martes, 14 de julio de 2015

La era de Pompeyo Magno

El régimen que Sila había intentado instaurar nació ya debilitado -ver artículo anterior La dictadura de Sila-. El Senado, que el dictador intentó fortalecer, se hallaba dividido en múltiples factiones, enfrentadas entre sí, incapaces de hacer frente a los ataques de los grupos que Sila había perjudicado, o ignorado, en su reforma. En primer lugar, a los políticos populares, a los que la nueva legislación impedía su carrera política; por otra, la plebe, a la que afectaban desde hacia ya décadas graves problemas sociales y económicos, algunos, incluso, agravados por Sila. A estos ataques desde el interior, vinieron a sumarse problemas en la política exterior: los campesinos desposeídos -cuyas tierras fueron dadas a las legiones de Sila-, los exiliados políticos, los proscritos, y las víctimas de las confiscaciones, formaron de inmediato dos focos de resistencia, en Italia y en Hispania, dirigidos respectivamente por Lépido y Sertorio. El gobierno senatorial, incapaz de hacer frente a estas múltiples amenazas, se vio obligado a recurrir a un joven aristócrata, Pompeyo.
Cneo Pompeyo era hijo de uno de los generales de la guerra social -ver artículo anterior Livio Druso, Sulpicio Rufo y la cuestión de los aliados itálicos-, Pompeyo Estrabón, de quién había heredado una enorme fortuna y extensas clientelas, que puso por entero al servicio de Sila. Con su propio ejército privado, reclutado entre dichas clientelas y los veteranos de su padre, participó no sólo en la guerra civil sino también en la represión de los grupos contrarios a Sila en Sicilia y África. Su poder y autoridad, insólitos en alguien que todavía no había ocupado ningún cargo político, y el hecho de que poseyera un ejército privado personal, eran una clara contradicción y una amenaza a la reforma de Sila. Aún así, cuando aún no era más que un ciudadano privado, y por tanto no tenía ningún tipo de cualificación legal para dirigir tropas, se le entregó la dirección de la guerra contra Lépido.
Pompeyo, con la ayuda del cónsul Catulo, venció a Lépido con facilidad, pero no pudo impedir que una parte del ejército vencido huyera a Hispania para unirse a las fuerzas de otro rebelde al régimen silano, Sertorio, un antiguo lugarteniente de Mario y miembro activo del gobierno de Cinna, a quién se había intentado derrotar desde la dictadura de Sila. La debilidad de su alianza con los indígenas y los dos años de lucha sin cuartel a los que lo sometió Pompeyo, con la ayuda del cónsul Metelo Pío, provocaron, primero, deserciones, después, el asesinato de Sertorio, poniendo fin a la rebelión.
Pero mientras Metelo Pío regresaba a Roma, Pompeyo permaneció unos meses más en la península hispánica, liquidando los restos del ejército rebelde y sometiendo los focos de resistencia indígena, pero, sobre todo, reorganizando la administración hispana con varias medidas destinadas a aumentar su poder personal: repartos de tierras, establecimiento de pactos de hospitalidad y de clientela con la oligarquía indígena y concesiones de la ciudadanía romana Así, al abandonar Hispania en el año 71, Pompeyo había extendido su poder y riqueza por toda la península ibérica.
En su ausencia, se habían multiplicado los problemas para el gobierno senatorial: al ataque de los populares contra su autoridad, se unieron, desde el año 74, la reanudación de la guerra contra el rey Mitrídates del Ponto, y una nueva rebelión de esclavos en Italia. Aunque anteriormente había habido ya revueltas de esclavos, como las de Sicilia de 1361 y 1042, ninguna había alcanzado jamás las proporciones de ésta, dirigida por Espartaco, un esclavo de origen tracio. Iniciada por un grupo de gladiadores de Capua, se vio aumentada por otros gladiadores, esclavos, e incluso hombres libres empobrecidos, a medida que Espartaco y sus seguidores vencían a las fuerzas romanas y extendían sus saqueos por Italia. En Roma, un Senado aterrado decidió desposeer a ambos cónsules -derrotados por Espartaco- de la dirección de la guerra y entregársela al pretor Marco Licinio Craso junto con un ejército gigantesco de ocho legiones, la mayoría reclutadas y pagadas por el propio Craso.
Craso, al igual que Pompeyo, había abrazado muy joven la causa de Sila, poniendo a su disposición otro ejército privado. Las proscripciones de Sila y su inversión en diferentes negocios, le enriquecieron enormemente, utilizando su fortuna con fines políticos, como, por ejemplo, aumentar sus clientelas, y extender su influencia a la plebe, a importantes grupos ecuestres, interesados como él en el mundo financiero, y a la nueva aristocracia senatorial creada por Sila.
Nombrado generalísimo en la guerra contra Espartaco, su primera medida fue aislar a los rebeldes en el extremo sur de la península, para intentar vencerlos por el hambre; no obstante, Espartaco, tras un fallido intento de huir a Sicilia, logró romper el cerco, aunque tuvieron que enfrentarse al ejército romano. Fueron vencidos, seis mil de ellos crucificados a lo largo de la Vía Apia, y sólo unos cinco mil lograron huir a Etruria, a tiempo para que Pompeyo, que por fin regresaba de Hispania, pudiera vencerlos y arrebatar a Craso parte del mérito de haber deshecho la rebelión.
Sin embargo, la liquidación de las rebeliones de Lépido, Sertorio y Espartaco había convertido a los dos, Pompeyo y Craso, en los hombres más fuertes del momento. El odio que sentían el uno por el otro no fue obstáculo para establecer una cooperación temporal y obtener juntos el consulado con la ayuda de sus respectivos medios de poder: Craso su riqueza, sus relaciones y su habilidad política; y Pompeyo, su fiel ejército, sus clientelas políticas y su popularidad. Era una poderosa coalición ante la que el Senado no pudo hacer nada, pese a que Pompeyo llegó al consulado sin haber sido senador y mucho antes de la edad requerida por la legislación silana, y Craso, sin que hubieran transcurrido el período de tiempo obligatorio que debía pasar antes de que, cesado de cualquier cargo, se pudiese optar al siguiente. Es decir, los dos contradecían, claramente, las disposiciones tomadas por Sila.
Entre las reformas llevadas a cabo por ambos durante su consulado, en el año 70, destaca la entrega definitiva de la ciudadanía a todos los aliados itálicos; la solución del problema de la composición de los tribunales, estableciéndose que los jueces fueran escogidos a partes iguales entre el orden senatorial y el ecuestre; y la restitución de las tradicionales competencias al tribuno de la plebe.
La rehabilitación del tribunado de la plebe supuso demoler la piedra angular de la legislación silana, y complicó aún más la escena política. Pero estos tribunos ya no actuaban por iniciativa propia, sino que eran meros agentes de los grandes hombres de la época. Un ejemplo de ello es, sin lugar a duda, Aulo Gabinio; este tribuno presentó, en el año 67, una propuesta de ley que establecía la elección de un consular-obviamente, Pompeyo-, dotado de enormes medios para luchar contra los piratas. Estos medios eran el mantenimiento, durante tres años, de un imperium proconsular sobre todos los mares y costas; libre disposición de fondos; y una gran flota. El Senado, lógicamente, se opuso a nombrar “prácticamente a un monarca sobre el imperio”3, pero, aún así, la ley fue aprobada por las asambleas populares. Las campañas contra los piratas duraron tres meses, y, como consecuencia, otro tribuno, Cayo Manilio, presentó un nuevo proyecto de ley en el año 66 por el que se le entregaba a Pompeyo la dirección de la nueva guerra contra Mitrídates VI del Ponto, pese a que el mando de ésta ya había sido entregada a otro hombre, Lucio Licinio Lúculo, desde hacia varios años. La ley propuesta por Manilio, otorgaba a Pompeyo poderes mayores a los recibidos para luchar contra los piratas, lo que suponía “una concentración de poderes insólita y al margen de la ley”4 El Senado obviamente volvió a oponerse, y, de nuevo, eso no fue obstáculo para que la ley se aprobara.
Gracias a la diplomacia, Pompeyo logró aislar a su enemigo de toda ayuda exterior y convencer al rey de Partia de que invadiera Armenia-reino que había colaborado con el Ponto-por la retaguardia, al tiempo que él atacaba a Mitrídates, quién, vencido, logró huir a sus posesiones en el sur de Rusia actual, pero una revuelta de su propio hijo le obligó a quitarse la vida en el 63. Ganada así la guerra, Pompeyo se dispuso a reorganizar el territorio como lo había hecho en Hispania: Armenia, como un estado vasallo, quedó como tapón y protector de las provincias romanas contra los partos; Siria fue anexionada; Palestina convertida en estado tributario; la mayor parte del reino del Ponto fue unido a la provincia de Bitinia; el interior de la península de Anatolia y los territorios fronterizos con Partia, se entregaron a reyes clientes de Roma; por último se revitalizó la vida municipal, otorgando ciertos privilegios políticos y fiscales a las antiguas ciudades helenísticas y griegas y fundando más de tres docenas de centros urbanos en Anatolia y Siria, como Pompeópolis o Magnópolis.
Concluida de esta forma la guerra y consolidado de nuevo el dominio romano en Oriente, Pompeyo, con un ejército fiel y multitud de clientelas adquiridas tanto en Asia Menor como Hispania, volvía a Roma convertido en el hombre más poderoso del Imperio.

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1 En el año 136, un grupo de esclavos dirigidos por un sirio, Euno, lograron apoderarse de la ciudad siciliana de Etna y, unidos a otra banda, capitaneada por el cilicio Cleón, pusieron sitio a Agrigento. El ejército servil creció hasta reunir a más de 20.000 hombres, que de apoderaron de otras ciudades sicilianas, como Catana o Tauromenion. Sólo en el año 132, después de varios intentos fracasados del ejército romano, el cónsul Publio Rupilio logró someter la rebelión.

2 En el año 104, a ruegos de Mario, el Senado había ordenado a los gobernadores provinciales que liberasen a todos los ciudadanos, procedentes de estados clientes o aliados de Roma, que hubieran sido esclavizados irregularmente, ante la escasez de tropas necesarias para la guerra contra cimbrios y teutones. Pero la ley tropezó en Sicilia con la negativa de los propietarios de esclavos y el pretor paralizó el proyecto Las abortadas esperanzas de obtener la libertad se tradujeron en rebeliones aisladas de esclavos, siendo la más importante la ocurrida en la costa meridional siciliana. La derrota de las primeras legiones romanas, enviadas contra los rebeldes, incrementó el número de éstos, que incluso se dieron un rey, Salvio. Al mismo tiempo, pero en la costa occidental de la isla, otro grupo de rebeldes, unidos en torno al cilicio Atenión, atacaron Lilibeo. La amenaza creció aún más con la unión de las fuerzas de Atenión y Salvio, que hicieron de Triocala, una ciudad al norte de Heraclea, la capital de su original reino esclavo. Durante varios años, Triocala fue inexpugnable, hasta que el cónsul Aquilio, colega de Mario en el año 101, logró aplastar por fin la rebelión.

3 Dión Casio, Historia Romana, 36, 24

4 Tom Holland, Rubicón, página 196

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*Fotografía 1: Retrato de Cneo Pompeyo Magno, en el Museo Arqueológico de Venecia
*Fotografía 2: Retrato de Marco Licinio Craso, en el Museo del Louvre
*Fotografía 3: "Los hermanos Graco", de Eugene Guillaume, los dos tribunos de la plebe más conocidos

1 comentario:

  1. Every successful person must have a failure. Do not be afraid to fail because failure is a part of success.

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