Del consulado
a la dictadura perpetua.
Desde la guerra civil,
César fundamentó su posición en dos magistraturas concretas, el
consulado y la dictadura, alternadas anualmente (dictadura, 49 y 47;
consulado, 48 y 46), y modificadas según la necesidad de César.
Finalizada la campaña de África, el Senado, entre otros muchos
privilegios, le concedió la dictadura durante diez años
consecutivos, aunque en la forma de diez dictaduras anuales para
guardar, al menos formalmente, las apariencias; se le otorgó
asimismo la praefecta moribus, es decir, la vigilancia
censoria sobre las costumbres, durante tres años, junto con el
derecho a presentar candidatos ante el pueblo-lo que le permitía
intervenir en las elecciones-, y el de ser preguntado en primer lugar
en cada sesión del Senado como princeps senatus-lo que
posibilitaba la imposición de su voluntad sobre los senadores-. Tras
la campaña de Munda, en el 45, César continuó acumulando cargos:
se le nombró cónsul único, cargo que depuso en beneficio de los
candidatos ordinarios, pero manteniendo el carácter de dictador, que
en el 45 completaba su tercer y cuarto períodos; asimismo, se le
entregó el mando único de todo el ejército, se le concedió la
facultad de decidir sobre finanzas públicas, y se le permitió
designar personalmente a los magistrados extraordinarios, así como a
los gobernadores de las provincias, y más tarde también a los
magistrados ordinarios. Finalmente, en el mes de febrero del 44, se
le entregó la dictadura perpetua, cargo de carácter vitalicio, al
igual que el pontificado máximo, que César ocupaba ya desde el año
63 a.C.
Sin embargo, todo el
poder del dictador no se basaba sólo en esta acumulación de cargos
de carácter político, sino también en sus ejércitos y en los
recursos del Imperio, que César había organizado en torno a su
persona, en unas proporciones desconocidas hasta este momento. A lo
largo de su carrera política, César había estado prácticamente en
todas las provincias, y, allí, había tomado numerosas decisiones
para vincular a su persona a la mayoría de los habitantes del
Imperio, gracias al sistema de la clientela y a conceder
privilegios de todo tipo ya fuera a individuos particulares1
o a sociedades enteras2,
a semejanza de lo que Pompeyo había hecho en su época en Oriente e
Hispania. Si a esto le añadimos que también en Roma y en Italia
eran incontables las personas y los grupos que él había vinculado a
su persona, se verá con absoluta claridad que César había
adquirido en el sistema de la clientela una posición que ni
la fuerza social de todos sus colegas podía ya neutralizar. El
dictador, además, tenía repartido por todo el Imperio un ejército
de unas treinta y cuatro legiones3,
que estaba sometido solamente a él. Así el control romano y el de
César estaba garantizado de una forma nueva completamente; se
trataba de un fuerte potencial, que César podía reunir en cualquier
momento.
Parece seguro que este
poder absoluto, obtenido por César y fundamentado en la dictadura
perpetua, no fue la culminación de un proyecto concebido
anteriormente, cuando como procónsul comenzó la guerra civil Apenas
puede dudarse que, entonces y en los primeros años de ese conflicto,
César sólo deseaba asegurar su supervivencia política. Sólo poco
a poco, a medida que los medios de poder se concentraban en él y
crecía su ámbito de intervención, debió abrirse paso la idea del
poder absoluto.
Sea con fuese, una vez
iniciados el conflicto y el proceso de acumulación de poder por
César, debió de planteárseles a sus contemporáneos la duda de
cómo César pensaba utilizar dicho poder. Se debe a Cicerón la
advertencia de que el golpe de Estado de Sila es el precedente más
cercano al de César; al fin y al cabo, había demasiadas similitudes
entre ambos: tanto el uno como el otro no sólo habían dado ese
golpe de Estado, sino que también habían invadido la península
itálica, marchado sobre la capital, iniciado una guerra civil y
ocupado el cargo de dictador. Faltaba por saber si César, al igual
que hiciera Sila, llevaría a cabo nuevas proscripciones, y quienes
podían estar incluidos en ellas.
Esa duda angustiaba a
Cicerón, como debió preocupar a todos los que contemplaban el curso
de los acontecimientos, pues le habían dicho al ex cónsul que César
amenazaba con vengarse de todos los asesinatos de los partidarios de
Mario4.
Para tranquilizar a quienes, como Cicerón, temían el regreso de las
proscripciones, aclarar sus intenciones y atraer a su lado a quienes
aún permanecían indecisos entre Pompeyo y él- como, por ejemplo,
el propio Cicerón-, César escribió la siguiente carta:
“De César a Opio y
Balbo. Me complace mucho la carta en la que aprobáis sin reservas
todo cuanto ha ocurrido en Corfinium5.
Con mucho gusto me serviré de vuestros consejos y con un mayor
motivo, porque ya por mi parte había decidido predisponer las cosas
tratando de mostrarme lo más moderado posible, y conseguir
restablecer un acuerdo con Pompeyo”
“Hagamos, pues, un
esfuerzo en este sentido, para ver si podemos reconquistar el
consenso de todos y conseguir una victoria duradera. Recurriendo a la
crueldad, los otros6
no lograron evitar el odio y menos aún conservar durante largo
tiempo el fruto de su victoria. A excepción, claro está, de Lucio
Cornelio Sila, a quién yo no pienso imitar”
“Qué este sea el
nuevo método para vencer: que nuestro punto de fuerza sea la
comprensión y la generosidad. Yo ya tengo algunas ideas acerca de
cómo lograr este objetivo y todavía se puede idear mucho más.
Hacedme conocer vuestras propuestas sobre este punto.”
“He capturado a
Numerio Magio, prefecto de Pompeyo Naturalmente, siguiendo mi
habitual manera de actuar, lo he dejado libre de inmediato. Hasta
este momento, dos comandantes del cuerpo de Ingenieros Militares de
Pompeyo han caído en mi poder y han sido liberados por mí. Si
quisieran mostrar su gratitud, deberían exhortar a Pompeyo de que
prefiera ser amigo mío antes que de esos que siempre han sido
irreductiblemente hostiles tanto a él como a mí, esos cuyas tramas
delictivas han reducido a la República a sus actuales condiciones”
Conocemos esta carta de
César, escrita el 5 de marzo del 49 durante su marcha hacia Roma,
tras la capitulación de Corfinium, el mes anterior, gracias al
epistolario de Cicerón a Ático. El 13 de marzo de ese mismo año,
Cicerón escribe a Ático, que le insta a no romper con César, que,
prácticamente, le ha convencido para llevar a cabo esa conducta que
le recomiendo-a la que después con todo no se va a atener-, y como
prueba de esta decisión, Cicerón le habla a su amigo del intenso
intercambio de cartas entre él y Opio y Balbo, agentes de César en
la ciudad de Roma y sus consejeros políticos; y, como muestra de
ello, Cicerón incluye una carta que César ha escrito a los dos-la
citada más arriba-, y que éstos le han hecho llegar poco después
en forma de copia.
Se trata, sin duda, de
una “carta abierta”, destinada a divulgar la conducta que César
pensaba seguir. Seguramente, Cicerón no fue el único que recibió
una copia de esta misiva, sino que esta maniobra debió repetirse
también en otros personajes importantes -aquellos que había
decidido quedarse en la capital pese a las amenazas de Pompeyo7
a quienes, de permanecer en Roma, se convertían, según él, en
“cómplices” de César-, con el fin de atraerlos definitivamente
a su bando. Esa “carta abierta”, sin embargo, no sólo pretendía
divulgar la conducta que César pensaba seguir sino que también era
una declaración de principios, ya que en ella se encuentras
esbozadas las decisiones que guiarán a César a lo largo de la
guerra civil y, después, en la dictadura El punto clave, sin duda,
era mantenerse lejos del modelo de Sila, es decir, de las
proscripciones, porque “recurriendo a la crueldad, los otros no han
podido evitar el odio, y, menos todavía, conservar durante largo
tiempo el fruto de su victoria; a excepción, claro está, de Lucio
Cornelio Sila, a quién yo no pienso imitar”. En esta carta,
además, el futuro dictador dice, entre otras cosas, que ya tiene
“varias ideas”, acerca de cómo poner en práctica su programa de
reconciliación, basado en “reconquistar el consenso de todos”,
realizando lo que él denomina como “un nuevo modo de vencer”. No
sabemos lo que quiere decir más allá de lo que nos revela su
decisión, desde Corfinium, de dejar libres a sus adversarios-incluso
a los de rango elevado como Domicio Ahenobarbo8-después
de haberlos vencido, aún a costa de encontrárselos, más tarde, de
nuevo en contra. Es la famosa clemencia de César, ampliamente
reconocida en su época, como muestra el hecho de que “no fue sin
razón el haber decretado en su honor un templo a la Clemencia, como
prueba de gratitud por su bondad Porque perdonó a muchos de los que
habían hecho la guerra contra él, y a algunos incluso les concedió
honores y magistraturas, como a Bruto y a Casio”9
Sin duda no debieron de
escapársele a César los resultados propagandísticos de su
clemencia, ni por tanto tampoco los prácticos, su utilidad para
lograr lo que él debió considerar su principal objetivo,
“reconquistar las voluntades de todos”, es decir, lograr el
consenso. Ahora bien, consenso no debió significar para César sólo
la aprobación de la opinión pública sino también, posiblemente,
la rapidez de absorber en su propio bando a los pompeyanos. César,
por tanto, no habría pretendido nunca ser y presentarse como el
hombre de “una sola parte”, como Sila, o, antes que él Mario,
sino que con su clemencia deseaba convertir a los enemigos en
aliados, ya que seguramente “creía que las medidas punitivas sólo
creaban residuos tóxicos de enemistad y venganza”10;
de hecho, una piedra angular de la política de César fue, sin duda,
la de intentar movilizar en torno a él a las fuerzas mejores, sin
que importara la tendencia ideológica. En este sentido, el ejemplo
más claro es Marco Terencio Varrón, general pompeyano11
vencido por las tropas de César en Hispania al iniciarse la guerra
civil, pero al que el propio César encargara, tras ocupar el cargo
de dictador y finalizar la campaña de África, el proyecto de
instituir en la ciudad de Roma una biblioteca greco-latina12.
Sin embargo, fue su
propia clemencia lo que perdió, entre otros motivos, a César, como
sabían muy bien aquellos que en los funerales del dictador
aplaudieron especialmente el verso de Pacuvio, de su obra Armorum
Iudicium: “¡Qué haya salvado a esos hombres que después
habrían de matarme!”13
Ya que una cosa es que César estuviera decidido a perdonar a todos
sus adversarios, y otra muy distinta que sus enemigos también
estuviesen dispuestos a hacer lo mismo con él.
Para entonces, el
Senado había acumulado nuevos y muy numerosos honores y privilegios
sobre el dictador. Ya en una fecha relativamente
temprana-concretamente, tras la batalla de Farsalia-se había dejado
en manos de César la decisión sobre la suerte de los pompeyanos;
además, se le concedió, al parecer, la facultad de distribuir las
provincias pretorianas sin que hubiera un sorteo, cosa que, más
tarde, se extendió también a las provincias consulares. Del mismo
modo, tras la batalla de Thapsos, se le concedió a César, por tres
años, la praefecta moribus, vigilancia censoria sobre
las costumbres, el derecho de manifestar todas sus opiniones antes de
que el Senado pudiese deliberar y el de poder recomendar a éste
candidatos para los cargos, es decir, la posibilidad de imponer su
voluntad a todo el Senado y la de intervenir en las elecciones. Pero
la serie de honores no se detuvo ahí.
Tras la batalla de
Munda, antes incluso de que César regresara a Italia, se le
concedieron los títulos de liberator e imperator2,
que pasó a ser parte integrante y hereditaria de su nombre; le fue
otorgado el derecho a usar en cualquier ocasión la vestimenta
triunfal, la corona de oro de los antiguos reyes etruscos, la corona
de laurel de los triunfadores, y la corona de roble o cívica de los
salvadores de la patria Más importante es la serie de privilegios de
índole política: le fue entregado a César el mando único del
ejército romano, como general en jefe, con lo que el dictador se
reservaba en exclusiva el fundamento de su poder, que residía
precisamente en el ejército; se le concedió también la facultad de
decidir sobre las finanzas públicas, que tradicionalmente había
sido una prerrogativa del Senado; y, por último, los jefes de
provincias dejaron de depender del Senado para pasar a depender
también de él Otros honores tienen un significado religioso: se
pondría en el templo de Quirino o de Rómulo divinizado una estatua
con sus rasgos y la inscripción “al dios invencible” o “al
semidios”, y otra en el monte Capitolio, al lado de la de Bruto, el
primer cónsul de la República, que se levantaba junto a las de los
siete reyes antiguos de la ciudad de Roma.
En verano del 45,
cuando César volvió de Hispania continuó aún más la serie de
honores y poderes: se le concedió un nuevo título-pater
patriae-, la colocación de sus estatuas en todos los templos
de Roma y los municipios, y la designación del mes Quinctilis,
el de su nacimiento, como Iulius. Más importantes y
significativas fueron la concesión de la sacrosanctitas o la
inmunidad religiosa de los tribunos de la plebe; el juramento de
todos los senadores de proteger su vida; la obligación de todos los
magistrados a jurar respeto a los decretos de César y la decisión
de aceptar, por adelantado, sus actos de gobierno, llegando, incluso,
a concedérsele, primero, la facultad de designar personalmente a los
magistrados extraordinarios, y, más tarde, también a los
ordinarios; y, finalmente, se votó para él una guardia personal
permanente de origen ibérico.
Con respecto a esta
enorme multitud de privilegios no está claro en primer lugar si
César deseó esos honores, ya sea en su totalidad o parte. En
segundo lugar, si incluso, en ciertos casos, no se trataban de las
maniobras de propaganda de sus enemigos “para tener después más
pretextos contra él y para demostrar en un futuro que su acción se
fundaba en muy sólidas y muy graves acusaciones”3.
Y, por último, si se deben a oleadas de miedo o de devoción del
Senado, cosa que quizás podría explicar el gran número de
privilegios y de honores concedidos a César. Para ello debemos tener
en cuenta que “en una dictadura la histeria de los honores es algo
que se autopropulsa”: si en la cúspide del Estado hay una sola
persona, y esta persona tiene el poder de acabar o de promocionar las
carreras políticas y las vidas de las demás, es lógico pensar que
los representantes de la vida pública antes opuestos a él deseen
ganarse su perdón, que los que quieran algún favor suyo intenten
obtener su aprobación y que los que ya lo hayan conseguido pretendan
mostrarle su agradecimiento; y una forma acreditada de lograr las
tres cosas es mediante las aprobaciones de los decretos que le
ensalcen Quizás, una vez iniciado todo este mecanismo, ni el propio
dictador pueda frenarle, porque, aunque afirme que no da ninguna
importancia a esos honores y privilegios, nunca se puede estar seguro
de si habla realmente en serio, y arriesgarse a creerlo puede
resultar tarde o temprano muy peligroso.
Dejando a parte este
asunto, una cuestión particularmente importante es el grupo de
privilegios y de honores de carácter religioso. A los concedidos
antes y después de la batalla de Munda, ya citados, vinieron a
añadirse otros cada vez más comprometidos en cuando a la
consideración de César como un ser sobrehumano e, incluso, un dios:
así, a finales del 45, su imagen recibió el derecho de usar el
pulvinar, o capilla como las de las divinidades clásicas; en
los traslados solemnes de las estatuas de los dioses con motivo de
ciertas festividades religiosas, se llevaría también una estatua de
César con vestimenta triunfal; su mansión sería adornada con un
fastigium, la cornisa decorada4,
reservada sólo a los templos; su persona, con la advocación de
divus Iulius, recibiría culto en un nuevo templo, en
compañía de la diosa Clementia, con un flamen, o
sacerdote propio, que, si embargo, parece que no fue inaugurado hasta
después del asesinato de César: y, por último, una vez muerto, su
cadáver sería enterrado dentro del pomerium, o recinto
sagrado de la ciudad, honor no autorizado antes a ningún ser humano,
y que sólo se concedería a algunos pocos emperadores tras él, como
Trajano.
No puede dudarse, por
tanto, que el dictador recibió en vida honores divinos; sobre lo que
no existe unanimidad es en cuanto a su significación religiosa y
política, a la actitud de César frente a ello, y, en especial, si
ha tenido lugar, o no, una divinización de César en vida, como
consecuencia de todos estos decretos del Senado. Personalmente
considero que dicha divinización no se llevó a cabo, pues, aunque
las fuentes se escandalicen de que César “no se contentó con
aceptar los honores más altos (…) si no que él admitió, además,
que se le decretasen otros superiores a la medida de las grandezas
humanas”5,
es muy significativo el hecho de que el asesinato de César no fue
justificado mediante su supuesta divinización, sino solamente por su
supuesta aspiración a la monarquía.
La
legislación.
El propio César
definió su programa legislativo con la expresión “crear
tranquilidad en Italia, paz en las provincias y seguridad en el
Imperio” Para conseguirlo, César, después la guerra civil, no
utilizó ningún método revolucionario, “ya que en sus decretos y
planes falta el componente revolucionario de transformación violenta
de la estructura social existente”1,
sino que simplemente reutilizó, si bien con ciertos cambios, medidas
que ya habían sido aplicadas anteriormente Su reforma, conservadora,
trató de garantizar la posición social y económica de los
estamentos más altos, aunque ofreciendo a los demás varios
beneficios, a cambio de ciertas renuncias y sacrificios por parte de
todas las clases sociales. Esta otra cara de su política de
conciliación queda reflejada, por ejemplo, en las medidas que César
adoptó relativas a las deudas2:
no las canceló-porque esto habría perjudicado a las clases altas,
sobre todo al orden ecuestre, que actuaban como prestamistas-pero
decretó que el pago de las deudas debía efectuarse en referencia al
valor vigente de los bienes antes de la guerra civil, para lo que se
nombró “árbitros” que garantizasen que las transacciones eran
las correctas.
De sus medidas sociales
la más destacable es su política de colonización y de concesión
del derecho de ciudadanía, considerada por algunos autores como la
más fecunda y original de todas. Como era ya costumbre para todos
los generales, desde la reforma del ejército llevada a cabo por
Mario en los últimos años del siglo II a.C., César se vio obligado
a buscar tierras cultivables para repartirlas entre sus veteranos.
Sila, antes que él, había resuelto el problema de forma cómoda y
rápida, mediante la confiscación de tierras en Italia,
pertenecientes al adversario y obtenidas gracias a las proscripciones
Pero la política de conciliación y clemencia, proclamada por el
propio César, le impedía apoderarse de las tierras de los
particulares, y ager publicus apenas quedaba en toda la
península itálica tras la legislación del propio César realizada
durante su consulado del año 59 a.C.
Como solución, César
llevó a cabo una extensa política de asentamientos coloniales fuera
de Italia, en las provincias, similar a la efectuada por Mario en su
momento. La diferencia radicaba en que las medidas de colonización
provincial de César no se limitaron al asiento de todos sus
veteranos, si no que sirvieron también para llevar a cabo parte de
su ambiciosa política social, que pretendía reducir el proletariado
urbano de Roma, continuo foco de disturbios desde hacía más de un
siglo, debido a que “la única fuente de ingresos de esa multitud
desheredada y sin empleo procedía de la liberalidad pública o de la
interesada caridad de la clase política”3.
Suetonio estima en 80.000 los ciudadanos de la capital que se
beneficiaron de esta política de conciliación4,
lo que, además, permitió también que se redujera el número de
ciudadanos con derecho a reparto gratuito de trigo aproximadamente
desde 320.000 a unos 150.0005,
reduciéndose enormemente, por tanto, esa carga económica del
Estado.
La fundación de
colonias en las provincias-principalmente en Hispania, Galia y
África-, además de proporcionar tierras de cultivo a miles de
ciudadanos y de veteranos sirvió igualmente para extender la
romanización por grandes territorios. Asimismo la fundación de cada
colonia significaba también un fortalecimiento de la posición
social de César y una exaltación de sus virtudes-igual a lo
ocurrido en Oriente con las fundaciones de Pompeyo-, como demuestran
los nombres que recibieron muchas de las nuevas ciudades: Iulia
Triumphalis (Tarragona) Claritas Iulia (Espejo)
o Iulia Victrix (Velilla del Ebro), por nombrar algunos
ejemplos españoles. La muerte del dictador poco después le impidió
completar sus planes de colonización, cumplidos, sobre todo, con
Augusto Que en la mayoría de los casos la legislación de César no
pasara de simple proyecto no debe extrañar, si tenemos en cuenta el
poco tiempo del que dispuso el dictador para completar su obra:
apenas unos seis meses, desde que regresa a Roma de Hispania tras
derrotar a los hijos de Pompeyo en octubre del año 45 hasta que es
asesinado en marzo el 44. Con todo, en el caso de su política
colonizadora, esto no impidió que su obra fuera enorme a la igual
que ambiciosa, si tenemos en cuenta que en dos o tres años se
fundaron o proyectaron más colonias nuevas que entre los gobiernos
de Tiberio y Trajano.
En relación con todas
estas fundaciones, hay que citar la política de concesión de la
ciudadanía o de derecho latino, llevada a cabo por César, no sólo
a particulares-como había sido costumbre ente los generales del
siglo I a.C. para premiar, sobre todo, servicios militares-, si no a
comunidades enteras fuera de Italia, como premio por su lealtad o
sus servicios- con estos medios-es decir, la ciudadanía y el derecho
latino-muchas de las comunidades de Occidente se organizaron ahora
como municipia, a imagen y semejanza de Roma, y, por tanto,
progresaron en su romanización. Y para favorecer esta formación de
municipia, César proyectó una ley basada en la equiparación
de los distintos estatutos de la administración y jurisdicción de
los municipios, pero que sólo fue aprobada tras su muerte.
Otras medidas de
carácter político-social, aunque quizás de mucho menos alcance,
nos muestran la preocupación constante de César por frenar, en
primer lugar, la proletarización de la plebe urbana, y en segundo
lugar por fomentar la existencia de una “burguesía”, culta y
pudiente, en la península de Italia. En el primer caso, destaca el
edicto por el que obligaba a los propietarios de los latifundios a
emplear como mínimo a un tercio de trabajadores libres. Para lograr
lo segundo, dispuso que ningún ciudadano pudiera abandonar la
península itálica durante más de tres años-exceptuando obviamente
a los que formaban parte del ejército o debía realizar cargos
políticos en las provincias6-
y “concedió el derecho de ciudadanía a cuantos practicaban la
medicina en Roma o cultivaban las artes liberales, con la intención
de fijarlos en la ciudad y atraer a los que estaban fuera”7,
con el fin de poder elevar el nivel cultural de Roma para que se
correspondiera con su papel de capital del imperio.
Destacan, igualmente,
las medidas políticas de César. La mayoría de éstas se basaron en
adaptar las instituciones republicanas a su posición de poder sobre
el Estado romano, sin pretender reformarlas en profundidad, lo que
constituye, probablemente, uno de los grandes fallos de la política
de César, ya que nunca ofreció ninguna alternativa coherente y
aceptable al régimen senatorial, con lo que sus reformas y su propio
poder absoluto carecieron de base y apoyo dentro de la sociedad y la
política de la época. Entre las medidas políticas, encontramos en
primer lugar la reorganización del Senado, aumentando-como ya
hiciera Sila-el número total de sus miembros, de 600 a 9008,
por supuesto, con partidarios leales, sin importar ni siquiera su
origen, al tiempo que restringía radicalmente todas sus
prerrogativas, hasta convertirla en una institución vacía de poder,
mero dispensador de honores y de privilegios. Las magistraturas, por
su parte, perdieron casi por completo su posibilidad de obrar con
independencia, atentas a las decisiones de César, y consideradas
probablemente por el dictador más como un cuerpo de funcionarios que
como portadores del poder ejecutivo del Estado: aumentaron de número9
y cómo su elección dependió, en un principio, de la opinión de
César, y poco después de la propia elección de César, se
convirtieron en simples honores privados de todo contenido, pues su
obtención dependía de los servicios prestados al dictador. Un
ejemplo del desprecio del dictador por las magistraturas, de su
elección por César y la utilización consciente de éstas como un
pago a los servicios de sus partidarios, lo constituye el hecho de
que el 31 de diciembre del 45 a.C.10
ordenó que se eligiese a un nuevo cónsul para el resto del día, en
sustitución del ordinario, Fabio Máximo, que acababa de morir, sin
preocuparle el hecho de que sólo unas horas más tarde entrarían en
funciones los cónsules previamente designados para el 44. Cicerón
declaró, con triste ironía11,
que el consulado de Caninio siempre se recordaría, pues durante él
nadie había comido ningún alimento, ni cometido ningún delito,
porque el cónsul no había cerrado los ojos en todo el tiempo de su
magistratura.
Las asambleas populares
de Roma también mantuvieron apenas sus apariencias, y si como hasta
ese momento, continuaron existiendo, como expresión de gobierno,
leyes, edictos o senatusconsulta, ya no surgieron de la actividad
libre del Senado y del pueblo sino que se convirtieron en meros
reflejos de la voluntad del dictador. César sabía bien que las
instituciones políticas de la república no podían eliminarse sin
más, pero tampoco obstaculizar sus decisiones; por ello, con sus
medidas políticas, el dictador debilitó o destruyó los órganos
tradicionales de gobierno, lo que, sin duda alguna, permitió a César
hacer un uso más libre de su recién adquirido poder absoluto.
Quién gobernaba ya no
era por tanto el Senado o las asambleas, sino César a través de su
equipo de colaboradores. Durante la guerra de las Galias, César se
había ido rodeando de un grupo de hombres que gozaban de toda su
confianza Ahora que su gobierno se extendía sobre todo el Imperio,
dirigían con él los asuntos de Estado. Hombres como Lucio Cornelio
Balbo, Cayo Opio, Quinto Pedio, Aulo Hircio, Marco Emilio Lépido o
el propio Marco Antonio, no tenían apenas peso en la política como
personajes autónomos y solamente representaban algo en el mundo
romano porque colaboraban con César continuamente; prueba de ello es
que muchos de esos hombres, una vez asesinado el dictador,
desaparecen de la escena política romana. Sin embargo, es ahora en
este círculo privado donde se redactaban los decretos del Senado y
las leyes. Concretamente, parece que se procedía así: se daba a sus
proyectos de ley la forma de decretos del Senado y luego se
presentaban todos juntos para que fueran ratificados de forma global;
así, podía ocurrir que un hombre como Cicerón recibiera de un
príncipe cliente de Roma, del que nunca había oído hablar en su
vida, un escrito de agradecimiento por concederle el título de rey,
supuestamente solicitado por el propio Cicerón.
Para controlar mejor a
la población ciudadana, se prohibieron los collegia
políticos12;
en el ámbito del poder judicial, se reguló de nuevo la composición
de los tribunales13
y se endurecieron las penas14;
y en el campo de la administración provincial, se redujo la duración
de la gestión de los gobernadores a un año para los antiguos
pretores y dos para los ex cónsules, posiblemente para evitar la
creación de poderes personales similares al que el propio dictador
se había formado en las Galias. Finalmente se reformó el
calendario15,
que, con leves modificaciones en el siglo XVI, sigue vigente aún
hoy.
Y por último, cabe
mencionar una serie de “últimos planes”16
recogidos por las fuentes, que nunca se llevaron a cabo. En algunos
casos, estos “últimos planes” pueden considerarse proyectos
reales del propio César, pero en otros no parecen más que simples
invenciones e, incluso, chismes, como, por ejemplo, los rumores sobre
la intención del dictador de trasladar la capital del imperio desde
Roma a Troya o Alejandría o su propósito de aprobar una ley por la
que se le permitiera casarse con varias mujeres a la vez para
asegurar así la dinastía. Por el contrario, entre la serie de
“últimos planes” que pueden considerarse como auténticos,
encontramos un proyecto para codificar del derecho romano, pero,
sobre todo, hallamos proyectos de obras públicas, como la desecación
de las lagunas pontinas y del lago Fucino, la ampliación del puerto
de Ostia, la apertura de un canal en el istmo de Corinto para
comunicar los mares egeo y jonio, una nueva calzada desde el
Adriático al valle de río Tíber a través de los Apeninos, la
edificación del mayor templo del mundo en el campo de Marte y del
más grande teatro en la roca Tarpeya...planes que, de ser
auténticos-y no hay razón alguna para dudarlo, al menos en parte,
si tenemos en cuenta la actividad constructora del dictador durante
toda su vida-, pueden descubrir “síntomas típicos de la
megalomanía autocrática”17.
NOTAS:
_______________________________
Del consulado a la dictadura perpetua:
_______________________________
1
Un buen ejemplo de ello es, sin duda alguna, la famosa reina
Cleopatra. Cleopatra debía su trono a César, lo que la convertía
no solamente a ella en clienta del dictador, sino que, a través de
su reina, también todo Egipto era cliente de César
2
Las relaciones establecidas con los judíos antes, durante, y
después, de la guerra de Alejandría, le aseguraban a César la
ayuda de una poderosa clientela, como era la judaica, que ya dio sus
frutos en dicha guerra, donde la ayuda dada por Antípatro a César
fue clave para lograr la victoria (Flavio Josefo, Antigüedades
judaicas, XIV).
3
Cálculo por Martin Jehne (Julio
César, 98). Cabe señalar que
34 legiones equivalen a unos 204.000 hombres aproximadamente,
soldados expertos y entrenados que solo obedecían a César
4
“Alguien llega a contar, jurando que se trata de noticias
auténticas, que César va diciendo que quiere vengar a Cneo Carbón,
Marco Junio Bruto (padre del futuro asesino de César) y a todos
sobre los que se ha abatido la crueldad de Sila, al cual éste
(Pompeyo) había ayudado”, Cicerón, IX Epístola a Ático, 25
de marzo de 49 a.C.
5
En Corfinium, la guarnición pompeyana acababa de rendirse a César
el 21 de febrero del año 49, incluido Domicio Ahenobarbo, que
estaba encargado de defender la ciudad del avance cesariano. El
futuro dictador los dejó irse libres a todos. En esta carta explica
el motivo.
6
Debe pensar sobre todo en Sila y Mario
7
“Había dicho Pompeyo que consideraría enemigos a los que no
defendiesen la República romana (de César) y César declaró que
tendría por amigos a quienes permanecieran neutrales” Suetonio,
Cayo Julio César, LXXV
8
“El primer paso de éste (César) fue marchar en busca de Domicio
Ahenobarbo, que con treinta cohortes ocupaba Corfinium, y puso en
frente de esta ciudad su campamento. Se dio Domicio por perdido, y
pidió al médico, que era uno de sus esclavos, el veneno, y tomando
el que le proporcionó se retiró para morir; pero habíendo oído
al cabo del poco que César usaba de gran humanidad con los
prisioneros, se lamentaba de sí mismo y condenaba su precipitada
determinación. En esto, como el médico le alentase, diciéndole
que era narcótica y no mortífera aquella bebida que había tomado,
se puso muy contento y levantándose se dirigió a César, y, con
todo, tras que éste le alargó la diestra (a Domicio)volvió a
pasarse al bando de Pompeyo”. Plutarco, Vida de César, XXXIV.
De hecho, más tarde Domicio dirigió también la resistencia de
Marsella contra las tropas cesarianas de Décimo Bruto y Trebonio
(César, Guerra Civil,
I, 36). Domicio fallecería finalmente en Farsalia
9
Plutarco, Vida de César, LVII
10
Michael Parenti, El asesinato de Julio César, 176
11
Suetonio, Cayo Julio César, XXXIV
12
Suetonio, Cayo Julio César, XLIV
13
Suetonio, Cayo Julio César, LXXXIV; Apiano, Guerra Civil,
II
___________________
Honores y privilegios:
___________________
1 La relación de honores y privilegios recibidos por César expuesta a continuación es una mezcla entre las teorías más aceptadas al respecto, y posiblemente errónea, pues se desconoce el orden y el momento en que César recibió cada uno de los honores o si los recibió, pues muchos privilegios son citados por algunos autores clásicos e ignorados por otros
2 Hasta ese momento el título de Imperator era concedido por las propias tropas al general triunfante y dejaba de usarse tras la celebración del triunfo
3 Plutarco, Vida de César, LVII
4 Aunque algunos autores, como Martin Jehne, consideran que el fastigium, además de adornar los templos, se usaba también para los palacios de los reyes
5 Suetonio, Cayo Julio César, LXXXVI
_____________
La legislación:
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1 Roldán, La República romana, 628
2 Suetonio, Cayo Julio César, XLII
3 Parenti, El asesinato de Julio César, 196
4 Suetonio, Cayo Julio César, XLII
5 Cálculos realizados por Roldán, Historia de Roma, 248 y Martin Jehne, Julio César, 129
6 Suetonio, Cayo Julio César, XLII
7 Suetonio, Cayo Julio César, XLII
8 Suetonio, Cayo Julio César, LXXXVI
9 Suetonio, Cayo Julio César, XLII
10 Plutarco, Vida de César, LVIII; Suetonio, Cayo Julio César, LXXVI
11 Cicerón, Epístola a Ático, enero del 44
12 Suetonio, Cayo Julio César, XLII
13 Suetonio, Cayo Julio César, XLII
14 Suetonio, Cayo Julio César, XLII
15 Suetonio, Cayo Julio César, XLIII
16 Plutarco, Vida de César, LVIII; Suetonio, Cayo Julio César, LIV
17 Tom Holland, Rubicón, 386
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