martes, 28 de julio de 2015

El primer triunvirato

Hacia finales del 62 Pompeyo regresó por fin a Roma tras finalizar sus campañas militares en Oriente -ver articulo anterior La era de Pompeyo Magno-; sus dos propósitos inmediatos: la ratificación de las medidas adoptadas en Oriente y las asignaciones de tierras a sus veteranos; pero el Senado se negó a ello, con el propósito de acabar con el predominio político y militar ejercido por Pompeyo en los últimos quince años. A éste no le quedó, por tanto, otra opción que recurrir a los populares, para lograr a través de la manipulación del pueblo y de las asambleas populares lo que el Senado le había negado. Por desgracia para él, los populares se agrupaban entonces alrededor de su enemigo Craso, que creía amenazada su posición política con el regreso del general. Para superar este nuevo bache, Pompeyo recurrió finalmente a César, que al parecer ya había ejercido como mediador entre los dos anteriormente -ver artículo anterior La conjuración de Catilina-, y quién, a finales del 60, pretendía presentarse al consulado, después de haber estado como propretor en Hispania1. Pero su carrera política, claramente popular y en oposición al Senado, le había generado la inmediata oposición de los optimates a su candidatura.
Así, por diversos motivos, tres políticos veían amenazadas sus respectivas ambiciones. Dos de ellos, Pompeyo y Craso, estaban enemistados, por lo que César volvió a ejercer de nuevo como mediador. Nació, así, el denominado “primer triunvirato”2. En sí mismo, el “triunvirato” era sólo una alianza, una amicitia entre tres personas, común en las prácticas políticas romanas de la época, como las que había unido a Mario, Saturnino y Glaucia en el 100 o a los propios Pompeyo y Craso en el 70; pero, en esta ocasión, la alianza resultó tan poderosa que entregó prácticamente el control de la República a sus tres miembros, gracias a los medios desiguales que éstos aportaron: Pompeyo, sus veteranos; Craso, su fortuna y su influencia en los grupos senatoriales y ecuestres; y César, aunque con menos partidarios, contaba con el poder que le otorgó el consulado3 cuando en el año 59 a.C logró ganar las elecciones junto con el optimate Marco Calpurnio Bíbulo, yerno de Catón.
César será el primer cónsul que use su magistratura para una amplia actitud legislativa, apoyada en las asambleas populares y en contra de la voluntad del Senado, llegando a presentar incluso ante los comicios los proyectos relativos a la política exterior y a la administración financiera, competencias tradicionales del Senado. Además de éstas cuestiones, César atendió de inmediato los compromisos adquiridos con sus dos aliados, logrando, por ejemplo, para Pompeyo la ratificación de sus medidas en Oriente y la concesión de tierras de cultivo a sus veteranos en Italia; y finalmente se preocupó de su propia promoción personal. Para aumentar su popularidad entre las masas, presentó un proyecto de ley por el que distribuía las tierras cultivables de Campania, una de las zonas más fértiles de toda Italia, entre las familias con más de tres hijos. Intentó fortalecer los lazos con Pompeyo entregándole como esposa a su hija Julia; y, por último, pretendió consolidar su posición y conseguir una enorme clientela militar, logrando, por medio del tribuno Vatinio, que las asambleas populares le concedieran un gobierno de cinco años en la Galia cisalpina y en el Ilírico -rompiendo la normativa silana (ver artículo anterior La dictadura de Sila)- con tres legiones, más la Galia Narbonense, asignada por el Senado con otra legión, después de que César exagerara el peligro que corría la provincia a manos de las tribus galas al norte de su frontera.
Finalizado su año de consulado César se dirigió a las Galias, que conquistaría sólo tras ocho años de guerra ininterrumpida plagada de continuas pacificaciones y de nuevas sublevaciones, siendo la más destacable la llevada a cabo bajo el liderazgo de Vercingétorix, entre los años 53 y 52. Solamente en el 51 a.C. se lograría someter completamente a las Galias bajo el dominio romano. Para entonces, el saqueo, las contribuciones de guerra y el botín habían enriquecido a César lo suficiente como para poseer una fortuna igual o superior a la de Craso, que habría de servir para aumentar su prestigio, su popularidad y su influencia. Pero, sobre todo, la guerra de las Galias le consiguió a César un ejército fiel y experto, una clientela extensa y una consideración similares a las de Pompeyo.
Pero antes de que César se marchara a la Galia, los “triunviros” consideraron necesario prevenir una posible reacción del Senado, que pusiera en peligro la reciente legislación. Y para ello utilizaron, de nuevo, a un tribuno de la plebe, en este caso a Publio Clodio4, quién, en el 58, promovió un proyecto de ley que condenaba a todo el que fuera culpable de la muerte de un ciudadano sin juicio previo. La ley, obviamente, llevó a Cicerón al exilio5; poco después, Catón también era alejado de Roma con un pretexto diplomático. Pero Clodio utilizó su magistratura, además, para crearse un poder personal e independiente de los “triunviros”, mediante la manipulación de la plebe urbana y la dirección de los collegia o sodalitates. Se trataba de bandas armadas, dirigidas por un cabecilla, que, bajo la máscara de asociaciones de carácter religioso, profesional o político, ofrecían sus servicios para controlar las reuniones políticas o provocar disturbios en las asambleas o en la calle, lo que refleja el deterioro de la política interior romana y la creciente importancia de las masas. Los collegia fueron prohibidos en el año 64, pero Clodio logró aprobar una ley para su restablecimiento, convirtiéndose, además, en el organizador de los mismos, a los que distribuyó armas y dotó de un sistema paramilitar.
Pompeyo fue el más perjudicado de aquella nueva situación: mientras su prestigio e influencia en el Senado disminuían como consecuencia del triunvirato y su alianza con los populares, Clodio, quizás instigado por Craso, deterioraba su imagen pública. Para defenderse de Clodio y poder restablecer su autoridad, Pompeyo recurrió de nuevo a un tribuno de la plebe, Tito Anio Milón, que se enfrentará a él formando sus propias bandas callejeras, no con la plebe urbana, como Clodio, si no reclutando a los veteranos de Pompeyo y contratando a escuelas de gladiadores enteras. Así mismo, hizo regresar del exilio a Cicerón, el cual, agradecido, actuó como mediador a partir de entonces entre Pompeyo y el Senado, y logró para él un poder proconsular, de cinco años, para dirigir el aprovisionamiento de trigo. Pero el cargo, obtenido a espaldas de César, enfrió la relación entre ambos; al mismo tiempo, Clodio, en un inesperado giro político, se unió a las filas de la factio optimate y se declaró dispuesto a invalidar la legislación de César, arrastrado tras él a Craso, cansado de su papel en la sombra.
Fue el propio César quién, otra vez, actuó como mediador, renovándose el “triunvirato” en el 56, en los denominados “acuerdos de Lucca”6, que dieron como resultado, en primer lugar, otro consulado para Pompeyo y Craso, el del año 55, al término del cual obtuvieron, gracias a una propuesta de ley de otro tribuno, mandos proconsulares de cinco años en Hispania y Siria en respectivamente, con la capacidad de reclutar tropas y declarar la paz o la guerra sin necesidad de consultar al Senado ni al pueblo; y en segundo lugar, para César se logró la renovación de su mando también por otros cinco años. Destaca, por tanto, la preocupación de los tres por tener un poder igual y común y gozar de un mismo poder militar, ya que ahora era un elemento indispensable en política. En total, los tres tenían bajo su control a unas veinte legiones y las provincias más importantes de Roma. Su poder y control sobre la República queda demostrado, por ejemplo, por su capacidad para manipular las elecciones del año 54 a.C. y colocar en el consulado a sus candidatos, Apio Claudio y Domicio Ahenobarbo.
Sin embargo, los acuerdos de Lucca no duraron mucho, debido al distanciamiento entre Pompeyo y César tras la muerte de Julia, la esposa del primero e hija del último, y al fallecimiento de Craso tras que emprendiera durante su mandato en Siria una inútil campaña contra los partos.
La ruptura de los acuerdos de Lucca y “el desmantelamiento de las bases tradicionales de gobierno, que los triunviros habían buscado sistemáticamente”7, produjeron un vacío de poder que condujo a la ciudad de Roma a la anarquía: muestra de ello es que, a comienzos del año 52, no había ni cónsules ni pretores, mientras que el Senado, falto de autoridad y sin un aparato de policía, no pudo impedir que las bandas callejeras, que apoyaban a los diferentes candidatos y factiones, sumieran a Roma en una atmósfera de violencia, terror y corrupción política8, que desembocó en el asesinato de Clodio a manos de la banda de Milón. El Senado se vio obligado finalmente a decretar, de nuevo, el estado de excepción (senatusconsultum ultimum) y se propuso a Pompeyo, en su calidad de procónsul, como cónsul único9, lo que es una muestra más de la anormalidad de la situación; así mismo, se le dieron poderes para reclutar tropas en Italia con el fin de que restableciera el orden. Por primera vez desde la guerra civil, tropas armadas ocuparon la ciudad: se aplastó la revuelta y se procesaron a todos los líderes callejeros, entre ellos Milón, que partió al exilio. El orden se restauró en un mes.
Pompeyo, además, promovió una amplia legislación en la que atendió, sobre todo, a frenar la causa de los desórdenes recientes, es decir, los métodos anticonstitucionales de lucha electoral, mediante la promulgación de leyes contra la corrupción y la violencia. También tomó medidas para atajar los motivos de la gran corrupción electoral: la carrera por las magistraturas y el enriquecimiento que su ejercicio posibilitaba. Entre otras cláusulas, establecía que el gobierno de una provincia sólo podía ser ejercido por ex cónsules y ex pretores durante los cinco años siguientes a la deposición del cargo. Esta cuestión perjudicaba claramente a César, pues el 1 de marzo del año 50 finalizaba su mando en las Galias y corría el peligro de ser destituido e, incluso, juzgado.
Para impedirlo César invirtió enormes sumas de dinero en corromper a varios senadores, y así logró que su mando fuera prorrogado durante nueve meses más. Pero, en enero del 49, el Senado decretó, finalmente, que César debía licenciar a todas sus tropas, o sería declarado enemigo público. Lo que estaba en juego para César no era el mando de la Galia, si no su propia supervivencia política; sabía que sus enemigos, encabezados por Catón, deseaban juzgarle por las ilegalidades cometidas antes, durante y después de su consulado en el año 5910, y lo más posible era que se le declarara culpable. El propio César llegó a reconocerlo cuando, tras la batalla de Farsalia, “entrando en el campamento de Pompeyo, y viendo los cadáveres allí tendidos (...), prorrumpió sollozando estas expresiones: ¡Ellos lo han querido!... Por que si yo, Cayo César, después de haber terminado gloriosamente las mayores guerras, hubiera licenciado a mi ejército, sin duda ellos me habrían condenado”11.
Ahora que no contaba con el apoyo y la protección de Pompeyo-que formaba parte de los optimates tras las decisiones tomadas en el 52-, a César sólo le quedaba ampararse en la inmunidad del cargo para escapar de los tribunales. Sin embargo, sí le desposeían de él, su único recurso sería la guerra, pero, para poder declararla, requería un pretexto que diera cierta apariencia de legalidad a su acción. Y lo obtuvo cuando dos tribunos de la plebe, Casio Longino y Marco Antonio, usaron su derecho a veto a la propuesta de declararle enemigo público, pues “Léntulo, usando su autoridad de cónsul, no lo permitió, si no que, llenando de improperios a Antonio y a Casio, los expulsó innoblemente del Senado, proporcionando a César el más plausible pretexto que pudiera desear”12: los optimates habían violado los derechos tribunicios, atentando así contra la libertad del pueblo, que César se disponía a defender. Por ello el 10 de enero del año 49 a.C. cruzó el río Rubicón, que desde la dictadura de Sila señalaba la frontera norte de Italia, e inició una nueva guerra civil.
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1 Plutarco, Vida de César, XI; Suetonio, Cayo Julio César, XIV
2 Plutarco, Vida de César, XIII; Suetonio, Cayo Julio César, XIX
3 Plutarco, Vida de César, XIV; Suetonio, Cayo Julio César, XIX
4 Plutarco, Vida de César, XIV; Suetonio, Cayo Julio César, XX
5 Al parecer, el motivo principal por el cual el “triunvirato” quiso expulsar a Cicerón tanto de Roma como de Italia fue su negativa a ser el cuarto miembro de la alianza, y, por tanto, su oposición al mismo. Cicerón, II Epístola a Ático, diciembre del año 60
6 Plutarco, Vida de César, XXI; Suetonio, Cayo Julio César, XXIV
7 Roldán, Historia de Roma, 243
8 “Se decidieron las votaciones no pocas veces con sangre y con cadáveres, profanando la tribuna y dejando en anarquía a la ciudad”, Plutarco, Vida de César, XXVIII
9 Suetonio, Cayo Julio César, XXVI
10 “Aseguraban otros que (César) temía que le obligaran a dar cuenta de lo que había hecho contra las leyes, contra los auspicios e intercesiones durante su primer consulado, porque Catón declaraba con juramentos que le citaría en justicia en cuanto licenciase al ejército. Se decía generalmente que si regresaba con condición privada se vería obligado tarde o temprano a defenderse ante los jueces” Suetonio, Cayo Julio César, XXX
11 Plutarco, Vida de César, XLVI

12 Plutarco, Vida de César, XXXI
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*Fotografía 1: Montaje con los principales retratos conocidos de los miembros del primer triunvirato; de izquierda a derecha, Marco Licinio Craso, Cneo Pompeyo Magno y Cayo Julio César
*Fotografía 2: Busto de Cayo Julio César en el Museo Arqueológico de Nápoles
*Fotografía 3: Denario emitido en el año 111-110 a.C. por un antepasado del tribuno de la plebe Publio Clodio Pulcher
*Fotografía 4: Muerte de Marco Licinio Craso a manos de los partos, quienes le obligaron a beber oro fundido como castigo a su avaricia. Grabado de Pierre Cousteau, 1555
*Fotografía 5: "César cruza el río Rubicón", por Emanuel Müller-Baden, 1904

5 comentarios:

  1. Excelente aporte a la siempre apasionante Historia de Roma.

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  2. Da que pensar el que toda la legislación generada por el pueblo mas político de la historia no consiguió evitar que su forma de gobierno degenerara en caos, y que del caos republicano emergiera una dinastía de sumos dictadores

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    1. Quizás debido a que la mayor parte de esa legislación iba dirigida a otorgar cada vez mayores poderes a un grupo cada vez reducido, por parte de un pueblo sometido a condiciones de vida difíciles y desesperado por ello de un salvador

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  3. La oligarquía patricia ejercía la labor propia de su condición: oprimir; al igual que el deber de todo preso es intentar la fuga. Mira cómo los patricios cedieron cuando la plebe amenazó con emanciparse y segregarse a la colina de enfrente. O cómo la plebe logró que las leyes —las doce tablas— con que los patricios les sojuzgaban se hicieran públicas, y no secretas como hasta entonces.
    El arte de oprimir es la batuta que dirige la historia de los grupos humanos, intercalando pequeños atisbos disonantes en que los oprimidos espabilan.

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