Mientras Marco Antonio estrechaba el sitio de la ciudad de Módena, refugio de Décimo Bruto, con las dos legiones procedentes de Macedonia que aún le permanecían fieles -ver artículo anterior Los primeros pasos de Octavio-, Cicerón, quién había recuperado ya toda su antigua influencia política, continuaba lanzando contra Antonio sus afiladas Filípicas. El Senado, convencido por sus palabras, había accedido a proclamar a Décimo Bruto benemérito de la patria por su resistencia contra Antonio; y legitimando el mando de Octaviano, le había nombrado propretor con derecho a pedir la pretura a pesar de no haber sido cuestor. No consiguió Cicerón, sin embargo, que los senadores declararan a Antonio enemigo público y confiasen la salvación de la patria a los cónsules Vibio Pansa y Aulo Hircio; todo lo que logró del Senado fue el envío de una delegación a Antonio para que levantase el sitio de Módena y cruzara el Rubicón, estableciendo sus cuarteles a 200.000 pasos de Roma. Antonio se mostró dispuesto a renunciar a la Cisalpina que había arrebatado ilegalmente a Décimo Bruto, por la Transalpina, que Julio César le concediera antes de ser asesinado -ver artículo anterior La breve hegemonía de Marco Antonio-, por cinco años y con seis legiones, se diesen tierras a sus legionarios y se sancionaran sus leyes. El Senado se negó de inmediato y otorgó a los cónsules plenos poderes para combatirle; sin embargo, en el subsiguiente senadoconsulto se omitió cuidadosamente la palabra bellum, calificándose la actitud de Antonio como mero tumultus, a fin de restar gravedad al asunto y no resucitar en la mente popular el fantasma de las recientes guerras civiles. Las deliberaciones que se realizaron posteriormente, provocadas por Cicerón, serían por el contrario mucho más severas: se prometió a los soldados de Antonio que lo abandonaran antes del 15 de marzo y se anularon todas sus leyes, reuniendo en una sola, que el cónsul Vibio coleccionó (lex Vibia de actis Caesaris), todas las de Julio César, que las centurias aprobaron. Las noticias procedentes de la provincia de Macedonia no hicieron sino confirmar la creciente hostilidad del Senado contra Antonio, de cuyas legiones se había apoderado además el cesaricida Marco Bruto, continuando con el gobierno de aquella provincia de forma ilegal, pues su año de mandato había concluido. El Senado solucionó velozmente esta situación aprobado la continuación de Bruto al frente de Macedonia, Grecia e Iliria, ordenándole además que se situase lo más próximo a Italia. Este reconocimiento, unido a ya mencionada proclamación de otro de los cesaricidas, Décimo Bruto, como benemérito de la patria, y a los ataques contra Antonio, indicaba un alejamiento del Senado de los postulados del partido cesariano.
Las noticias de la mitad oriental del Imperio eran, por el contrario, completamente distintas: allí el cesariano Cornelio Dolabella, después de haber intentado en vano expulsar a Casio de la provincia de Siria, se volvió contra otro cesaricida, Trebonio, que gobernaba la provincia de Asia, a quién atrapó en Esmirna y posteriormente asesinó de forma brutal. La consecuencia inmediata fue la declaración de Cornelio Dolabella como enemigo de la República y ordenó que los dos cónsules, tras derrotar a Antonio, se repartiesen Asia y Siria y marcharan también contra Dolabella. En consecuencia de este decreto, Casio quedaba en Siria como un usurpador; con todo, se mantuvo allí de todas formas. Los aliados de Antonio, mientras tanto, luchaban por convencer al Senado que enviara a Módena una nueva delegación pacífica, y para contentar a Cicerón, quién no desistía en su oratoria en contra de Antonio, se le nombró como parte de dicha delegación. Sin embargo, comprendiendo el antiguo cónsul el propósito, no sólo no aceptó, sino que indujo al Senado a revocar su mandato de reducir a Módena por hambre. Por si fuera poco, la suerte de las armas no se mostraba en nada favorable a Marco Antonio. El 15 de abril de 43 a.C. el cónsul Pansa se reunió en Bolonio no sólo con su colega Hircio sino también con Octaviano, y en los días siguientes se combatió en tres sitios distintos a la vez, teniendo lugar el primer encuentro en Forun Gallorum (Castelfranco). Pansa hubo de retirarse gravemente herido cuando Hircio logró socorrerle con veinte cohortes y consiguió la victoria: durante el combate Octaviano combatió en el bando consular contra el hermano de Antonio, Lucio. La segunda batalla se libró junto a Módena y supuso una nueva derrota para Antonio, quién logró huir a duras penas. La victoria del bando consular, no obstante, se alcanzó solo a un alto precio: el cónsul Hircio perdió la vida y Pansa murió más tarde de las heridas recibidas en Forum Gallorum. Al anuncio del resultado de la primera batalla, el Senado, a propuesta de Cicerón (XIV y última Filípica), decretó cincuenta días de acción de gracias y recompensas a las tropas. Cuando después se supo que Antonio había sido derrotado y había huido, el pueblo entusiasmado corrió a casa de Cicerón y le condujo al Capitolio entre aclamaciones, como si hubiera sido el verdadero vencedor.
La alegría del bando senatorial sin embargo no duró mucho tiempo: Octaviano se convenció pronto de que nada podía esperar del Senado. Éste, una vez vencido Antonio, no ocultó por más tiempo sus muchas simpatías hacia los asesinos de César: dio a Décimo Bruto el mando del ejército consular para perseguir a Antonio; legitimó el gobierno de Casio en Siria, dándole poderes extraordinarios sobre las otras provincias asiáticas para que combatiera a Cornelio Dolabella; y confió a Sexto Pompeyo el mando de la flota. Y mientras se mostraba tan generoso con los cesaricidas, regateaba a Octaviano su recompensa, no concediéndole más que una pequeña ovatio cuando regresara a Roma. Nada pues tenía que hacer Octaviano junto al Senado. Según Apiano, Guerra Civil, III, 78, sería de hecho el cónsul Pansa, en su lecho de muerte, quien aconsejara a Octaviano la reconciliación con Antonio, por no ver para el heredero de César otra vía de salvación. El astuto joven puso en práctica de inmediato el consejo de Pansa, de haber existido, permitiendo la huida de Antonio tras Módena y poniendo obstáculos a Décimo Bruto para perseguirle. De este modo Antonio pudo llegar fácilmente a Etruria y reunir a un ejército nutrido por esclavos y condenados, el cual condujo a Liguria con el propósito de reunirse con Marco Emilio Lépido, que mandaba en la Galia Narbonense. En Vada (Vado, cerca de Sabona) se le presentó el inesperado socorro de tres legiones, dos de ellas compuestas por veteranos de César y la otra reclutada en Piceno por el pretor P. Ventidio Basso, que era quién las conducía. En Forum Iulium (Frejus) logró Antonio reunirse en mayo por fin con Lépido, quién contaba con siete legiones. Habiéndose alineado a su favor también los gobernadores de Galia Transalpina e Hispania Ulterior, Munacio Planco y Asinio Polión, el vencido y prófugo Marco Antonio se vio a la cabeza de nada menos que veintitrés legiones.
El Senado pensó entonces en volver a atraerse a Octaviano, pero el joven pidió más de lo que los senadores estaban dispuestos a darles: pidió nada menos que el consulado, a pesar de no haber ejercido la pretura y faltarle la edad legal. En cuanto recibió la negativa, mandó a la ciudad de Roma a 400 veteranos, entre centuriones y soldados, para plantear de nuevo su demanda, añadiendo a ella además las pagas que se le debían a su ejército. El Senado, coaccionado, pidió tiempo para reunir la suma necesario para pagar los salarios, y respecto al consulado, accedió solo en parte a la exigencia, otorgando a Octaviano únicamente la jurisdicción consular, que le daba la capacidad para la alta magistratura sin haber sido pretor y le dispensaba la edad. Pero Octaviano no se contentó con estas pobres y endebles concesiones, que no hacían más que poner en evidencia la mala disposición del Senado respecto a él y la herencia de César. Bruto y Casio, de hecho, habían sido llamados a Italia por los senadores, por lo que Octavino, sabedor de ello, decidió de nuevo adelantarse a los hechos marchando sobre Roma con ocho legiones. El Senado, de nuevo, se comportó con cobardía y se dejó conducir por el temor: primero lo concedió todo y luego, cuando supo de la llegada de las legiones africadas llamadas para su defensa, lo revocó, para volver a mostrarse humilde y obsequioso con Octaviano cuando dichas legiones, en vez de luchar a su favor, se unieron al joven heredero de Julio César. Cicerón, que tanto había ayudado a éste combatiendo a Antonio con sus Filipicas, tuvo que soportar que su "protegido" se volviera en su contra y le tratara con desprecio, obligándolo a marchar de Roma. El primer acto del nuevo amo de la República fue apoderarse, como hiciera Antonio tras la muerte de César, de la totalidad del Tesoro público, con lo cual pagó a sus soldados y gratificó a la plebe; después salió de la ciudad para dejar libres, al menos en apariencia, los comicios consulares. Ambos cónsules, como viéramos, habían muerto tras la batalla de Módena, lo que obligaba a nombrar a un interino para que convocara y presidiera las elecciones; pero la proclamación de este interino, según la ley, suponía la renuncia de todos los magistrados con imperio, y no pudiéndose obtener esto en aquel clima de pre-guerra, se encargó al pretor urbano Q. Galio que delegara este cargo en dos procónsules. Los comicios eligieron, como era de esperar, a César Octaviano y a su primo segundo Quinto Pedio como cónsules, a pesar de que el primero no había cumplido aún los 20 años.
*Fotografía 1: Bajorrelieve hallado en Cumas
*Fotografía 2: Bajorrelieve hallado en Magunzia
*Fotografía 3: Detalle de la Columna Trajana
*Fotografía 4: Busto de un joven César Octaviano en el Museo de Aquileia
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