Tras obtener la victoria sobre republicanos y cesaricidas en las dos batallas consecutivas de Filipos -ver artículo anterior El Segundo Triunvirato (Primera Parte): La batalla de Filipos- los triunviros procedieron a un nuevo reparto de las provincias romanas: Octaviano se apoderó de las dos Hispanias y Numidia; Antonio se hizo con Galia Transalpina y África. La Galia Cisalpina, por su parte, debía dejar de ser provincia para que Italia llegara por el Norte hasta sus fronteras naturales. En cuanto al tercer socio, Lépido, sospechoso -muy convenientemente para sus dos aliados- de estar en un secreto acuerdo con el nuevo enemigo supremo del triunvirato, Sexto Pompeyo -que había aglutinado a su alrededor las últimas fuerzas supervivientes de la oposición-, quedó fuera de este segundo reparto: más tarde obtendría África. Habiendo obtenido su recompensa los jefes, se preocuparon de dar su parte también a los soldados. Reclamaban éstos un doble premio: dinero y tierras. Antonio debía encargarse de obtener el primero en las provincias asiáticas; Octaviano, por su parte, debía asegurar el reparto de tierras en Italia para nada menos que 170.000 hombres y haber además la guerra a Sexto Pompeyo. Mientras el heredero de César regresaba a Roma y se aseguraba el favor de las legiones enriqueciéndolas a costa de las propiedades de los senadores italianos, Antonio atravesaba Grecia recibiendo continuos homenajes de un pueblo acobardado. Llegado a la provincia de Asia, publicó en Éfeso un edicto donde obligaba a la población a pagarle en dos años el tributo de nueve, orden aún más gravosa debida al hecho de que hacia poco se habían visto obligados también a pagar al vencido Casio 200.000 talentos, es decir, el décuplo del tributo anual. De allí, Antonio pasaría a Tarso, en la Cilicia, donde en su afán de recaudación ordenaría presentarse ante sí a Cleopatra, la reina de Egipto, para que se justificara de la ayuda prestada a Casio en Filipos. Lo sucedido en su encuentro es bien conocido: subyugado por el encanto y los lujos de la soberana, Antonio dejó por ella el gobierno de Asia en manos de sus legados y se marchó a Alejandría, donde permanecería el invierno entero en medio de rumores sobre fiestas desenfrenadas y orgías. Serían las graves noticias llegadas de Italia y Oriente lo que le harían reaccionar: los partos invadían Asia Menor, mientras en Italia Fulvia, esposa de Antonio, avivaba el descontento de los desposeídos por la codicia de las legiones de Octaviano y amenazaba con hacer estallar una nueva guerra civil. Después de vacilar algún tiempo sobre qué decisión tomar, Antonio resolvió instigado por Fulvia volver a la península itálica, mientras confiaba a sus legados la tarea de contener y expulsar a los partos.
El odio y la enemistad entre Octaviano y la esposa de su aliado se remontaba a los días posteriores a la batalla de Filipos. En ausencia de los triunviros, Fulvia, mujer ambiciosa y de fuerte carácter, se había hecho con el gobierno sobre el Estado romano sometiendo a su voluntad incluso a los cónsules de aquel año, Servilio Isáurico y su propio cuñado, Lucio Antonio. Como es obvio, el regreso a Roma de Octaviano supuso el fin del "gobierno" de Fulvia, que a la pérdida de su poder absoluto hubo de sumar una gravísima ofensa personal: la devolución por parte de Octaviano de su hija Clodia, con quién el heredero de César se había casado sólo para complacer al ejército después de la formación del triunvirato. Fulvia, lejos de resignarse, se propuso vengar aquel insulto de inmediato, recuperar el poder perdido y, además, arrancar a su marido Antonio de los brazos de Cleopatra. Para lograr estos tres objetivos le bastó con convencer a su cuñado Lucio Antonio de que tanto ella como él, en calidad de cónsul, se pusieran a la cabeza de los descontentos de Italia con los saqueos y expropiaciones de Octaviano y de sus tropas, llegando a amenazar con una nueva guerra civil. El reparto de tierras a los legionarios había afectado de hecho a nada menos que dieciocho ciudades, empeorando la situación la extrema avaricia de los soldados que, no contentos con las tierras asignadas, se apoderaron también de las vecinas, multiplicando por dos el número de los desposeídos de sus propiedades y medios de vida. Fulvia y Lucio Antonio aprovecharon la situación para situarse a la cabeza de los descontentos y tranquilizaron a los veteranos prometiendo que Marco no tardaría en regresar de Oriente con todas las riquezas obtenidas de los onerosos tributos impuestos a Asia. De esta forma, la esposa y hermano del triunviro lograron reunir 17 legiones, mientras que Octaviano sólo tenía en su poder 10, aunque de gran experiencia y mayor disciplina. Sin embargo, al principio, la suerte no favoreció al heredero de César: mientras marchaba contra Nursia y Lentino, favorables a Lucio Antonio, éste entraba en la ciudad de Roma y se hacia saludar por el pueblo como Imperator, afirmando que su hermano Marco había decidido romper el triunvirato y acudiría pronto a Italia para ocupar el consulado.
Sin embargo, el triunfo de Lucio Antonio fue bastante breve: al aparecer Marco Vipsanio Agripa, general de Octaviano e íntimo colaborador suyo, tuvo que huir de la capital y refugiarse en Perugia ante el acoso de sus perseguidores; de ahí el nombre de perugina que recibió esta nueva guerra civil, y que se hizo famoso por el hambre que varios meses padecieron los asediados, quienes, encerrados en la ciudad por el ejército al completo de Octaviano -al que se unieron las seis legiones de Hispania a cargo de Q. Salvidenio- y débilmente defendidos por los generales de Antonio, Polión, Ventidio y Planco, tuvieron finalmente que rendirse en marzo. Lucio Antonio salvó la vida por consideración a su hermano y hubo de exiliarse a Hispania. Sus veteranos fueron también tratados generosamente por Octaviano, quién actuó con suma prudencia para asegurarse nuevas fuerzas. No obstante, no sería tan generoso con los senadores y caballeros que habían apoyado la sublevación de Fulvia: eran cerca de 300 y todos murieron ejecutados al pie del altar de César. La mísera ciudad de Perugia, entregada al saqueo, fue también incendiada. Trató igualmente Octaviano de ganarse el apoyo de los aliados de Lucio Antonio, pero ya fuera que no se fiaran de sus promesas visto lo sucedido con los trescientos senadores y caballeros, o fuera que de verdad creían que Marco Antonio no tardaría en acudir a Italia, huyeron de él. Polión, que desempeñaba el consulado del nuevo año, 40 a.C., junto con Domicio Calvino, se marchó con siete legiones a las islas Vénetas, y de ahí pasó a las costas meridionales, donde logró que se declarara a favor de Marco Antonio a Gneo Domicio Enobarbo, que mandaba, de acuerdo con Sexto Pompeyo, la flota de Bruto. Planco por su parte huyó a Grecia con Fulvia, dejando a sus legiones, por ineptitud o cobardía, en manos de Agripa. Entre los fugitivos iba también Tiberio Claudio Nerón, que después de tomar parte de la guerra alejandrina junto a César, y de ser premiado con cargos honoríficos, se había declarado a favor de los cesaricidas; ahora mandaba con el grado de pretor una guarnición en Campania, y al saber de la rendición de Perugia, huyó primero en busca de Sexto Pompeyo y después de Marco Antonio, llevando consigo a su esposa Livia Drusilla y su hijo Tiberio, ambos destinados a jugar un papel importante en el futuro de Octaviano. Éste, por su parte, tras el incendio de Perugia, había marchado a la Narbonense para combatir al gobernador Fufio Caleno, pronunciado a favor de Marco Antonio. Caleno murió en la marcha, con lo que Octaviano se hizo con dos legiones más, que le fueron entregadas por el propio hijo del fallecido.
Dueño de una inmensa fuerza militar, de Roma y de casi toda Italia, Octaviano podía esperar tranquilo el regreso de Antonio, seguro de su victoria, hasta el punto de ceder a Lépido -justificado de su conducta con Sexto Pompeyo y huido cobardemente de Italia ante el avance de Lucio Antonio- las dos provincias de África con seis legiones, y al propio Lucio Antonio las dos Hispania, ordenando a sus legados que los vigilasen. Por fin, en el verano del 40 a.C., llegaría Marco Antonio a las costas de Italia con una flota de 200 naves, incluidas las de Enobarbo. El gobernador de Brindisi al verle llegar cerró las puertas de su ciudad, defendida con cinco legiones, y Antonio les puso cerco inmediato. Al mismo tiempo aparecía en Italia meridional la flota de Sexto Pompeyo, aliado provisional de Marco Antonio, y sitiaba Turio y Cosenza, enviando una escuadra suya además a atacar Cerdeña. Pero los soldados de ambos triunviros se negaron a combatir entre ellos, obligando a los antiguos aliados a negociar de nuevo. Por medio de Coceyo Nerva, amigo de ambos, se avinieron a un nuevo tratado, facilitado por la repentina muerte de Fulvia. Se procedió en primer lugar a un nuevo reparto del mundo romano: Antonio recibió el Oriente hasta el Adriático, con la obligación de combatir a los partos; Octaviano consiguió Occidente, con la orden de hacer la guerra a Sexto Pompeyo si éste no se contentaba con Sicilia y no aceptaba el nuevo pacto, y a Lépido se le dejó África. Los dos aliados convinieron, además, que, cuando no quisieran ejercer el consulado, lo ejercerían sucesivamente sus amigos. De nuevo un matrimonio sellaría la nueva alianza: Octavia, hermana de Octaviano, viuda recientemente de C.Claudio Nerón y madre ya de tres hijos, sería la nueva esposa de Marco Antonio.
*Fotografía 1: Moneda acuñada en Eumea (Frigia) con el retrato de Fulvia, segunda esposa de Marco Antonio, en el anverso. Se trata de la primera mujer romana, no mitológica, cuyo rostro aparece representado en las monedas.
*Fotografía 2: Moneda acuñada en Éfeso con el retrato de Lucio Antonio en el año de su consulado, el 41 a.C.
*Fotografía 3: Retrato de Marco Vipsanio Agripa en el Ara Pacis
*Fotografía 4: Copia de un retrato de Octavia Minor, hermana del futuro Augusto, en el Ara Pacis
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