miércoles, 19 de agosto de 2015

El asesinato de Julio César

La oposición a César.
En un principio -tras finalizar la campaña de África y recibir César el cargo de dictador-, aunque los honores y cargos acordados para César lo elevaban muy por encima de la tradicional igualdad de la aristocracia romana, la limitación temporal de la dictadura a diez años, y de los poderes de censor a tres, podían dar la impresión de que el poder absoluto de César era un situación temporal que, tarde o temprano, habría conducido de nuevo a la restauración de la república, como en otro tiempo había ocurrido con Sila. Al fin y al cabo, Roma no tenía experiencias, tradiciones, o ejemplos de otro tipo, para una situación como la de César, salvo el modelo de Sila, de ahí que se esperara que el dictador recién designado se encargara de la restauración de la república y de su reorganización política, para después deponer su cargo, como ya hizo, antes que él, el dictador fallecido1.
La propia actitud de César, en principio, parecía dar la razón a esta esperanza: al aceptar los honores que el Senado acumulaba sobre su cabeza, “César aceptaba tácitamente la constitución”2; el propio dictador, además, parecía ratificar dicha esperanza al no contradecirla ni expresar de forma clara su intención de fundar un nuevo orden. De hecho, en el ámbito legislativo, como hemos visto, César se mantuvo dentro de la tradición, aunque esta actitud estuviera en clara contradicción con su paulatina acumulación de poderes y su progresiva construcción de una posición de poder sobre el Estado. Así, cuando César se vio forzado a abandonar Roma para dirigir la campaña de Hispania, contra los hijos de Pompeyo, los romanos debieron creer que eso se trataba sólo de un aplazamiento inevitable
Sin embargo, la esperanza de que César restaurara la República debió ir desvaneciéndose día a día a medida que el dictador, tras regresar de Hispania, lejos de restaurar las instituciones tradicionales y darlas nueva vida, las utilizaba y modificaba a voluntad, lo que suponía un claro desprecio al orden tradicional; otra evidencia de ello era la gestión estatal del dictador, que, ignorando a las asambleas, al Senado y a las magistraturas, se apoyaba en sus partidarios más cercanos para gobernar. La última esperanza que podía quedarles a los partidarios de la República debió desvanecerse el día en que César decidió aceptar, como consecuencia de que un decreto senatorial, la dictadura vitalicia
La última esperanza que podían tener los partidarios de la República de que el gobierno anómalo de César fuera provisional, debió desaparecer así en febrero del 44, pues la decisión no significaba otra cosa que el último paso, de hecho, hacía la autocracia, con un título que a duras penas podía ocultar su calidad de monarca Cuando, más tarde, César anunció que partiría pronto para la guerra contra el imperio parto, y designó a las personas que ocuparían los cargos políticos en los próximos años, ya que estaría ausente de Roma durante mucho tiempo, ya nadie debió hacerse ilusiones de que César tuviera la intención de retirarse del poder, como Sila, y restaurar la vieja y difunta República.
Por otro lado, la política de conciliación llevada a cabo por César, su intento de atraerse el apoyo de todos los sectores de la sociedad y finalizar las luchas internas, fracasó y se volvió en su contra, por que no se puede contentar a todo el mundo demasiado tiempo Su anterior adhesión al factio popular y las innovaciones constitucionales, que restringían el poder de la nobleza para incrementar el poder de César, introducidas por éste tras vencer a los hijos de Pompeyo, sólo podían lograrle el rechazo de la clase dirigente. En cuanto a la plebe, el hecho de que se volviera hacia los poderosos y la crisis económica de esta 5ª década de siglo3-cuya culpa era, obviamente, atribuida al dictador-tuvieron que suponer a César la pérdida de simpatías también entre ésta, y, por lo tanto, la reducción de esa base social en la que siempre se apoyó. Asimismo, no debió ser menor el descontento del orden ecuestre: a la crisis económica ya mencionada, se añadían una serie de medidas adoptadas por César -como la obligación de contratar al menos a un tercio de trabajadores libres para los latifundios o las relativas a las deudas-que afectaban claramente a sus negocios. Tampoco debemos ignorar a los enemigos de César que el dictador había perdonado, como Casio o Bruto, pero que en muchos casos no debieron estar dispuestos a olvidar. Toda esta oposición a César seguramente creció, a su vez, aún más, como rechazo a la aspiración monárquica que el dictador mostraba y a las medidas anticonstitucionales de éste, como, por ejemplo, la deposición de los tribunos4 o la manipulación de las elecciones.
Pero lo más grave fue, sin duda, el alejamiento de César de sus propios partidarios y el rechazo final de éstos a su monarquía, en cuya instauración habían colaborado, como manifiesta el hecho de que algunos de ellos, como Décimo Bruto o Cayo Trebonio, participasen en la conspiración que acabó con su vida, o que Antonio, tras el asesinato de César, aprobara un decreto por el que se eliminaba para siempre la dictadura del cuadro constitucional romano5. Esta tendencia final “anti-monárquica” de los partidarios de César y su oposición al mismo, tras sus primeros años como fieles seguidores del dictador, queda reflejada más ampliamente en la carta que Asinio Polión envía a Cicerón un año después de la muerte de César, exactamente el día 16 de marzo del 43 a.C.6:

“Por César -dice Asinio Polión intentando justificar su actitud durante la vida del dictador- he sentido afecto y ha mantenido hacía él respeto y lealtad. Y lo he hecho porque él, en la cumbre del éxito, me ha tratado a mí, al que apenas conocía, como un amigo. (...) Que una conducta tal me haya ocasionado el odio por parte de algunos, ha sido para mí muy instructivo: me ha enseñado lo bella y dulce que es la libertad y lo infeliz que es, en cambio, la vida bajo la dominación. Por lo tanto, si la cuestión que está ahora sobre la mesa es la de entregar el poder en las manos de uno, cualquiera que éste sea, yo ya desde ahora me declaro su enemigo, y no hay peligro que no afronte por la libertad”

Todo eso “revela que la visión del mundo (de los partidarios de César) estaba fuertemente enraizada en una posición determinada, aunque ellos mismos no fuesen conscientes de esto”7. Así, siguiendo la línea tradicional, había apoyado a su benefactor, César, y habían recibido a cambio las recompensas ganadas con tal apoyo; pero, una vez convertidos en pretores, o en cónsules, gracias al patrocinio de César, debieron comprobar que las posibilidades de hacer carrera política, normalmente unidas a los cargos, se había reducido enormemente, y fue seguramente entonces cuando comenzaron a añorar las libertades del sistema republicano, que mientras estaban en los peldaños más bajos les habían importado muy poco El propio Asinio, que así habla a favor de la libertad, omite intencionadamente que él no tuvo reparos de beneficiarse el año anterior de su designación por César como gobernador de Hispania8, sacando, de esta forma, provecho de vivir “bajo la dominación”.
Quizás sus propios partidarios dejaron de entender a César, no comprendían hasta donde pretendía llegar después de la dictador, y, seguramente, ciertas medidas de éste debieron de molestarles, como por ejemplo, que tras perdonarlos, promocionara en sus carreras política a sus antiguos adversarios, como Marco Bruto, frente a ellos, que habían estado con él desde el primer momento. De cualquier modo, “es difícil penetrar en los meandros de la psicología gregaria que gira en torno a un líder, que galvaniza en torno a su propia persona devoción, admiración, envidia y resentimiento. Esos factores pesan mucho en las decisiones de sus adeptos junto a otros muchos: la rebelión autoritaria de César, la infinita guerra civil, la atracción que ejercen los grupos de poder en vida y también la rivalidad en el ámbito del entorno del dictador, soberano repartidor de ascensos y retrocesos a los componentes de esa elite que se había constituido y ampliado desmesuradamente en torno al vencedor”9.
En conclusión la política conciliadora de César, conservadora a la vez que popular, llevó al dictador posiblemente a la incomprensión y a la perplejidad incluso de sus propios partidarios, y, finalmente, al aislamiento y la pérdida de apoyos.


La conspiración contra el dictador.

Sin embargo, sólo un grupo muy pequeño se planteó, seriamente, la posibilidad de asesinar a César: Sesenta senadores-60 de 900-encabezados por Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino10, de los que únicamente se saben 18 nombres11. ¿La causa? “Es mejor una monarquía ilegal que una guerra civil”12. Es bastante significativo que fuera Favonio -un “admirador de Catón”, que, más tarde, moriría en la batalla de Filipos luchando a favor de los cesaricidas-el que diera esta respuesta a Bruto cuando éste intentó convencerle para que participara junto a él en la conspiración contra César.
Para entender la respuesta de Favonio a Bruto y el porqué sólo una minoría se planteó asesinar a su dictador, cuando en el apartado anterior ha quedado constatado la gran oposición a éste, debemos de tener en cuenta que la guerra civil, finalizada apenas unos meses antes del asesinato, había afectado profundamente a la vida de los romanos: ciudadanos muertos en el conflicto, que, en algunos casos, dejaron, tras de sí, una familia que, sin su pater familias, no tendrían ningún medio de subsistencia; ciudades arrasadas; cosechas destruidas, sin cultivar o sin cosechar en varias regiones, lo que generó hambruna y afectó a la economía; clientes cuyos patronos habían fallecido combatiendo, lo que, sin duda, perturbó gravemente su economía particular; desempleo; desarticulación del comercio; crisis económica y demográfica-todo lo cual afectó a los negocios de los senadores y de los caballeros; los miles de veteranos de César, que, en la espera de que se les asignasen tierras, carecían de medios de vida; los veteranos de Pompeyo, y de otros ejércitos que habían combatido contra el dictador, cuyo destino era mucho más incierto que el de todos los veteranos de César…
Pero cuando Favonio hablaba de esta forma, seguramente no pensaba sólo en el conflicto que había finalizado recientemente, si no que, al igual que Cicerón en su Pro Marcello13, temía que se desataran nuevas luchas por el poder-conduciendo inevitablemente a otra guerra civil-si el dictador moría o se retiraba antes de tiempo. En este contexto, es lógico pensar que la mayoría de los romanos, aunque fuesen contrarios a la dictadura de César, como Favonio o Cicerón, debieron concebir ésta como un “mal menor”, la forma de obtener “alivio y descanso después de todos los males de la guerra civil”14. Por otro lado, es importante tener en cuenta que la pérdida de libertad y poder a favor de César sólo afectó, en realidad, a una clase dirigente muy pequeña, aunque bastante “ruidosa”, que fue la que se planteó asesinar al dictador, seguramente por este motivo.
Con todo, no era la primera vez que se conspiraba contra la vida de César. Se conocen al menos tres intentos, sin contar con el del 44, de matar a César El primero, sólo mencionado por Suetonio, fue el de Filemón, “esclavo y secretario suyo, que prometió a sus enemigos envenenarle”15, por lo que se le condenó a muerte. El segundo fue curiosamente protagonizado por el propio Casio: lo conocemos a través de Cicerón16, amigo íntimo de éste y con el que solía intercambiar correspondencia, por lo que no podemos dudar de la veracidad de sus palabras; al parecer, el verdadero motivo por el que Casio abandonó a Pompeyo en el 47 y, presentándose en Cilicia ante el dictador, se convirtió en su legado17, fue para atentar contra la vida de éste, pero el atentado fracasó por casualidad: César debía atracar en una de las orillas del río Cidno, y, en cambio, inesperadamente, atracó en la orilla opuesto. Todo el episodio sin embargo permanece bastante oscuro: Cicerón no nos explica porqué Casio no volvió a intentar matar a César hasta tres años después, sirviéndole lealmente durante este período, ni si el dictador llegó a conocer o no las verdaderas intenciones de Casio en Cilicia, o si Pompeyo conocía, estaba implicado o había instigado el intento de asesinato.
En el tercer intento, que conocemos principalmente por Plutarco, estuvieron implicados Trebonio y el propio Marco Antonio18. Tuvo lugar aproximadamente en el 45, en la Galia Narbonense, partiendo el primer impulso de Trebonio, quién intentó convencer sin éxito a Antonio para que participara. El episodio, sin embargo, no parece tratarse de una conspiración propiamente dicha, sino solamente de un proyecto, fruto de una disidencia dentro del bando cesariano, pues, al parecer, Trebonio no llegó a atentar entonces contra César. Con todo, este “tercer intento” se ha considerado por varios autores como una prueba más de que Antonio pudo estar implicado en el asesinato del 44, junto con ciertos hechos o actitudes de éste, como, por ejemplo, el hecho de que no denunciara nunca aquel intento a César, o que fuera el propio Trebonio quién le entretuviera en la antesala del senado el día en que se asesinó a César19. Ahora bien, Plutarco deja claro que, aunque los conspiradores pensaron en incluirle en el asesinato, finalmente descartaron la idea. ¿Por qué? Seguramente porque Antonio, pese a que parece que en el 45 pensó en atentar contra César20, en el 44 se hubiera negado, ya que la situación de Antonio para con César era diferente; en el 45, Antonio tenía motivos, si bien personales, para estar enemistado con el dictador, e incluso, para poder pensar en atentar contra él: César le había retirado su favor21, deponiéndole de su cargo de magister equitum, que entregó a Lépido, y alejándole de las campañas de África e Hispania, debido al mal gobierno de Antonio en Italia22-que César le encargara mientras se encontraba en Alejandría- el cual llevó a la revuelta de Dolabella23, que Antonio reprimió demasiado brutalmente. Sin embargo, en el 44, Antonio había recobrado el favor del dictador, pues éste le nombró cónsul, junto a él, de aquel año, aunque Lépido siguió siendo el magister equitum.
Ahora bien, si Antonio se movió por motivos personales a la hora de decidir su participación en un atentado contra César, no están tan claras las motivaciones de las demás personas que lo intentaron. Con respecto a los implicados en el asesinato del 44, hace unos años había autores que consideraban que “los asesinos de César esperaban resucitar lo que se llamaba el partido pompeyano”24. Nada más lejos de la realidad: en primer lugar, porque la conspiración del 44 no estuvo formada solamente por antiguos pompeyanos, como Bruto y Casio, sino también por ex cesarianos, como Cayo Trebonio o Décimo Bruto; y en segundo lugar, porque entre Sexto, el hijo superviviente de Pompeyo,-alzado en armas contra César tres años después de la muerte de su padre y no derrotado hasta Octaviano- y los cesaricidas no se constituyó ningún frente común: del 43 en adelante, los cesarianos librarán las dos guerras por separado. El propio Casio manifestaba todo su odio y desprecio por Sexto Pompeyo en algunas de las cartas que, aún después de la muerte de César, continuaba escribiendo a Cicerón25.
A parte de esta teoría sobre su posible intención de resucitar el partido pompeyano, existen también otras explicaciones sobre los motivos que debieron guiar a los conspiradores, dependiendo de cual sea la opinión de los investigadores respecto a los propósitos políticos de César: así, el que cree que el dictador aspiraba a la monarquía, valorará su muerte con acto de liberación llevado a cabo por los verdaderos republicanos patrióticos, como, por ejemplo, Suetonio26; en cambio, los que rechazan esta aspiración monárquica verán en la justificación de la libertad sólo un pretexto para ocultar motivos más personales que políticos, como todos aquellos autores influidos por la propaganda augusta; por última, algunos autores, como Roldán, reconocen que parte de ellos tuvieron motivos idealistas.
Personalmente, considero que estas tres últimas hipótesis tienen una parte de verdad; al fin y al cabo la conspiración que acabó con la vida de César estaba compuesta por grupos muy heterogéneos con intereses contrapuestos que hasta hacía unos meses -ya fuese como antiguos pompeyanos o antiguos cesarianos-habían combatido entre sí. Seguramente, no sólo fuesen ex partidarios de Pompeyo o de César, sino que, también, algunos se inclinasen por la ideología de la factio optimate, más propia de los pompeyanos, y otros fueran populares, como la mayoría de los partidarios de César, por lo que sus objetivos debieron ser distintos, y por lo tanto también sus motivaciones. De ahí que discutieran constantemente por asuntos tan insignificantes27 como, por ejemplo, donde matar a César Otra prueba de esto es que una vez logrado el objetivo común, es decir, asesinar al dictador, los conspiradores se dispersaron e, incluso, se volvieron unos contra otros, de ahí que Casio, por ejemplo-cuando todavía estaba vigente la paz entre cesarianos y cesaricidas-luche contra las tropas pompeyanas de Cecilio, otro de los asesinos de César, amotinadas en Siria en marzo del año 43 a.C.28
Los elementos aglutinantes de estos grupos heterogéneos existentes dentro de la conspiración del 44 fueron posiblemente, en primer lugar un objetivo común-asesinar a César-y en segundo lugar Marco Junio Bruto, reclutado por Casio29 posiblemente para que valiera de figura simbólica “que diera valor a la empresa y la hiciera parecer justa con solo el hecho de concurrir en ella”30-ya que se consideraba que Bruto descendía de ese otro Bruto que expulsó a los últimos reyes31-y porque su posición neutral permitía agrupar en torno a él diferentes tendencias políticas y objetivos dispares, pues era sobrino de Catón32, había luchado junto a Pompeyo33 y era uno de los predilectos de César; de hecho, Plutarco nos dice que “fue la reputación de Bruto lo que atrajo a los más” y su capacidad de agrupar en torno a personas de diferentes tendencias políticas y objetivos dispares queda demostrada en el hecho de que fuese capaz de convencer a un cesariano como Décimo Bruto34 y a un pompeyano como Ligario35 de que participasen en la conspiración que acabó con la vida de César en los idus de marzo.

Los Idus de Marzo del año 44 a.C.36

El 15 de marzo del 44 a.C, dos meses después de que fuera declarado dictador vitalicio y cuatro días antes de que partiera para iniciar la campaña contra los partos37, César acudió a la sesión del Senado, convocada en la sala de reuniones adyacente al teatro de Pompeyo, a pesar de los rumores sobre una complot contra su vida, en contra de las advertencias de sus allegados, e ignorando todos los malos presagios Hacia el mediodía entró en la sala y ocupó su asiento honorífico mientras Marco Antonio, colega de César en el consulado de este año, era entretenido en la antesala por Trebonio, uno de los conspiradores. El resto, encabezados por Bruto y Casio, rodearon a César antes de que comenzara la sesión con el pretexto de pedirle algo, y, a una señal, parte de ellos hundieron en su cuerpo las dagas que habían ocultado bajo las togas mientras el resto se aseguraba de que nadie interviniera en ayuda del dictador. César, herido por 23 puñaladas38, cayó muerto a los pies de la estatua de Pompeyo39.

El fracaso de los conspiradores y las consecuencias de su acto.

Los conspiradores, al parecer, no habían planeado lo que debía ocurrir después del asesinato, entre otras razones porque entre la clase dirigente romana seguía habiendo un amplio consenso en contra de la monarquía y a favor de la república, como demuestra la gran oposición contra César suscitada por sus aspiraciones a la corona y las modificaciones del sistema tradicional de gobierno a favor del poder único del dictador. Seguramente por ello, los asesinos dieron por hecho el apoyo activo de los senadores una vez muerto el dictador para abolir los actos de éste y restaurar su República. Incluso después de que los senadores no los apoyaran inmediatamente tras la muerte de César, los asesinos “estaban convencidos de que el Senado cooperaría con ellos en todo”40.
Asimismo, debieron creer que contarían con el respaldo de los ciudadanos de Roma; suposición que nos revela la percepción falseada y equivocada que los asesinos tenían de la realidad, y que no es el único caso: al día siguiente del asesinato, por ejemplo, intentaron garantizarse el apoyo de todos los habitantes de Roma sobornando a algunos de ellos, ya que “confiaban que, si algunos comenzaban a alabar el hecho, también se les unirían los demás a causa de su amor a la libertad y a la añoranza de la República”; Apiano se sorprende de la ingenuidad de los asesinos: “No comprendieron -nos dice-que esperaban dos cosas incompatibles, a saber, que el pueblo actual fuera a la vez gran amante de la libertad, y, de forma bastante ventajosa para ellos, también sobornable”41
Sin embargo, no debe sorprendernos esa falsa percepción de la realidad de los asesinos de César, ya que es “típica de la tendencia a generalizar el propio punto de vista que imperaba en la aristocracia dirigente romana”42; así, a partir de ocasionales manifestaciones de rechazo a algunos actos de César por parte del pueblo, los conspiradores debieron deducir, sin más, un rechazo global a su gobierno y que por lo tanto a parte de unos escasos “cesarianos empedernidos”, todos debían creer, como ellos, que el régimen de César era una auténtica tiranía con la que era necesario acabar cuanto antes.
Quizás por todo de ello, porque creyeron que contarían con el apoyo y la ayuda de los senadores y del pueblo de Roma en sus propósitos, los asesinos debieron considerar que solamente precisaban la fuerza de la palabra “libertad” y el acto decisivo del “tiranicidio” para conseguir abolir los actos del dictador y restaurar la vieja y moribunda República. Pero se equivocaron.
Cuando Bruto, una vez cometido el asesinato, intentó dirigirse a los senadores43, que, paralizados por el terror, habían observado el crimen, éstos en vez de escucharle huyeron precipitadamente; al fin y al cabo, la mayoría de ellos-como ya hemos visto-debían se cargo a César, y ninguno podía saber si, como Sila hizo con Mario y sus seguidores, los asesinos, tras eliminar al jefe de su factio, no irían también contra sus partidarios Este hecho supuso ya, apenas unos minutos después de muerto César, el primer fracaso de los conspiradores. Mayor error fue marcharse de la Curia de Pompeyo dejando el cadáver del dictador abandonado en el suelo y renunciando, por tanto, a su propósito de anularlo, arrojándolo al río Tíber44, pues la “revancha” de los cesarianos tuvo lugar a partir del uso emotivo y político de ese cadáver en sus funerales cinco días después; Plutarco reconoce que “permitiendo que las exequias se celebraran del modo requerido, Bruto hizo que se derrumbara todo”45.
Sin embargo, durante un tiempo brevísimo, los asesinos tuvieron la situación en su mano, como nos demuestra la reacción de pánico de Antonio, que se disfraza de esclavo y huye de la capital46. Pero en vez de ocuparse del cadáver como tenían planeado o de proceder con un oportuno golpe de Estado, que cancelase los actos de César y restableciera la República tal y cómo era antes de la dictadura, a los conspiradores no se les ocurrió nada mejor que subir al monte Capitolio47, agitando sus puñales, e invitando a “gozar de la libertad” a unos ciudadanos imaginarios, ya que al enterarse del asesinato, los artesanos y comerciantes habían cerrado sus establecimientos, y personas de todos los estratos sociales se atrincheraron en sus casas y se prepararon para defenderse a mano armada, pues ninguno de ellos sabía que iba a ocurrir ahora que el dictador había muerto. Las siguientes horas, decisivas, las malgastaron los asesinos intentando decidir qué hacer ahora, que, evidentemente, el pueblo y el Senado no los apoyaba, y hablando a los ciudadanos en el Foro de “libertad”; así perdieron todas las ventajas de su acción sorpresa y del miedo y desconcierto de sus adversarios.
Con todo, aunque las hubieran aprovechado, la vuelta pura y simple a la República era imposible, entre otras razones por las nuevas condiciones sociales y económicas del mundo romano. Quedaban todavía en pie poderosos amigos de César, como Lépido o Antonio, herederos de toda la política de César que podían echar por tierra la acción llevada a cabo por los libertadores-nombre que se daban a sí mismos los asesinos del dictador-. Quedaban también grandes intereses creados en mantener la situación vigente: muestra de esto fue la decisión de los senadores de no abolir los actos de César en la primera sesión del Senado48 celebrada tras su asesinato, no sólo con la esperanza de poder aplacar a los ciudadanos furiosos-a quién beneficiaban muchas de las disposiciones del dictador-, así como al ejército intranquilo-temeroso de ver invalidados sus repartos de tierras y las modestas recompensas de César-, sino también porque, cómo les hizo ver Antonio, si abolían las decisiones tomadas por el dictador, quedarían también derogados los nombramientos hechos por éste para ocupar, en los años siguiente, cargos políticos, militares y religiosos, y que habían recaído en muchos de los senadores que, hasta hacía unos minutos, pedían con insistencia declarar tirano a César.
De todas formas, apenas hacía falta convencerles de nada, ya que el poder ejecutivo continuaba en manos del partido cesariano, con Marco Antonio a la cabeza en su calidad de cónsul único-debido a la muerte del otro cónsul, César-, y un Senado compuesto en su mayor parte por hombres de César. Asimismo, también se les escapó a los asesinos la cuestión de cómo iban a neutralizar a las legiones del dictador y a los veteranos del mismo, mucho de los cuales estaban presentes en Roma aquel día49; quizás asumieron que un ejército en ausencia de su comandante en jefe sería incapaz de rebelarse; no contaron, por tanto, con Lépido, magister equitum del dictador, que aquel mismo día, tras saber lo ocurrido, ocupó con sus tropas el Campo de Marte50 y, después, el propio Foro. Esas grandes faltas de previsión por parte de los asesinos y los decepcionantes que fueron los resultados políticos de su acción, llevó a Cicerón a etiquetarlos como hombres con “corazón de león y cerebro de niños”51
Finalmente, se llegó a un acuerdo de compromiso en la primera sesión del Senado tras la muerte de César, el 17 de marzo Con el miedo a otra guerra civil siempre presente, se intentó contentar a todas las partes, concediéndoles la amnistía a los asesinos y aboliendo la dictadura para siempre, aunque manteniendo las reformas de César y dándole un funeral de Estado, en vez de deshonrar su cuerpo.
Pero la paz así alcanzada entre cesaricidas y cesarianos era muy precario. En el día de los funerales de César, el 20 de marzo52, se vio claro que el pensamiento del dictador le sobreviviría, y que apenas habría cabida en Roma a aquellos que no lo compartieran: los veteranos dispersos por toda Italia le permanecían fieles; Antonio y Lépido, y después Octavio, quedaban como sus herederos políticos; una ley permitió a los cónsules publicar los proyectos de César dándoles fuerza ejecutiva53; y el culto al dictador54 nacía espontáneamente junto a su pira funeraria; así mismo, la plebe, aunque descontenta con las medidas antidemocráticas y monárquicas de César-como ya vimos-, no dudó, tras un primer momento de inseguridad y desconcierto, en unirse a los partidarios de César, seguramente porque la posibilidad de que se restaurase la vieja República oligárquica-donde los patricios acaparaban todos los beneficios de la dominación mediterránea de Roma-y se aboliesen las disposiciones del dictador -algunas de las cuales suponían considerables ventajas para ellos-no debía agradarla. Fue ella, junto a los veteranos del dictador, la que protagonizó los asaltos y ataques contra parte de las propiedades de los asesinos de César y contra ellos mismos en los días posteriores al asesinato55.
Por todo ello, la permanencia de los conspiradores en Roma y de sus escasos partidarios resultó ya imposible en abril, y uno detrás de otro se marcharon de la capital56. Desde sus exilios, Bruto, Casio y todos los demás intentaron imponer por la fuerza de las armas lo que no habían logrado mediante el diálogo y el asesinato de César, es decir, la restauración de la vieja República aristocrática. Así, se dio una extraña paradoja: los cesaricidas se convirtieron en lo mismo que los cesarianos, porque los dos grupos estaban compuestos por aristócratas ambiciosos de poder que hacían un caso omiso a las normas jurídicas de la República, si bien con intereses y objetivos diferentes. Lo que los senadores tanto habían temido, se produjo: una nueva guerra civil57; y, aunque los asesinos del dictador fueron vencidos, y todos murieron “unos en naufragios, otros en combate, y algunos clavándose el mismo puñal con el que hirieron a César”58, no por esto finalizaron los enfrentamientos, que, ahora, se dieron entre los propios cesarianos. En total, trece años de larga guerra civil, de lucha por detentar el poder único, que sólo finalizaron con la victoria del primer emperador y la muerte de la República.
Durante esos trece años, el proceso de transformación del Estado romano, iniciado con las reformas de los hermanos Graco, quedó en suspenso. La mala situación de los ciudadanos de Roma y de todo su Imperio, agravadas por el conflicto anterior y que César había intentado solucionar, empeoró con la nueva guerra civil, y, durante estos trece años, fue ignorada Empeoraron, asimismo, los conflictos que César dejó sin concluir: en Hispania Sexto, el único hijo superviviente de Pompeyo, continuaba la lucha de su hermano Cneo; y en Siria se amotinaron las legiones y Mitrídates Pergameneo, al que César entregó el reino del Ponto a la muerte de Farnaces, fue asesinado, con lo que entró en crisis el gobierno romano en la zona. Se desarrollaron al mismo tiempo “largos procesos de adaptación y de renuncia”59, posibilitados en parte gracias a la guerra, ya que a medida que el conflicto continuaba, y la situación política, económica y social iba empeorando a causa de ello, los habitantes del Imperio debieron ver en la monarquía la protección de sus intereses. Quizás el gran error de César fue este, plantear el poder de uno antes de que la situación estuviera lo suficientemente madura como para poder aceptarla; sin embargo, César quedaría como punto de referencia durante todo el Imperio.
A la fórmula de César, fracasada, de la dictadura vitalicia como solución a la crisis de la República, el partido cesariano propuso otra, tras de la crisis de los años 44 y 43, consecuencia del asesinato de César: el “triunvirato constituyente”60 como magistratura permanente, detentado por Octavio, Lépido y Antonio. También esta nueva invención constitucional, que duró un decenio, fracasó debido a los enfrentamientos entre sus tres miembros La gran ocurrencia de Octaviano fue entonces de restaurar la República, aunque anclando sabiamente su poder personal, como Princeps, o primer ciudadano, dentro de la pretendida restauración, que, en realidad, era la desaparición de hecho de la República, como culminación del proceso de transformación del Estado iniciado por los hermanos Graco.
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NOTAS:
1 “Bajo el influjo de estas medidas (las de César) el pueblo concibió la esperanza de que también él les devolviera la República, igual que había hecho Sila cuando aceptó un poder similar al suyo”. Apiano, Guerra Civil, volumen II
2 Roldán, La República romana, 626
3 Kovaliov, Historia de Roma, 518-519
4 “El hecho de que César no aguardara ni siquiera a la expiación del cargo, despertó en el pueblo una pronta cólera”. Apiano, Guerra Civil, volumen I
5 “Dejo sin comentar muchas otras disposiciones excelentes suyas -había dicho Cicerón el día 2 de septiembre del 44 a.C., frente al Senado-, mis palabras tienen prisa por llegar a su acto más relevante: ha eliminado de raiz de la normativa romana la dictadura, que ya había asumido de hecho la fuerza de un poder monárquico”. Cicerón, Filípicas, I, 3. Fue mediante la Lex Antonia de dictatura tollenda
6 Cicerón, X Epístola a los familiares, de Asinio a Cicerón
7 Martin Jehne, Julio César, 96
8 Dión Casio, Historia romana, XLV, 10
9 Luciano Canfora, Julio César, un dictador democrático, 291
10 “Los líderes de la conspiración fueron esencialmente dos hombres, Marco Bruto, de sobrenombre Cepión (…) y Cayo Casio”, Apiano, Guerra Civil, volumen II. Por su parte, Suetonio, Cayo Julio César, LXXX, es el único que menciona que “el número de conspiradores se elevaba a más de sesenta”, así como el único que cita a tres “jefes de la conspiración”: “Cayo Casio, y Marco y Décimo Bruto”. Que Suetonio considere a Décimo Bruto como el tercer “jefe” es lógico si tenemos en cuenta el papel que éste jugó en la conspiración: fue el encargado de conducir a César al Senado el día del asesinato (Suetonio, Cayo Julio César, LXXXI) y el encargado de proporcionar una guardia armada de gladiadores a los asesinos en los días posteriores a los idus de marzo (Plutarco, Vida de Bruto, XII)
11 Marco Junio Bruto, Cayo Casio Longino, Décimo Bruto Albino, Quinto Ligario, Sextio Nasón, Cecilio, Bucoliano, Rubirio Rega, Marco Espurio, Servilio Galba, Poncio Aquila, Cayo Trebonio, Tulio Cimber, Minucio Basilo, los hermanos Casca, Labeón y Popilio Lena
12 Plutarco, Vida de Bruto, XII
13 (Cicerón a César): “¿Quién puede ser tan inexperto, y, en particular, tan inexperto en política, tan despreocupado por la propia y la común salvación, que no entienda que tu salvación, en el hecho de que tú vivas, se encierra y esta comprendida también su salvación, y que de tu vida depende la de todos?” Cicerón, Pro Marcello, 23. “La única condución para nuestra salvación es tu salvación, tu incolumidad”, Cicerón, Pro Marcello, 32
14 “Cediendo ya a la fortuna de este hombre (César) y recibiendo el freno, como tuviesen el mando de uno solo por alivio y descanso de los males de la guerra civil, le declararon dictador por toda su vida, lo que era una no encubierta tiranía”, Plutarco, Vida de César, LVIII
15 Suetonio, Cayo Julio César, LXXIV
16 Cicerón, Filípicas, II, 26
17 Cicerón, VI Espístola a los familiares, Casio a Cicerón
18 Plutarco, Vida de Antonio, XIII
19 Apiano, Guerra Civil, volumen II
20 Plutarco, Vida de Antonio, XIII
21 Plutarco, Vida de Antonio, VIII
22 Plutarco, Vida de Antonio, IX
23 Plutarco, Vida de Antonio, X
24 Plutarco, Vida de Antonio, XI
25 Piganiol, Historia de Roma, 203
26 Cicerón, IX Epístola a los familiares, Casio a Cicerón
27 Destaca la opinión contenida en Suetonio, Cayo Julio César, LXXVI: “Se imputan a César otras acciones y palabras que demuestran que abusó del poder y que por este motivo, con todo derecho, fue asesinado”
28 “Los asesinos no se reunían nunca abiertamente para tomar decisiones, sino que a escondidas unos pocos, ahora en casa de uno, ahora de otro. Y en estos encuentros, se proponían mil proyectos y se discutían. Algunos proponían atacarlo primero mientras recorría la vía sacra -pasaba por allí a menudo-. Otros, con ocasión de los comicios electorales que debía presidir en una explanada situada delante de la ciudad: para llegar allí tenía que atravesar un puente. En este caso, echando a suertes lo que les tocaría hacer, unos tenían que tirarlo del puente abajo; otros se le echarían encima después para así matarlo. Otros en cambio proponían atacarlo cuando se celebrasen las luchas de los gladiadores -que eran inminentes-, dado que, a causa de la competición, la vista de las armas preparadas para aquella empresa no llamarían la atención. Otros proponían atacarlo un día a la entrada del teatro. La mayoría aconsejaba matarlo en una sesión del Senado”, Nicolás de Damasco, Vida de Augusto, 23, 81
29 Cicerón, XII Epístola a los familiares, Casio a Cicerón
30 Plutarco, Vida de Bruto, X
31 Plutarco, Vida de Bruto, X
32 Plutarco, Vida de Bruto, I
33 Plutarco, Vida de Bruto, II
34 Plutarco, Vida de Bruto, IV
35 Plutarco, Vida de Bruto, XII
36 “Habiéndola hablado primero Casio a Labeón (a Décimo Bruto), nada les respondió, pero yendo él enseguida a buscar a Bruto, enterado de que éste estaba al frente de la empresa, se ofreció por fin a concurrir en ella con la más pronta voluntad”, Plutarco, Vida de Bruto, XII
37 Quinto Ligario se le consideraba todavía “pompeyano” y por la amistad que aún manifestaba hacia el difunto Pompeyo había sido denunciado ante César y absuelto, gracias, en parte, a la intervención de Cicerón. La escena que presenta Plutarco, Vida de Bruto, XI es de su acostumbrado patetismo: Ligario, enfermo, al ser regañado afectuosamente por Bruto, diciéndole “¡Oh, Ligario, en este momento precisamente tenías que enfermar!”, intuye el verdadero significado de estas palabras, se levanta inmediatamente de la cama y aferrándole la mano derecha le responde: “Pero si tú, Bruto, estás meditando algo digno de ti, ¡entonces estoy sano!”
38 El asesinato es descrito en Plutarco, Vida de Bruto, XIV-XVII; Plutarco, Vida de César, LXIII-LXV; Apiano, Guerra Civil, volumen II; Suetonio, Cayo Julio César, LXXXI-LXXXII
39 Parece que fue la inminente partida de César para luchar contra los partos, la que provocó que la fecha del asesinato fuera fijada el día 15 de marzo, la última sesión del Senado antes del inicio de la campaña, pues asesinar a César lejos de Roma y rodeado de soldados hubiera sido imposible
40 Sólo Nicolás de Damasco, Vida de César, 24, cita 35 puñaladas
41 Los conspiradores se vieron favorecidos a la hora de cometer el asesinato por el hecho de que, pocos días antes, César hubiera decidido prescindir de su escolata armada (Apiano, Guerra Civil, volumen II). Esa decisión de César genera tal polémica entre sus estudiosos que Luciano Canfora, por ejemplo, dedica todo un capítulo de su obra a tratar ese tema (Canfora, “Del grave error de prescindir de escolta”, Julio César, un dictador democrático). Se barajan tres hipótesis para explicar esta sorprendente decisión: que César creyó el juramento de los senadores de proteger su vida; que despidió a la guardia porque podía vérsela como un símbolo de monarquía o de tiranía; y que su dignitas como senador y dictador no le permitía mostrar miedo o recelo hacia sus iguales conservando la guardia
42 Apiano, Guerra Civil, volumen II
43 Apiano, Guerra Civil, volumen II
44 Martin Jehne, Julio Cesar, 102
45 Suetonio, Cayo Julio César, LXXXII; Plutarco, Vida de Bruto, XVIII
46 Suetonio, Cayo Julio César, LXXXII
47 Plutarco, Vida de Bruto, XX
48 Plutarco, Vida de Antonio, XIV
49 Apiano, Guerra Civil, volumen II
50 Apiano, Guerra Civil, volumen II
51 Apiano, Guerra Civil, volumen II
52 Apiano, Guerra Civil, volumen II
53 Cicerón, Epístolas a Ático, XII, XIV, XV, etc.
54 Suetonio, Cayo Julio César, LXXXIV; Apiano, Guerra Civil, volumen II
55 Plutarco, Vida de Antonio, XV
56 Suetonio, Cayo Julio César, LXXXVIII; Apiano, Guerra Civil, volumen II
57 Suetonio, Cayo Julio César, LXXXV; Apiano, Guerra Civil, volumen II
58 Apiano, Guerra Civil, volumen II; Plutarco, Vida de Bruto, XXI
59 Roldán, República romana, 243

60 Plutarco, Vida de Antonio, XIX

FOTOGRAFÍAS:
*Distintas representaciones del asesinato de César. En orden: Karl Theodor Piloty, Jean-Leon Gérôme, Vincenzo Camuccini, reconstrucción de Quo.es, Mariano Navas Contreras, Comic de 1850 obra de John Leech, Imagen de Internet, Johannes Zainer en 1541, y fotograma de la película Julio César de 1953

1 comentario:

  1. Nadie puede tener éxito por sí solo. El éxito siempre ha sido construido y logrado a través de los esfuerzos conjuntos de al menos dos personas. La habilidad más importante para lograr el éxito en cualquier esfuerzo es la capacidad de ser querido y de confianza por ambos. Así que lo convierten en un proyecto serio para hacerse persona agradable ... y creído.

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