A pesar del enorme poder y autoridad ejercidos por Pompeyo Magno en las provincias orientales -ver el artículo anterior La era de Pompeyo Magno-, en la capital sus partidarios no controlaban la escena política completamente. Craso aprovechaba la ausencia de Pompeyo para intentar convertirse en el hombre más poderoso de Roma; para ello no sólo volvió a recurrir como siempre a su vasta fortuna e influencia, debida su extensa clientela, sino que, ahora, empezó a aprovecharse de las ambiciones de jóvenes políticos opuestos al Senado, entre los que se encontraba Cayo Julio César.
Ligado por lazos
familiares a Mario (su tío)1 -ver el artículo anterior Cayo Mario y los "populares" y Cinna (su suegro)2 -ver artículo anterior La dictadura de Sila-, Julio César vio abortada su carrera política por el golpe de Estado
de Sila, que le incluyó por sus conexiones familiares en su lista de proscritos,
obligándole a exiliarse3,
por lo que, muerto el dictador, se convirtió en ferviente partidario
de los ataques contra el régimen que había instaurado. Así mismo,
ganó gran popularidad explotando, precisamente, el recuerdo de
Mario4,
aunque sin descuidar sus relaciones con la oligarquía y los grandes
personajes del momento, como Craso y, más tarde, Pompeyo. Así,
logró ser nombrado tribuno militar en el año 72, cuestor de la
Hispania Ulterior en el año 69 y edil curul en el año 65 a.C.5
Dos años después, en
el 63- año en que César lograba el pontificado máximo6
-, Craso, al tiempo que obtenía la censura, apoyaba a otro de sus
protegidos en la carrera política. Dicho protegido era Lucio Sergio
Catilina, un noble arruinado; él también había comenzado su vida
pública como partidario de Sila, pero su mala y merecida reputación
le había empujado, primero, hacia la oposición “radical” y, más
tarde, al círculo de Craso. En el 63, Catilina deseaba obtener el
consulado, pero para lograr este cargo, habría de enfrentarse al
candidato de la oligarquía senatorial, Marco Tulio Cicerón.
Cicerón, miembro de
una familia ecuestre de provincias, había logrado acceder al Senado
gracias al apoyo de importantes miembros de su clase y a sus grandes
cualidades oratorias. Las humillaciones y los obstáculos que sufrió
en el transcurso de su carrera le introdujeron en la oposición
moderada y el círculo de Pompeyo, quién le respaldó en su intento
de obtener el consulado del 63. Cicerón logró finalmente la
victoria junto a Antonio Híbrida, otro amigo de César y de Craso.
Obsesionado, como homo novus, al igual que Mario en su
época, por que la nobilitas le aceptara como un igual,
Cicerón ejerció su consulado de acuerdo a la más estricta
tradición republicana; de hecho, es posible que su gobierno hubiese
pasado desapercibido sino hubiera sido por Catilina.
Tras ver frustradas
todas sus esperanzas de lograr el poder por vía legal, y todavía
más arruinado en el intento, Catilina intentó obtenerlo,
supuestamente -porque su propósito real no está aún claro-, con el
golpe de Estado que le haría famoso. Éste debía iniciarse, al
parecer, con el levantamiento armado de varias regiones de Italia,
entre ellas Etruria, donde uno de los conjurados, Manlio, poseía un
gran número de partidarios. De Etruria la “revolución” debía
pasar a Roma, donde, después del asesinato de ambos cónsules,
Catilina y sus partidarios ocuparían el poder. “Campesinos
arruinados, víctimas de la reforma agraria, impuesta por la fuerza,
y los proletarios urbanos, hundidos en la miseria, se dejaron
conquistar por este plan revolucionario, urdido por aristócratas
resentidos y frustrados, en el caótico marco de la violencia
política que caracteriza a la generación postsilana”7
Sean como fuesen, los
planes de Catilina fueron lo suficientemente descabellados como para
que el propio Craso, su antiguo protector, los denunciara ante
Cicerón tras conocerlos. El cónsul consiguió del Senado el
senatusconsultum ultimum, que deba plenos poderes para
proteger al Estado romano: se ejecutó a todos los partidarios
conocidos de Catilina8,
y, aunque éste logró huir a Etruria, moriría más tarde a manos de
las tropas gubernamentales, en un enfrentamiento armado en Pistoya.
En el juicio contra los
cómplices de Catilina se había distinguido el cuestor Marco Porcio
Catón, un intransigente defensor del Senado, de intachable moralidad
estoica, que enseguida se ganó múltiples partidarios. “Su meta
principal y común era la regeneración del Estado, librándolo de
las agresiones producidas por la irresponsable política popular
y los ambiciones individualistas”9
1
Plutarco, Vida de César, I
2
Plutarco, Vida de César, I; Suetonio, Cayo Julio César,
I
3
Plutarco, Vida de César, I; Suetonio, Cayo Julio César,
I
4
Plutarco, Vida de César, V y VI; Suetonio, Cayo Julio
César, VI
5
Plutarco, Vida de César, V-VI; Suetonio, Cayo Julio
César, V, VI y IX
6
Plutarco, Vida de César, VII;
Suetonio, Cayo Julio César, XIII
7
Roldán, Historia de Roma, 228
8
“Si César le dio o no secretamente algún calor o poder (a los
conjurados) es algo que nunca se pudo averiguar”, Plutarco,
Vida de César, VIII
9
Kovaliov, Historia de Roma, 521
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*Fotografía 1: "Cicerón pronuncia su discurso contra Catilina", Cesare Maccari
*Fotografía 2: Busto de Marco Tulio Cicerón, copia de original romano por Bertel Thorvaldsen, en Copenhague
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