse en esposa
nos la muestra Virgilio desde el principio de su obra de una manera
ciertamente sutil: nunca la presenta ni hilando ni tejiendo.
Finalmente,
cuando los intereses del Estado y los deseos de los dioses se imponen
y el héroe no puede postergar por más tiempo el cumplimiento del
destino elegido por él, Eneas, como hiciera ya en Troya con Creúsa,
supeditará de nuevo sus necesidades y aspiraciones a las de la
comunidad y la divinidad, y, tras escaso titubeo, abandona a su
compañera18.
Pero Dido no es su esposa legítima, y lo demuestra al ser incapaz de
controlar sus pasiones ante la inminente separación: dará continuas
muestras de debilidad moral, llorando, suplicando, gimiendo,
lamentándose, cubriendo a su amante de todo tipo de reproches,
acusaciones, maldiciones e insultos; se niega además a resignarse
ante la nueva situación, a someterse a la decisión del varón, y
hasta a obedecer la voluntad de los dioses, si no que, al contrario,
pretende continuamente retener a Eneas a su lado, lo que le impediría
cumplir a él con sus obligaciones y deberes; Dido, al contrario que
Creúsa, no se echa discretamente a un lado y, en el culmen de su
dolor y su furia, llegará a recorrer la ciudad como una bacante19
***********************
*Fotografía 1: "Eneas y su padre huyen de Troya", de Simon Vouet
*Fotografía 2: "El fantasma de Creúsa", Bartolommeo Pinelli
*Fotografía 3: "Cupido, disfrazado de Ascanio, es presentado a Dido", autor anónimo
*Fotografía 4: Detalle de "Dido y Eneas", de Guido Reni
*Fotografía 5: "La muerte de Dido", de Andrea Sacchi
*Fotografía 6: "La muerte de Dido", de Joseph Stallaert
***********************
1
Si bien la reproducción de los ciudadanos fue siempre un tema de
preocupación para el Estado romano, éste no intervino en la vida
privada de manera activa hasta la promulgación de dos leyes de
Augusto: Lex Iulia de maritandis ordinibus y
Lex Papia Poppea (18
a.C.), las cuales exigían el matrimonio y la fecundidad de los
miembros de los estratos superiores de la sociedad y sancionaban su
resistencia con incapacidades para heredar. Una tercera ley, Lex
Iulia de adulteriis coercendis (9
d.C.), estimulaba a contraer uniones legítimas y obligaba al Estado
a que se hiciera cargo del control de la fidelidad de las matronas.
Para este tema, ver McGIN, T: Prostitution, Sexuality and
the Law in Ancient Rome, Oxford,
1998, cap. 5 y 6; y EDWARDS, C: The politics of Inmorality
in Ancient Rome, Cambridge,
1993, cap. 1
2
Ver MORENO, J: “La mujer en la Eneida”, Simposio Virgiliano:
commemorativo del Bimilenario de la muerte de Virgilio, 1984,
395-404
3
RIVOLTELLA, M.: “La morte di Creusa e Didone dell´Eneide de il
motivo del “seguito amoroso”, Aevum: Rassegna di scienze
storiche linguistiche e filologiche, Anno
76, nº 1, 81-100; GÓNZALEZ DELGADO, R: “Virgilio y las
heroínas griegas: paralelismos en la construcción de dos figuras
míticas: Eurídice y Creúsa”, Emerita,
Vol. 71, nº 2, 2003, 245-258
4
VIRGILIO, Aen., II, 738-741
5
VIRGILIO, op.cit. II, 746-771
6
VIRGILIO, op.cit. II, 771-787
7
HERNÁNDEZ VISTA, E: “Ana y la
pasión de Dido en el libro IV de la Eneida”, Estudios
clásicos, Tomo 10, nº 47,
1966, 1-30; SOLER MERENCIANO, A: “En torno a la psicología
de Dido”, en Rodríguez Adrados, F. (coord.): IX Congreso
Español de Estudios Clásicos: Madrid, 27 al 30 de septiembre de
1995, Vol. 5, 1995, 187-191;
SENES RODRÍGUEZ, G: “Consideraciones sobre la
caracterización de Dido en Virgilio”, Analecta malacitana,
Vol. 20, nº 1, 1997, 133-148;
LA FICO GUZZO, M.L: “Estatismo y movimiento, orden cósmico y
desequilibrio en el Libro IV de la Eneida”, Minerva, nº
14, 2000, 61-70; PETIT, A: “Dido dans le “Roman d´Enéas”,
Bien dire et bien aprandre, nº
24, 2006, 121-140
8
VIRGILIO, Aen., I, 341-371
9
VIRGILIO, op.cit., I, 494-508
10
VIRGILIO, op.cit. IV, 10-35
11
VIRGILIO, op.cit. IV, 150-169
12
VIRGILIO, op.cit. IV, 91-92
13
VIRGILIO, op.cit. IV, 171-172
14
VIRGILIO, op.cit. IV, 170-171
15
VIRGILIO, op.cit., IV, 173-174
16
De hecho, en la despedida, Eneas, enfrentado a las encendidas
acusaciones de la reina, le recuerda a Dido: “nunca pensé en
encender aquí las teas del himeneo ni te di palabra de
esposo”,VIRGILIO, op.cit. IV, 340-341
17
“Jamás negaré, ¡oh, reina!, que soy deudor tuyo de todos los
favores que con tus palabras quieras recordarme”, llega a
admitir Eneas, VIRGILIO, op.cit., IV, 336-337
18
VIRGILIO, op.cit., IV, 391-398
19
VIRGILIO, op.cit. IV, 298-302
20
“Tras ser privada del lecho nupcial, no me han permitido los
dioses llevar, como lo hacen las fieras, una vida sin reproche, ni
disfrutar sin que fuera delito de un tan apasionado amor. ¡No he
guardado la fidelidad prometida a las cenizas de Siqueo!”,
VIRGILIO, op.cit., 549-553
21
VIRGILIO, op.cit. IV, 651-706
22
OVIDIO, Her. V, 103-104; VIRGILIO, Aen. IV, 24-27
23
VIRGILIO, Aen., VI, 449-475
24
VIRGILIO, op.cit. IV, 319-327
25
VIRGILIO, op.cit. IV, 622-632
me gustó mucho. felicidades.
ResponderEliminarMuy buen artículo, Laura. Si algo odiaba y temían los romanos era la pasión amorosa. Un abrazo,
ResponderEliminarSí, me gusta el relato y la interpretación. Enhorabuena.
ResponderEliminarmuchísimas gracias, me ayudó mucho a preparar mejor mi clase de los libros II y IV
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