Cayo Octavio Turino era sobrino nieto de Julio César, como nieto de su hermana Julia la Menor y del pretor Marco Atio Balbo, e hijo de su sobrina Atia Balba Cesonia y un plebeyo de Velitrae (Velletri), del rango de los caballeros, llamado también Cayo Octavio. Había nacido en el año del consulado de Cicerón, coincidiendo con el desarrollo de las intrigas de L.Sergio Catilina -ver artículo anterior La Conjuración de Catilina-, y quedó huérfano de padre en su adolescencia. Su tío-abuelo César sería quién se encargara de su educación por encima, incluso, de Lucio Marcio Filipo, segundo marido de su madre y cónsul en el 56 a.C., llegando a llevarle consigo en la última guerra de Hispania contra los hijos de Pompeyo. En el año 45 a.C. lo elevaría al patriciado y le permitiría participar en su cuádruple triunfo, enviándole poco después a la ciudad de Apolonia, ya fuera para terminar sus estudios de la oratoria o para prepararse para acompañarle en la proyectada expedición a Oriente contra el Imperio Parto -los autores antiguos difieren a este respecto-, uno de los último proyecto de César. Seria en la ciudad de Apolonia donde Octavio recibiría la noticia del asesinato de su tío-abuelo y protector, y de su nombramiento, por testamento, como hijo adoptivo y heredero de aquel -ver artículo anterior El asesinato de Julio César-. A pesar de que su madre Atia, quién moriría al año siguiente, intentó por todos los medios disuadirle de que aceptara el legado de César, Octavio acabó por regresar a Roma para tomar posesión definitiva del nombre y de la fortuna del dictador asesinado, haciéndose llamar, ya pocos meses después de la muerte de su tío-abuelo, Cayo Julio César Octaviano. Aquel joven, que contaba con poco más de 19 años en el instante de recibir la pesada carga de la herencia del dictador, tuvo que enfrentarse desde el primer momento con Marco Antonio, quién, en calidad de cónsul único y general del fallecido, ejercía una hegemonía casi tiránica sobre el estado romano desde la muerte de César -ver artículo anterior La breve hegemonía de Marco Antonio- y que se había apoderado, en su escalada de poder, del patrimonio que le correspondía al joven según el testamento de César de mano de su viuda Calpurnia. Octaviano, al comprender que su herencia estaba perdida, dio su primer golpe de efecto en la política romana vendiendo todos los bienes recibidos de su padre para poder cumplir con las disposiciones del testamento de su tío-abuelo, quién había establecido la entrega de unos 300 denarios a cada ciudadano pobre de Roma. Desde ese momento, Antonio dejó de ser el favorito del pueblo: Octaviano había ocupado ya su puerto. En vano intentó Antonio rehabilitar su imagen pública haciendo decretar al Senado nuevo honores a la memoria de César: dicha memoria estaba demasiado explotada por él mismo como para que aquella medida pudiera surtir efecto. El único resultado de su nueva medida fue la ruptura definitiva con Cicerón.
Después de la famosa y memorable sesión del Senado, posterior a la muerte de Julio César, en la que Cicerón consiguió la aprobación de una serie de medidas de transición y de compromiso con las que logró una tregua temporal entre los partidarios de César y sus asesinos -tales como el reconocimiento de los derechos adquiridos durante la dictadura y una amnistía para los cesaricidas-, el antiguo cónsul se había marchado de Roma incapaz de soportar los actos tiránicos de Antonio y ya pensaba marchar a Oriente con el cónsul Dolabella cuando tuvo conocimiento del problema causado con la llegada a Roma de Octaviano. Pensando que la ocasión era propicia para desenmascarar y para denunciar a su enemigo, Cicerón volvió repentinamente a la ciudad para recitar ante el Senado ya en septiembre del 44 a.C. -es decir, menos de seis meses después de la muerte de César- la primera de sus arengas contra Antonio, que, por su analogía política con los discursos de Demóstenes contra el rey Filipo de Macedonia, recibieron el nombre de Filípicas. Antonio no estaba presente en aquella sesión, y ello se debió a la moderación y prudencia del lenguaje usado por el orador, quién respetó al hombre y se limitó, por el contrario, a censurar sus últimas medidas legislativas. La respuesta de Antonio, por el contrario, fue bastante violenta y provocadora, llegando a acusar a Cicerón de ser el autor moral del asesinato de César en la sesión del Senado celebrada diecisiete días después de la primera Filípica. Cicerón, aunque invitado a la misma expresamente por Antonio, no acudió, sino que se alejó de la ciudad de Roma por temor a que éste atentase contra su vida. Sin embargo, su ausencia fue breve: Octaviano, quién había encontrado en el antiguo cónsul un útil aliado inesperado, acudió al lugar donde se refugiaba Cicerón para anunciarle que Antonio había acudido a Brindisi para recibir las legiones de Macedonia y convencerlo de que regresara con él en diciembre a Roma para vencer en primer lugar a Antonio y después hacerle perder su hegemonía sobre el Estado. Octaviano, a su vez, aprovechando la ausencia de Antonio, marchó a Campania para convencer a los veteranos de César de que se unieran a él, a fin de contar con una fuerza militar análoga a la de Antonio: valiéndose de su nombre, y de varios oportunos donativos económicos, logró reunir una fuerza de 10.000 hombres, que condujo de inmediato a Roma. Allí justificaría la presencia de sus soldados argumentando que había reclutado a aquellos hombres para proteger a la patria y defenderse de los insultos de Antonio. Después, partió a Arezzo, con el fin de hacerse también con los veteranos de Etruria y entrar en negociaciones con el cesaricida Décimo Bruto, quién se preparaba para entrar en batalla contra Antonio debido a que este le había arrebatado su provincia de Macedonia. Para entonces Octaviano era tan popular que dos de las cuatro legiones macedónicas de Antonio se pasaron a su bando apenas desembarcadas en Brindisi, lo que obligó a este a combatir a Décimo Bruto y sus aliados con solo dos legiones en una guerra que recibió el nombre de Modenense por su lugar de desarrollo
*Fotografía 1: Retrato de Augusto en el Glyptothek de Munich
*Fotografía 2: Retrato de Cicerón en el Thorvaldsens Museum de Copenhage
Casualmente estoy viendo una miniserie al respecto en estos días. Saludos desde las Américas
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